viernes, 30 de diciembre de 2011

Los crímenes de Laura: Un día como otro cualquiera.

Aviso a navegantes: La serie “Los crímenes de Laura” contiene algunos fragmentos con mucha violencia explicita. Estos relatos conforman una historia muy oscura y puede resultar desagradable a los lectores. Por lo tanto, todos los relatos llevarán un aviso con el nivel de violencia que contienen:

-Nivel de violencia bajo: El relato no contiene más violencia de la que puede ser normal en un relato cualquiera.
-Nivel de violencia moderado: El relato es duro y puede ser desagradable para gente sensible.
-Nivel de violencia extremo: El relato contiene gran cantidad de violencia explicita, sólo apto para gente con buen estomago.




La detective Laura Lupo abrió los ojos y se preguntó donde estaba. No era su cama, de eso estaba segura. Levantó ligeramente la cabeza para inspeccionar a su alrededor pero se vio obligada a dejarla caer sobre la almohada, por las punzadas de dolor que el movimiento repentino le había causado. Ahora ya, prevenida, Laura intentó incorporarse con más calma, despacio, permitiendo que su dolorida cabeza se acostumbrara al cambio de posición.

Primero observó al hombre que enredado entre las sabanas le daba la espalda, aún dormido. No recordaba su nombre, ni siquiera recordaba su aspecto, pero sí recordaba que era bastante aceptable en la cama. Contempló durante unos segundos el culo de su amante, y se dijo a sí misma que por muy borracha que se pusiera, seguía teniendo buen gusto. Hizo un esfuerzo por intentar recordar, pero tan sólo consiguió entrever una noche cualquiera, una noche de bar en bar, de copa en copa, intentando olvidar, intentando encontrar consuelo.

Sus ojos inspeccionaron entre la penumbra el resto de la habitación de forma minuciosa, casi profesional. Se encontraba en una estancia acogedora, no era una habitación de hotel, como la en la que otras veces se había despertado, parecía que su pasajero amante había decidido llevarla a su casa, a su lecho.

Laura acarició las suaves sábanas de la cama mientras repasaba uno a uno los muebles de la habitación, una cómoda, que sostenía un pequeño televisor, una silla destartalada sobre la que vio sus pantalones, un par de cuadros abstractos decorando las paredes y unas gruesas cortinas impidiendo a la luz del amanecer invadir aquel templo. Detuvo su mirada en la gran estantería que cubría la pared opuesta en la cama y que contenía más libros de los que ella creía haber leído en su vida. Laura descubrió inmediatamente la foto tumbada sobre uno de los estantes.

Procurando hacer el mínimo ruido posible se levantó de la cama y cogió el marco entre sus manos. Desde el brillante papel, de forma casi eterna, una pareja la saludaba con una alegre sonrisa. Laura no reconoció sus rostros, pero un segundo vistazo al cuerpo desnudo de su amante le bastó para identificarlo. Mierda, aquel hombre debía estar casado, y ella no se acostaba nunca con hombres casados, bueno, en realidad casi nunca, sólo lo hacía si no era consciente de que el hombre con el que pensaba acostarse tenía mujer. O si estaba demasiado borracha. O si el hombre estaba demasiado bueno. En realidad sí solía acostarse con hombres casados, reflexionó, pero era algo de lo que no estaba especialmente orgullosa.

Laura se acercó a la silla recogiendo la ropa que estaba esparcida por el suelo tan veloz y sigilosamente como fue capaz y se embutió en los pantalones. Mientras sujetaba el arnés que sostenía la pistola bajo el brazo, engarzó la placa en uno de los bolsillos del pantalón. Aún con la camisa desabrochada se dirigió al baño de aquella casa que le era ajena y buscó en el botiquín hasta que dio con una caja de aspirinas. Engulló cuatro de las pastillas sin siquiera acompañarlas con agua y se guardó dos más por si las necesitaba en el futuro. Abrió el grifo de la pequeña pila y dejó que el agua fluyera durante unos segundos antes de lavarse la cara con el cuenco que formaban sus manos. Algo más despejada miró hacia el espejo y sus grandes ojos azules le devolvieron la mirada. Rebuscó entre los cajones hasta dar con una goma y se recogió el rubio pelo sin lavar, en una coleta alta.

Cuando la puerta del ascensor se abrió para franquearle el paso al portal, Laura aún estaba abrochándose el último botón de la camisa. El sol del amanecer la golpeó como si de un duro contendiente se tratara. Dónde coño estaría su coche. Debía recordar, debía pensar con claridad.

A ver, piensa, Laura, piensa. Ya está, ya me acuerdo, lo dejé en aquel garito, me vine aquí con el tío este. Laura palpó el bolsillo de la camisa y sonrió para sí misma, bien, por lo menos no había perdido las gafas de sol. Hubieran sido las terceras gafas extraviadas en aquel mes.

Laura se colocó los oscuros y anchos anteojos para protegerse de aquella luz infernal y levantó su mano mientras gritaba “taxi” con todas sus fuerzas. Cuando el lacerante dolor de la resaca la aturdió, deseó no haber gritado tan alto. Pero ya tenía un taxi, y eso era lo más importante.

Se montó en el vehículo y se recostó en el asiento mientras indicaba al taxista la dirección del local donde creía haber dejado el coche. Aprovechó los minutos que duró el trayecto para descansar la vista y el cuerpo, mecida por el traqueteo del taxi, mientras atravesaba la gran ciudad. Cuando sintió que el vehículo se detenía abrió los ojos y entregó un billete al conductor, ordenándole que se quedara con el cambio.

Caminó sin rumbo por un par de callejuelas hasta que apareció ante sus ojos su sedán negro. Laura sonrió satisfecha y entró en el vehículo mientras encendía un cigarrillo de un recién descubierto paquete, que había encontrado rebuscando en uno de los bolsillos. Cuando arrancó el motor fue consciente de la hora. Faltaban pocos minutos para empezar su turno y no debía llegar tarde. Laura pisó el acelerador a fondo mientras accionaba el mando que activaba las señales luminosas camufladas en el salpicadero del coche. Se incorporó a la avenida raudamente, ignorando por igual señales y semáforos, mientras esquivaba los vehículos que no se apartaban a su paso.

Derrapando ruidosamente detuvo el automóvil frente a su destino. Apagó las luces de emergencia y bajó del coche dando la última calada al cigarro. Había hecho el trayecto en un tiempo récord. Laura pasó por alto todas las miradas indiscretas que había provocado, excepto una. El comisario la observaba desde la entrada del edificio con una mezcla de tristeza y enfado. Cuando sus miradas se cruzaron, el comisario agachó la cabeza y negó con ella para sí mismo.

Laura caminó con paso firme hacia el edificio, atravesando la puerta enmarcada por la inscripción “UDEV Unidad de Delitos Especiales y Violentos. Policía Nacional.” Una vez en el interior se quitó las gafas tintadas permitiendo que sus ojos se acostumbraran a la penumbra.

-Detective Lupo, el comisario me ha pedido que le indique que la espera en su despacho –la abordó con voz trémula uno de los agentes más jóvenes de la unidad-. Parecía enfadado.

Laura no se molestó en contestar a su compañero y caminó erguida hasta la puerta que separaba las dependencias del comisario del resto de la comisaría. Se detuvo y, aspirando profundamente, entró sin siquiera llamar a la puerta.

-Ah, Lupo, pasa, por favor, siéntate.

Laura tomó asiento pero no dijo ni una palabra.

-Quiero hablar contigo, no puedes seguir así, tienes que cambiar –el comisario la miraba con compasión mientras la reprendía.

-¿Cuál es el problema, señor comisario? No entiendo que pueda tener queja de mí.

-Y no la tengo, querida, en cuanto a su actividad profesional no la tengo. Es la mejor detective que tenemos ahora mismo, y lo sabe, pero…

-¿Y no es eso lo único que importa? –Preguntó Laura desafiante.

-Laura, de veras que entiendo por lo que estás pasando. Él era mi hijo, y tú eras… Tú eres como una hija para mí. No puedo permitir que sigas por ese camino, no quiero dejar que te autodestruyas.

-Usted, usted no entiende nada –el orgullo de Laura se tornó en rabia-. No tiene ningún derecho a decirme lo que debo o no hacer. Es mi vida, mi vida privada, y usted no pinta nada en ella.

-Tal vez, Laura, tal vez. Pero en la que sí que pinto es en tu vida profesional, sigo siendo tu superior, y no puedo consentir que hagas un mal uso del coche que se te ha entregado. No puedes conducir como si hubiera una emergencia sólo porque te has despertado a saber donde y a saber como. Por favor, debes reconducir tu vida, debes centrarte, él no querría verte así.

-Él no está. ¡No está! Está muerto. ¡Muerto! ¿Me comprende? Él está muerto, y no soy yo la que debo superarlo, es usted. ¡Él está muerto! Asúmalo, no volverá, y no le importa lo que yo haga o deje de hacer, porque está muerto. ¡Muerto y enterrado!

Laura abandono el despacho de su superior dando un fuerte portazo y sin darle tiempo a replicar. Atravesó la comisaría con paso firme y veloz hasta llegar a los aseos. La furia y la rabia la embargaban y ninguna otra cosa pudieron apreciar los compañeros que se cruzaron con ella. Sólo era Laura, furiosa de nuevo, y más les valía apartarse.

Pero cuando llegó a la seguridad del baño, cuando comprobó que allí no había nadie, cuando consiguió pasar el pestillo con sus temblorosas manos, entonces y sólo entonces se derrumbó.

Las lágrimas pugnaron por ser derramadas mientras Laura se concentraba en sus pensamientos. Él ya no estaba, y nunca más estaría. Se había ido, la había abandonado, la había dejado sola para siempre. Laura volvió a buscar el paquete de tabaco en sus bolsillos y encendió otro cigarrillo. Allí no se podía fumar, pero estaba segura de que nadie se atrevería a decirle nada, aunque la sorprendieran en el acto. Ahora mismo ni siquiera el comisario tendría valor para enfrentarse a ella. Policías de pacotilla, pensó dejando que su mente divagara.

Él había muerto con gloria, con honor. Había dado su vida por la patria, por los demás. Claro que el comisario sentía la pérdida de su hijo, claro que él también le añoraba. Pero el comisario estaba orgulloso. Su hijo había muerto en acto de servicio, y eso era un honor para él. Pero ella no creía que en la muerte hubiera honor, no creía que en la muerte hubiera orgullo. Tan sólo quedaba vacío. Únicamente quedaba soledad. Él sólo había dejado un enorme hueco en su interior que Laura era incapaz de llenar por mucho que lo intentara.

El comisario le pedía que olvidara, que pasara página, que siguiera adelante. Pero ella no quería olvidar. No quería seguir adelante. Porque todo lo que había tenido lo perdió aquel día en que murió una parte de ella. Cuando entre salvas y honores le sepultaron, el cuerpo de su amado no estaba solo. Se había llevado con él una parte de ella, una parte que jamás podría recuperar. Y ahora sólo quedaba una cáscara amarga y vacía de Laura.

Contuvo las lágrimas mientras deseaba que él apareciera mágicamente para abrazarla, para consolarla, para decirle que no pasaba nada, que todo había sido una pesadilla. Pero Laura sabía que no había sido un mal sueño, sabía que nunca volvería.

-Como te hecho de menos –dijo sin hablarle a nadie en particular-. Te necesito a mi lado. ¿Por qué me dejaste? ¿Por qué me abandonaste? ¿Por qué? –Laura no consiguió retener el llanto por más tiempo y se abandonó a su amarga soledad.

Recostada contra la pared de los lavabos, sintió como se le clavaba en la piel la placa que llevaba enganchada en los pantalones. La cogió y leyó la inscripción una y otra vez, de forma obsesiva, “Cuerpo Nacional de Policía.” Cuando sintió que no podía más gritó, gritó con todas sus fuerzas. Gritó desde lo profundo de su alma, y eso la hizo sentir mejor. Estaba convencida que toda la comisaría habría oído su grito, pero también sabía que nadie se atrevería a preguntarle el porqué.

A los pocos minutos se encontraba mucho más tranquila. Era una mujer fuerte, no podía dejarse superar por los sentimientos. Vivía y competía en un mundo de hombres y no podía mostrarse débil bajo ningún concepto. Se lavó la cara con abundante agua y engulló las dos aspirinas que había tomado prestadas de casa de su amante. Necesitaba un café, o tal vez algo más fuerte.

Salió del servicio haciendo caso omiso a las miradas de algunos de los agentes que la observaban con curiosidad, seguramente por haber oído su grito, y se plantó frente a su mesa. Revisó los papeles en busca de alguno que le indicara su nueva tarea, pero no encontró nada, no tenía ningún caso asignado por el momento. Seguramente no tardarían en endilgarle algún expediente horrible para que lo solucionara. No era una mujer vanidosa, pero debía reconocer, en honor a la verdad, que tenía uno de los porcentajes de casos resueltos más altos de todo el cuerpo.

También debía aceptar que, sobre todo, debido a sus métodos poco ortodoxos, muchos de los delincuentes que atrapaba acababan siendo puestos en libertad. Ese era su gran estigma en el cuerpo, ella era la agente que los atrapaba, pero también solía ser la que los dejaba escapar. Seguramente por eso ya no solían pasarle casos importantes, excepto que la cosa fuera tan horrible y desquiciada que la consideraran la única capaz de hacerse cargo. Y por eso había acabado destinada allí, a la Unidad de Delitos Especiales y Violentos, donde a veces los métodos no importaban tanto como los resultados, bajo la supervisión del padre del hombre al que una vez amó, y al que seguía amando.

Laura desechó con un ademán aquellos pensamientos que no la conducían a ninguna parte y dirigió sus pasos a la entrada del edificio. Cuando salió nuevamente a la calle, el sol volvió a enfrentarse a ella con toda su fuerza. Laura comprendió que el astro rey tenía todas las de ganar, así que utilizando como único escudo sus gafas oscuras, cruzó la calle lo más rápido que pudo para refugiarse en un bar cercano.

En aquel antro había varios compañeros reunidos, desayunando en su mayoría, aunque ninguno pareció prestarle demasiada atención a la detective, ni mucho menos hacer ademán de querer compartir desayuno, mesa o charla con ella. A Laura no le importó lo más mínimo. Ella sería una oveja negra y solitaria, pero le gustaba el negro, y la soledad.

-Un café –pidió-. Y ponme un chupito de ginebra.

El camarero, conocedor de su rutina, sirvió el pedido habitual de la mujer. Mientras Laura daba cuenta de su desayuno escuchó la melodía de su teléfono y dirigió la mano hacia la vibración.

