miércoles, 25 de enero de 2012

La vida es asi 1, camaron que se duerme...

Yo creo que no fue que se lo propuso conscientemente, sino, que capto al vuelo con su instinto de persona experimentada y observadora que yo pasaba por un momento de debilidad del que podría sacar partido.

Lo supo en cuanto me vio entrar a la pequeña tasca, donde lo halle sentado ante un trago con aire ausente. Ya sabía que mi presencia no pasaría desapercibida, pues no era costumbre de las mujeres de ese pueblo de ganaderos asistir sin compañía a sitios como ese. Yo en cambio provenía de una gran ciudad en donde las mujeres vivían sin tanta limitación.
Pedí un trago y aparte la sensación de desvalimiento que me atenazaba la consciencia. Me sentía lejos de todo lo conocido, entre extraños de costumbres ajenas a las mías. Temporalmente estaba radicada en este lugar, acompañaba a mi marido en asuntos de trabajo, pero por la naturaleza de este, pasaba largos periodos en el campo. Ahora ya tenía dos semanas fuera, me sentía triste y salí a caminar para despejarme, entretenerme. Vi la tasca y entre para escapar del calor.

Me miro de reojo, como si no le interesara demasiado, como si no le llamara la atención especialmente mi presencia. Los primeros sorbos de mi trago, la música agradable y el ambiente sosegado me sacaron de mi ensimismamiento. Me distendí y me puse a observarlo todo.
Mientras yo observaba, me sabía observada por él, como la serpiente vigila al animalito que esta fuera de su alcance pero al que se acerca sigilosamente. No me importaba, no buscaba seductor, buscaba paz para mi espíritu. Mientras servían el siguiente trago decidí ir a refrescarme a la toilette, resolví seguir un camino alejado de su mesa para no verme obligada a responder a su saludo y evitar una potencial confraternización. Quería seguir en silencio sin hablar con nadie.

De acuerdo a la opinión de mis amigas y amigos, ya desde la época del colegio me lo decían, yo soy muy sensual sin proponérmelo: camino, como, miro, hablo, rio y me comporto en general con un aire de seducción que por ser natural es encantador. Soy elegante por gusto. Visto de blanco, como ese día, con pantalón y camisa manga larga con faralaos. Soy catira natural (por todas partes) y uso el cabello a los hombros. Mi cara no es bonita, es atractiva con una naricilla pequeña perdida entre un par de ojos marrones grandes y una boca de labios gruesos y pulposos. Mis senos son medianos y altaneros, resalto su turgencia dejando algunos botones abiertos al límite. Tengo un cuerpo grande, mi cintura es todo lo pequeña que puede ser hasta que bajando al final de mi espalda se convierte en una cola robusta y pletórica de gracia. Piernas y tobillos gruesos. Pies medianos siempre enfundados en zapatillas descubiertas de tacón alto para aumentar un poco mi altura. Mido ciento sesenta y cinco centímetros y tengo treinta y dos años.

No sé si calculo mi edad, pero todo lo demás lo pudo observar a su satisfacción durante mis desfiles de ida y regreso al reservado de damas. No note ningún cambio en su actitud distraída de mí y a pesar de que no procuraba su atención, mi amor propio se sintió zarandeado por su desdén. Sin saberlo estaba cayendo en su trampa, la serpiente se había acercado más al animalito indefenso.

El raro suceso de la puerta del lugar abriéndose y la claridad solar invadiéndolo instantáneamente, no llamo tanto mi atención como el hecho de que mi serpiente sonriera a quien había entrado junto con el resplandor; se me acabo la diversión, pensé, ya llego la que esperaba. Mi sorpresa fue mayor, al oír mi nombre, en ese recóndito lugar, con suma elegancia, eso sí, voltee y le dedique una estudiada sonrisa a un individuo que me pareció remotamente conocido y que me causo inmediata simpatía por ir embutido en un flux elegante y a la moda. Mi cerebro rebusco rápidamente en sus archivos con el fin de asignarle a la aparición, un nombre y la razón de nuestro conocimiento mutuo. Me hizo emocionar el descubrimiento de que lo datos que se desvelaban en mi cerebro, coincidían con una persona de mi patria chica. Le alargue la mano sonriendo ahora con mas ahínco emotivo y tomándola me la beso como acostumbrábamos en la época de nuestros estudios en el tecnológico donde nos habíamos graduado en la misma promoción. Esa señal de reconocimiento nos emociono verdaderamente.

