martes, 11 de septiembre de 2012

ESTHER (capitulo 42)

Hace frío a las seis de la madrugada. Metida en su forro polar y con la capucha subida, Esther mira interesada como se inflan los globos mientras entona las manos con un café caliente. En la oscuridad, solo los ilumina el fuego de los quemadores que los inflan. Yo deambulo entre ellos sacando fotos. Esther no ha perdido su pasión por la fotografía, pero parece que quiere atrapar este momento mágico en la Anatolia turca. Es nuestro primer viaje largo desde los terribles sucesos que origino su secuestro. Esta totalmente recuperada en todos los sentidos, pero ha cambiado, ahora es más mujer, esta más hecha y su pasión por mi a aumentado, mientras que la mía se ha multiplicado. Me reúno con ella unos momentos antes de que nos avisen para subir al nuestro. La cuelgo la cámara del cuello y la beso con todo mi amor. Nos subimos a nuestro globo y comienza ascender, mientras Esther me aprieta el brazo con fuerza. La imagen de cientos de globos ascendiendo en el crepúsculo de la mañana es impresionante. Desde mucha altura vemos amanecer, y como el disco rojo asciende por detrás de las montañas turcas. Esther, con el reflejo rojo en su cara mira embelesada el mágico instante. Yo la miro a ella, y el solo pensamiento de que he estado a punto de perderla, me hace daño. El globo navega tranquilo, silencioso sobre los monumentos naturales que más tarde veremos con el tour, el valle de Avcilar, las chimeneas de hadas de Tasa Bagi, la familia de Üçgüzellar mientras no muy lejos de adivina la montaña fortaleza de Uchisar. Regresamos a desayunar al hotel para posteriormente partir para visitar el complejo de iglesias rupestres de Göreme y todas las maravillas que hemos visto desde el aire. De regreso, por la tarde, bajamos al spa de hotel y posteriormente cenamos con el grupo. Salimos a dar un paseo por los alrededores y nos sentamos a tomar un té en una terraza muy agradable. Hay mucho ambiente, la zona esta muy animada. Aunque a causa del madrugón, a Esther se le cierran los ojos, no da su brazo a torcer y continua conversando conmigo.
– Te caes de sueño mi amor, –la digo con una sonrisa mientras la acaricio la mejilla con la mano–. ¿Por qué no nos vamos a dormir?
– Si no me duermo mi señor, –me responde–. Se está muy bien aquí.
– En esta ciudad vamos a estar tres días mi amor, mañana podemos volver por aquí.
– ¡Jo! ¿Por qué mi señor no se duerme y yo sí? Tú has madrugado igual que yo.
– Porque yo soy un macho ibérico, y los machos ibéricos no se duermen cuando están con una linda dama como tú, y menos en un lugar publico.
– Anda, no seas bobo, –me dice soltando una carcajada.
Nos levantamos y regresamos al hotel cogidos de la mano. Ya en la habitación, nos desnudamos y nos metimos en la cama. Esther se pega a mí mientras me coge el pene con la mano. Y ya esta, se quedó dormida. Apagué la luz y abrazado a ella me dormí también.
Abrí los ojos y lo primero que vi fue la esplendida vagina de Esther delante de mi cara. Estuve unos segundos desorientado sin saber que pasaba, ya entraba claridad por las cortinas y mire la hora en el móvil. Las cinco de la mañana. Incrédulo miraba a Esther, no me podía creer que a estas horas tuviera mi polla en la boca. A estas horas, mi amor no está para nada, incluido esto. En fin, que le vamos a hacer, me pongo a chupar mientras con mis manos recorro su espalda y su trasero. Noto como su cuerpo se estremece por la acción de mi lengua. Mientras chupa, Esther gime, jadea y poco después me corro en su boca mientras tiene el primer orgasmo. Se deja caer hacia un lado pero la atrapo y tumbados de lado meto mi cara entre sus piernas y continuo chupando. Veo a la perfección su vagina, su ano y, la cicatriz que casi los comunica. Me tienta la idea de pasar el dedo sobre ella, pero me contengo, sé que no la gusta, la da cosa como dice ella. Sigo chupando y la meto el dedo en el ano mientras ella se afana con mi polla que va resucitando. La doy la vuelta y después de ponerla lubricante, la penetro por el ano mientras con mi mano estimulo su clítoris. Embisto con suavidad, sin violencia, mientras con mis besos recorro su cuello y unos minutos después me corro. Sin sacársela insisto con mi mano en su clítoris para provocarla el ultimo. Cuando se produce, es muy fuerte y Esther chilla con potencia y se queda como en trance, inerte, mientras continuo con mis besos. Me ducho y vuelvo a la cama donde Esther duerme, nos quedan un par de horas para desayunar con el grupo.