-Detective Lupo- contestó Laura de forma automática.

-¿Lupo, puedo contar contigo?

-Por supuesto, dígame, señor comisario.

-Ha llegado una maleta con un cuerpo a casa del Juez Arturo Alonso. Es el cadáver de una joven, y hay signos de abusos. Quiero que vayas de inmediato. ¿Podrás hacerte cargo?

-Salgo para allí de ahora mismo.

-Ah, Lupo, y una cosa más.

-¿Qué? –respondió altiva.

-Considérate en cuarentena. No voy a tolerar más comportamientos insubordinados. No me falles o me veré obligado a tomar medidas.

-Capullo –dijo Laura cuando colgó el teléfono.

La detective Lupo apuró de un trago el café y acabando con el contenido del pequeño vaso de licor se dirigió a la calle. Después de todo, aquello sólo era un día normal, un día como otro cualquiera.

***

La joven cerró con llave la puerta del despachó y se aseguró que hubiera quedado bien bloqueada. En los tiempos que corren, cualquier precaución es poca, pensó. Sin miramientos, de forma rutinaria, dejó caer el manojo de llaves en el interior del bolso y abandonando la protección de la finca salió a la calle.

La muchacha no vestía de forma ostentosa, una falda por debajo de las rodillas y una camisa discreta, cubierta por una sobria americana, era el atuendo que solía usar para trabajar. Elegante pero informal, y sin estridencias. Aún así pudo observar como un par de hombres con los que se cruzó de camino al aparcamiento se giraban para mirarla. Estaba muy orgullosa de su cuerpo y lo cuidaba como el templo que era. Acudía, como mínimo, una hora diaria al gimnasio y no abusaba de copiosas comidas ni del alcohol, todos estos sacrificios le permitían lucir una escultural figura. Con su metro setenta, aproximado, sus cincuenta y pocos quilos y sus largas piernas, era una mujer realmente atractiva.

Cuando por fin llegó a la altura de su vehículo y rebuscó en el bolso, descubrió que no había llaves que encontrar. Mierda, pensó, deben habérseme caído en la puerta, al cerrar. Volvió sobre sus pasos convencida de que en el rellano de la finca la estaría esperando el llavero, huérfano y desamparado. Recorrió el camino de vuelta despacio, mirando cuidadosamente por si, casualmente, encontraba lo que buscaba. Cuando llegó al edificio de la oficina descubrió que sin llaves para abrir la puerta, tenía un pequeño problema para entrar. Pero como para casi todo hay solución en esta vida, llamó a los timbres del portero automático hasta que un vecino de oficina se prestó a ayudarla franqueándole el paso. Las llaves no estaban.

La mujer maldijo su suerte y supuso que algún empleado del edificio las habría encontrado. Al día siguiente le tocaría poner un cartel en el ascensor preguntando por el llavero extraviado, pero ahora su objetivo era regresar a casa. Así que por tercera vez recorrió el camino que separaba el despacho de la calle y solicitó un taxi para que la acercara a su destino.

Cuando llegó a su apartamento se encontró con el mismo problema que ya había experimentado, sin llaves para abrir las cerraduras que nos protegen, nos es bastante difícil acceder a nuestros hogares. Pero como toda joven sociable, que vive en un barrio con más jóvenes sociables, tenía una vecina, que había acabado por convertirse en amiga, y que guardaba una copia de las llaves por si llegaba la policía con una orden de registro, estallaba una cañería de gas, se inundaba la finca o, como en este caso, mucho más probable, se extraviaba la copia original.

La muchacha descubrió aliviada que su amiga y vecina se encontraba en casa, y con el llavero que esta le facilitó, pudo regresar a su hogar. Pese a lo molesto del incidente, no varió sus costumbres, y tras cambiarse de ropa, se fue al gimnasio cercano para hacer sus rutinarios ejercicios diarios. Algo más de una hora después, volvía a estar en casa, cansada, duchada y relajada. Tras prepararse una cena ligera se dispuso a acostarse. Una vez vestida con el fino camisón se metió entre las sabanas y apagó las luces.

Un ruido desacostumbrado la hizo levantar de un respingo y encender la luz, pero no vio nada fuera de lo normal. Pensó que el gato no podía ser, dado que no tenía gato, pero quizás fuera algún vecino al que se le hubiera caído algo, tras la pared de papel de su apartamento, o cualquier otra cosa. No había que buscar peligros donde no los había. Se deshizo de sus miedos y volvió a apagar la luz recostándose entre las sabanas. Y se durmió.

La joven abrió los ojos bruscamente e intentó gritar pero no pudo. Una gran mano masculina se lo impidió apretándole fuertemente los labios.

-¿Has perdido unas llaves, preciosa? – le susurró una voz ronca al oído-.Creo que yo las he encontrado.

La muchacha intentó zafarse de su captor moviéndose con brusquedad, pero le fue imposible, el hombre que la retenía era mucho más fuerte que ella. El cazador acercó los labios al oído de su presa y siseó para hacerla comprender que no debía hacer ruido.

-No vas a gritar muñeca, ni vas a escapar –susurró el hombre mientras liberaba de su cinto una gran navaja-. Porque si lo haces… ¡BAM!

El desconocido agarró rápidamente el cuchillo y en centésimas de segundo lo presionó contra el vientre de la chica. Ella pudo notar la presión de la afilada punta contra su piel, y comprendió que el más mínimo movimiento haría que esa afilada cuchilla se incrustara en su interior, con consecuencias, probablemente, desastrosas. Aquel hombre parecía diestro en el manejo del cuchillo y no debía arriesgarse.

Con los ojos relucientes por el pánico, la joven asintió con un movimiento de cabeza. El hombre que la mantenía atrapada retiró la mano que le cubría el rostro despacio, dispuesto a volver a amordazarla si veía el menor indicio de peligro. Pero ella no gritó.

-Bien preciosa, bien… Si te portas bien no te haré daño –siseó el hombre por lo bajo-. ¿Cómo te llamas, pequeña?

-Me… me llamo Bianca –consiguió responder la joven pese al terror que la embargaba.

-Muy bien, Bianca, lo estás haciendo muy bien. Ahora sentirás un pinchacito de nada y dejaras de tener miedo.

El hombre cogió velozmente una jeringa que reposaba sobre la mesita de noche y la clavó en el cuello de la mujer, introduciendo de una sola vez el viscoso líquido que contenía, en su cuerpo. Ella intentó gritar, pero su captor volvía a impedírselo presionando con fuerza sus labios con la mano. A los pocos segundos sintió como un calor reconfortante la invadía, como el miedo la abandonaba. Ya no estaba asustada, no había motivos para temer, todo estaba bien, no había ningún problema. Bianca se descubrió sonriendo de forma bobalicona cuando aquel hombre malvado las soltó.

-¿A qué ahora ya estás mucho más tranquila? –Preguntó el agresor con sorna.

Bianca asintió todavía tumbada sobre la cama y notó como la habitación daba vueltas a su alrededor. Una repentina náusea la obligó a levantarse y a correr hasta el servicio. Inclinándose sobre el retrete vació el contenido de su estomago. El hombre no le impidió que saliera de la habitación, simplemente la siguió tranquilamente.

-No te preocupes, las náuseas pasarán enseguida, ya lo verás –dijo con voz suave-. Ahora quiero que te vistas y te vengas conmigo.

Bianca no sabía muy bien porque, pero aquella idea le parecía tan buena como cualquier otra. Volvió a su habitación, tambaleándose por el pasillo, y se sentó en la cama, intentando centrar sus pensamientos. El hombre, que ya no parecía tan malvado, abrió el armario y seleccionó uno de los vestidos ceñidos que solía usar para salir de fiesta. Se lo tendió y Bianca comenzó a ponérselo.

-Primero tienes que quitarte el camisón, preciosa –le sugirió el extraño-. Deja que te ayude.

El hombre le quitó de encima el vestido a medio poner y con suavidad, con delicadeza, haciendo que sus manos resbalaran por la piel de Bianca, haciendo que se estremeciera de placer, le quitó el camisón. Ella no se resistió, sabía que no era correcto dejarse manejar así, pero se sentía bien, se sentía a gusto y feliz. Allí estaba, sentada, desnuda sobre la cama, con un extraño manoseándola, pero no le preocupaba demasiado, lo único que deseaba era que la cabeza dejara de darle vueltas, ese era su único problema.

-Es… estoy mareada –balbuceó Bianca entre las brumas de su mundo-. No… me encuentro… demasiado… bien…

-No te asustes, es normal –contestó el hombre malvado que ya no parecía tan malvado-. Ahora te vas a ir conmigo, y jugaremos tú y yo. Si te portas bien, volverás a ser libre, si te portas mal, te mataré.

Bianca rió tontamente ante aquella ocurrencia sin ser consciente que su vida pendía de un hilo, un hilo resquebrajado, desgastado, peligrosamente deshilachado. El cazador recorrió el cuerpo de la muchacha con ternura, acariciando cariñosamente cada centímetro, deteniéndose en los pechos, rearándose en las caderas, perdiéndose entre los muslos hasta alcanzar la humedad que ella escondía. Cuando los dedos del hombre entraron en contacto con el sexo de ella, paró en seco y retiro las manos.

-Ahora no, ahora no preciosa, ya habrá tiempo de sobra –dijo mientras le pasaba el vestido por la cabeza con brusquedad-. Vamos, ven, sígueme.

Bianca se levantó y caminó zigzagueante tras su captor, sin ser consciente de porque lo hacía. Simplemente sentía que debía hacerlo. Salieron del apartamento cerrando la puerta a sus espaldas y bajaron juntos en el pequeño ascensor. Bianca sintió una náusea al ponerse en marcha el elevador pero fue capaz de contenerse. Cada vez se sentía más cansada, más mareada, más indispuesta.

Abandonaron el edificio y llegaron hasta una furgoneta negra con cristales tintados. El extraño abrió la portezuela lateral de la parte trasera e indico a Bianca que subiera al vehículo. Como pudo, la chica se izó y se recostó en uno de los asientos cerrando los ojos.

-Has tardado mucho, cariño –dijo una voz desde el asiento delantero.

Bianca se sorprendió de oír aquella voz femenina que no le era familiar, haciendo un esfuerzo enorme, intentó ver de quien se trataba. La sorpresa fue enorme cuando descubrió que era ella misma la que conducía. No era posible. Cómo podía estar conduciendo si estaba sentada detrás. Debía estar alucinando. Desechó aquella idea por inútil y volvió a tumbarse, los parpados le pesaban, las fuerzas la abandonaban, repentinamente todo se volvió negro.

-No he tardado tanto, arranca –fueron las últimas palabras que escuchó la muchacha antes de perder el sentido.

ESTHER (capitulo 7)

