martes, 11 de septiembre de 2012

ESTHER (capitulo 42)

Hace frío a las seis de la madrugada. Metida en su forro polar y con la capucha subida, Esther mira interesada como se inflan los globos mientras entona las manos con un café caliente. En la oscuridad, solo los ilumina el fuego de los quemadores que los inflan. Yo deambulo entre ellos sacando fotos. Esther no ha perdido su pasión por la fotografía, pero parece que quiere atrapar este momento mágico en la Anatolia turca. Es nuestro primer viaje largo desde los terribles sucesos que origino su secuestro. Esta totalmente recuperada en todos los sentidos, pero ha cambiado, ahora es más mujer, esta más hecha y su pasión por mi a aumentado, mientras que la mía se ha multiplicado. Me reúno con ella unos momentos antes de que nos avisen para subir al nuestro. La cuelgo la cámara del cuello y la beso con todo mi amor. Nos subimos a nuestro globo y comienza ascender, mientras Esther me aprieta el brazo con fuerza. La imagen de cientos de globos ascendiendo en el crepúsculo de la mañana es impresionante. Desde mucha altura vemos amanecer, y como el disco rojo asciende por detrás de las montañas turcas. Esther, con el reflejo rojo en su cara mira embelesada el mágico instante. Yo la miro a ella, y el solo pensamiento de que he estado a punto de perderla, me hace daño. El globo navega tranquilo, silencioso sobre los monumentos naturales que más tarde veremos con el tour, el valle de Avcilar, las chimeneas de hadas de Tasa Bagi, la familia de Üçgüzellar mientras no muy lejos de adivina la montaña fortaleza de Uchisar. Regresamos a desayunar al hotel para posteriormente partir para visitar el complejo de iglesias rupestres de Göreme y todas las maravillas que hemos visto desde el aire. De regreso, por la tarde, bajamos al spa de hotel y posteriormente cenamos con el grupo. Salimos a dar un paseo por los alrededores y nos sentamos a tomar un té en una terraza muy agradable. Hay mucho ambiente, la zona esta muy animada. Aunque a causa del madrugón, a Esther se le cierran los ojos, no da su brazo a torcer y continua conversando conmigo.
– Te caes de sueño mi amor, –la digo con una sonrisa mientras la acaricio la mejilla con la mano–. ¿Por qué no nos vamos a dormir?
– Si no me duermo mi señor, –me responde–. Se está muy bien aquí.
– En esta ciudad vamos a estar tres días mi amor, mañana podemos volver por aquí.
– ¡Jo! ¿Por qué mi señor no se duerme y yo sí? Tú has madrugado igual que yo.
– Porque yo soy un macho ibérico, y los machos ibéricos no se duermen cuando están con una linda dama como tú, y menos en un lugar publico.
– Anda, no seas bobo, –me dice soltando una carcajada.
Nos levantamos y regresamos al hotel cogidos de la mano. Ya en la habitación, nos desnudamos y nos metimos en la cama. Esther se pega a mí mientras me coge el pene con la mano. Y ya esta, se quedó dormida. Apagué la luz y abrazado a ella me dormí también.
Abrí los ojos y lo primero que vi fue la esplendida vagina de Esther delante de mi cara. Estuve unos segundos desorientado sin saber que pasaba, ya entraba claridad por las cortinas y mire la hora en el móvil. Las cinco de la mañana. Incrédulo miraba a Esther, no me podía creer que a estas horas tuviera mi polla en la boca. A estas horas, mi amor no está para nada, incluido esto. En fin, que le vamos a hacer, me pongo a chupar mientras con mis manos recorro su espalda y su trasero. Noto como su cuerpo se estremece por la acción de mi lengua. Mientras chupa, Esther gime, jadea y poco después me corro en su boca mientras tiene el primer orgasmo. Se deja caer hacia un lado pero la atrapo y tumbados de lado meto mi cara entre sus piernas y continuo chupando. Veo a la perfección su vagina, su ano y, la cicatriz que casi los comunica. Me tienta la idea de pasar el dedo sobre ella, pero me contengo, sé que no la gusta, la da cosa como dice ella. Sigo chupando y la meto el dedo en el ano mientras ella se afana con mi polla que va resucitando. La doy la vuelta y después de ponerla lubricante, la penetro por el ano mientras con mi mano estimulo su clítoris. Embisto con suavidad, sin violencia, mientras con mis besos recorro su cuello y unos minutos después me corro. Sin sacársela insisto con mi mano en su clítoris para provocarla el ultimo. Cuando se produce, es muy fuerte y Esther chilla con potencia y se queda como en trance, inerte, mientras continuo con mis besos. Me ducho y vuelvo a la cama donde Esther duerme, nos quedan un par de horas para desayunar con el grupo.
Unos días después pasamos por Konya, la ciudad donde está enterrado el poeta místico Rumi, fundador de los derviches. Después de visitar su espectacular mausoleo, continuamos viaje por carretera hasta Pamukkalé. Llegamos tarde y cansados. El viaje desde la Capadocia es largo y pesado, 600 Km en autocar por carreteras turcas, pero por fin ya estamos en el hotel. Al día siguiente visitamos las cascadas de cal de Pamukkalé y las ruinas romanas de Hierapolis, que están juntas. Esther se ha llevado su bikini y su piel tostada por el sol resalta con el blanco de la cal. Retoza en las charcas de agua transparente con su exhibicionismo desbocado, mientras la saco miles de fotos. Cuando me doy cuenta, un buen número de japoneses también la fotografían, mientras las mojigatas del grupo comentan. Sobre este, solo diré que no hemos tenido suerte, nunca he visto tal cantidad de tontos juntos. Resignación, son los riesgos de los grupos turísticos. A continuación, visitamos las espectaculares ruinas de Hierapolis, la importante ciudad romana doblemente destruida por los terremotos de los años 17 y 1354. Al día siguiente salimos otra vez en autocar hacia Efeso, donde después de visitar las ruinas, nos encaminamos al aeropuerto para coger el avión a Estambul, una de las ciudades más impresionantes que conozco.
En el aeropuerto de Estambul, nos despedimos cortésmente del grupo. ¡Por fin! En esta ciudad estaremos una semana entera, esta es mi tercera visita y aquí no necesito guías. Solo espero no encontrármelos por el Gran Bazar.