Unos días después pasamos por Konya, la ciudad donde está enterrado el poeta místico Rumi, fundador de los derviches. Después de visitar su espectacular mausoleo, continuamos viaje por carretera hasta Pamukkalé. Llegamos tarde y cansados. El viaje desde la Capadocia es largo y pesado, 600 Km en autocar por carreteras turcas, pero por fin ya estamos en el hotel. Al día siguiente visitamos las cascadas de cal de Pamukkalé y las ruinas romanas de Hierapolis, que están juntas. Esther se ha llevado su bikini y su piel tostada por el sol resalta con el blanco de la cal. Retoza en las charcas de agua transparente con su exhibicionismo desbocado, mientras la saco miles de fotos. Cuando me doy cuenta, un buen número de japoneses también la fotografían, mientras las mojigatas del grupo comentan. Sobre este, solo diré que no hemos tenido suerte, nunca he visto tal cantidad de tontos juntos. Resignación, son los riesgos de los grupos turísticos. A continuación, visitamos las espectaculares ruinas de Hierapolis, la importante ciudad romana doblemente destruida por los terremotos de los años 17 y 1354. Al día siguiente salimos otra vez en autocar hacia Efeso, donde después de visitar las ruinas, nos encaminamos al aeropuerto para coger el avión a Estambul, una de las ciudades más impresionantes que conozco.
En el aeropuerto de Estambul, nos despedimos cortésmente del grupo. ¡Por fin! En esta ciudad estaremos una semana entera, esta es mi tercera visita y aquí no necesito guías. Solo espero no encontrármelos por el Gran Bazar.
– Que gente tan rara, –comento Esther cuando nos dirigíamos a Four Seasons en un vehículo del propio hotel.
– ¿Rara? Querrás decir gilipollas, –la respondí provocando la carcajada de Esther.
– Pues mira que es raro que tu no congenies con alguien mi señor. En el grupo había 26 personas y no te ha caído bien ninguna …
– Eso no es cierto mi amor, –la interrumpí pasándola el brazo por el hombro–. Tú si me caes bien. Y la guía también.
– No seas tonto, yo no cuento mi señor, –contesto soltando una carcajada–. Y la guía tampoco.
– Vamos a dejar el tema, pero te digo que como me encuentre a alguno por la ciudad me da algo.
Con una Esther descojonada de risa llegamos al hotel, situado entre Santa Sofía y la Mezquita azul. Ocupamos la Suite Principal que tiene dos plantas y a ella la encantó, como yo ya suponía. También estaba el baúl que previamente habíamos facturado desde España.
– Mi señor, una cheslong, –me dijo situada a su lado y señalándola con el dedo–. ¿Sabes lo que eso significa?
– Si mi amor, ¿Cenamos primero o …?
– ¡Ya!
– Vale mi amor, la verdad es que es pronto para cenar.
Me acerque a ella y cogiéndola la camiseta se la quite. Mientras manipulaba el cierre de su sujetador para liberar sus pechos, la besaba en los labios. La baje los pantalones y la deje solo con el tanga. Me senté en la cheslong y me recosté sobre el respaldo y la sitúe bocarriba sobre mí.
– Deja las manos quietas, –la susurre.
Las mías la recorrían por completo mientras besaba su cuello. Mi mano derecha se deslizó por dentro del tanga hasta alcanzar su vagina. La estimule hasta que, al alcanzar el orgasmo, agarre con ambas manos el tanga y lo destroce provocando que chillara más fuerte. Agarrando mi polla con la mano se la introduje comenzando a follarla con el detenimiento que a mí me gusta. Quince minutos y varios orgasmos después, me levanté y tumbándola bocarriba sobre la cheslong me corrí en su boca mientras con la mano la seguía estimulando la vagina. Estuvo un rato limpiándome la polla con su boca y alargando mi placer.
