sábado, 28 de enero de 2012

ESTHER (capitulo 11)

El verano estaba mediado y hacia casi tres meses que Esther y yo vivíamos juntos. Si unos meses antes, me hubieran dicho que no iba a mirar a las mujeres me hubiera echado a reír, pero la realidad es que estaba ocurriendo. Esther me tenia totalmente saturado de sexo y para mi no había mas mujer, incluso no comprendía como había podido vivir sin ella.
Lo cierto es que como sabia que no había viajado mucho y se aproximaba la fecha fijada para el divorcio, para distraerla pensé en llevarla a una de las ciudades mas alucinantes que conozco, Marrakech, aunque primeros de agosto no es el mes mas recomendable.
El hotel La Mamounia es uno de los mejores hoteles de África y donde se hospedan las estrellonas de Hollywood, pero a mi no me gusta, me parece demasiado “excesivo”. Cuando viajo a Marrakech siempre me hospedo en el mismo hotel, “El Jardín de la Koutoubia” que esta en la medina, a escasos cien metros de la plaza Djemaa el Fna, que es Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.
Desde la suite del ático se ve la plaza y la humareda de las cocinas de los restaurante al aire libre. El alminar de la Koutoubia se muestra en todo su esplendor medieval y cuando el muecín llama a la oración parece que esta a tu lado en la habitación. Cuando las cuatro mezquitas de la plaza coinciden en la llamada se crea un ambiente emocionante que acrecienta la fuerza visual y étnica de la plaza.
Nada mas llegar al hotel y subir a la suite, Esther se encerró con las maletas en el vestidor y no me dejo pasar. Cuando tres cuartos de hora después salio, me quede sin respiración. Llevaba un vestido de bailarina de la danza del vientre, un sujetador de pedrería con un cinturón a juego de donde salían las finas gasas que conformaba la falda y nada en los pies. Puso la música, me sentó en el sillón y se puso a bailar. Estaba sorprendido, lo hacia muy bien y mientras agitaba sus caderas por toda la habitación, yo la seguía con la mirada hipnotizado. Luego me entere que unos días antes de salir de Madrid, una monitora del gimnasio la estuvo enseñando lo básico. Cuando termino la música la dije que siguiera, que quería mas. Ella me seducía con sus gestos, me incitaba con su baile y cuando comenzó la tercera canción se acerco a mi meneando sus caderas y con movimientos felinos de arrodillo entre mis piernas. Con sus manos reposando sobre los brazos del sillón estuvo un rato largo restregando su boca por mi bragueta.
– Mi amor, como sigas así, mi polla va a salir disparada como el Arian 5 y vas a tener que ir a buscarla a la plaza.
– Eso no lo voy a permitir, esta no se escapa, es mía –respondió soltando una carcajada y sacándomela, se la metió en la boca.
Cuando me la chupa, jamás se ayuda con las manos, sabe que no me gusta, pero si me acaricia los huevos. Estaba tan excitado que la cosa fue rápida y me corrí en su boca. Mientras se separaba, se lamia los labios mientras con la mano se tocaba la vagina.
– Por favor cariño, sigue bailando y te vas quitando la ropa.
Puso mas música y comenzó con el baile. Se fue quitando las gasas de la falda mientras meneaba febrilmente sus eléctricas caderas al son de la percusión. Se quito el sujetador y por ultimo fue soltando el cinturón. Cuando se quedo desnuda, siguió bailando mientras yo me desnudaba. Me acerque, la cogí en brazos, la saque a la terraza y la tumbe sobre una de las tumbonas de mimbre negro. La bese mientras mis manos recorrían todos sus rincones bajo el implacable sol marroquí. Me puse sobre ella y la penetre, –es la posición que mas la gusta– arrancándola de inmediato gemidos de placer. Mientras la follaba, notaba su cuerpecito retorcerse bajo el mío. Tubo un orgasmo rápido y un par de minutos después, y casi sincronizada conmigo tuvo otro mucho mas intenso que la dejo momentáneamente agarrotada mientras me clavaba sus uñas en la espalda.
Cuando nos levantamos me mire la espalda porque me dolía. No me extraña, me había hecho sangre, nunca había llegado a tanto. Esther se horrorizo y fue a por una toalla para limpiarme entre lágrimas.
– Lo siento, lo siento, lo siento …
– Tranquila, no pasa nada –la consolé con cariño– pero una de dos, o te corto las uñas como a Spock o te pongo otra vez los guantes de boxeo.
Me miro riéndose sin querer reír. Nos duchamos y salimos hacia la plaza para cenar. Había reservado en el restaurante Le Marrakchi, que tiene un mirador sobre la plaza espectacular. Es uno de los mejores de Marruecos y uno de los pocos que sirven alcohol. Desde sus ventanales, Esther miraba fascinada y a salvo, el bullicio de la plaza. Su transito por ella a sido apoteósico, sobre todo cuando el primer encantador de serpientes a intentado ponerla una sobre los hombros. A dado tal salto y tal grito que hasta el encantador y la serpiente se han asustado. No paraba de chillar cada vez que oía los “punji” de los encantadores. Yo me partía de risa y cuando llegamos a la puerta del restaurante me miraba con cara de cabreo mientras pensaba– lo sabias y no me has dicho nada.