– ¿A dónde vamos? –me pregunto entrando en el salón donde estaba escribiendo en el ordenador– ¿qué me pongo?
– Así estas muy bien, yo te veo perfecta.
– ¡Si claro! Voy a ir por la calle desnuda.
– Seguro que causabas sensación, –dije riendo– vamos al teatro y a cenar, algo informal, sexy por supuesto.
– ¡Al teatro! Hace años que no voy …
– A Moncho no le gusta, –dije con fastidio, mientras me levantaba y la acompañaba al vestidor. Ya habían traído la mayor parte de la ropa que compramos tres o cuatro días antes y todavía quedaban cosas por colocar y paquetes por abrir.
– Vamos a ver, un tanga, el mas pequeño que tengas. Una falda corta, pero sin pasarse y un top que no sea muy corto. Quiero que estés sexy, no que parezcas una fulana.
Mientras la hablaba, Esther sacaba ropa, me la enseñaba y yo aprobaba o rechazaba. Por ultimo se puso a sacar zapatos. No había reparado en ese detalle, pero en una tarde compro mas de diez pares. Nunca entenderé la obsesión que tienen las mujeres con los zapatos. Al final elegí unos abiertos, de esos de tiritas y con unos taconazos increíbles que arqueaban sus riñones, redondeaban su trasero y estilizaban sus piernas de una manera maravillosa.
Salimos para el teatro con tiempo, no estaba muy lejos, y quería ir andando para exhibir a Esther lo mas posible.
– Edu, la gente nos mira, –me dijo intentando disimular.
– No mi amor, no nos miran, te miran a ti por lo guapísima que eres, –la respondí mientras la ponía mi mano en el trasero en un perfecto papel de vejestorio baboso.
Llegamos al Español y nos sentamos en una terraza próxima al teatro, justo en la esquina de la calle del Príncipe. Esther, consciente del impacto que producía, –era una sensación nueva para ella– se exhibía todo lo que podía. Cada vez que cruzaba las piernas a lo “Instinto básico” se producía un terremoto. Yo también disfrutaba el momento, normalmente los calvos cincuentones como yo no van con pibones sexys como ella, a no ser que las pagues claro.
El teatro la encanto, se notaba que estaba disfrutando y el marco incomparable del Teatro Español ayudaba. Después nos dirigimos a cenar a un conocido asador argentino de la calle Preciados donde tenia reservada una mesa en la terraza. Durante todo el camino la lleve con la mano en el trasero y la besaba a la mas mínima oportunidad, que por otra parte no me resultaba difícil.
Terminamos de cenar y entre mis caricias, el vino y su exhibicionismo notaba a Esther muy excitada. Me dijo de volver a casa y la dije que no, que quería tomar una copa. A pesar de que los zapatos la estaban destrozando no puso pegas y nos dirigimos al Palacio de Gaviria donde conocía a los porteros y entramos de tirón. Pedimos unas copas y la lleve a una de las pistas a bailar. Esther, que seguía encantada con su recién descubierto exhibicionismo, se empleaba a fondo, se rozaba conmigo moviéndose como una anguila y cabalgaba mi muslo como si bailáramos la lambada. Mientras yo la besaba, la cogía del trasero, e incluso en alguna ocasión, la tocaba el chochito con el mayor de los descaros. Notaba las miradas lascivas de un montón de tíos hasta arriba de copas. Un poco antes de irnos, la lleve hasta la barra, pedí otro par de copas y la deje ahí con la excusa de ir al baño. Oculto entre el gentío, observe como un gran numero de moscones se aproximaban rondándola. Algunos mas atrevidos intentaron entablar conversación, pero ella los rechazaba diciendo que estaba acompañada. Cuando vi que uno en particular se ponía mas baboso de lo normal, intervine, y con buenas palabras y amabilidad me la lleve de allí.
Mientras íbamos para casa, que estaba cerca, comprobé que con el vino de la cena y las copas de la disco, Esther llevaba un pedo importante. Llegamos a casa y se fue derecha al dormitorio.
– ¡Ahora te la chupo, mi señor …! –y no pudo decir mas, como un saco cayó sobre la cama K.O., La desnude, la metí en ella y la deje dormir no sin antes curarla los pies que los tenia llenos de rozaduras. Durante toda la noche ronco como un camionero y en una ocasión vomito. Durmió mucho, hasta mas de media mañana. Estaba escribiendo en el ordenador, cuando la vi aparecer con unas gafas de sol puestas, sin decir nada se dirigió a un sillón y de recostó haciéndose un ovillo. La deje tranquila con su resaca y pasado un rato, me levante y la di un par de ibuprofenos con un vaso de agua.
– Tómatelo, te sentara bien.
Sin rechistar, cogió los comprimidos, el vaso de agua y se los tomo.
– ¿Quieres que prepare algo de comer?
Intento responder negando con la cabeza, pero no pudo. La prepare una infusión, la arrope con una mantita y la deje tranquila en su sillón.
Por la tarde salí para encontrarme con mi desconocida espía fotográfica. Resulto ser una mujer madura, 45 ó 50 años, con cierto atractivo, se notaba que se cuidaba. Me entrego un pen con mas de 1.000 fotos de Esther y una carpeta con una selección impresa de unas cuarenta imágenes. Estuvimos charlando sobre los pormenores del encargo y la dije que posiblemente, dentro de poco, la encargaría otro trabajo de otra índole y mas importante.
– Su amiga es muy especial, –me dijo, cuando nos levantamos para despedirnos– no es una gran belleza, pero es una de esas mujeres que desprenden … sensualidad, que llaman la atención.
– Veo que se a dado cuenta.
– Ya lo creo, me interesan mucho las mujeres, tengo el mismo interés por ellas que usted, soy lesbiana, –me dijo sonriendo.
Cuando llegue a casa, Esther ya deambulaba por la ella pero claramente no estaba disponible, era mejor no hablarla, sospecho que ha sido su primera borrachera. Me senté en el ordenador, introduje el pen y descargue las mas de mil fotos que contenía. Se notaba que la espía sentía atracción por ella, supo captar sus mejores momentos. Según las pasaba, hacia gestos y me reía. Eso hizo que despertara la curiosidad de Esther, que disimulando y haciéndose la distraída fue acercándose a mi mesa. Cuando llego, gire la pantalla para que no pudiera ver nada y la senté sobre mis piernas.
– ¿Qué tal te encuentras? –la pregunte observando su cara enfurruñada.
Encogió los hombros y se tumbo un poco en mi intentando ver algo sin conseguirlo.
– ¿Qué estabas viendo, mi señor? –me pregunto por fin con el ceño fruncido.
– ¿Quieres verlo? Pero primero me tienes que dar un montón de besos que me debes, que hoy has estado desaparecida.
Se lanzo a mi cuello y se puso a besarme introduciendo su lengua en mi boca todo lo que podía. Pasado un ratito de besos y caricias gire la pantalla para que pudiera verla. La imagen que vio era ella misma con su trasero y mi mano en el. Dio un respingo y se quedo con la boca abierta. Moví el ratón y puse el archivo completo.
– ¿Pero cuantas hay? ¿y como tienes estas …?
– Mas de mil, y porque he contratado a alguien para que te las haga.
Me miro flipando y se puso a ver la fotos una a una. En ese momento se encontraba sentada a horcajadas sobre mis piernas y con su vagina totalmente abierta. Note como, después de la sorpresa inicial, su interés iba creciendo al mismo tiempo que su excitación. Como ya suponía, el hecho de sentirse expiada la ponía.
Empecé a acariciar el interior de su muslo, por la ingle. Esther, de inmediato, arqueo su espalda en un gesto de placer. Después de un rato, comencé a rozarla la vagina, despacio, superficialmente. Dio un suspiro profundo y se apoyo con los codos en la mesa, mientras seguía pasando las fotos. Seguí acariciándola la vagina mientras la besaba la espalda. Notaba su deseo aumentar por momentos. Deslice la palma de la mano un poco hacia abajo alcanzando su orificio anal, provocando un gemido de placer. Movía la mano de abajo a arriba con fuerza, mientras ella se contraía y se contorneaba. Seguía pasando las fotos, –las vio todas– y cuando llego a las de la discoteca ya estaba al borde del orgasmo. Entonces me saque la polla y se la metí por el culo provocando un aullido de placer. Su excitación seguía aumentando según pasaba las fotos de la disco y veía como el grupo de borrachos la acosaba. Entonces dejo el ratón, termino de reclinarse sobre mi y coloco sus pies en mis muslos. Comenzó a culear ella misma, con movimientos cada vez mas rápidos y furiosos. La deje hacer, coloque mis manos en su rodillas, Esther bajo una de las suyas y comenzó a masajearse el clítoris. Me retuve todo lo que pude para esperarla a ella y cuando note las contracciones de su ano que anunciaba su orgasmo me sincronice y nos corrimos juntos. Mis gruñidos se vieron ahogados por los gemidos de Esther, siempre mucho mas escandalosa. Permanecimos un buen rato quietos, sin movernos, callados, yo la acariciaba el vientre y ella, con los brazos hacia atrás me acariciaba la cara.
– Me duele el culo, –dijo por fin Esther.
– Recuerda que perdiste la apuesta.
– ¡Jo!
Había pasado casi tres semanas desde que comenzamos nuestra relación Esther y yo, cuando la agencia Pinkerton me llamo por teléfono. Me informaron, que el director de la agencia, el Sr. Pinkerton en persona, quería hablar conmigo. Solo me dijeron que la gravedad de los hechos descubiertos por ellos, imposibilitaba totalmente una información telefónica. Concertamos una cita para el día siguiente en Londres.
– ¿Te apetece ir a Londres? – la pregunte cuando llegué a casa– mañana tengo una reunión allí y me gustaría que me acompañaras.
– Claro que si, pero no tengo ropa.
–Vale, vamos a comprar lo que necesites que hay que acostarse pronto, el vuelo sale a las 6,45 AM.
En tres semanas se había comprado mas ropa que yo en los últimos tres años, pero por supuesto volvimos a salir de compras.
Al día siguiente, ya en Londres, me reuní con Pinkerton mientras Esther se bajaba al spa del hotel.
Resulto ser un hombre de entre 55 y 60 años, fuerte, bien vestido y trato agradable. Nos saludamos cordialmente y entramos en materia.
– No es habitual que me reuna con los clientes, pero dadas la especiales circunstancias que rodean la información recabada sobre este individuo, he considerado conveniente presentarle nuestro trabajo, personalmente. En primer lugar, este señor nunca va a cursillos, su categoría le deja fuera de los reciclajes. Descubrimos que los ejecutivos del banco tiene esa tapadera, digamos que para sus actividades particulares. Por otro lado nos sorprendió que hubiera pocos fondos en sus cuentas de EE.UU. y España. Tenemos pruebas que demuestran que tiene dos cuentas de inversión en las Caimán por un total aproximado de 3 millones de dólares. Posiblemente, casi seguro, encontremos algunas mas, pero ya sabe que estas cosas son complicadas.
– Discúlpeme Sr. Pinkerton, –le interrumpí sorprendido– el estilo de vida de este señor no corresponde con lo que usted me dice, entiendo que este señor es millonario.
– Toda su vida en España es una tapadera …
– ¿Una tapadera de que? –le interrumpi– no entiendo.
– Permítame que continúe y lo entenderá. Como ya sabe, viajó a Chicago y de ahí a Hong Kong y Singapur, donde le perdimos el rastro. Estaba premeditado para que sus huellas desaparecieran. Descubrimos que entro en un vuelo privado en Tailandia acompañado por otro individuo, también ejecutivo del banco y que tenemos perfectamente identificado y que le acompaña en sus correrías, al menos en los últimos seis años.
– Eso no me cuadra con su edad, el es un tío joven …
– No tan joven, lo que si es cierto es que se conserva bien gracias a una cirugía que se hizo hace cinco años. Sabemos que efectivamente es español, pero que falsifico su partida de nacimiento para parecer un hombre de treinta y tantos años, cuando la realidad es que tiene al menos diez o doce mas, incluso su nombre es falso. Pero permítame continuar. En Tailandia se registro en un hotel en la playa turística de Nang. Pero nunca llego a alojarse allí, le encontramos en un hotel desconocido en el interior de la selva, a diez kilómetros de Nang. En este hotel se dan servicios muy especiales … con niños. Pederastas de todo el mundo visitan este hotel, cientos de niños de todas las edades son violados todos los años en sus instalaciones. Tenemos constancia de la presencia de este señor, al menos en los últimos cuatro años.
Mientras decía todo esto, iba sacando fotografias y las colocaba de una en una sobre la mesa, frente a mis ojos. Unas imágenes terribles que provocaron que apartara la vista.
– No se que decir, no me esperaba algo así, –dije con sinceridad.
– Su matrimonio, su estilo de vida, todo es mentira, es una tapadera para esconder sus verdaderas inclinaciones y porque ya ha tenido problemas con la justicia. En España pasa por ser un ejecutivo de medio pelo, cuando en realidad es el director para Europa y el norte de Africa –hizo una pausa y se sincero conmigo– tengo un interés especial en esto, odio profundamente a estos depravados, mas desde que uno intento abusar de mi nieta pequeña hace tres años.
– ¿Pero en el banco lo saben …?
– Si, si, si, lo saben perfectamente, hemos detectado la presencia en ese hotel de al menos catorce altos directivos del banco, aparte del que le acompaña habitualmente. Entre ellos se protegen.
– Mi interés principal es proteger a Esther, su esposa, no le negare que tengo un interés muy especial en ella. Si sale a la luz publica las actividades de su marido, es posible que su divorcio se alargue terriblemente y no quiero que eso ocurra. Cuando se entere de todo esto será un golpe muy duro.
Pinkerton guardo silencio mientras yo intentaba encontrar una solución que satisficiera a los dos.
– Vamos a hacer una cosa si le parece bien. Por el momento todo sigue en secreto. Continúe la investigación, y si le parece bien, podemos asociarnos y extender las pesquisas para descubrir a toda la organización, aportare los fondos que sean necesarios. Supongo que dentro de poco regresara a Madrid, hablare con el y le chantajeare para que de a Esther el divorcio rápidamente y todo el dinero que pueda sacarle. Una vez que ese asunto este solucionado iremos a por el principalmente y a por toda la organización.
– ¿Pero supongo que le tendrá que dar su palabra de que olvidara todo el asunto … ? –razono Pinkerton.
–Por supuesto, y se la daré sin ningún problema, pero con hijos de puta de ese calibre, no hay palabras que cumplir. Estaremos en contacto y le tendré informado de todo. Un sitio como ese en Tailandia pagara mucho en sobornos y corrupción y será difícil meterle mano por ahí, pero se me esta ocurriendo algo que tal vez nos satisfaga a los dos, pero es necesario encontrar las otras cuentas, podemos utilizar ese dinero para financiar todo este asunto ...
– Aunque encontremos esas cuentas, que lo aremos, es imposible meterlas mano, se lo aseguro,–me interrumpió.
– No tan imposible, dejelo de mi cuenta. Ya iremos hablando, –y diciendo esto, guarde el expediente en mi mochila y nos despedimos después de darnos los números de móvil.
Regrese andando al hotel con el cerebro en ebullición, mi principal preocupación era la forma de decírselo a Esther, para herirla lo menos posible. Pensé que lo mejor seria hacerlo en Madrid.
Cuando entre en la habitación, Esther me esperaba desnuda. Había intentado atarse ella misma las manos a la espalda pero un pudo. Con las muñecas solo envueltas por la cuerda se abalanzo sobre mi como una fierecilla. La abrace, la levante del suelo y me la lleve a la cama. La ate las manos como ella quería y me puse a acariciarla todo el cuerpo, a besarla, a chuparla. La hice cosquillas, y nuevamente la entro la risa histérica e incontenible mientras pataleaba frenéticamente. Pare y puse mi mano en su vagina, masajeado con fuerza. Estaba muy excitada debido a la espera y de inmediato se puso a jadear. La separe la piernas con la manos y metí mi boca en su entrepierna, –podrían estar horas comiéndola el chochito– mi lengua exploraba todos sus rincones mas íntimos hasta que después de unos minutos se corrió y su flujo vaginal comenzó a salir directo a mi boca.
Me quite la ropa, me tumbe en la cama y la puse sobre mi para penetrarla. La deje que actuara. No me cansaba de mirarla, contorneándose , retorciéndose, con sus tetas vibrando, temblando. Gimiendo como solo ella sabe hacer. Se inclino sobre mi mientras seguía con su febril actividad y yo la ayudaba moviendo mi pelvis al ritmo de ella. La acariciaba sus pies cuando tuvo un nuevo orgasmo que la descontrolo y fue incapaz de seguir manteniendo el ritmo. La levante, la tumbe en la cama boca arriba y continúe fallándola despacito, pausadamente para conseguir un nuevo orgasmo. La llegó mientras me corría oyendo sus maravillosos gemidos. La abrace y me gire para ponerla otra vez encima de mi y así, acariciándola y besándonos estuvimos mucho tiempo.
– ¿Estas bien mi amor?
– Ahora si, mi señor.