– Tendríamos que comprar una cheslong para casa, –la dije.
– No mi señor, perdería su misterio y su encanto.
En los siguientes días recorrimos toda la ciudad, y visitamos sus monumentos más emblemáticos. Santa Sofía, la Mezquita Azul, la Cisterna de la Basílica, el puente y la torre de Galata, el Palacio Topkapi, y podría seguir enumerando maravillas de esta ciudad que me enamora. Pero sobre todo, en Estambul se visitan mezquitas. A las ya nombradas hay que añadir unas cuantas de parecidas dimensiones, pero las verdaderas joyas son las pequeñas, esas a las que casi no van los turistas. La Mehmet Pasa, que esta en el interior de una escuela coránica, la Küçük Ayasofya, que ocupa una antigua iglesia bizantina, y sobre todo, la que esta considerada como la mezquita con mejor decoración de azulejos del Islam, la Rüstem Pasa. Su interior esta totalmente alicatada con azulejos de estilo Iznik y la entrada esta oculta en un zoco anexo al Bazar de las Especias. Resulta laborioso localizarla. Esther esta encantada, envuelta en su enorme fular rosa, entra en todas las mezquitas, y en alguna de ellas asistimos, con el respeto necesario, al rito de la oración.
– ¿Por qué aquí puedo entras en todas las mezquitas y otros países no mi señor?
– Aquí tuvieron un líder nacional con la suficiente visión como para modernizar el país y convertirlo en laico. Recuerda que en Konya entramos sin problemas en el mausoleo de Rumi, y esa ciudad está considerada como integrista.
– He leído en la guía sobre Atatürk. Debió ser un tipo interesante.
– Y con dos cojones. A ver si algún día tenemos en España, alguien que eche a palos a curas y políticos de todos los colores.
– Que te disparas mi señor, –me dijo riendo, y yo también me eche a reír.
Todos los días pasábamos por el Gran Bazar, y casi todos los días nos perdíamos. Esther esta encantada. La zona de las joyerías la tiene totalmente explorada. Con todo lo que esta comprando, tendremos que hacer un envío especial a Madrid.
– Esto no es como Marrakech, aquí puedes ponerte a ver las cosas sin que te asalten.
Por las noches, salvo una que fuimos a los restaurantes del puente de Galata, el resto íbamos a cenar a Kumkapi. A Esther la encanta la animación de las terrazas de los restaurantes, sus luces de colores y los músicos que amenizan la velada.
Según me comento unos años después, este es el mejor viaje que hemos hecho juntos. Esther esta contenta, es feliz, y por lo tanto yo también. Como ya he dicho esta totalmente recuperada, física y emocionalmente. Tres meses después, cuando la psicóloga había terminado su trabajo con ella, me contó con pelos y señales los terribles días que paso en el barco y en el avión. A mí me daba igual saberlo, pero era bueno para ella. Jamás me pregunto nada sobre como descubrimos su paradero, ni quiso saberlo. Tampoco quiso saber nada de los cómplices de Moncho que conoció durante su viaje a Camboya. Ni me comento nada sobre la muerte de Moncho que ella misma presenció. Supongo que cuando vio que todos los escoltas habían desaparecido, imagino que los malos habían muerto, como así fue.
Hace doce años que vivimos juntos, yo soy un vejestorio de 65 años y ella es una preciosa mujer de 39. Sigue a mi lado y estoy seguro de que seguirá así. Su pasión por mí sigue intacta a pesar de mis arrugas y los achaques que comienzan a aparecer. Por mi parte yo sigo babeando con ella. Hace seis años nació nuestro primer hijo, Cristian, y dos después Angela. Como es lógico, las mujeres cuando tienen hijos, cambian radicalmente su punto de mira. De ser el Rey de la Creación, automáticamente pasas a ser una mierda “pincha” en un palo. Esther no ha llegado a tanto, y me sigue obsequiando con sus atenciones, pero con más tranquilidad, cosa que a mí me viene bien, empiezo a estar para pocos trotes.