Cuando terminamos de cenar salimos a la plaza y nos dirigimos a uno de los zocos mas largos y agobiantes de la medina. Y Esther se agobio, no entendía que aquí la cuestión comercial funciona de otra manera, la competencia es terrible y la lucha por el cliente-turista es feroz. Habíamos recorrido veinte metros y la habían metido en seis tiendas enseñándola cientos de artículos que no quería, por no decir miles.
– ¡Jo, yo quiero ver las tiendas pero es que no te dejan! –me decía cuando regresabamos al hotel después de escapar del zoco.
– Mira mi amor, es cuestión de tener tranquilidad, ser amable y solo entrar en las tiendas que te interesan de verdad.
– Pero pierden muchos clientes …
– Si, pero ellos no lo entiendes así, de todas maneras en los zocos de otras ciudades menos turísticas el ambiente es menos agobiante. Un día de estos no vamos a Essaouira, la antigua Mogador, un ciudad pesquera donde se rodó “El Reino de los Cielos” y tiene un zoco bastante civilizado.
– Es que me gustaría comprarme un vestido marroquí, pero es que no se …
– Mañana vamos a ir a una tienda que conozco que no es de turistas, es para marroquíes y tienen ropa de calidad.
– También me gustaría hacerme un tatuaje de jena, –me dijo cambiando de tema– ¿qué opinas?
– Si tu quieres a mi me parece bien, ¿dónde te lo quieres hacer?
– Me gustaría tatuarme los pies y las manos, se lo he visto a una de las camareras del hotel y me gusta.
A la mañana fuimos a la tienda de ropa y entramos en el zoco Smarine con Esther casi abrazada a mi brazo, mientras yo repetía con amabilidad y paciencia, a los comerciantes que se aproximaban “la shukran”, –no, gracias– o “ana asif” –lo siento– Entramos en la tienda, que es familiar, y en ingles nos entendimos con ellos. Esther quería una chilaba y la explicaron que es mas una prenda de hombre pero que podían enseñarla alguna versión para mujer. Se probó varias y cuando se decidió les dije que nos enseñaran algún caftán de gala para ir al casino de la Mamounia. Mientras se probaba los modelos que la sacaban, nos invitaron a tomar te como es costumbre. Cuando al fin eligió uno, se lo tuvieron que adaptar a su talla y en un par de horas lo entregaron en el hotel. Mientras tanto nos fuimos al zoco de las joyas, la Grand Bijouterie, cercano al Palacio de la Báhia, de donde no salimos con las manos vacías, brazaletes, collares y pendientes de oro, con una orfebrería simple y todo al peso. De regreso al hotel pasamos por la plaza para hacerse los tatus, y fue complicado, porque las tatuadoras y los encantadores de serpientes están en la misma zona. Pero al final lo conseguimos.
Un par de noches después fuimos al casino de la Mamounia. Esther estaba preciosa con su captan de seda verde y oro y sus pies y manos tatuados, incluso puedo asegurar, y no me mueve la pasión, que eclipso a una conocida y tatuada actriz norteamericana asidua de este hotel. Yo con chaqueta y corbata como es preceptivo. Inmediatamente la ruleta la entro por el ojo y no jugo a otra cosa. Al principio ponía fichas de una en una, hasta que la indique que era mejor acumular fichas y números y desde luego arriesgar. Y se nos dio bien, tuvimos mucha suerte, no perdimos mucho.
La rutina en Marrakech es sencilla, desayuno, visitas turísticas, comer en el hotel, piscina y al final de la tarde, plaza, cena y zocos. Una tarde, bajamos al spa del hotel y nos metimos una hora en el hammam. Con discreción di una buena propina a las dos empleadas que controlaban los hammam y las saunas para que durante esa hora no nos molestara nadie. Nada mas cerrar la puerta la quite el bikini y con mi mano siempre en su maravillosos trasero la bese con el deseo disparado y acalorado. Pasado un rato se arrodillo, me quito el bañador y se introdujo mi pene en la boca. Nuestros cuerpos chorreaban sudor por el intenso calor del hammam. La tumbe en el suelo, al lado de la pila de agua fría y la penetre. Los gemidos de Esther se debieron oír en todo el hotel, pero me dio igual. Cuando percibía que ella llegaba a un orgasmo, cogía el cubo de agua fría y cuando explotaba se lo echaba de golpe encima. Sus gemidos eran tremendos y así estuvimos todo el resto del tiempo, hasta que al final, saliéndome de ella, me corrí entre sus tetitas. Cuando salimos del hammam, la sonrisa divertida de las dos empleadas me confirmo que incluso nos debieron oír en la plaza.
– ¿Tu crees que nos han oído, se ríen?
– Seguro que no mi amor, –la respondí con humor– se ríen de tus coloretes, pareces Heidi.
– Anda mi señor, no seas bobo, –me dijo riendo ella también mientras me miraba de reojo.