– Que gente tan rara, –comento Esther cuando nos dirigíamos a Four Seasons en un vehículo del propio hotel.
– ¿Rara? Querrás decir gilipollas, –la respondí provocando la carcajada de Esther.
– Pues mira que es raro que tu no congenies con alguien mi señor. En el grupo había 26 personas y no te ha caído bien ninguna …
– Eso no es cierto mi amor, –la interrumpí pasándola el brazo por el hombro–. Tú si me caes bien. Y la guía también.
– No seas tonto, yo no cuento mi señor, –contesto soltando una carcajada–. Y la guía tampoco.
– Vamos a dejar el tema, pero te digo que como me encuentre a alguno por la ciudad me da algo.
Con una Esther descojonada de risa llegamos al hotel, situado entre Santa Sofía y la Mezquita azul. Ocupamos la Suite Principal que tiene dos plantas y a ella la encantó, como yo ya suponía. También estaba el baúl que previamente habíamos facturado desde España.
– Mi señor, una cheslong, –me dijo situada a su lado y señalándola con el dedo–. ¿Sabes lo que eso significa?
– Si mi amor, ¿Cenamos primero o …?
– ¡Ya!
– Vale mi amor, la verdad es que es pronto para cenar.
Me acerque a ella y cogiéndola la camiseta se la quite. Mientras manipulaba el cierre de su sujetador para liberar sus pechos, la besaba en los labios. La baje los pantalones y la deje solo con el tanga. Me senté en la cheslong y me recosté sobre el respaldo y la sitúe bocarriba sobre mí.
– Deja las manos quietas, –la susurre.
Las mías la recorrían por completo mientras besaba su cuello. Mi mano derecha se deslizó por dentro del tanga hasta alcanzar su vagina. La estimule hasta que, al alcanzar el orgasmo, agarre con ambas manos el tanga y lo destroce provocando que chillara más fuerte. Agarrando mi polla con la mano se la introduje comenzando a follarla con el detenimiento que a mí me gusta. Quince minutos y varios orgasmos después, me levanté y tumbándola bocarriba sobre la cheslong me corrí en su boca mientras con la mano la seguía estimulando la vagina. Estuvo un rato limpiándome la polla con su boca y alargando mi placer.
– Tendríamos que comprar una cheslong para casa, –la dije.
– No mi señor, perdería su misterio y su encanto.
En los siguientes días recorrimos toda la ciudad, y visitamos sus monumentos más emblemáticos. Santa Sofía, la Mezquita Azul, la Cisterna de la Basílica, el puente y la torre de Galata, el Palacio Topkapi, y podría seguir enumerando maravillas de esta ciudad que me enamora. Pero sobre todo, en Estambul se visitan mezquitas. A las ya nombradas hay que añadir unas cuantas de parecidas dimensiones, pero las verdaderas joyas son las pequeñas, esas a las que casi no van los turistas. La Mehmet Pasa, que esta en el interior de una escuela coránica, la Küçük Ayasofya, que ocupa una antigua iglesia bizantina, y sobre todo, la que esta considerada como la mezquita con mejor decoración de azulejos del Islam, la Rüstem Pasa. Su interior esta totalmente alicatada con azulejos de estilo Iznik y la entrada esta oculta en un zoco anexo al Bazar de las Especias. Resulta laborioso localizarla. Esther esta encantada, envuelta en su enorme fular rosa, entra en todas las mezquitas, y en alguna de ellas asistimos, con el respeto necesario, al rito de la oración.
– ¿Por qué aquí puedo entras en todas las mezquitas y otros países no mi señor?
– Aquí tuvieron un líder nacional con la suficiente visión como para modernizar el país y convertirlo en laico. Recuerda que en Konya entramos sin problemas en el mausoleo de Rumi, y esa ciudad está considerada como integrista.
– He leído en la guía sobre Atatürk. Debió ser un tipo interesante.
– Y con dos cojones. A ver si algún día tenemos en España, alguien que eche a palos a curas y políticos de todos los colores.
– Que te disparas mi señor, –me dijo riendo, y yo también me eche a reír.
Todos los días pasábamos por el Gran Bazar, y casi todos los días nos perdíamos. Esther esta encantada. La zona de las joyerías la tiene totalmente explorada. Con todo lo que esta comprando, tendremos que hacer un envío especial a Madrid.
– Esto no es como Marrakech, aquí puedes ponerte a ver las cosas sin que te asalten.
Por las noches, salvo una que fuimos a los restaurantes del puente de Galata, el resto íbamos a cenar a Kumkapi. A Esther la encanta la animación de las terrazas de los restaurantes, sus luces de colores y los músicos que amenizan la velada.
Según me comento unos años después, este es el mejor viaje que hemos hecho juntos. Esther esta contenta, es feliz, y por lo tanto yo también. Como ya he dicho esta totalmente recuperada, física y emocionalmente. Tres meses después, cuando la psicóloga había terminado su trabajo con ella, me contó con pelos y señales los terribles días que paso en el barco y en el avión. A mí me daba igual saberlo, pero era bueno para ella. Jamás me pregunto nada sobre como descubrimos su paradero, ni quiso saberlo. Tampoco quiso saber nada de los cómplices de Moncho que conoció durante su viaje a Camboya. Ni me comento nada sobre la muerte de Moncho que ella misma presenció. Supongo que cuando vio que todos los escoltas habían desaparecido, imagino que los malos habían muerto, como así fue.
Hace doce años que vivimos juntos, yo soy un vejestorio de 65 años y ella es una preciosa mujer de 39. Sigue a mi lado y estoy seguro de que seguirá así. Su pasión por mí sigue intacta a pesar de mis arrugas y los achaques que comienzan a aparecer. Por mi parte yo sigo babeando con ella. Hace seis años nació nuestro primer hijo, Cristian, y dos después Angela. Como es lógico, las mujeres cuando tienen hijos, cambian radicalmente su punto de mira. De ser el Rey de la Creación, automáticamente pasas a ser una mierda “pincha” en un palo. Esther no ha llegado a tanto, y me sigue obsequiando con sus atenciones, pero con más tranquilidad, cosa que a mí me viene bien, empiezo a estar para pocos trotes.