viernes, 23 de diciembre de 2011

La abducción de Servanda

– ¡¡Vaya nochecita, y me la quería perder!! –se decía Servanda, Servi para los amigos. Estaba mas cabreada que una mona. Juraba y perjuraba que no volvería a ir a una cita a ciegas organizada por la Paqui, – una y no mas Santo Tomas, menudo anormal … ¡joder, si no me ha dejado ni chupársela! … y luego encima me hecha un polvito rápido, ¡¡¡como los conejillos!!! … Y se pone a fumar, con el asco que me da … ¡¡QUE HIJO DE PUTA!! … ahora, la Paqui me va a oír como que me llamo Servanda. ¡No te jode! Recomendarme a un amigo suyo “que es muy majo” … los peces del acuario de casa, uno a uno, tienen mas inteligencia que él … además tenia caspa.
Ensimismada en sus pensamientos, seguía conduciendo por la autovía camino de casa. Cuando pasó por la gasolinera que hay un poco antes de su salida, se fijo en la temperatura y la hora, –¡¡joder, pues si que ha sido rápido!! no son ni las dos y hace un frío que pela -4º, te cagas.
Llegó a la salida 36 y cogió la carretera local de donde salía la estrecha y angosta pista de cemento que conducía a su urbanización. Hace tiempo que esta carreterita la tenían que haber arreglado, pero con la crisis del ladrillo, la constructora quebró y ahora todos se echan la pelota unos a otros. Ya sabéis, políticos. Iba despacito, por ahí no se puede ir rápido porque te la pegas, cuando de improviso dos luces muy potentes se encendieron sobre la vertical del automóvil, inundando su interior con una luz excesiva que la hacia daño y perdió la noción del tiempo.
Cuando abrió los ojos no sabia donde estaba, una luz aséptica y uniforme bañaba una estancia de la que so sabia si era grande o pequeña. No podía moverse, su cuerpo estaba totalmente paralizado, ni siquiera podía mover los labios o pestañear. Percibía movimiento a su alrededor sin llegar a distinguir la causa. Al principio estaba sorda como una tapia, pero se improviso empezó a oír y a recobrar algo de sensibilidad, pero seguía sin poder moverse. Las voces que oía las entendía perfectamente y no se explicaba porque, claramente no eran en español.
– ¿Lo tienes ya?, entonces sácalo, – quien hablaba era un ser extraño, bastante raro, ni siquiera se parecía mucho a la idea que tenemos de humanoide. Una especie de masa alargada de color marrón, con un estrechamiento en la parte superior delimitando lo que debía ser la cabeza, principalmente porque tenia dos esferas semibrillante que serian los ojos, y un agujero mas abajo que supongo que seria la nariz o la boca, averigua. La cabeza estaba coronada por cuatro antenas de unos diez centímetros. de color rojo. No eran nada altos, la realidad es que eran unos retacos de apenas un metro. Dos cilindros mas largos que el cuerpo, estrechos y flexibles como tentáculos, hacían las veces de brazos, rematados directamente con seis dedos. No tenían, ni piernas, ni pies, ni nada parecido, se desplazaban subidos en unos discos gravitatorios de un diámetro ligeramente mayor al de su cuerpo y que controlaban sin ningún tipo de mando, ni nada parecido. Por ultimo, en la parte inferior delantera, sobresalía una protuberancia, una especie de bolsa marsupial de unos quince centímetros de utilidad desconocida. La verdad, es que se parecían mas a unos gusanos, eso si, muy gordos y avanzados, que a otra cosa, pero en definitiva, gusanos y repugnantes. Los “Falori” son exploradores de la galaxia, sus poderosas y gigantescas naves la recorren estudiando culturas y catalogando espécimenes. Cuando llegan a un sector de estudio, lanzan naves auxiliares muchísimo mas pequeñas y controladas por un súper ordenador, con muy poca tripulación, principalmente científica.
– ¿Cómo has etiquetado este espécimen? –pregunto uno de ellos, mas flacucho que el resto, mientras introducía la muestra que acababa de extraer de la entrepierna de espécimen en un cilindro transparente.
– 69, –respondió otro mas gordito –te has fijado en las peculiaridades del espécimen.
– ¿A que te refieres? –respondió con extrañeza el flacucho.
– Vosotros los químicos no veis nada, mas que formulas y compuestos, –dijo el gordito– si fueras fisiólogo forense percibirías detalles interesantes.
– Un espécimen, es un espécimen. ¿Este qué tiene de especial?
– Es una hembra joven, pero no tanto como la anterior que era una cría humana pequeña. Igual que esa, no tiene pelos en la zona reproductiva, cuando debería y por unas ligeras abrasiones que tiene en la cara interna del aparato reproductor, aseguraría que ha tenido activad reproductora en las ultimas horas, y no vamos a decir nada de ese arito que lleva en la parte superior del orificio de expulsión de desechos líquidos y del que desconocemos su función. Además, sus glándulas mamarias son enormemente grandes, mucho mas de la media y tienen unas bolsas sintéticas en su interior. Y por ultimo, por sus medidas antropométricas, si fuera Falori, diría que esta muy buena. La conversación suscito el interés de los demás científicos que fueron rodeando la mesa de examen, donde inerte y espatarrada estaba Servanda, el espécimen 69. Mientras la conversación se producía, los científicos introducían constantemente diversos instrumentos de examen, de todos los tamaños y formas imaginables, en el aparato reproductor del espécimen 69.
Servanda estaba que echaba humo, –estos cabrones no hacen mas que meterme cacharros en el chocho, me están poniendo a cien y encima no me puedo mover– pensaba mas cabreada que una mona.
– Pásame una sonda del numero 7 que voy a explorar su orificio de expulsión de residuos sólidos, – dijo el gusano flacucho.
– El gordito, consulto el programa en el ordenador y perplejo le paso instrumento al flacucho. –No esta programado ese examen, ¿no será demasiado grueso para un orificio tan estrecho?
El flacucho, esbozando algo parecido a una sonrisa maléfica, supongo, le contesto, –¿qué mas da, no se va a quejar y tengo interés en hacerlo para ver que pasa?
Una voz metálica procedente del ordenador central, atronó la sala de examen.
– Esta contraviniendo la segunda directriz, de la Directriz Primaria Fundamental, “Bajo ninguna circunstancia se puede causar daños consciente a ninguna civilización inferior”
– Negativo, es una prueba fundamental de ultima hora y no se va a causar ningún daño al espécimen, compútalo, –contesto el flacucho, mientras procedía a la introducción del instrumento por el orificio rectal de Servanda.
– ¡¡Por todos los emisarios!! Le ha entrado sin ninguna resistencia, –dijo el gordito, mientras un coro de exclamaciones de admiración, procedente del resto de los científicos le acompañaba.
De repente, las sirenas de alarma de la sala se dispararon ante el desconcierto de los científicos que rodeaban a Servanda y la voz metálica del Ordenador Central atronó.
–Detectado fallo en el sistema de contención del espécimen 69. Fallo total en seis segundos, cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero.
Ante el terror de los científicos que la rodeaban, Servanda se incorporo de golpe y se puso de rodillas encima de la mesa de examen, con la sonda del numero 7, alojado en su recto.
– ¡Tú, gusano asqueroso!, ¿esta mierda es tuya? –le dijo al delgaducho mientras se sacaba el aparato de su culo, – ¡menuda puta mierda! ¿no lo había mas grande? ¡gilipollas!
Con los ojos desorbitados los científicos miraban al Espécimen 69, mientras Servanda, mas caliente que una novicia en celo, estaba dispuesta a follarse lo que fuera ... tripulación incluida.
– ¿No sabéis que esta muy feo ir secuestrando chicas indefensas como yo para meterlas cositas por los agujeritos? – los Falori, casi alineados, asistían temerosos, con la cabeza baja a la bronca del Espécimen 69.
– Disculpe espécimen 69, –dijo el gordito, mientras el resto de tripulantes le miraba– somos exploradores de la galaxia…
– ¿Exploradores? ¡menudos exploradores de mierda!, –le grito Servanda– aquí cuando explorábamos, los nuestros, lo primero que hacían era follarse a toda indígena que veían … con dos huevos, nada de chorraditas con aparatitos de mierda, ¡maricones!
Los fue mirando uno a uno con el ceño fruncido, mientras los gusanos no se atrevían a moverse.
– A ver, tú, el gordito, me has caído bien, acércate, ­–dijo dirigiéndose al gordito, lógicamente, que temeroso se acerco a ella– ¿vosotros donde tenéis la picha?
El gordito la miro sin entender nada mientras se acercaba y dirigiéndose al ordenador le dijo, –no entiendo esa palabra, compútala.
– La palabra no puede ser computada, no hay antecedentes en el banco de datos.
– Menudo ordenador de mierda … – comenzó a decir Servanda cuando en ordenador la interrumpió.
– Espécimen 69, no me falte …
– lo mejor que puedes hacer es callarte, cafetera parlante …
– ¡¡Me ha llamado cafetera!! ¿qué es una cafetera??
– Anda, corta el rollo, –Servanda estaba lanzada y dirigiéndose al gordito le preguntó –¿no sabes lo que es la picha?, ¿el nardo, el falo, la cola, el rabo, el pene, el cipote, la polla, el cilindrin, el quitapenas? … ¿Joder, con algo te reproducirás?
– ¡¡AAhhhh!! –dijeron todos los gusanos a coro, y el gordito añadio– el “naar”, lo llevamos en la bolsa ventral.
– ¡Anda, que apañaos!, –y sin pensárselo metió la mano en la bolsa y agarro algo gordo y de mas de medio metro de largo que provoco una exclamación de admiracion– ¡mira lo que escondías!
El gordito daba grititos de terror mientras Servanda lo aproximaba un poco mas tirando del naar como si fuera una cuerda. Cuando lo tubo pegado a ella, agarro la punta, se lo metió en la boca y comenzó a succionar. La inexpresiva cara del alienígena comenzó a hacer una amplia gama de gestos ante los ojos asombrados de sus compañeros científicos. Aguanto poco, en veinte segundo se corrió abundantemente en la boca de una decepcionada Servanda mientras tenia que agarrarse a los bordes del disco para no caerse.
–¿¿Ya esta explorador de los cojones?? –le dijo con los brazos en jarra y la boca chorreante de esperma extraterrestre. Y mirando alrededor añadio– ¡¡Joder!! memos mal que hay unos cuantos.
Un avergonzado gordito, con su flácido naar colgando por debajo de disco se retiro hacia la zona del computador cuando su metálica voz atronó.
– ¡¡Se ha incumplido gravemente la Directriz Primaria Fundamental que claramente prohíbe procrear con especies inferiores!!
– Anda mira si es una cafetera lista –y mirando a los acobardados gusanos exploradores añadio– ¡a ver, alguien que desenchufe la cafetera!
Todos la miraban sin comprender mientras el ordenador dice que la frase no es computable.
– ¡¡Joder que cortos!! Abra un botón para apagar ese cacharro.
– Que nadie se acerque a mis controles …
– ¡¡Pues cállate de una puta vez y no me hagas perder el tiempo!! –y metiendo las manos en las bolsas de dos de los alienígenas saco sus naar e inclinando su cuerpo hacia delante y sin soltarlas para que no huyeran se las introdujo en la boca y la vagina.
Inesperadamente el resto de científicos falori se arremolino en torno del espécimen y sacando sus naar comenzaron a restregarlo por la anatomía objeto de estudio. Según se iban corriendo, otro ocupaba su lugar en una rueda sin fin. Todos sus agujeros fueron penetrado, todos sin excepción. Los gusanos, poseídos por un ansia irrefrenable, se atropellaban, se empujaban y chocaban entre ellos. Cuando todos pasaron por lo orificios naturales de Servanda, fueron repitiendo, incluido el gordito, provocándola innumerables orgasmos durante un par de horas. Cuando todo termino, los intrépidos exploradores revoloteaban exhaustos con sus flácidos naar colgando fuera de los disco. Servanda, con todos sus orificios chorreantes de esperma alienígena, reposaba inerte sobre la mesa de examen.
Un verdadero alboroto se organizo cuando la pasión fue decreciendo y la dura realidad los atrapo. Arremolinados en torno al flacucho, que parecía el jefe, no paraban de quejarse.
– ¡¡Todo esto es terrible!!
– ¡La Directriz, la Directriz!
–¡Nos la vamos a cargar!
– ¡Y se la hemos metido por su orificio de expulsión de residuos! ¿que asco!
– ¡Cuando se enteren nos van a mandar a casa de una patada y no vamos a explorar en la vida!
–¡No lo entiendo, no lo entiendo!
–¡¡Y con un ser inferior, que vergüenza!
–¿¿Cómo ha podido pasar??
– Posiblemente yo tenga la respuesta. –atronó la voz metálica e impersonal del computador central, que durante la orgía espacial había estado callado– el espécimen 69, segrega una sustancia adictiva que ataca directamente y de manera agresiva el sistema nervioso de los falori. En este planeta se llaman feromonas, y las del espécimen 69 son muy poderosas …
– ¡¡¡Mira cafetera de mierda, como me vuelvas a llamar espécimen, te pego una ostia que te reciclo!!! –grito el especi … perdón Servanda que empezaba a estar hasta los cojones del computador– ¡y tienes suerte de que no tengas polla, yo me follo todo lo que se menea!
– ¿¿¿¡¡!!??? … –el computador intentaba computar lo incomputable pero ante la sorpresa de todos dijo– ahora no, pero con un poco de tiempo se pudría arreglar.
–¡¡¡Computador!!!
– ¡¡Inadmisible!!
– ¿Qué estas diciendo?
– ¡No cabe duda, esta averiado!
– Hay que hacerle un diagnostico …
– Y una revisión urgente.
– Le podemos echar la culpa a el.
– ¡¡¡Eh, eh, eh … tranquilos todos … y mantengamos la calma –dijo Servanda sentada en la mesa de examen, intentando poner un poco de orden, y mirando al ultimo que había hablado añadio– ¡anda mira, si tenemos un gusanito chivaton!
Todos guardaron silencio, se miraban entre ellos y todos miraban a Servanda.
– Yo lo veo de la siguiente manera, primero, nadie tiene por que enterarse de lo que ha pasado si ninguno abrís la boca, segundo, la cafetera pude “olvidar” todo lo que aquí ha ocurrido y la próxima vez solucionas lo tuyo, nunca lo he hecho con una maquina que no fuera a pilas.
– ¿Qué próxima vez? –preguntaron al unísono los gusanos.
– A ver si creéis que os vais a librar tan fácilmente de mi, cada cierto tiempo os tenéis que pasar por aquí para hacerme una visita.
Los alienígenas volvieron a mirarse entre ellos hasta que al final, el jefe flacucho, colocándose al lado de Servanda, rodeo su cintura con uno de sus largos brazos y rascándose la cabeza tomo la palabra con aire pensativo.
– Bien, solo podremos hacerlo mientras estemos en este sector del cuadrante y los transportadores estén a distancia. Tú la vas a colocar un localizador para saber en todo momento donde esta, –dijo señalando a uno de sus compañeros­ y dirigiéndose al computador dijo– y tú borra de tu memoria todo lo referente al espécimen 69 … y como te lo montes con ella es cosa tuya … no quiero ni saberlo.
Permaneció unos instante mirando detenidamente a todos, mientras de reojo miraba las tetas de Servanda.
– Y lo principal, todos con la boca cerrada, supongo que sois conscientes de la gravedad de la situación y de que nos jugamos mucho. Además es posible que hayamos encontrado un … –y mirando a Servanda la pregunto– ¿cómo decís en este planeta, un chollo?
Todos estuvieron de acuerdo y asentían mientras, sonriendo con cara de sátiros, empezaban a introducir sus manos en las bolsas ventrales. El flacucho, saco su naar de la bolsa y poniéndoselo a Servanda en la mano dijo:
– Creo que este es el comienzo de una gran amistad.