Espérame, voy a saludar a mi hermano y regreso para que me cuentes. Se dirigió a la mesa de mi serpiente le abrazo con cariño e hizo ademan de invitarlo a mi mesa para presentarnos. Así fue. Sin ninguna razón sensata le dedique una sonrisa que decía: ¡caramba, hasta que nos conocimos, estoy encantada!, la serpiente había alcanzado al animalito indefenso. Se llamaba Lucas (como el santo aquel), Ramón, mi ex compañero de estudios estaba de paso y se cito con su hermano para almorzar. Nos pusimos al día y la emoción de hallar a un civilizado me hizo perder la cuenta de los tragos. Realmente me sentía feliz, ya los nubarrones de la tormenta iban alejándose arrastrados por los vientos del whisky y la compañía agradable.
Ramón comenzó a hablar de despedirse, me dijo que me dejaba en las buenas manos de Lucas, refute: recuerda que soy casada, el pueblo es pequeño, las lenguas largas y la reputación corta. Consentí en ser trasladada a mi casa. Cuenta cancelada.

Salimos a una ciudad sumida en un pintoresco atardecer. Al haber dos carros, debía despedirme de Lucas y partir con Ramón. Fue al revés. Ramón recibió una llamada y debía regresar al lugar donde había estado realizando una auditoria que creyó concluida por sus subalternos. Se despidió disgustado y se fue. Quede con Lucas en el estacionamiento del local. Me dijo, pues no queda más remedio, yo llevo a la señora. Subimos a su camioneta. Me sentía extrañamente alegre, desprejuiciada y un poco habladora, a él le pasaba más o menos lo mismo, estaba dicharachero. Me invito como si fuéramos viejos amigos, a terminar de ver la puesta de sol en el parque a orillas del rio. Acepte con un encogimiento de hombros. De un compartimiento saco una botella de licor y comenzamos a beberlo puro en un vasito que compartimos. Yo creo que las cartas estaban echadas.
Llegamos al sitio, era de belleza exuberante. Nos sentamos en la parte trasera de la camioneta sobre un paño para evitar que la blancura de mi pantalón sufriera desmedro. Seguimos bebiendo en silencio, yo estaba embobada por la contemplación de tanta belleza, el cielo tenia colores imposibles de imitar y el rio ronroneaba a mis pies. Me deje arrullar por tanta belleza, mis sentidos y mi sensibilidad estaban al máximo. El licor recrecía las sensaciones que recorrían mis caminos. Todo fluyo espontáneamente, como saliendo de un sitio ignorado y perdido entre las brumas de la inconsciencia etílica.

Tú eres lo que le faltaba a este paisaje para ser perfecto, me confió. Sonreída le apreté su mano en señal de agradecimiento por el piropo. Sin saber porque la deje atrapada entre la suya. Ahora la serpiente me iba a engullir, comenzó a hacerlo, beso levemente mis labios y lo deje hacer fascinada por el embrujo. Un calorcillo recorrió mi cuerpo y recalo en mi vagina después de pasar erizante por mis pezones. Me sentí necesitada de llevar la pasión al final, hasta su culminación. Decidí no oponer resistencia, pero eso ya no estaba en mis manos decidirlo, estaba en su poder. La serpiente enrollaba sus anillos alrededor de mis sentidos transmitiéndome su voluntad de hacerme suya.

Se apoyo en la baranda del vehículo y me coloco entre sus piernas. Mi espalda descanso en su pecho. Fui consciente de que la dureza de su miembro rozaba mis nalgas. Su boca mordisqueo mi oreja; al rozarla con su lengua me sentí desfallecer. Ya no tenía voluntad. Quería probar lo que me depararía ser engullida. Aparte todo pensamiento de remordimiento, pues no tenía salvación.

Voltee mi cara y busque su lengua, esta entro como una ráfaga caliente y voraz, sus labios mordían los míos, los míos mordisqueaban los suyos. El deseo se había desbocado. La angustia había buscado su calma por los caminos del placer prohibido.

