Era una nochecita de verano cuando me subí al colectivo. tenía puesto un vestidito bastante corto que dejaba ver mis piernas. Me sentí observada al subir, y me senté sola en el primer asiento de a dos del lado de la ventanilla.
Observé que el chófer de vez en cuando trataba de fisgonear mis piernas por el espejo retrovisor, actitud que hizo que empezará a calentarme, y aunque deseaba mostrar un poco más que mis piernas a ese observador insistente no me animé a más que cruzar mis piernas.
Seguí el viaje mirando por la ventanilla cuando en unas paradas siguientes veo que sube un muchacho de treinta años aproximadamente y se sienta al lado mio.
Con sorpresa después de unos diez minutos de viaje noto que él mismo parece haberse quedado dormido y en el vaivén del recorrido apoya su mano cerca de mi rodilla.
Me siento incomoda por la situación, me muevo para ver si la retira pero nada, este señor comienza a subirla de a poco, muy suavemente, casi hasta llegar a mi muslo.
Me vuelvo a mover y le susurro -señor me está tocando; parece despertarse y me dice perdón y se acomoda un poco alejado de mi.
Pero a las dos o tres cuadras vuelve a poner su mano nuevamente en mi pierna y realiza movimientos suaves en forma ascendente. Le reitero que me está tocando pero hace caso omiso a mis reclamos y me aprieta con más firmeza el muslo.
Mi excitación comienza a surgir efecto, siento que los labios de mi vagina se empiezan a humedecer, y estoy deseando que esa mano suba más hasta llegar a mi botoncito caliente.
Pero él se conforma con acariciarme la pierna.
Me calienta saber que el colectivero es testigo de ese manoseo, pero el pudor me avasalla y coloco un libro en la ruta de la mirada del colectivero para que el desconocido pueda seguir tocándome a su gusto.
Sin llegar aún a mi conchita, me toma con firmeza cerca de la ingle y con el otro brazo rodea mi cintura queriendo llegar con su otra mano a mis tetas.
Me empieza a acariciar mi pecho y me pellizca el pezón.
Yo no doy más de calentura, me entrego a esa manos desconocidas, y abro las piernas para que al fin me pueda tocar mis labios que ya a esta altura estaban chorreando de placer, quería que me penetre, y lo hizo con sus dedos.
¡Qué placer! No se como hice para disimular mi orgasmo.
Después por vergüenza me cambié de asiento y a las pocas paradas me bajé porque había llegado a destino.
Aún me acuerdo de esa hermosa experiencia y muchas veces en la soledad de mi cuarto me masturbé llegando a placeres ilimitados recordando a ese desconocido pasajero que logró hacerme llegar a un viaje lleno de placer.
Es una historia real._
Te gustaria un arrimon en el metro viajo en la linea verde podriamos jugar si te animas
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