Nota final:
Este es el último capitulo, de una serie que en un principio ideé para cinco o seis. Gracias a la aceptación que tuvo, y vuestro amable apoyo con los comentarios y correos que recibí, lo he ido alargando hasta los 42, pero ya es hora de terminar esta historia. Vuelvo a reiteraros sinceramente mi agradecimiento por vuestro apoyo, y pedir disculpas por los errores que seguro habré cometido.
Seguiré publicando relatos sueltos, y estoy preparando una serie larga de ciencia ficción, sobre las aventuras de una mujer, de una guerrero espacial.
Gracias de nuevo a todos.

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ESTHER (capitulo 41)

– Uno de nuestros equipos ha detectado un vehículo en una de las entradas orientales. Un grupo fuertemente armado ha entrado con alguien que podría ser una mujer, –susurro Sara–. Tiene que ser ella.

– Que los equipos tomen posiciones, – ordeno el de Pinkerton.

Diez minutos después, los equipos fueron informando por radio que ya estaban preparados. El de Pinkerton nos miro y dio la orden de atacar.

Sentada en el suelo, se sujetaba mínimamente apoyada en uno de sus brazos. A su lado, el cadáver de su violador la resultaba indiferente. De pie, Moncho la miraba con actitud de triunfo.

– Me ha costado mucho traerte hasta aquí, cariño. Pero ha merecido la pena.

Hizo una señal a los que estaban con el que se abalanzaron sobre ella y después de atarla las manos la colgaron de ellas del techo. Después la arrancaron a tirones la camiseta y la quitaron los ensangrentados pantalones dejándola desnuda. Un fino hilillo de sangre comenzó a gotear por su entrepierna.

– Vaya, parece que te dieron lo tuyo, –exclamo separando sus nalgas con las manos y provocándola un dolor insoportable que la hizo gritar. Con su mano, Moncho recorría su cuerpo mientras la rodeaba sonriendo complacido. Se situó ante ella y cogiéndola por el pelo la inspecciono el rostro, todavía amoratado por la violación del barco.

– Mátame ya ¿A qué esperas? –suplico Esther con un hilo de voz.