Sus manos libertinas desabrocharon mi camisa, apartaron el brassiere y acogieron mis senos cálidos cuyos pezones querían reventar. Yo me agarraba a sus piernas y con respiración entrecortada gemía de placer. Una de sus manos bajo a mi abdomen y busco llegar más abajo, pero el pantalón no la dejo pasar. La saco y desabrochándole elimino ese último obstáculo. Su boca me besaba y alternativamente lamia mis orejas arrancándome sensaciones que recalaban más abajo de mi clítoris, una mano hacia feliz a mis pezones y la otra alcanzo mi alhaja más preciada. La serpiente me había rodeado con sus anillos de placer.

Mi joya preciosa, dio un respingo. Sus bellos eran amarillos, pocos y suaves. Sus labios eran grandes y voluminosos, el clítoris era sensibilísimo y mi vulva apenas tocada se reveló y me produjo un orgasmo fuerte que hizo temblar todo mi cuerpo, mugí como una vaca mientras mis jugos mojaban sus dedos y mis dedos se clavaban en sus muslos.

Al recuperarme sentí su masculinidad restregando mis nalgas. Me levante temblorosa aun, lo tome por una mano y a falta de un lugar más apropiado, abrí la puerta del vehículo, baje mis pantalones y pataleta al máximo, incline mi tórax sobre el asiento dejando mi trasero al aire apoyándome en mis piernas abiertas todo lo que podía, por la limitación del pantalón. El espectáculo de la exhibición de mis nalgas era digno de admiración, pero la obscuridad que comenzaba a rodearnos no le permitió solazarse en ese regocijo, pero, estoy segura que noto su tersura, su lozanía, su volumen y su temperatura acogedora para su colmillo, con el que me inyectaría su veneno.

Esperando su resolución, sentí que bajaba su pantalón, una mano entreabrió mis nalgas y la otra dirigió su cabeza, nunca vista por mí, hacia la la entrada de la hendidura de mi humedecida vulva. La penetro con lentitud disfrutando del calor que aumentaba con cada centímetro de perforación, yo la sentía avanzar indetenible, abriendo su camino a través de mis entrañas devoradoras de su falo grueso y robusto. Comenzó a moverse y yo a morder la tela del asiento donde apoyaba mi cara para ahogar mis frases que le rogaban mi penetración total y mi total posesión. Me apreso por las caderas, lo metía y sacaba, lo rotaba, era rápido y a veces lento, disfrutaba al máximo de mi posesión y la hacía patente. Mi cuerpo no aguanto más y me regalo un suculento orgasmo, de tal calidad que mis piernas temblorosas y desfallecientes ya no me sostenían, mis mugidos llenaron la cabina de la camioneta quedando ahogados allí. Movía mi rabo sin control tratando de obtener más placer. Sus movimientos se recrudecieron haciéndose más bruscos, su veneno estaba a punto de inundarme. Lo sentí salir caliente y sus espasmos eyaculatorios lograron aumentar los míos, su barra me perforaba inmisericorde.

Poco a poco nos calmamos, su colmillo seguía aferrado a mi latiente humedad interior que continuaba fluyendo, ahora mansamente.
Cesaron nuestros espasmos y rugidos. Se salió de mi dejándome desfallecida y plena. Me limpio los restos de semen con su pañuelo. Arregle lo mejor que pude los destrozos de mi vestuario. Partimos rumbo a mi casa.

Tome una ducha cálida. Me sentía ecuánime. Me acosté desnuda e inmediatamente me dormí. Desperté bruscamente, el sol estaba alto, llamaban a la puerta con empeño. Me despabile y poniéndome una bata acudí al llamado. Era un chico con un ramo de flores. Traía una tarjeta abierta y un sobre cerrado. La tarjeta abierta decía: De tu esposo. El sobre cerrado contenía una esquela: Lo de anoche te hace la inolvidable.

Arrobada por el recuerdo coloque las flores sobre la mesa del comedor y allí las olvide. Bote la tarjeta de despistar y guarde el sobre con la nota en mi cartera. Me acosté nuevamente, mis dedos buscaron mi clítoris y espontáneamente comencé una lenta masturbación pensando en mi esposo. El flaco pronto regresaría y yo volvería a ser suya y de nadie más.

Pensaba yo.

FIN DE LA PRIMERA PARTE.

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