Nota final:
Este es el último capitulo, de una serie que en un principio ideé para cinco o seis. Gracias a la aceptación que tuvo, y vuestro amable apoyo con los comentarios y correos que recibí, lo he ido alargando hasta los 42, pero ya es hora de terminar esta historia. Vuelvo a reiteraros sinceramente mi agradecimiento por vuestro apoyo, y pedir disculpas por los errores que seguro habré cometido.
Seguiré publicando relatos sueltos, y estoy preparando una serie larga de ciencia ficción, sobre las aventuras de una mujer, de una guerrero espacial.
Gracias de nuevo a todos.

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ESTHER (capitulo 41)

– Uno de nuestros equipos ha detectado un vehículo en una de las entradas orientales. Un grupo fuertemente armado ha entrado con alguien que podría ser una mujer, –susurro Sara–. Tiene que ser ella.

– Que los equipos tomen posiciones, – ordeno el de Pinkerton.

Diez minutos después, los equipos fueron informando por radio que ya estaban preparados. El de Pinkerton nos miro y dio la orden de atacar.

Sentada en el suelo, se sujetaba mínimamente apoyada en uno de sus brazos. A su lado, el cadáver de su violador la resultaba indiferente. De pie, Moncho la miraba con actitud de triunfo.

– Me ha costado mucho traerte hasta aquí, cariño. Pero ha merecido la pena.

Hizo una señal a los que estaban con el que se abalanzaron sobre ella y después de atarla las manos la colgaron de ellas del techo. Después la arrancaron a tirones la camiseta y la quitaron los ensangrentados pantalones dejándola desnuda. Un fino hilillo de sangre comenzó a gotear por su entrepierna.

– Vaya, parece que te dieron lo tuyo, –exclamo separando sus nalgas con las manos y provocándola un dolor insoportable que la hizo gritar. Con su mano, Moncho recorría su cuerpo mientras la rodeaba sonriendo complacido. Se situó ante ella y cogiéndola por el pelo la inspecciono el rostro, todavía amoratado por la violación del barco.

– Mátame ya ¿A qué esperas? –suplico Esther con un hilo de voz.

– A recuperar lo invertido en traerte aquí, –respondió Moncho riendo–. No te preocupes, morirás. Tengo un cliente especialmente … depravado, que pagara una fortuna por ti. Ya empieza a estar harto de chinas. Dejaré pasar unos días para que te recuperes, no me gusta entregar mercancía deteriorada.

– Eres un hijo de puta Moncho, –exclamo Esther reuniendo sus escasas fuerzas. Intento escupirle, pero la saliva no salio.

– Si cariño, lo soy, pero … –sus palabras se interrumpieron por un fragor de disparos que llegaban por los túneles.

Varios hombres llegaron corriendo unos segundos después y se pusieron a hablar con Moncho en idioma jemer. Se les veía muy excitados y hablaban con grandes aspavientos. Moncho miró a Esther y vio que se estaba riendo.

– ¿De que te ríes zorra? –la espeto con dureza agarrándola por el pelo.

– Ya esta aquí, y te va a matar, –le contesto sin dejar de reír a pesar del tirón de pelo.

– Pues tú morirás primero, puta, –levanto el arma y la apunto a la cabeza, pero uno de sus secuaces le apartó el brazo mientras le decía algo. A pesar del odio que Esther vio en sus ojos, asintió y bajo el arma. Hizo una indicación y sus secuaces la bajaron y, llevándola en volandas, salieron todos de la habitación. Recorrieron varias galerías, pero cada vez el tiroteo era más fuerte, hasta que al desembocar en una gran sala, sus cómplices comenzaron a caer abatidos por disparos certeros. Esther cayo al suelo mientras dos hombres se abalanzaban sobre Moncho intentando inmovilizarlo, pero se revolvió disparando sobre ellos y agarrando del pelo a Esther la metió la humeante pistola en la boca rompiéndola varios dientes. No dijo nada, solo miro con ojos crispados a los mercenarios que pararon el ataque. Con la pistola en la boca, Esther aullaba de dolor mientras sangraba abundantemente y, con una de sus manos, sujetaba a Moncho por la muñeca. Los mercenarios aguantaron la posición apuntando con sus armas largas a Moncho directamente a la cabeza, mientras los seguía mirando desafiante. Un par de minutos después llegamos nosotros, y sin pensarlo lo más mínimo me sitúe delante de Moncho mientras hacia una señal a los mercenarios para que se apartasen hacia atrás.

– Mira a quien tenemos aquí, –dijo Moncho sonriendo, pero visiblemente nervioso–. ¿Es esta zorra lo que quieres? Todavía no entiendo que puedes ver en esta puta muerta.

– Muy bien ¿Cómo vamos a solucionar este asunto? –le pregunte con calma.

– ¡Muy sencillo hijo de puta, la zorra y yo no vamos por la puerta o la mato aquí mismo! –chilló.