– A recuperar lo invertido en traerte aquí, –respondió Moncho riendo–. No te preocupes, morirás. Tengo un cliente especialmente … depravado, que pagara una fortuna por ti. Ya empieza a estar harto de chinas. Dejaré pasar unos días para que te recuperes, no me gusta entregar mercancía deteriorada.

– Eres un hijo de puta Moncho, –exclamo Esther reuniendo sus escasas fuerzas. Intento escupirle, pero la saliva no salio.

– Si cariño, lo soy, pero … –sus palabras se interrumpieron por un fragor de disparos que llegaban por los túneles.

Varios hombres llegaron corriendo unos segundos después y se pusieron a hablar con Moncho en idioma jemer. Se les veía muy excitados y hablaban con grandes aspavientos. Moncho miró a Esther y vio que se estaba riendo.

– ¿De que te ríes zorra? –la espeto con dureza agarrándola por el pelo.

– Ya esta aquí, y te va a matar, –le contesto sin dejar de reír a pesar del tirón de pelo.

– Pues tú morirás primero, puta, –levanto el arma y la apunto a la cabeza, pero uno de sus secuaces le apartó el brazo mientras le decía algo. A pesar del odio que Esther vio en sus ojos, asintió y bajo el arma. Hizo una indicación y sus secuaces la bajaron y, llevándola en volandas, salieron todos de la habitación. Recorrieron varias galerías, pero cada vez el tiroteo era más fuerte, hasta que al desembocar en una gran sala, sus cómplices comenzaron a caer abatidos por disparos certeros. Esther cayo al suelo mientras dos hombres se abalanzaban sobre Moncho intentando inmovilizarlo, pero se revolvió disparando sobre ellos y agarrando del pelo a Esther la metió la humeante pistola en la boca rompiéndola varios dientes. No dijo nada, solo miro con ojos crispados a los mercenarios que pararon el ataque. Con la pistola en la boca, Esther aullaba de dolor mientras sangraba abundantemente y, con una de sus manos, sujetaba a Moncho por la muñeca. Los mercenarios aguantaron la posición apuntando con sus armas largas a Moncho directamente a la cabeza, mientras los seguía mirando desafiante. Un par de minutos después llegamos nosotros, y sin pensarlo lo más mínimo me sitúe delante de Moncho mientras hacia una señal a los mercenarios para que se apartasen hacia atrás.

– Mira a quien tenemos aquí, –dijo Moncho sonriendo, pero visiblemente nervioso–. ¿Es esta zorra lo que quieres? Todavía no entiendo que puedes ver en esta puta muerta.

– Muy bien ¿Cómo vamos a solucionar este asunto? –le pregunte con calma.

– ¡Muy sencillo hijo de puta, la zorra y yo no vamos por la puerta o la mato aquí mismo! –chilló.

– Si la matas, estás muerto tu también, y te aseguro que no te gustara la forma, –le respondí fríamente sin apartar la vista de sus ojos–. No creo que quieras desperdiciar tus opciones.

– Tú déjame salir con ella y así no tendré que matarla, –contesto Moncho. Durante la conversación movía la mano con la pistola provocando gruñidos de dolor en Esther que seguía sangrando por la boca.

– Si la quieres matar hazlo ahora mismo, pero Esther no va a salir de aquí contigo. Pero ya sabes lo que te he dicho, tú vas detrás, y te garantizo que no te gustara.

– ¿No pensaras que te voy a dar a la puta por las buenas?

– Esa es la idea.

– Tú flipas hijo de puta, alucinas si piensas que te la voy a entregar.

Varios mercenarios mas entraron en la sala y se pusieron a hablar con el de Pinkerton y Sara.

– Eduardo, tenemos el control de todos los pasadizos, hemos liberado a varios secuestrados y tenemos el dinero y los ordenadores, –me dijo Sara acercándose un poco a mi posición–. Y si me dejas, le puedo poner una bala entre los ojos a este hijo de puta. Te lo garantizo.

– ¡Ya veo que te gusta rodearte de zorras!

– Te ofrezco vía libre hasta el exterior, ninguno de mis hombres te va a hacer nada, y nadie te va a disparar, –le ofrecí.

– ¿Y esa zorra? –pregunto refiriéndose a Sara que seguía mirándole con ojos amenazadores.

– También, te doy mi palabra.

– ¡Tu palabra no vale una mierda, cabrón!

– Pues es lo que hay, tú decides.

– ¿Me garantizas vía libre hasta el exterior, y que ninguno de tus hombres se interpondrá? –pregunto titubeante después de guardar silencio brevemente.

–Te lo repito, te doy mi palabra.

El ambiente era tremendamente tenso en la sala. Con la respiración agitada, Moncho seguía teniendo a Esther asida por el pelo mientras mantenía la pistola dentro de su ensangrentada boca. Me miraba con ojos exaltados mientras yo mantenía su mirada. Los mercenarios nos rodeaban expectantes a lo que pudiera ocurrir.