martes, 20 de diciembre de 2011

ESTHER (capitulo 6)

Esas treinta agotadoras horas, fueron el comienzo de una relación estable y totalmente llena de morbo y deseo.
Recuerden que Monchito estaba en Chicago por varias semanas y eso nos permitía una libertad de movimientos total. Esther no quería volver con el y estaba dispuesta a abandonar su casa y venirse definitivamente a la mía. Pero la convencí de lo contrario, la hice ver que tenia que ser paciente, que cuando regresara, volviera con el como si nada hubiera pasado y que confiara en mi. Como ejecutivo de un banco norteamericano, su marido era un hombre de recursos económicos, y aunque a Esther, conmigo no la iba a faltar nada, –tengo mucho mas dinero que el– no estaba dispuesto a permitir que se fuera con una mano delante y otra detrás.
Como ya he dicho, tengo mucho dinero, fruto de un euromillon afortunado que me forro con mas de cien millones de euros. Prácticamente nadie lo sabe, lo que me permite llevar una vida normal y corriente, sin llamar la atención. Puse mis recursos económicos a funcionar y contrate la mejor agencia de detectives de EE.UU, la Pinkerton National Agency que tenia ramificaciones por todo el mundo y les puse sobre su pista. Fui muy claro con ellos, quería saber absolutamente todo, trabajo, relaciones, amistades, aficiones, recursos económicos, incluso a que hora se tiraba pedos. Y todo sin reparar en gastos, para lo cual les hice un primer deposito de 15.000$. A las pocas horas me informaron que Moncho no estaba en Chicago, ni en los EE.UU. había desaparecido después del curso que duro una semana y nadie sabia donde estaba. Mis sospechas se confirmaban, ya le tenia, pero entonces no me imaginaba hasta que punto. Una semana después, me reuní con un enviado de la agencia en Barcelona, donde se encontraba siguiendo una línea de investigación que luego resulto fallida. Me entrego un voluminoso dossier con todo lo investigado hasta ahora. Le habían seguido la pista hasta Hong Kong y Singapur, donde la perdieron, pero si sabían que iba acompañado de otro hombre. Les ordene que siguieran y que intensificaran esfuerzos hasta encontrarle y que utilizaran todos los medios necesarios, fuesen los que fuese, y les transferí otros 25.000$.
Mientras regresaba a Madrid en el AVE, me dedique a examinar el expediente. El trabajo de la agencia había sido eficiente y exhaustivo, incluso tenían copias de los extractos bancarios de sus cuentas en EE.UU. El muy cabrón tenia un patrimonio total en ese país de 225.000$ y solo a su nombre, de Esther no había ni rastro. Me hizo gracia comprobar que incluso ella había sido investigada, una carpeta a su nombre incluía algo de información, poco, no había mucho que contar y mas de treinta fotos. Me impresiono el trabajo de la agencia, había varias que las sacaron dentro de gimnasio mientras hacia step o corría en la cinta. Recordé una novela del gran Juanjo Millas donde la protagonista contrataba a un detective para que la siguiera y la fotografiase. Llame a Pinkerton y les dije que no era necesario ningún seguimiento de Esther y busque en Internet una agencia de detectives de Madrid. Hable con una señorita de voz muy agradable y la encargue un seguimiento fotográfico de Esther, solo fotos. No me anduve con tapujos y se lo explique muy claro.
– Quiero disponibilidad las 24 horas. Yo les avisare cuando voy a salir con ella y ustedes hacen su trabajo, con detalle, quiero cientos de fotos.
– Eso puede elevar la factura bastante …
– Eso no es problema. Fundamental, ella no debe percatarse de nada, si ocurriera no les pagaría, ¿a quedado claro?
– Si, muy claro.
– Y otra cosa muy importante, no me importa lo que ustedes piensen, cualquier tipo de duda, o pregunta que tengan, descártenla. Se lo vuelvo a preguntar, ¿a quedado claro?
– Perfectamente. Solo una pregunta, ¿puede decirme la duración de trabajo?
– Digamos que … cinco seguimientos. Después se acabara definitivamente.
– Muy bien, entonces espero sus noticias, –y me dio su numero de móvil para tenerla localizada en todo momento.
Cuando llegué a casa, Esther me estaba esperando sobre la cama, desnuda, de rodillas y con el cuerpo inclinado hacia delante. Durante todo el día ha estado sola en mi casa, donde vive desde que nos conocimos. Se ha adaptado bien a ella, de la decoración minimalista, aséptica e impersonal de la suya, al castellano, barroco y calido de mi ático. También a hecho buenas migas con Spok, mi gato. Y el con ella. Lo encontré tirado en la calle con apenas dos semanas de vida, malito de un ojo y llego de parásitos. Entre el veterinario y yo lo sacamos adelante y resulto ser de una raza extraña, un gato de Maine cola de castor, una bola peluda de diez kilos. Siempre que tiene oportunidad esta encima de ella, –esta claro que tonto no es– y ella lo achucha y lo acaricia constantemente. Son inseparables.
Cuando se fue la asistenta, se desnudo, cogió un libro y salio a tomar el sol a la terraza. Cuando la entro hambre mordisqueo un par de manzanas y se puso una copa de vino, Rivera of course, Cuando la llame para decirla que estaba apunto de llegar a Madrid, tal y como me hizo prometerla, se ducho y me espero en la cama tal y como ya he descrito. La sonreí y dejando la cartera en el suelo me senté a su lado. La acaricie la espalda, la nuca y el trasero mientras ronroneaba como una gatita melosa. Se incorporo, me desnudo y no me dejo ducharme. Se sentó atravesada en mis piernas y se abrazo a mi. La acariciaba, la besaba, la olía, la mordía, no me cansaba, me estaba haciendo adicto. Con mi mano derecha la comencé a estimular la vagina y automáticamente, ella, comenzó a contonearse de placer. Mientras insistía en su entrepierna, la besaba con pasión, como si fuera a ser la ultima vez. El placer la invadía, se agarraba a mi clavándome las uñas –me tenia la espalda destrozada– y yo insistía para provocarla un orgasmo rápido y lo conseguí, a los pocos segundos se contrajo, aprisiono mi mano con sus muslo, se corrió y gimió con su sonido característico. Durante unos minutos permanecimos abrazados, acariciándonos, besándonos. La cogí en brazos y la tumbe en la cama. Me puse sobre ella y rápidamente me atrapo con sus piernas rodeándome la cintura. La sujete las manos por encima de su cabeza y la penetre con delicadeza, como siempre, y comencé despacio, muy despacio, a este ritmo puedo estar mucho tiempo. Y lo estuve, ella no me soltaba del abrazo amoroso de sus piernas y se aferraba a mi con cada orgasmo, que fueron varios.
– Por favor, mi señor, quiero que te corras en mi boca, quiero saborearte.
Cuando estaba apunto de correrme, me separe. Esther, se puso rápidamente de rodillas, se inclino y se la metió en la boca. Acariciaba mi glande con su lengua y mis testículos con la mano, a los pocos segundos eyacule abundantemente. Esther siguió hasta que termine.
– Mira mi señor, no se me ha escapado nada, –me dijo sonriendo y se abrazo a mi con claras intenciones de seguir jugando.
– Espera mi amor, –la dije cogiéndola por los brazos, separándola de forma cariñosa y acariciando su mejilla– tenemos que hablar, pero déjame ducharme. ¿Te apetece un japo para cenar?
Contesto afirmativamente y la dije que fuera haciendo el encargo mientras me duchaba. A los pocos minutos llego el encargo y cenamos en la cocina con un buen vino.
Cuando terminamos, nos sentamos en la mesa del salón y saque el expediente, a excepción de su carpeta. Esther me miraba con interés, sin adivinar de que iba la cosa.
– Cariño, hace cinco o seis días, encargue a una agencia de detectives norteamericana que investigaran a tu marido, –dije ante la cara de sorpresa de Esther. La conté todo lo que habían descubierto mientras me escuchaba abrazada a sus piernas.
– Mi señor, no me importa con quien se haya ido …
– Pero a mi si, nena, –la interrumpi– ese hijo de puta te ha engañado, te ha tenido arrinconada mientras el hacia, vete a saber que. Tiene todo vuestro dinero y la casa de abajo a su nombre, y de todo te pertenece al menos la mitad y es tu futuro, no lo olvides.
Ella me miraba asintiendo con ojos tristes. Se daba cuenta que había desperdiciado cinco años de su vida. Pero no quería luchar, ni verle mas y me dijo que lo dejaba todo en mis manos.
– Eso va ser inevitable, pero procurare que le veas lo menos posible, –la dije acariciándola la mejilla– pero no pensemos mas en eso, mañana nos vamos de compras.
– ¿De compras? Vale, ¿qué tienes que comprar?
– Vamos a comprar ropa para ti.
– ¿Para mi? –su ojos se iluminaron– pero yo no necesito …
– La ropa que usas habitualmente no te queda bien. Eres una mujer joven y guapa, y necesitas ropa que te siente bien.
– Pero yo no tengo dinero …
– Tu de eso no te preocupes, yo me ocupo.
Ya era tarde y nos fuimos a la cama. Desde que estamos juntos Esther no usa pijama ni camisón, duerme desnuda. Yo no puedo, duermo con un pantalón de los de pintor que venden en el Rastro y uso colores llamativos, el de esta noche es morado.
Por la mañana fuimos juntos al gimnasio, –vamos al mismo que esta pegado a casa– y estuvimos un par de horas. Previamente llame a la agencia y les informe de la programación de nuestras actividades, gym por la mañana y compras por la tarde.
Después de comer, dormimos la siesta, –que con Esther al lado, eso es un decir, En ocasiones pienso que quiere recuperar el tiempo perdido– y luego nos preparamos para salir.
– ¿Que vamos a Sol, mi señor?
– No mi amor, vamos a Serrano.
– Pero eso es muy …
– ¡Esther, no quiero que te vuelvas a preocupar de eso! ¿esta claro?
– Si mi señor –me dijo con cara enfurruñada y bajando los ojos mientras la abrazaba.
– Mira cariño, no quiero discutir esto contigo cada dos por tres, mientras estés conmigo, no te faltara de nada, tengo mucho mas dinero que el cabrón de tu marido. –y después de una breve pausa añadi– Mira, mi dinero me lo gasto con quien me da la gana, y no veo a nadie mejor que con la mujer que quiero.
Esther no dijo nada, dos lágrimas rodaron por sus mejillas mientras me abrazaba. La acaricie y la besé. Se pinto y nos fuimos.
Durante todo el tiempo que estuvimos de compras me mostré muy cariñoso con ella, la sobeteaba, la acariciaba el trasero con descaro por encima de los vaqueros, la morreaba a cada momento. Di una perfecta imagen de un vejestorio baboso. Salíamos de una súper boutique y entrábamos a otra súper boutique. Le cogió pronto el aire a la zona, al final de la tarde nos fuimos en taxi para casa con muchos paquetes, mas los que iríamos recibiendo a lo largo de la semana.

– Todos piensan que soy tu amante, tu querida.
– Bueno, y lo eres ¿no?
– Si, Edu, y me gusta, –no la dejaba utilizar el “mi señor” fuera de casa.
– ¿Lo estas pasando bien?
– Si, si, muy bien, que lastima que no halla en Madrid una boutique de Victorio y Lucchino, me encantan, siempre he querido tener algo de ellos.
Durante todo ese día no fui capaz de localizar a los detectives fotógrafos, llegue incluso a dudar que estuvieran haciendo su trabajo.
De regreso a casa, picamos algo para cenar y con una copa de vino nos fuimos a abrir paquetes. Mi vestidor es enorme y yo solo ocupo una cuarta parte. Me lleve un sillón y me senté al fondo mientras Esther sentada en el suelo sacaba lo que había comprado. Mucho mas lo mandarían en los próximos días, después de adaptarla a su talla 34, –ya he dicho que era muy pequeñita, media 1,56 y pesaba 45 Kg.
– Ya se que no vamos a discutir esto, pero toda esta ropa vale una pasta gansa.
Sentada en el suelo, desnuda, con los ojos brillantes y una sonrisa de oreja a oreja, se ponía por encima la ropa, se miraba en el gran espejo del vestidor y luego me miraba a mi. Era tal la pasión que despertaba en mi, que cualquier cosa que hacia me entraban una ganas irrefrenables de follarla. Me lance sobre ella arrancándola una carcajada y la bese en la boca como si fuera a borrarla los labios. No me quite ni la ropa, me la saque, la penetre y la folle con furia. Aguante todo lo que pude hasta que ella se corrió y entonces lo hice yo. Mucho tiempo después me dijo que la encantaba cuando la asaltaba en cualquier parte y de cualquier manera. Recuerdo que en una ocasión, mientras intentaba infructuosamente enseñarla a escalar en la Pedriza, me entraron los voltios y la folle en un saliente, casi colgados de una cuerda. ¡Joder, que corte! Nos debió ver todo el parque.
Desperté por la mañana y me sorprendió no verla en la cama, era la primera vez que ocurría. Me levante un poco preocupado, recorrí la casa buscándola sin éxito, la cocina, el baño, el despacho, nada. En el salón oí unos golpecitos tenues, me asome a la terraza, donde en una estancia prefabricada tenia el gimnasio y la vi, desnuda, dando puñetazos al saco de boxeo. Con cada golpecito, agitaba la mano con gestos de dolor. Me aproxime a ella y la abrace por detrás mientras la sujetaba para que no diera mas golpes.
– Te vas a hacer daño mi amor. Te voy a enseñar a vendártelos, creo que tengo vendas de tres metros.
– ¿Tres metros, mi señor? Con eso no me hará falta el guante, –dijo la muy cachonda.
– Que te crees tu eso, yo los uso de cuatro.
Cogí sus manitas y se las vende. La puse los guantes que la estaban gigantescos y se puso a hacer la payasa haciendo que boxeaba. Lógicamente no tenia ni idea, pero me reí un rato. Comencé a tener una erección y ella se percato de inmediato, se aproximo a mi lanzando sus puños hacia mi entrepierna, mientras yo reculaba por precaución. Se arrodillo y subió los brazos para que la quitara los guante mientras restregaba su cara en mi pene, por encima del pantalón.
– No cariño, yo no te los quito, apáñate como puedas.
Me miro con ojos de felina traviesa e intento coger con los dientes la cinturilla del pantalón. No la resulto nada fácil, intentaba ayudarse con los enormes guantes pero era imposible. La veía muy excitada, juntaba sus muslos intentando encontrar algún rozamiento de su vagina. Al fin y con mucho esfuerzo lo consiguió y se puso a chupar como una posesa. En ocasiones intento con su enorme guante tocarse el chocho, pero era imposible y eso la ponía aun mas frenética. Normalmente la acariciaba, pero esta vez no, solo la agarre la cabeza cuando me corrí llenando su boca de esperma, que como siempre se trago. Siguió chupando hasta que no quedo ni una gota y entonces se tumbo y se espatarró frenética, como una perra salida.
– Por favor, mi señor …
– No mi amor, te lo tienes que ganar, te propongo un concurso.
– ¿Un concurso? –dijo con un hilo de voz mientras me miraba flipando y se pasaba guante por el chocho, casi se desmaya.
– ¿Qué tal se te da saltar la comba?
– ¿Mi señor, quieres saltar la comba? –seguía flipando, y suspirando añadio– de pequeña era una gran saltadora con la cuerda.
– Si lo haces mejor que yo, te chupo el chocho durante una hora y luego te follo. Si pierdes, durante dos días no te lo chupare y solo te lo haré por el culo … bueno, y por la boca. Tu decides.
Estaba tan excitada que dijo que si como en trance. La quite los guantes y las vendas y la di la comba. Se puso a saltar y lo hacia muy bien … pero no lo suficiente.
– Como no te esfuerces mas perderás, –la comba es un ejercicio muy exigente y rápidamente el cuerpo de Esther empezó a cubrirse de sudor mientras intentaba ir mas rápido.
Diez minutos después paro agotada, ya no podía mas. Cogí la comba y me puse a saltar, primero pies juntos, luego pies alternos, cada vez a mas velocidad, cruzaba cuerda y finalmente la pasaba dos veces con cada salto. Son muchos años de boxeo.
– ¡Vaaale mi señor, me rindo, has ganado!, – se abrazo a mi con deseo irrefrenable juntando su sudoroso cuerpo con el mío. La abrace y la tumbe en el suelo, la gire y la puse a cuatro patas. La penetre el culito despacio, con amor. Cuando estuvo totalmente dentro, ya estaba gimiendo. La incorpore y la ayude estimulando su clítoris con la mano, mientras con la otra la pellizcaba los pezones. Cuando note que el orgasmo empezaba a desatarse y mientras seguía estimulando su clítoris, la di dos azotes fuertes en las nalga que provocaron un fogonazo de placer en ella que lo multiplico. Abrió la boca sin gritar mientras yo seguía bombeando hasta que se corrió en mi mano. Continúe un par de minutos mas hasta que me derrame dentro de su ano. Cuando todo paso se separo de mi, se giro y se puso a chapármela alargando mas mi placer.
Cuando se levanto, se fue al baño mientras se acariciaba la enrojecida nalga azotada y un hilito de esperma caía de su dilatado ano.