– Si la matas, estás muerto tu también, y te aseguro que no te gustara la forma, –le respondí fríamente sin apartar la vista de sus ojos–. No creo que quieras desperdiciar tus opciones.

– Tú déjame salir con ella y así no tendré que matarla, –contesto Moncho. Durante la conversación movía la mano con la pistola provocando gruñidos de dolor en Esther que seguía sangrando por la boca.

– Si la quieres matar hazlo ahora mismo, pero Esther no va a salir de aquí contigo. Pero ya sabes lo que te he dicho, tú vas detrás, y te garantizo que no te gustara.

– ¿No pensaras que te voy a dar a la puta por las buenas?

– Esa es la idea.

– Tú flipas hijo de puta, alucinas si piensas que te la voy a entregar.

Varios mercenarios mas entraron en la sala y se pusieron a hablar con el de Pinkerton y Sara.

– Eduardo, tenemos el control de todos los pasadizos, hemos liberado a varios secuestrados y tenemos el dinero y los ordenadores, –me dijo Sara acercándose un poco a mi posición–. Y si me dejas, le puedo poner una bala entre los ojos a este hijo de puta. Te lo garantizo.

– ¡Ya veo que te gusta rodearte de zorras!

– Te ofrezco vía libre hasta el exterior, ninguno de mis hombres te va a hacer nada, y nadie te va a disparar, –le ofrecí.

– ¿Y esa zorra? –pregunto refiriéndose a Sara que seguía mirándole con ojos amenazadores.

– También, te doy mi palabra.

– ¡Tu palabra no vale una mierda, cabrón!

– Pues es lo que hay, tú decides.

– ¿Me garantizas vía libre hasta el exterior, y que ninguno de tus hombres se interpondrá? –pregunto titubeante después de guardar silencio brevemente.

–Te lo repito, te doy mi palabra.

El ambiente era tremendamente tenso en la sala. Con la respiración agitada, Moncho seguía teniendo a Esther asida por el pelo mientras mantenía la pistola dentro de su ensangrentada boca. Me miraba con ojos exaltados mientras yo mantenía su mirada. Los mercenarios nos rodeaban expectantes a lo que pudiera ocurrir.

– De acuerdo, me has dado tu palabra, –dijo, y soltando a Esther separo los brazos del cuerpo mientras sostenía la pistola con el dedo índice.

Esther se arrastro un poco y uno de los mercenarios la cogió en brazos retirándola hacia atrás. Otros dos cogieron a Moncho por los brazos inmovilizándole. Me acerque a él y puse mi cara a escasos dos dedos de su rostro.

– ¿Sabes que? Debí matarte aquella mañana en mi casa, –me dijo con insolencia.

– ¿Sabe que? Debiste hacerlo, –y agarrándole por el pelo, saque mi cuchillo militar y comencé a introducirlo lentamente hacia arriba por la parte baja de la mandíbula. Pataleaba furioso con los ojos desorbitados mientras su boca se inundaba de sangre y los mercenarios lo sujetaban fuerte por los brazos. La punta del cuchillo hizo tope, pero apretando con fuerza lo metí hasta la empuñadura mientras a Moncho los ojos se le ponían en blanco.

– Soltadle, –ordene a los mercenarios y el cuerpo cayo hacia atrás. Tumbado en el suelo, durante unos segundos su cuerpo se movió con espasmos eléctricos.

– Ya tienes vía libre, y nadie te ha disparado, –le dije.

Recogí a Esther de los brazos del mercenario y volviéndome al de Pinkerton le di las últimas instrucciones.

– Ya sabes lo que tienes que hacer, y de él, que no quede nada.

Protegidos por Sara y varios mercenarios, salimos al exterior. No se veía ni policía y ejercito en las inmediaciones, aunque la entrada estaba llena de los cadáveres de los secuaces de Moncho que protegían el exterior. El silencio solo era roto por la intensa lluvia que caía y que hacia que el calor fuera más sofocante. Mire a Esther y me percate que había perdido el conocimiento. Casi mejor así. Las gotas de agua golpeaban con fuerza sobre su pecho desnudo. Llegamos a donde estaba el helicóptero, donde ya se habían acomodado algunos heridos y después de abordarlo despegamos en dirección al barco. Aterrizamos en el barco donde me esperaba Isabel que me condujo al interior donde un médico atendía a los heridos. Como las heridas de los otros no eran importantes, el médico se puso con ella de inmediato. Mande un mensaje a la hermana de Esther informándola de que ya estaba liberada, pero por el momento no la dije nada sobre su estado.