– De acuerdo, me has dado tu palabra, –dijo, y soltando a Esther separo los brazos del cuerpo mientras sostenía la pistola con el dedo índice.

Esther se arrastro un poco y uno de los mercenarios la cogió en brazos retirándola hacia atrás. Otros dos cogieron a Moncho por los brazos inmovilizándole. Me acerque a él y puse mi cara a escasos dos dedos de su rostro.

– ¿Sabes que? Debí matarte aquella mañana en mi casa, –me dijo con insolencia.

– ¿Sabe que? Debiste hacerlo, –y agarrándole por el pelo, saque mi cuchillo militar y comencé a introducirlo lentamente hacia arriba por la parte baja de la mandíbula. Pataleaba furioso con los ojos desorbitados mientras su boca se inundaba de sangre y los mercenarios lo sujetaban fuerte por los brazos. La punta del cuchillo hizo tope, pero apretando con fuerza lo metí hasta la empuñadura mientras a Moncho los ojos se le ponían en blanco.

– Soltadle, –ordene a los mercenarios y el cuerpo cayo hacia atrás. Tumbado en el suelo, durante unos segundos su cuerpo se movió con espasmos eléctricos.

– Ya tienes vía libre, y nadie te ha disparado, –le dije.

Recogí a Esther de los brazos del mercenario y volviéndome al de Pinkerton le di las últimas instrucciones.

– Ya sabes lo que tienes que hacer, y de él, que no quede nada.

Protegidos por Sara y varios mercenarios, salimos al exterior. No se veía ni policía y ejercito en las inmediaciones, aunque la entrada estaba llena de los cadáveres de los secuaces de Moncho que protegían el exterior. El silencio solo era roto por la intensa lluvia que caía y que hacia que el calor fuera más sofocante. Mire a Esther y me percate que había perdido el conocimiento. Casi mejor así. Las gotas de agua golpeaban con fuerza sobre su pecho desnudo. Llegamos a donde estaba el helicóptero, donde ya se habían acomodado algunos heridos y después de abordarlo despegamos en dirección al barco. Aterrizamos en el barco donde me esperaba Isabel que me condujo al interior donde un médico atendía a los heridos. Como las heridas de los otros no eran importantes, el médico se puso con ella de inmediato. Mande un mensaje a la hermana de Esther informándola de que ya estaba liberada, pero por el momento no la dije nada sobre su estado.

– Tiene un desgarro de dos centímetros en el ano y la he puesto unos puntos. En cuanto a los hematomas de la cara y del abdomen, solo son contusiones, no tiene fracturas ni lesiones internas. Lo peor es la boca. Ha perdido cinco dientes, dos arriba y tres abajo. Los de arriba están rotos, pero las raíces están dañadas, seguramente habrá que extraerlas. Los de abajo los ha perdido enteros y los alvéolos están muy dañados. Habrá que reconstruirlos y yo aquí no lo puedo hacer. Esta agotada, creo que estos últimos días no ha comido muy bien.

– ¿Puede viajar? Me la quiero llevar a España lo antes posible. Tengo un avión preparado en Nang

– Si, pero reposo total. Que viaje tumbada, le daré algo para sedarla durante el viaje. Y en España, que la atiendan rápidamente para confirmar mi diagnostico.

– Así lo haremos, no se preocupe.

Veinticuatro horas estuvimos en el barco que se había separado de la costa por motivos de seguridad. En ese tiempo, Isabel y yo estuvimos haciendo gestiones para que la salida de Esther de Tailandia fuera legal. En España, la cosa quedó como que en un operativo de la policía camboyana la habían liberado y todos los secuestradores resultaron muertos.

En Camboya nuestro operativo siguió unos días mas. Gracias a la ingente información proporcionada por los equipos informáticos, todos los cómplices de alto nivel cayeron bajo las balas de mis mercenarios. En cuanto al barco donde sacaron a Esther de España, dos semanas después atravesó Suez y se adentró en el mar Rojo. Cuando cruzaba el mar Arábigo, y ya lejos de las unidades navales de los EE.UU. que allí, por razones obvias son ingentes, Sara, al mando de un grupo de sus mercenarios, asalto el barco y mató a toda la tripulación. Después lo volaron y se hundió sin dejar rastro.

En una cámara acorazada destartalada que tenían en una estancia de los túneles, y que no fue difícil dinamitar, se encontraron 63.000.000 $. Con ellos se cubrieron los gastos de la operación, y se entregó una gratificación extra a cada uno de los mercenarios. Sara, que lidero el asalto al barco recibió 200.000 $ y el de Pinkerton 500.000. Con el resto forme un fondo de inversión en las Caimán para financiar nuestras ONG y los procesos judiciales en EE.UU. y Europa contra pederastas y tipejos de ese calibre. Con el material informático incautado, Colibrí y sus hackers trabajaron a destajo. Descubrieron algo más de dinero, que tardo poco en desaparecer. Pero lo más importante, consiguieron una montaña de información. Cientos de nombre de clientes, cuentas bancarias, datos de empresas, propiedades de todo tipo. El escándalo en EE.UU. fue colosal, una decena de congresistas, dos senadores, otro gobernador, financieros de renombre y un obispo. Pinkerton formo un numeroso equipo de abogados e investigadores que desmenuzaron durante dos años toda la información conseguida por Colibrí. Los que terminaron ante la justicia, tuvieron suerte. Los otros fueron cayendo, en un goteo incesante, bajo las balas del grupo de Sara, a la que encargue ese cometido.