lunes, 19 de diciembre de 2011

ESTHER (capitulo 5)

La cogí de la mano, la lleve al dormitorio y sumisa se dejo conducir. La abrace sujetándola por la nuca y el trasero y comencé a recorrerla la boca con mi lengua mientras ella rodeaba mi cintura con sus brazos. Así, descalza y junto a mi, veía con claridad lo pequeñita que era. Seguí morreándola mientras notaba como comenzaba a rozar su trasero con mi mano, un áspera de las pesas de gimnasio. Comprobé con las yemas de los dedos como empezaba a humedecerse con mis besos. Cuando considere que estaba suficientemente preparada, me desnude con su ayuda, cogí las cuerdas y me senté en un sillón orejero, de los antiguos, que tenia en un rincón del dormitorio. Estuve tentado de preguntarla si montaban alguna historieta en el, pero supuse que no y lo descarte. La arrodille entre mis piernas y continúe con las caricias y los besos. Cogiéndola por nuca, la incline y la introduje mi polla en la boca. Coloque sus manos a la espalda y la deje hacer durante unos minutos. La di la vuelta y la ate las manos con los codos hacia arriba por detrás de la nuca con el extremo de la cuerda. La cuerda que quedaba se la pase por el cuello dando dos vueltas y haciendo un nudo. Deje caer el resto de la cuerda por su espalda y rodee su cuerpecito justo por debajo de sus pechitos dando tres vueltas. Antes de apretarla y hacer los nudos la dije que echara el aire de sus pulmones, cuando lo hizo, se la ajuste y la anude con varios nudos. Mi idea era restringirla un poco la respiración para mantenerla en déficit de oxigeno, que en algún lugar leí que eso ayudaba mucho. Esther no se quejo en ningún momento pese a que, evidentemente, estaba muy incomoda. La gire nuevamente y la incline para que me la siguiera chupando durante otro par de minutos. La incorpore y la morree un rato largo. Dios, no me cansaba de besarla, de chuparla, de olerla. Que bien sabe y que bien huele.
La lleve a la cama, la tumbe y la ate de los tobillos a las patas de la cama con la piernas bien abiertas.
– ¿A que no sabes lo que voy a hacer ahora? –la pregunte riendo, y antes de que contestara me puse a hacerla cosquilla presionando con las yemas de los dedos sus costados con la rapidez de un pianista.
– ¡¡No, no, no, no, no, no, por favor, no, no, no, ja, ja, ja, …!! –y no pudo decir nada mas.
Estallo en un risa histérica e incontenible, imposible de parar mientras yo no terminara con la cosquillas. De sus costados me pase a las plantas de sus pies y regrese a sus costados y sus axilas. La veía ahí, descojonada de risa, con los ojos llenos de lágrimas y no lo pude evitar, mientras se las hacia, me tumbe a su lado y sumergí mi cara en su axila. Notaba los temblores producidos por sus espasmos, como la empezaban a brotar gotitas de sudor que pronto harían brillar sus cuerpo. Fui metiendo la mano en su entrepierna acariciándola el coño con fuerza y de inmediato Esther se fue tranquilizando y paso de la risa histérica a los suspiros y los gemidos. La introduje un dedo en la vagina arrancándola un grito de placer que se oyó en toda la casa, mientras yo seguía saboreando, oliendo el sudor de su axila. Tenia la polla a tope y ya no aguantaba mas, me incorpore, me tumbe sobre ella cubriéndola casi por completo y se la introduje en su interior. Sus gemidos se dispararon enormes y potentes inundando todos los rincones de la casa. La folle despacio, muy despacio, sin golpes de riñón, solo con las contracciones de mis glúteos. La besaba, la chupaba, la olía, la mordisqueaba mientras continuaba con mi rutina de glúteo. Su cuerpo se crispo entre mis brazos como si se fuera a romper y poniendo otra vez los ojos en blanco exhaló ese gemido ronco y profundo que le salía cuando se corría. Unos segundos después llego mi turno, el ritmo de mis glúteos de descompaso y me corrí en su interior mientras Esther me besaba el cuello. Permanecimos así durante un rato, note como cada vez que mi flácido pene se movía en su interior ella se estremecía. Me levante, desate sus pies, la levante de la cama y la lleve al sillón orejero mientras mi esperma salía de su vagina resbalando por sus muslos. La senté en el borde del sillón, la empuje para que su espalda se apoyase en el respaldo y levante sus piernas hacia arriba. Até una cuerda a una de sus rodilla, la pase por debajo del sillón y la sujete a la otra presionando hacia abajo hasta que quedo totalmente expuesta, abierta e inmovilizada. Mientras la preparaba note como la falta de aire la mantenía un poco como amodorrada, pero extremadamente sensible a mis caricias en los genitales. Me incline sobre ella y mientras la rozaba con mi polla en su rajita, la estuve morando hasta que me canse, porque ella seguiría, es incansable. Me senté en el suelo con el consolador en la mano, lo conecte y con la punta ataque directamente su clítoris. Paso a los gemidos fuertes de golpe y ya no pararon, intentaba menearse pero no podía despatarrada y aprisionada por las cuerdas. La faltaba la respiración, pero no lo suficiente para ser peligroso, su temperatura aumentaba y su cuerpo empezaba a crisparse camino de un nuevo orgasmo, que alcanzo pocos segundos después. Sin separar el vibrador de su clítoris, y sin darla descanso la seguí estimulando. Cogí un poco de vaselina, la unte el clítoris para que no se le irritara y continúe con la estimación. Cuatro minutos después tuvo otro y luego otro y siguió así durante todo el tiempo que la estuve estimulando. Su vagina expulsaba fluidos sin parar, como una fuente, del semen de mi corrida ya no quedaba ni los restos. Era la confirmación de lo que sospechaba , Esther es multiorgasmica, una cualidad que seguro que ella misma desconocía. Finalmente tuvo uno terriblemente intenso, bestial, se crispo tanto que parecía que iba a romper la cuerdas y que se iba a hacer daño, su ano se abrió y los dedos de sus pies se encogieron. Se quedo como sin respiración en medio de los espasmos y dio la impresión de que perdía el conocimiento. Me alarme un poco, retire el vibrador y la acaricie la vagina con mi mano mientras se calmaba. Me miro con cara de agotamiento y vi en sus ojos que no debía seguir. La seguí acariciando cada vez las lentamente hasta que por fin me incline sobre ella y la bese apasionadamente en su preciosa boca.
Definitivamente me he enamorado, por lo menos de la Esther de estas ultimas horas. La desate las piernas, la lleve a la cama y la desate los brazos. Los tenia tan agarrotados que el mas mínimo movimiento la producía dolor. Se los fui masajeado para activar la circulación y que reaccionaran. Mientras lo hacia , no paraba de besarme en la zona de mi anatomía que tuviera mas cerca. Me tumbe encima de ella y la abrace, estaba guarra, pringosa de sudor, saliva, semen y fluidos vaginales, pero seguía oliendo a ella. Otra vez me puse a besar sus axilas, mientras rozaba mi falo con su cuerpo. Ella, actuando por primera vez con iniciativa propia, la cogió con su mano y comenzó a masturbarme.
– ¿Qué quieres que haga mi señor? – me dijo sonriendo.
– Recuerda cariño que todavía eres virgen, – la dije sacando la cara de su acogedora axila.
– Si mi señor, estoy lista para cuando quieras, –y seguidamente apartándose ligeramente de mi cruzo las manos para que la atara.
– No, no, mi amor, no quiero atarte, no quiero que estés forzada a hacer nada que no quieras. Quiero que te entregues a mi por convencimiento propio para que te haga todo lo que se me antoje, que ya sabes lo que es. Quiero de ti una entrega total, una sumisión mental, para que las cuerdas estén en tu cerebro y no te resistas a nada.
Esther había permanecido en silencio mientras yo hablaba. Mientras lo hacia vi como varias lágrimas caían por sus mejillas.
–¿Por qué lloras mi amor? – la pregunte mientras la abrazaba.
– Lloro de felicidad mi señor, estoy dispuesta.
La bese con pasión mientras mi mano bajaba hasta su vagina. Estuvimos así un rato largo, hasta que note que empezaba a culear intentando rozarse mas con mi mano. Seguí para conseguir los primeros gemidos que fueron aumentando en intensidad. Cogí el tubo de vaselina y se lo di para que untara mi pene y su ano.
– ¿Cómo me coloco mi señor? – me pregunto mientras lo hacia.
– Así como estas, boca arriba, quiero mirarte a la cara mientras te penetro, –la respondí.
– Si, mi señor, me gusta como me miras.
– Sigue con la vaselina, lubrícate bien … métete un dedo, muy bien sigue … así … muy bien … ahora métete dos dedos … muy bien … que entre bien la vaselina … sigue … sigue … –la iba dirigiendo camino del éxtasis mientras sus jadeos aumentaban– ahora sube las piernas todo lo que puedas y sepáralas.
Me tumbe sobre ella y mientras la besaba puse el extremo de mi polla en la angosta entrada de su orificio anal.
– Muy bien mi amor, cogela y guíala hasta que entre.
La cogió y apretó con suavidad hasta que el capullo entro y me puse a empujar para ayudarla en la penetración. Mientras lo hacia, sujetaba su cabeza con ambas manos y la miraba a sus ojos, llenos de lágrimas de felicidad. Cuando la metí toda –no pensaba que la entrara entera, ella es pequeñita y yo no soy Nacho Vidal pero no me puedo quejar– comencé nuevamente con mis contracciones de glúteos, despacio, con calma. Quería que el colofón final fuera apoteósico para los dos. Esther fue reaccionando de la misma forma que ya conocía, respiraciones profundas, gemidos y jadeos cada vez mas intensos. Ella misma se daba cuenta que no era como la vez anterior con el vibrador. Ahora en esta posición, no solo la penetraba por el culo, también la rozaba el clítoris. Seguimos bastante tiempo hasta que por fin Esther emitió ese sonido característico que tanto me gustaba, se crispo y se corrió envuelta en estertores de placer mientras se agarraba y clavaba sus uñas en la piel de mi espalda. Cinco o seis segundos después me llego el turno y como siempre se me descontrolaron los movimientos hasta que me derrame del todo. Después de arañarme, notaba su mano acariciándome el trasero mientras permanecíamos sin movernos. Yo no paraba de besarla, de olerla, de saborearla. La abrazaba, la estrujaba.
Me salí de ella y me levante de la cama. La tendí la mano y la ayude a levantarse. Ya de pie, nos volvimos a abrazar y fuimos al baño a ducharnos.
– ¿Tienes hambre mi amor? ­–la pregunte cuando estuvimos aseados. Ella asintió.
– ¿Te gusta la comida japonesa? –la pregunte.
– No se, nunca la he probado, –respondió con suspicacia.
– Entonces te gustara, a todo el mundo le pasa lo mismo.
Llame por teléfono a un telejapo he hice un pedido, me vestí y subí a mi casa a por otra botella, un Arzuaga reserva del 2005, un vino genial.
Cuando baje, Esther seguía desnuda. La dije que se vistiera y la acompañe al ropero para elegirla algo. Opte por una túnica larga hasta los tobillos, negra, ajustada, muy fina y ligera, que dejaba sus brazos al aire y marcaba las formas de su trasero y sus pechos. La deje descalza, definitivamente sentía pasión por ellos.
Mientras esperábamos, abrí la botella y serví dos copas que saboreamos mientras esperábamos.
– ¿Te has dado cuenta que llevamos treinta horas aquí metidos, sin salir, cariño? –la pregunte, mientras la acariciaba la carita con mi mano.
– Si mi señor, y han sido las mas felices de mi vida, –me respondió mientras me besaba la palma de la mano.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