– Tiene un desgarro de dos centímetros en el ano y la he puesto unos puntos. En cuanto a los hematomas de la cara y del abdomen, solo son contusiones, no tiene fracturas ni lesiones internas. Lo peor es la boca. Ha perdido cinco dientes, dos arriba y tres abajo. Los de arriba están rotos, pero las raíces están dañadas, seguramente habrá que extraerlas. Los de abajo los ha perdido enteros y los alvéolos están muy dañados. Habrá que reconstruirlos y yo aquí no lo puedo hacer. Esta agotada, creo que estos últimos días no ha comido muy bien.

– ¿Puede viajar? Me la quiero llevar a España lo antes posible. Tengo un avión preparado en Nang

– Si, pero reposo total. Que viaje tumbada, le daré algo para sedarla durante el viaje. Y en España, que la atiendan rápidamente para confirmar mi diagnostico.

– Así lo haremos, no se preocupe.

Veinticuatro horas estuvimos en el barco que se había separado de la costa por motivos de seguridad. En ese tiempo, Isabel y yo estuvimos haciendo gestiones para que la salida de Esther de Tailandia fuera legal. En España, la cosa quedó como que en un operativo de la policía camboyana la habían liberado y todos los secuestradores resultaron muertos.

En Camboya nuestro operativo siguió unos días mas. Gracias a la ingente información proporcionada por los equipos informáticos, todos los cómplices de alto nivel cayeron bajo las balas de mis mercenarios. En cuanto al barco donde sacaron a Esther de España, dos semanas después atravesó Suez y se adentró en el mar Rojo. Cuando cruzaba el mar Arábigo, y ya lejos de las unidades navales de los EE.UU. que allí, por razones obvias son ingentes, Sara, al mando de un grupo de sus mercenarios, asalto el barco y mató a toda la tripulación. Después lo volaron y se hundió sin dejar rastro.

En una cámara acorazada destartalada que tenían en una estancia de los túneles, y que no fue difícil dinamitar, se encontraron 63.000.000 $. Con ellos se cubrieron los gastos de la operación, y se entregó una gratificación extra a cada uno de los mercenarios. Sara, que lidero el asalto al barco recibió 200.000 $ y el de Pinkerton 500.000. Con el resto forme un fondo de inversión en las Caimán para financiar nuestras ONG y los procesos judiciales en EE.UU. y Europa contra pederastas y tipejos de ese calibre. Con el material informático incautado, Colibrí y sus hackers trabajaron a destajo. Descubrieron algo más de dinero, que tardo poco en desaparecer. Pero lo más importante, consiguieron una montaña de información. Cientos de nombre de clientes, cuentas bancarias, datos de empresas, propiedades de todo tipo. El escándalo en EE.UU. fue colosal, una decena de congresistas, dos senadores, otro gobernador, financieros de renombre y un obispo. Pinkerton formo un numeroso equipo de abogados e investigadores que desmenuzaron durante dos años toda la información conseguida por Colibrí. Los que terminaron ante la justicia, tuvieron suerte. Los otros fueron cayendo, en un goteo incesante, bajo las balas del grupo de Sara, a la que encargue ese cometido.

Cuando llegamos a Madrid, directamente ingrese a Esther en una conocida clínica privada. A pie de pista, una ambulancia la trasladó, junto con su madre y su hermana que la estaban esperando. Estuvo varios días ingresada. Una mañana, Isabel llegó con María, que aunque con dolores ya se podía mover. A causa del estado de las dos, no se pudieron besar y casi tampoco abrazarse, pero se notó que la alegría las embargaba.

Cuando la dieron el alta la lleve a Salamanca para que su familia no tuviera que estar desplazada en Madrid para atenderla. Además, Esther necesitaba tranquilidad y poner su cabeza en orden, la experiencia sufrida y la certeza de la muerte trastorna a cualquiera. Durante varios meses, una psicóloga se encargó de ayudarla en esa función.

Unos días después de nuestra llegada a Salamanca, me encontraba en el sillón leyendo cuando apareció Esther, desnuda, se aproximó a mí y se sentó sobre mis piernas no sin cierta dificultad.