Fuera de Marrakech, visitamos como ya he dicho Essaouira y otro día atravesamos el Atlas por la carretera que llaman “la serpiente” y fuimos a visitar las kasbas de Ouarzazate y de Ait Ben Haddou, que son patrimonio de la Humanidad. Las kasbas la encantaron, pero la carretera no, de regreso paramos en lo alto del puerto para que la diera el aire y compramos geodas que son típicas de la zona, pero se mareo terriblemente y llego mala a Marrakech. Una experiencia “inolvidable” es recorrer los cien kilómetros de “la serpiente” con un conductor marroquí. Llamamos al medico del hotel que no le dio importancia, la dio una pastilla suave para dormir y a la mañana siguiente estaba como una flor.
La ultima noche, cuando regresamos al hotel después de cenar, nada mas entrar en la suite la quite la ropa y la saque a la terraza. Con la cuerda que metí en la maleta la ate las manos por delante y pase la cuerda por encima del emparrado que había a un lado de la terraza. Tire de ella y la deje colgando, después la ate cuerdas a sus tobillos, separe sus piernas todo lo posible y las ate a los laterales del emparrado. Mientras la besaba mis dedos recorrían su vagina totalmente abierta. Insistí en las caricias hasta note los síntomas inequívocos de que se iba a correr. Pare y mis manos se dedicaron a masajear sus nalgas para pasado un tiempo volver a explorar su vagina. Esta operación la repetí varias veces hasta que colocando mi boca debajo de su vagina la chupe hasta que de corrió y sus jugos inundaron mi boca. Después me incorpore, la penetre y la follé hasta que me corrí. Cuando me separe de ella, me agache para ver como mi semen resbalaba por el interior de sus muslos. Volví a explorar su vagina mientras con la otra mano la metía un par de dedos por el culo. Gozaba como una perra, intentaba retorcerse de placer pero así colgada era difícil. Después de un rato largo me sitúe detrás de ella y la penetre por el ano. Por suerte para ella tarde en correrme, mientras ocurría tubo tres o cuatro orgasmos mas mientras la estimulaba el clítoris con mis dedos. Que inmenso placer sentía cuando notaba como su ano se contraía y aprisionaba mi pene cada vez que tenia un orgasmo. Mientras mi polla perdía volumen en su interior, la sujetaba por las tetas mientras la mordía en cogote poniéndola la carne de gallina.
Cuando llegamos a la T-4, desde el primer momento tuve una sensación rara, algo que me producía intranquilidad. Me sentía observado. Desde el mismo aeropuerto y mientras esperábamos las maletas, que en esta terminal tan moderna es mejor sentarse, llame a Isabel, mi espía fotógrafa favorita y la dije lo que pasaba.
– No te preocupes, estoy cerca del aeropuerto, ya voy para allá.
Cuando salimos por la puerta de llegadas no la vi en las inmediaciones, pero sabia que estaba. Cogimos un taxi para que nos llevara a casa, cuando descargábamos la maletas en la puerta, vimos un pequeño tumulto que casi paso desapercibido en la esquina con la plaza de Santo Domingo a escasos veinte metros de nosotros. Fue cosa de pocos segundo, pero cuando todo se calmo, vi a Isabel que me miraba y me hacia el gesto característico de que me llamaría por teléfono. Esther me miro con cara de susto y quiso decir algo pero no la deje. La mire, me lleve un dedo a los labios y despedí al taxista que también estaba muy interesado en los sucesos.
– ¿Eduardo, qué es lo que ha pasado ahí abajo? – se notaba que estaba al borde de un ataque de nervios, ni mi señor, ni siquiera Edu.
Quise atraerla hacia mi pero no me dejo, estaba muy asustada imaginándose cincuenta mil historias. Al final conseguí que se sentara conmigo en el sofá.
– Cuando hemos llegado a Madrid he notado que nos observaban, he llamado a Isabel que es la mujer que has visto abajo para que mirara lo que pasaba. Es detective privado y trabaja para mi y para ti.
– ¿Para mi, pero si yo …?
– Su gente tiene controlado a Moncho desde que salio de tu casa. Se en todo momento donde esta y lo que hace. No podemos fiarnos, recuerda que cuando hablé con el saco una pistola. A partir de ahora, Isabel y su gente nos protegerá. De ella es el teléfono que te di el día que hable con tu marido.
– ¿Pero no podemos estar así toda la vida …? –me dijo comenzando a llorar.
– No, no, no, no lo vamos a estar, mírame, ¿confías en mi? – la pregunte cogiéndola por los hombros y mirándola a los ojos. Ella me miro y asintió con la cabeza – te prometo que lo solucionare, lo tengo casi todo planeado pero tardare unos meses. Mientras tanto haz tu vida normal y no te preocupes de nada, Isabel y yo te cuidaremos.
Durante unos instantes seguí mirándola y finalmente la abrace acariciándola la espalda.
– Sobre todo Isabel, la gustas, es lesbiana y me lo ha dicho, – la dije riendo mientras Esther, separándose un poco de mi, me miro con ojos como platos.

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