MI AMANTE ES FRIA

La cogí por las muñecas y tiré de ella hasta que su cabeza colgó por el borde. La contemple en toda su belleza, desnuda, excitante. Extendí mis manos y las deposite sobre sus pechos y comencé a amasarlos, duros, enormes. Desde donde estaba, intuía el comienzo de la curva descendente de su vagina. La fui rodeando pasando la mano por su canalillo, su ombligo, su ingle, sus piernas. Cuando llegué a los pies me detuve un momento. Los acaricie con delicadeza mientras los besaba e introducía mi lengua entre sus dedos. Unos segundos después, la agarre por los tobillos y la separe las piernas, dejando al descubierto su vagina.
– Has sido descuidada, –la dije observando el leve vello pubico que se adivina en sus genitales– te lo voy a tener que depilar.
Acercándome al estante del fondo, cogí la maquinilla y regrese para dejarla en condiciones, como debería estar una mujer de su categoría. La humedecí la zona y fui pasando delicadamente la maquinilla, con parsimonia, recreándome en la suerte.
– Vaya, te he cortado, –la dije acercando mis labios a su vagina y succionando el pequeño corte que no sangraba– perdona cariño.
Fui besando sus labios vaginales, los cogía con mi boca y tiraba de ellos y de su clítoris. Mi lengua recorría su rajita en toda sus extensión, penetraba en ella todo lo que podía como si fuera falo. Restregaba mi cara en ella deleitándome con su olor. Me separe unos centímetros para admirar su belleza mientras besaba el interior de sus muslos.
La rodee por el otro lado mientras mi mano recorría el camino a la inversa, su vagina, su ombligo, sus tetas enormes y operadas, su cuello, su pelo teñido. Me arrodille en el suelo y sujetando su cabeza con mis manos la bese en la boca, mi lengua exploraba sus dientes blancos y perfectos y penetraba en ella hasta tocar su lengua. Me levante mientras me sacaba el pene, que morcillón quedo colgando. La sujete por las tetas mientras restregaba mi polla con su cara. Poco a poco se fue enderezando y abriéndola la boca la introduje en ella. Fui bombeando despacio, muy lentamente. Notaba el contacto de su lengua en mi capullo y mi excitación se disparo provocando la erección definitiva. Momentos después eyacule mientras me inclinaba sobre ella y mi cabeza se apoyaba en su abdomen. Que corrida tan brutal, cuando me recupere, se la saque de la boca y la guarde en su sitio, subiendo la cremallera.
– No te preocupes mi amor, no te pongas triste, –la dije con una sonrisa de superioridad– todavía tenemos tiempo, dentro de un rato te follare ese chochito tan precioso que tienes.
Tire de sus tobillos para colocarla sobre la mesa. Cogí la esponja y la batea y fui lavando su cuerpo concienzudamente mientras la decía palabras cariñosas, palabras de amor y deseo. Con mi móvil fui sacando fotos de su cuerpo, de sus rincones mas secretos que ahora me pertenecían. La di la vuelta poniéndola boca abajo y seguí con la limpieza y con las fotos. La flexione las rodilla y la puse en cuatro con su esplendido y famoso culo hacia arriba, todos los días no pasa por aquí una topmodel. Pase la mano por su trasero introduciendo las yemas de los dedos en su vagina, mientras me sobaba la polla que nuevamente volvía a estar erecta. Me subí a la mesa y sujetándola por las caderas la penetre sin contemplaciones.
– ¿Verdad que te gusta así, zorra? –la decía mientras apretaba con vehemencia– ¿verdad que te gustan los hombres de verdad, no esos maricones con los que vas?
Seguí fallándola sin contemplaciones y me empezó a atraer la idea de metérsela por el culo. Empecé a explorarlo con el dedo. No lo pensé dos veces, la saque de su chochazo y se la metí por el ojete sin la mas mínima resistencia.
– ¡Mira la zorrita!, ¿no soy el primero que entra por aquí, verdad cariño?, por aquí ya han pasado unos cuantos.
Notaba su orificio anal ajustado a mi polla, mientras seguía bombeando. Deslice las manos por su espalda, por sus costados, sus axilas y sus hombros. Metí las manos por debajo de su cuerpo y agarre sus tetas de silicona. Me corrí mientras tiraba con fuerza de los peñones hacia los lados formando dos enormes masas a la altura de sus axilas. Mis movimientos se descontrolaron y seguí empujando desordenadamente durante unos segundos. Me separe, la di la vuelta poniéndola boca arriba y la volví a penetrar para las fotos, quería que se la viera bien la cara para que nadie dudara que me había follado a una de las mas famosas modelos del mundo. Hice varias, desde mi posición erguida se la veía muy bien con mi polla metida en su culo. Posó muy bien como no podía ser de otra manera, con las piernas flexionadas, con las piernas hacia arriba, con las piernas muy abierta, con sus brazos rodeando mi cuello, besándola. En fin, se la veía muy profesional. Me baje de la mesa y estuve un rato contemplándola.
– Ja, ja, ja, mucho lujo, mucho glamour, muchas pollas que te habrás comido y mucha coca por tu fotogénica nariz, ¿verdad cariño? –la decía mientras con delicadeza pasaba el dedo medio sobre la cicatriz de la autopsia– tarde o temprano todos pasáis por aquí, es una lastima que los forenses sean tan poco cuidadosos.


Nota: Pido disculpas si por el contenido de este relato alguien puede sentirse molesto. Tambien utilizo alguna expresión homofoba que de ninguna manera comparto.

martes, 13 de diciembre de 2011

Cada 15 días (1)

Hola, aquí estoy de nuevo. Soy María y agradezco todos los comentarios y mensajes que me han hecho y que me animan a seguir escribiendo. Las últimas semanas del año que terminó fueron muy intensas, en trabajo y en emociones. Había una continuación del ultimo relato que dejaré pendiente para otra ocasión. Ahora quiero contar esto que me tiene llena de emoción y sensaciones constantes por toda mi piel.

Hace como dos meses tuvimos en el trabajo una reunión general para tratar algunos asuntos pendientes y preparando las estrategias de fin de año y políticas del primer trimestres de este que corre más que veloz. Estaban invitados algunos socios de otras partes del país y unos cuantos que trabajan en otros países donde la empresa empieza a tener presencia. Empezó con una presentación en el salón de un hotel muy bonito de mi ciudad. Todos reunidos con exigente puntualidad y rigoroso cuidado en el vestir. Hacía frío y nadie se quitaba los abrigos. Yo estaba con un traje sastre, pantalón ajustado, camisa a la medida, saco al talle de un botón y abrigo de lana, zapatos altos de charol. Una boina me cubría la cabeza del viento que se colaba por el lobby. No hubo presentaciones previas. Directos al trabajo, todos en su asiento, muy amables conversando. A mi lado dos visitantes, uno del norte del país, grandote, bigotón, muy bromista y de sangre ligera, muy amable y transparente. En el otro asiento a mi lado un hombre bellísimo, sí, bello; altísimo, como de 1.90 o algo así, manos grandes imponentes, guapo, moreno claro, ojos negros, o casi, cabello rizado perfectamente cortado, olía increíblemente varonil, limpio, muy bien afeitado y con una sonrisa que podía hacer caer a cualquiera, su nariz rayaba en lo exagerado, pero siempre me han gustado narigones, no sé por qué. Se presentó como Bruno y me dijo que venía de la capital, pero que su familia era de un estado del norte. Me sonó raro porque no tenía mucho aspecto de italiano, pero se escuchaba muy bien por el tono de su voz. Me fijé en su cuerpo cuando se desabotonó el saco para sentarse a mi lado, macizo, ancho, fuerte, con un pecho y hombros como de nadador, un gigante para mí. Su corbata me encantó por el buen gusto y la combinación. De reojo recorrí la corbata hasta el final, y más abajo, hasta su paquete (todas lo hacemos en todas partes, no perdemos detalle). Estuvimos conversando los tres un rato antes de que se apagaran las luces y se realizara la presentación. El simpático de un lado puso toda su atención a la misma, haciendo anotaciones en su libreta. El otro me sorprendió a los 5 minutos acercándose a mi oído para hacerme preguntas. No me importaba que me distrajera, más bien estaba turbada por su presencia y su cercanía. Quiso saber de qué departamento era gerente, si me gustaba mi trabajo, si era casada (sólo confirmando el dato al ver mi argolla en mi mano). No me quedé atrás y pregunté todos los datos de rigor. También resultó casado. Qué novedad, un hombre así, pasando los 40 años, con familia lejos, dos hijas adolescentes. La plática fluyó tan bien que cuando nos dimos cuenta se encendieron las luces y los aplausos terminaron la presentación.

Nos fuimos entonces al restaurante donde estaba todo preparado para ofrecernos una comida deliciosa y vinos de buena selección. El bigotón estuvo bromeando y haciéndonos reír a varios que hicimos un grupo algo nutrido, como 10 personas divididas en dos grupos de 5, escuchando sus anécdotas y bromas a lo largo del trayecto por un largo pasillo. Bruno venía con nosotros pero se quedó en el grupo que nos seguía a unos pasos. En un voltear a mirar nos quedamos viendo y sentí entonces una atracción muy fuerte hacia ese hombre. Y él me recorrió con la mirada, y sonrió de manera muy natural, demostrando satisfacción ante lo que veía.

Cuando tomamos asiento en la mesa lo perdí un momento de vista. Dos nuevos compañeros me flanqueaban. No quise ser obvia buscándolo. Algo me decía que habría tiempo para volver a platicar con él. Sirvieron la comida, la disfrutamos con el vino, se pronunciaron buenos propósitos y felicitaciones. Y empezó entonces la música para los que quisieran bailar.

El de al lado me tendió su mano invitándome y la verdad me apetecía bastante luego de tanta comida y bebida. Bailamos separados, no era su intención andar de galán. Luego de dos piezas nos dirigíamos a la mesa cuando una mano que no vi me tomó del brazo con firmeza, sin ser nada brusco. De inmediato di vuelta algo molesta porque el dorso de su gran mano alcanzó a rozar mi seno a pesar de la ropa. No pude decir nada, de repente me encontré con esos ojos casi negros.

- No pensarás sentarte ya, ¿verdad? -, me dijo llevándome de regreso a la pista sin que yo pudiera decir absolutamente nada. Con naturalidad y algo de distancia puso una mano en mi cintura y la otra sosteniendo mi mano para guiar el baile. A pesar de los zapatos de tacón apenas alcanzaba sus hombros. Su mano en mi cintura me abarcaba casi al inicio de mi cadera. Mitad de su mano cubría ya la tela de mi pantalón. La distancia nos permitía mirarnos de frente. Noté una hendidura en su mentón, un lunar bajo su ceja derecha, su piel. Cuando reía se le hacían patas de gallo casi simétricas en los ojos y también arrugas en sus mejillas (un hombre hecho y con pasado, pensé). Había cosas que no escuchaba por estar estudiándolo, y cuando reía por descubrirme en la luna me preguntaba dónde estaba.

- En tus ojos, y no quiero salirme - , pensaba mientras le contestaba cualquier cosa.
- ¿Qué vas a hacer cuando todo esto se termine? -, entendí su pregunta como más allá de la reunión de trabajo.
- Seguir viviendo, ¿y tú? -, le reviré para descolocarlo, no quería que se sintiera tan seguro.
- ¿Avisarás a tu casa que te llevaré a tomar algo más tarde? -, esa seguridad me encantaba.
- No sé si pueda, tengo pendientes y cosas importantes que hacer -, la presa juega a ser quien toma la decisión.
- Me gustas mucho, eres una mujer preciosa y ya te metiste en mi cabeza -, esto último lo dijo depositando cada palabra como un susurro muy cerca de mi oído y poniendo su mano en mi espalda. Sentí su calor a través de mi ropa. Me fascinó.
- Vienes de muy lejos, ¿qué quieres? -, insistí.
- Sólo tomar algo contigo, sin gente y sin ruido. Tú dime el lugar, te dejo la elección porque no conozco tu ciudad -, me cedió la iniciativa, y aunque quería llevármelo directo a un hotel no podía ser tan fácil. Es mejor dejar que las cosas se contengan para luego dejarlas fluir con toda su fuerza, como una presa que se desborda. – Anda, es temprano, si quieres te dejaré temprano donde me digas.
- Está bien, vamos a un café que está a dos calles de aquí. Podemos dejar los autos en el hotel, luego regresamos por ellos (y por si se nos antojaba quedarnos juntos ahí, siempre me adelanto y planeo todo para no sufrir luego).
- ¿Nos vamos ya? -, tenía prisa por llevarme, se le notaba ansioso pero controlado, dueño de la situación. Me sonrió no sólo con su deliciosa boca que se antojaba para perderme en ella largas horas; también con sus ojos que derretían.
- Está bien, voy por mi abrigo. Que no nos vean para no dar de qué hablar a nadie.
- Estoy de acuerdo, voy primero si quieres, te esperaré en la esquina, fumaré un poco.
Me fui al baño primero a ordenar mis ideas. Estaba abierta a lo que fuera, me encantaba ese hombre y si quería me lo iba a comer. Llamé a casa para avisar. Mi marido me dijo: - Está bien, ya sabes, precauciones, hules, no te preocupes, sólo avisa dónde andas y si te espero o no para apagar las luces y cerrar bien la casa.

Me maquillé para recuperar lo perdido por la comida y bebidas, arreglé mi cabello y mi boina, estaba muy guapa, me gusté en el espejo, ajusté bien mi ropa y respiré hondo. Tomé mi bolso y mi abrigo y salí. Sólo me despedí de los conocidos, algunos, y los jefes grandes.

- María, pensé que si iba a quedar más tiempo, ¿debe partir? -, me preguntó el dueño de la empresa.
- Sí, señor, le agradezco la invitación, debo hacer algunas cosas.
- Ni hablar, nos perderemos de su belleza y su agradable compañía, vaya y tenga cuidado.
- Gracias, señor, nos vemos el lunes.

Salí a la calle casi con ansias. Busqué hacia un lado y hacia otro y no estaba. Caminé hacia un lado y al acercarme a la esquina más cercana no podía verlo, había mucha gente caminando con prisa y sin poner atención a nada, perdida en su mundo. Doblé la esquina y sólo me topé con un zapatero que resistía estoico el viento que soplaba por la avenida. No podía esperar ahí, decidí volver al hotel y si no me lo encontraba de nuevo, regresaría a bailar o a hablar de negocios con otros allegados a la empresa. Justo estaba pensando eso cuando siento de nuevo esa mano ya familiar en mi brazo, haciéndome voltear rápido y con un reflejo de autodefensa.