– Mi amor ¿Por qué no te sientas con el flotador? –la dije abrazándola.

– Estoy harta de ir con el flotador a todas partes, mi señor, –me contesto acurrucándose contra mi pecho. Me hace gracia como se le escapa la ese por las mellas–. ¿Sabes cuanto hace que no me follas?

– Claro que lo sé mi amor.

– Desde el secuestro mi señor, y ya va para tres semanas, –después de una pausa, añadió–. Yo creo que ya podíamos hacer algo.

– Si mi amor, me la puedes chupar, –la dije riendo–. Sin los dientes lo tienes que hacer de cojones.

– ¡Ja, ja, ja! Me parto de la risa, –dijo incorporándose, abriendo la boca desmesuradamente y mostrando el hueco entre sus dientes con un par de puntos de sutura que todavía la quedaban.

La cogí la cara con mis manos y empecé a besarla con cuidado. Respondió a ellos de inmediato, pero cuando intento poner más pasión paró por los dolores.

– Anda, no seas borrica y déjame hacer a mí, –la dije acariciándola.

Seguí besándola pero Esther no se podía controlar y se disparaba. Deje sus labios y baje hasta su cuello. Que bien huele y que ganas tengo de ella. Con dificultades se puso a horcajadas sobre mí y cogiéndome la polla con la mano de la introdujo en la vagina. Intento culear despacio, pero vi que la dolía y la pare, porque aunque Esther acepta el dolor sin problemas, no quiero que se le abra la herida. La cogí en brazos y la lleve a la cama. Me sitúe entre sus piernas, comencé a chuparla la vagina, e instantes después alcanzo su primer orgasmo en tres semanas. Insistí hasta que encadeno varios. Después me tumbé a su lado y la puse la polla en la mano. Mientras la besaba con precaución, me iba masturbando despacio. Su mano recorría me pene lentamente, y cuando llegaba arriba su pulgar acariciaba mi glande. Cuando me corrí, sumergí mi rostro en su cuello y la bese con pasión.

– ¿Me quieres mi señor?

– Te quiero más que nunca mi amor. ¿Por qué lo preguntas?

– Me gusta oírtelo decir, mi señor.

– ¿Por qué? ¿Dudas de mi amor?

– Ya no mi señor, –y después de una pausa añadió sonriendo–. Y antes tampoco.

– Es una lastima que hayas perdido tus paletitas, –la dije a la vista de sus mellas cuando sonrío–. Me gustaban, eran muy graciosas.

– Pues me las pondré igual mi señor.

– Póntelas como tú quieras mi amor.

– Si mi señor. No hemos hablado de lo que paso esos días.

– Que lo pasaste mal, es lo único que necesito saber. Pero tú tienes que soltar todo lo que tienes dentro. Sigue trabajando con la psicóloga y, cuando estés preparada, yo siempre estoy aquí, soy todo oídos, –la dije colocándola el flequillito–. Y si es posible no te la folles hasta que termine su trabajo.

– ¡Jo! Es simpática mi señor, pero podría ser mi abuela, –contesto poniendo cara de maliciosa–. Pero por ahora solo quiero tu polla y no la puedo tener.

– Tranquila, todo llegara.

La atraje de nuevo hacia mí y la bese los labios con cuidado. Descendí nuevamente hasta su cuello mientras mi mano se alojaba en su vagina acariciándola suavemente. Segundos después su respiración comenzó a hacerse más profunda mientras ella intentaba pegar su vagina a mi mano. La coloque bocarriba sobre mis piernas y recorrí su cuerpo con mis manos como quien toca un piano. La ordene que no se moviera mientras con una mano la estimulaba el clítoris y con la otra los pechos, los pezones, las axilas y el cuello. Comenzó a encadenar orgasmos, pero se los fui espaciando a mi antojo. Estuvimos así mucho tiempo. Nunca me canso de hacerla gozar. Finalmente, la introduje un dedo en la vagina mientras pasaba el brazo por debajo de sus hombros y la atraía hacia mí para observar, muy de cerca, la expresión de su rostro cuando se corre y respirar sus gemidos. Me encanta atrapar ese sublime momento de éxtasis, como sus ojos de entrecierran y boca se abre en un gemido potente. Como va recobrando la calma lentamente entre mis brazos y su inmensa mirada de amor. Aún no comprendo como he podido estar más de cincuenta años sin ella.


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