Cuando llegamos a Madrid, directamente ingrese a Esther en una conocida clínica privada. A pie de pista, una ambulancia la trasladó, junto con su madre y su hermana que la estaban esperando. Estuvo varios días ingresada. Una mañana, Isabel llegó con María, que aunque con dolores ya se podía mover. A causa del estado de las dos, no se pudieron besar y casi tampoco abrazarse, pero se notó que la alegría las embargaba.

Cuando la dieron el alta la lleve a Salamanca para que su familia no tuviera que estar desplazada en Madrid para atenderla. Además, Esther necesitaba tranquilidad y poner su cabeza en orden, la experiencia sufrida y la certeza de la muerte trastorna a cualquiera. Durante varios meses, una psicóloga se encargó de ayudarla en esa función.

Unos días después de nuestra llegada a Salamanca, me encontraba en el sillón leyendo cuando apareció Esther, desnuda, se aproximó a mí y se sentó sobre mis piernas no sin cierta dificultad.

– Mi amor ¿Por qué no te sientas con el flotador? –la dije abrazándola.

– Estoy harta de ir con el flotador a todas partes, mi señor, –me contesto acurrucándose contra mi pecho. Me hace gracia como se le escapa la ese por las mellas–. ¿Sabes cuanto hace que no me follas?

– Claro que lo sé mi amor.

– Desde el secuestro mi señor, y ya va para tres semanas, –después de una pausa, añadió–. Yo creo que ya podíamos hacer algo.

– Si mi amor, me la puedes chupar, –la dije riendo–. Sin los dientes lo tienes que hacer de cojones.

– ¡Ja, ja, ja! Me parto de la risa, –dijo incorporándose, abriendo la boca desmesuradamente y mostrando el hueco entre sus dientes con un par de puntos de sutura que todavía la quedaban.

La cogí la cara con mis manos y empecé a besarla con cuidado. Respondió a ellos de inmediato, pero cuando intento poner más pasión paró por los dolores.

– Anda, no seas borrica y déjame hacer a mí, –la dije acariciándola.

Seguí besándola pero Esther no se podía controlar y se disparaba. Deje sus labios y baje hasta su cuello. Que bien huele y que ganas tengo de ella. Con dificultades se puso a horcajadas sobre mí y cogiéndome la polla con la mano de la introdujo en la vagina. Intento culear despacio, pero vi que la dolía y la pare, porque aunque Esther acepta el dolor sin problemas, no quiero que se le abra la herida. La cogí en brazos y la lleve a la cama. Me sitúe entre sus piernas, comencé a chuparla la vagina, e instantes después alcanzo su primer orgasmo en tres semanas. Insistí hasta que encadeno varios. Después me tumbé a su lado y la puse la polla en la mano. Mientras la besaba con precaución, me iba masturbando despacio. Su mano recorría me pene lentamente, y cuando llegaba arriba su pulgar acariciaba mi glande. Cuando me corrí, sumergí mi rostro en su cuello y la bese con pasión.

– ¿Me quieres mi señor?

– Te quiero más que nunca mi amor. ¿Por qué lo preguntas?

– Me gusta oírtelo decir, mi señor.

– ¿Por qué? ¿Dudas de mi amor?

– Ya no mi señor, –y después de una pausa añadió sonriendo–. Y antes tampoco.

– Es una lastima que hayas perdido tus paletitas, –la dije a la vista de sus mellas cuando sonrío–. Me gustaban, eran muy graciosas.

– Pues me las pondré igual mi señor.

– Póntelas como tú quieras mi amor.

– Si mi señor. No hemos hablado de lo que paso esos días.

– Que lo pasaste mal, es lo único que necesito saber. Pero tú tienes que soltar todo lo que tienes dentro. Sigue trabajando con la psicóloga y, cuando estés preparada, yo siempre estoy aquí, soy todo oídos, –la dije colocándola el flequillito–. Y si es posible no te la folles hasta que termine su trabajo.

– ¡Jo! Es simpática mi señor, pero podría ser mi abuela, –contesto poniendo cara de maliciosa–. Pero por ahora solo quiero tu polla y no la puedo tener.

– Tranquila, todo llegara.