- María, soy yo, no te enojes, te esperé afuera y no salías. Terminé mi cigarro y no aguantaba el frío, soy muy friolento y necesito calor. Fui a la tienda de enfrente a comprar más cigarros.
- Está bien, Bruno (primera vez que lo pronunciaba, y primera vez que lo hacía con la intención y la modulación de voz necesaria para que le retumbara en los oídos, su nombre dicho por mí), pero no me sorprendas de espalda porque reacciono de mal genio, soy muy temperamental.
- No volverá a ocurrir, te lo prometo. Ahora dime a dónde vamos porque me estoy congelando.

Nos fuimos caminando al café. Por cada paso suyo tenía yo que dar tres. Cruzamos calle dos veces y en ambas me tomó del brazo para cruzar con él. Me sentí protegida y acompañada de un caballero, cosas que una va palomeando antes de dar pasos al frente. Él estaba llenando mi lista de palomitas.

Elegí un café de estilo francés. Mesas redondas pequeñas para dos, que si se tiene cierta estatura el choque de piernas es inevitable al sentarse. Y se tiene mucha cercanía para platicar y para crear cierta atmósfera de intimidad. Estando de frente, sentía el calor de sus piernas muy cerca de las mías. Apuramos dos cafés acompañándolos con brandy. Estaba más que contenta, alegre. Platicamos de mil cosas hasta que nos fuimos contando cosas más íntimas. La confianza crecía con rapidez, me hacía bromas y palmeaba su mano sobre la mía cuando le festejaba alguna ocurrencia. Lo vi intensamente a los ojos e hice que acompañara mi mirada recorriéndolo lentamente hacia abajo.

- Deja de mirar mi nariz, es gigante pero me gusta por ser única -, dijo en broma.
- Sí que lo es. Pero no está mal. Te da cierto aire de realeza.

Seguí mirando hacia abajo y me detuve en sus labios. Deliciosos labios en realidad: carnosos, suaves, de líneas definidas y equilibradas con el resto del rostro. Daban ganas de morderle el labio inferior, y abrir su boca para perderse en ella. Me imaginé un beso y empecé a excitarme.

- ¿Qué tiene mi boca? -, había entrado en el juego seductor de adivinar lo que pasaba por mi cabeza.
- Nada… bueno… no sé… -, dije con cierta duda y algo nerviosa.
- ¿Qué?, dime -, y sonrió con esa media sonrisa que puede hacerme temblar.
- No sé cómo lo tomes, pero se me antoja un beso tuyo y como tú no me lo pides, te lo pido yo -, me hice la apenada bajando un poco la cabeza, esperando su reacción.
- María, eres preciosa, pero los dos somos casados.
- Ya lo sé, pero no estamos hablando de nuestras casas, estoy hablando de tu boca y de que quiero un beso ahora.
- No sé, no es buena idea. Igual deseo tus labios, pero ya somos adultos para dejarlo en un beso. Quiero que sepas que me encantaste desde que te vi llegar a la reunión. Quise sentarme junto a ti porque me pareciste muy atractiva. Luego cuando platicamos y no escuchamos la presentación me gustaste demasiado y quise alejarme un poco para que no te sintieras acosada. Pero tenía que tenerte cerca y por eso regresé para bailar contigo. Todavía no quiero que termine esta velada, pero no quiero causar problemas en la vida de los dos.

Mientras me decía esas cosas cerró sus piernas aprisionando las mías en medio. El corazón me dio vuelcos. Su mano seguía sobre la mía y no la apartó. Se quedó callado un momento, y empezó a acariciar mi mano con sus dedos. La sensación me estaba matando, sentía un hormigueo por todo el cuerpo, estaba ardiendo de deseo y no me contuve más, me recargué en la mesita para ir hacia él y darle un beso en esos labios. Cerró los ojos y se dejó besar, y me devolvió el beso. Volví a sentarme y seguimos besándonos deliciosamente. Nos rozábamos los labios y los dejábamos sentir y viajar a su antojo. Mordí su labio suavemente. Los besos se volvieron húmedos e intensos. Con la punta de mi lengua delineé su labio superior. Él delineó con la punta de la suya el mío inferior. Nos separamos y su mirada se abrió de nuevo ante mis ojos llena de brillo.

- ¿Ves cómo no pasó nada?, fue un beso nada más. Si no quieres no lo repetiremos -, le dije invitándolo un poco a salir de su escondite. Quería que me dijera que quería más, mucho más. – Voy al baño, necesito tomar un poco de aire -, me levanté de mi silla y él se levantó caballerosamente. Quise quitarme el saco y él me ayudó. Lo hice porque me había dado mucho calor y porque quería que viera mi cuerpo apenas cubierto por la camisa ajustada, y mi trasero ahora descubierto enfundado en mi pantalón. Me alejé sintiendo sus ojos casi negros recorriendo mi figura. Antes de entrar al baño, miré hacia él para comprobarlo. Sí, me acompañó con su mirada los diez o tal vez doce pasos que recorrí. Estaba ardiendo, tenía la vagina húmeda y dispuesta. Solté la cola de caballo y alboroté algo mi cabello, me refresqué y sequé mi intimidad un poco. Algo había humedecido mi tanga. Ni hablar, no había ya remedio. Volví a mi mesa con una sonrisa pícara y llena de confianza.

- Estás radiante -, me dijo con los ojos perdidos en mí. Me encendió de nuevo esa pasión que se respiraba a su alrededor. – ¿Quieres ir a otro lado, María? -, la pregunta me desubicó un poco. Luego de ser algo tímido y reservado, me hacía esa pregunta. ¿Me estaría haciendo perdirle que me llevara a un hotel?, no, no podía ser, tenía que ser una pregunta por preguntar simplemente.
- No sé, si quieres podemos ir a otro lugar. Hay un barecito con música algo fuerte pero muy animado. Podemos tomar algo ahí si se te antoja.
- Está bien, vamos entonces -, hombre desesperante, yo quería que me invitara a un lugar para los dos nada más. En fin, todavía era temprano, podía seducirlo un poco más.

Llegamos al bar en cuestión. Uno pequeño, como para 60 ó 70 personas cómodas, y como unas 100 apretadas. Había como 110. Para pasar había que rozarse con todos y hasta pedir permiso par pasar apretados. La música y los tragos valían la incomodidad, y el ambiente era muy bueno para estar muy cerca; había que hablar al oído y mantenerse pegados para no separarse.

Estuvimos bebiendo más y más. Estaba muy cachonda. Platicábamos de frente, a veces rozando mi pecho con su cuerpo y poniendo mis manos en su pecho para hablarle al oído. Sabía que le estaba provocando. Él también ponía de su parte, menos decidido. Me sujetaba de un brazo con su gran mano, rozaba sus labio con el lóbulo de mi oreja cuando me hablaba, rozábamos las mejillas en cada acercamiento. Estábamos tan a gusto que nos desconcectamos de todo el fuerte sonido que nos envolvía y de la gente alrededor. Fue al baño y me dejó en la barra. Un joven como de 25 años aprovechó su ausencia para presentarse y decirme cosas bellas y algo atrevidas. Lo que quería que me dijera uno me lo estaba diciendo un completo desconocido menor que yo. Tuvo el descaro de quedarse platicando unos minutos cuando Bruno volvió junto a mí. Hasta se presentó con él y me gustó mucho la reacción del hombre de mis ansias recientes: sus cejas se arquearon y se le arrugó el entrecejo, fue cortés pero algo cortante; estaba marcando su territorio frente a un posible rival. Ya me consideraba para él y me alejaba de los lobos. Me sentí bien y más segura de que la noche todavía no terminaría. Ya en un rincón Bruno se acercó algo serio.

- ¿Qué quería ese tipo?, no te quitaba los ojos de encima y supongo que llegó apenas me había ido.
- Nada, ya sabes, ligar, se veía muy intenso.
- ¿Te gustó?
- No, él no. Su actitud y su decisión sí, bastante. Pero no es mi tipo.
- ¿Te irías con un tipo sin conocerlo, pero que fuera descarado y seductor?
- Si es bello, sí, ¿por qué no lo habría de hacer?. Soy casada, pero ya te conté cómo son las cosas en casa. Puedo ir y venir mientras tenga cuidados y no comprometa la relación sentimentalmente.
- Nunca había conocido alguien como tú. Me atraes mucho. Me encantas.

Me estaba ya abrazando para decirme estas cosas. Le correspondí el abrazo en silencio rodeando su cintura y pegando mi cabeza a su pecho. Se sentía bien. El corazón rebotaba en mi sien, podía sentirlo. Nos volvimos entonces a besar. Su saliva con sabor de alcohol me encantaba. Con mis manos acaricié toda su gran espalda, clavé mis uñas suavemente y lo recorrí hacia abajo. Lo tomé de la cadera y lo atraje a mi cuerpo. Su pene estaba ya listo, lo sentía en mi vientre picando a través de la ropa. Sentí sus manos haciendo los mismos recorridos que las mías, como espejo, recorriendo mi espalda, bajando a mis nalgas con algo de dificultad por su altura, pero lo ayudé parándome de puntillas. Estuvimos comiéndonos a besos y caricias. Le metí la lengua lo más que pude y le volví a morder el labio. Me respondió de la misma manera. Lo dejé entrar en mi boca y recorrerla a su antojo. Estábamos muy apretados entre mucha gente. A nadie le importa en lugares así.

De repente, sentí una mano que no era de Bruno apretándome descaradamente una nalga y bajando hasta colarse en mi entrepierna y hacer presión hasta mi vagina, no sé de quién era, pero no quise saberlo, estaba perdida en los besos y él también. La mano estuvo sobando mi entrepierna con toda libertad. Hasta abrí un poco las piernas para hacerlo más fácil. Me sentí muy puta, pero lo estaba disfrutando. Me excité pensando que era la mano del joven descarado que se me acercó previamente. Nunca lo vi. De pronto esa mano dejó de tocarme y me dejó encendida como antorcha.

- Necesito aire, Bruno, llévame afuera -, le rogué. Salimos y el frío estaba ya bastante fuerte. Abrió su saco para abrazarme y abrigarme con él y su cuerpo.
- María, ¿qué haremos?
- Lo que quieras, vamos a un hotel.
- No puedo, sería un error.
- No estás en tu ciudad, estás lejos. ¿Qué más da?, los dos lo deseamos.
- Te deseo, pero eres demasiado. Una mujer tan especial me va a llegar muy hondo y te tendría presente aunque estemos lejos cientos de kilómetros.
- Como quieras. No voy a ser quien insista -, ya me estaba desesperando su indecisión.
- Vamos al estacionamiento. Te dejaré en tu auto.

Caminamos sin decir nada. Lo alejé de mí y caminamos separados por la calle. Llegamos al estacionamiento oscuro y ya casi vacío. Apenas unos autos seguramente de huéspedes y turistas.

Antes de llegar a mi automóvil, pasamos por el de él. Me detuvo para que lo esperara a que sacara una bufanda. – Ya para qué -, pensé.

- María -, no te enfades conmigo. Trata de entender -. Me había recargado en su auto y él me acorralaba recargándose en el mismo con las manos teniéndome sin salida.
- No te comprendo. Nunca pensé que un hombre podría negarse a una mujer dispuesta.
- Debo hacerlo. Si te llevo a un cuarto…, mañana me voy…, no puede ser…, estoy perdido…, si no te hago el amor ahora lo lamentaré y si lo hago también por no poder repetirlo.
- ¿Y no es mejor arrepentirse por lo que se hace y no por lo que nunca se hizo?

Cuando me di cuenta que lo había dejando callado y pensativo, le puse los brazos en el cuello y lo besé con lentitud. Se dejó besar y se apretó a mí contra el auto. Fueron besos apasionados pero muy lentos, suaves.

- ¿Podemos platicar adentro del auto?. Quiero que sepas que estaré viniendo cada quince días para mostrar avances en un proyecto que tengo con tu jefe.
- Está bien, pero un rato nada más. Si no vamos a ir a ninguna otra parte, preferiría llegar no muy tarde a casa.
- Gracias, María. Te dejaré ir en unos minutos. Quiero quedar bien contigo.

Nos metimos en su auto, me contó más del trabajo y también me llenó de elogios y disculpas.

- Quiero que salgamos como amigos. Como hoy. Llevarte a tomar un trago, o un café. Sería cada quince días. Por eso no quiero terminar contigo hoy en una cama. Luego no querrías verme por las reglas de tu casa. Quiero que estos encuentros nos devuelvan a casa llenos de alegría y de ganas. Déjame intentar. Será difícil desearte y no tomarte. Pero tampoco me quiero alejar de ti tan pronto.

Aunque no estaba tan convencida, sus argumentos no resultaban tan necios. Podríamos salir cada quince días y seguiríamos jugando a seducirnos. Luego cada quien vaciaría sus ansias en casa y así todos contentos. El plan no era tan imposible de realizar.

- Está bien, sólo por lo mucho que me gustas -, me sonrió agradecido y se acercó con decisión para besarme.

Estaba con un recién conocido en su auto, en el estacionamiento de un hotel, a oscuras, solos, besándonos como estudiantes furtivos. No estaba nada mal. Volví a sentir cosquillas por mi piel y ansias en mi intimidad. Sus manos recorrieron mi cuerpo, desabotonó un poco mi camisa y metió su cálida mano tocando mi piel y acariciando mis senos. Se vino hacia mí, sus besos me asfixiaban. Recargó mi asiento y lo tenía casi encima. Su torso cubrió fácilmente mi cuerpo. Mis manos recorrían sus brazos, su torso. Alargué un brazo para alcanzar su voluminoso paquete que parecía estar reventando su pantalón. Nos dimos una cachondeada terrible. Estaba hecha agua. Me besaba la boca, y con su lengua y sus labios probaba mi cara, mi mentón, mi cuello.

- Papi, me tienes muy caliente, ¿me vas a dejar así?.
- Sí, preciosa, quiero que hoy hagas el amor pensando en mí. Te prometo que cuando yo lo haga en casa pensaré en este momento y estaré haciéndolo contigo a la distancia.
- Ya déjame entonces, papacito, o te voy a obligar a violarme aquí mismo.
- Está bien, María, debemos terminar esta noche así.

Tomamos aire abriendo las ventanillas. Acomodamos nuestra ropa. Me acompañó a mi auto. Nos despedimos con un breve pero intenso morreo. Prometió llamarme al volver, justo en quince días.

Este es el inicio de esta aventura con mi amigo Bruno. Llegué a casa como fiera. Mi esposo quedó rendido y satisfecho, agradecido y enamorado igual que yo. Pero tenía que pensar en los futuros encuentros con Bruno. ¿Seguiríamos así, o llegaríamos a algo más?