La atraje de nuevo hacia mí y la bese los labios con cuidado. Descendí nuevamente hasta su cuello mientras mi mano se alojaba en su vagina acariciándola suavemente. Segundos después su respiración comenzó a hacerse más profunda mientras ella intentaba pegar su vagina a mi mano. La coloque bocarriba sobre mis piernas y recorrí su cuerpo con mis manos como quien toca un piano. La ordene que no se moviera mientras con una mano la estimulaba el clítoris y con la otra los pechos, los pezones, las axilas y el cuello. Comenzó a encadenar orgasmos, pero se los fui espaciando a mi antojo. Estuvimos así mucho tiempo. Nunca me canso de hacerla gozar. Finalmente, la introduje un dedo en la vagina mientras pasaba el brazo por debajo de sus hombros y la atraía hacia mí para observar, muy de cerca, la expresión de su rostro cuando se corre y respirar sus gemidos. Me encanta atrapar ese sublime momento de éxtasis, como sus ojos de entrecierran y boca se abre en un gemido potente. Como va recobrando la calma lentamente entre mis brazos y su inmensa mirada de amor. Aún no comprendo como he podido estar más de cincuenta años sin ella.


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jueves, 30 de agosto de 2012

ESTHER (capitulo 40)



Según sus cálculos, llevaban cuatro días de navegación cuando de madrugada vio luces de una línea de costa a lo lejos al mirar por la claraboya. Para ella no significaba nada porque no sabía por donde navegaban ni en que dirección. Al día siguiente pensó que seria Italia, pero no podía asegurarlo.
Esa tarde el capitán entró en el camarote y se sentó en una silla al lado de Esther que estaba en el camastro.
– Mire señorita, se lo voy a poner muy claro, –la dijo suavemente en inglés–. La vamos a sacar del barco y podemos hacerlo de dos maneras. La atamos, la drogamos y la llevamos como un fardo, o colabora y no sufrirá ningún daño. A mi me da igual, usted decide, pero la queda un viaje muy largo y puede sufrir algún daño. Yo la aconsejo que colabore.
– ¿A dónde me llevan?
– La llevaremos a tierra y la entregaremos a otras personas. Solo quiero saber como debo tratarla.
– Colaboraré, –le dijo apesadumbrada. No quería darles excusas para hacerla daño.
Eran las dos de la madrugada cuando la puerta se abrió y su cuidador entró con un tosco jersey de lana  de la mano. Hacia rato que Esther esperaba vestida con sus vaqueros y la camiseta grande. Se puso el jersey, que la estaba enorme, y salio  del camarote seguida por su cuidador. Bajaron un par de tramos de escalera y al final de un pasillo llegaron a una escotilla situada un par de metros por encima del agua. Por una escala con peldaños de madera, bajó hasta una lancha  grande equipada con cuatro motores fueraborda. Tres hombres ocupaban ya la barca. Su cuidador bajo tras ella y entonces reparo en que llevaba una pistola en la cintura, en la parte de atrás. Se acomodó junto a ella en el centro de la barca y la arropo con una manta. Mucha barca para tan poca gente pensó, pero supuso que seria porque tendrían que recorrer mucha distancia. Y así fue, casi cuatro horas de navegación después varios, de los motores se apagaron y continuaron con uno solo. Veía luces de costa y como parecía que entraban en una especie de bahía. Navegando con sigilo, media hora después llegaron a la orilla en una especie de península. A su izquierda, como a un kilómetro, veía una zona enormemente iluminada. La barca se paró sobre una zona de arena y los hombres saltaron fuera y la sujetaron. Esther bajo con la ayuda de su cuidador, se acercaron a la línea de árboles y se agacharon. Unos segundos después regresó uno de los hombres que había ido por delante y les hizo una seña. Emprendieron la marcha hasta que encontraron una carretera y reparo en un cartel medio roñoso “Aerodrom Tivat”. Esperaron ocultos entre los árboles hasta que apareció una furgoneta que paro en la cuneta a escasos diez metros de ellos y apago las luces. Esperaron unos segundos y cuando la puerta lateral se abrió, salieron de su escondite, se dirigieron a ella, subieron y encendiendo las luces arranco. Desde el interior vio como parecía que bordeaba el aeródromo y ya al otro lado siguieron por  la carretera hasta unas naves  situadas a la espalda de lo que podía ser la terminal. Cuando llegaron, se bajaron y por una puerta auxiliar  entraron y se acercaron al un pequeño avión Falcon que había estacionado a escasos metros de la valla. Subieron a él, y el cuidador estuvo unos momentos hablando  con los cuatro hombres que había dentro. Después dio media vuelta y se marchó. La sentaron en uno de los sillones, la abrocharon el cinturón y despegaron hacia un destino desconocido para ella.
Isabel me llamo de madrugada, tenía noticias. Una hora después me reuní con ella en su despacho. Por video conferencia tenía a nuestro hombre en Camboya.
– Los de Pinkerton  han rastreado un carguero que salio de Valencia tres días después del secuestro con destino a Albania. El barco es propiedad de la mafia moldava. Con el sistema de posicionamiento han descubierto que se desvío  mas de doscientas millas al norte de su ruta, antes de llegar a su destino.
– ¿Y ahora donde esta? –pregunte.
– Llegando a su destino.
– Muy bien, ¿qué hacemos?
– Podríamos asaltar el barco, puedo organizarlo, pero no lo aconsejo, –intervino el de Pinkerton–. Seguro que ya la han desembarcado y un asalto les pondría al tanto de que estamos tras ellos.
– ¿Sabemos donde la han desembarcado?
– Afirmativo, solo hay una posibilidad, Montenegro. Buscamos un aeródromo tranquilo que este cerca de la costa. Mi gente ya esta en ello.
– Bien, pero cuando todo esto finalice, quiero que destruyas ese barco, –le ordene–. No quiero que sobreviva nada que tenga relación con esto. ¿Está claro?
– Perfectamente, se hará como quieres, –y después de una pausa añadió–. Me está entrando información. Hace dos horas ha despegado del aeródromo de Tivat un Falcón 2000 sin un destino claro.
– Solo nos llevan dos horas de ventaja, –dijo Isabel.
– Sí pero, ¿a dónde van? Un Falcón tiene una autonomía de unas cuatro mil millas, tienen que hacer escalas, como mínimo dos. La cuestión es donde, –dijo pensativo.
– En principio una ruta por Grecia, Turquía, Irak, parece muy conflictiva, –razoné.
– Soy de la misma opinión, –afirmo el de Pinkerton. A través de la pantalla del ordenador le veíamos consultando los mapas en compañía de un hombre y una mujer. Esta ultima de hizo una indicación señalando algo en los mapas y el de Pinkerton asintió–. Lo mas seguro seria realizar una ruta por el sur, a través de Egipto y repostar en algún lugar de Eritrea o Yemen. De ahí lo lógico seria la India y luego a Camboya.
– Muy bien, entonces ¿qué hacemos? –pregunte. En la pantalla vi como los tres se miraban y cambiaban impresiones.
– Sara, infórmanos, –dijo en el Pinkerton a la mujer.
– No podemos hacer nada salvo controlar la India. Los territorios al sur de Egipto, Sudan, Eritrea son como el oeste americano, podrían aterrizar incluso en una carretera que nadie se enteraría. Yemen es parecido. La India es otra historia. En cuanto a aeropuertos, esta bien equipada y hay muchos. Será como buscar una aguja en un pajar, pero se puede intentar.
– ¿Podemos tener un equipo preparado en la India? –pregunte.
– Si, –dijo el de Pinkerton–. ¿Pero donde? Aunque tengamos un equipo en Delhi, por ejemplo, si aterrizan en el sur, o en la costa, hay varios miles de kilómetros de distancia, no llegaríamos.
– Y reduciríamos fuerzas aquí, –intervino Sara.
– ¿Lo tienes todo preparado allí? –le pregunte–. ¿Falta algo?
– Todo está preparado.
– En una hora, Isabel y yo cogeremos un avión que he fletado para ir allí. Vamos directos, espero que lleguemos a tiempo, quiero estar presente. Cuando llegue, hablamos.
– De acuerdo, le estaremos esperando. Es mejor tomar precauciones.
Esther miraba por su ventanilla, pero solo veía desierto. Habían aterrizado en una pista, pero no se veía terminal. Por las ventanillas del otro lado veía unas casas a medio derruir o a medio construir, no lo podría asegurar. La  pareció entender que estaban en Eritrea, que es lo mismo que si hubieran dicho cualquier otro lugar. Un camión cisterna del mismo color que el resto del paisaje, se había acercado al avión para repostarle, mientras los pilotos y sus secuestradores, menos uno que la vigilaba,  fumaban en el otro lado. Esther los observaba a través de la ventanilla y ellos la observaban a ella. Hablaban entre ellos y en ocasiones la miraban y soltaban grandes risotadas. Eso le daba escalofríos y tuvo la certeza, que antes de llegar a donde fueran, algo malo la ocurriría. Despegaron levantando una gran nube de polvo. Cuando alcanzaron altura, uno de ellos se levantó, la soltó el cinturón de seguridad y cogiéndola de la camiseta la levanto. Esther se agarró instintivamente al brazo del hombre que reacciono dándola un bofetón.
– ¡No la pegues! –intervino en inglés otro de los hombres–. Recuerda lo que nos advirtieron.
– Ya esta muy marcada, –respondió riendo–. Alguno ya se lo ha pasado bien con ella. Un par de ostias mas no importa.
– Si, y ese ya está muerto. Recuérdalo, – y enseñándole la cacha de la pistola que llevaba al cinto, añadió–. No me la voy a jugar por ti. Esto ya lo hemos hablado.
– Vale, vale, no te pongas nervioso, –respondió mirando amenazador a su interlocutor. La fue quitando la ropa usando dos dedos de cada mano a modo de pinzas.
– Esta buena la puta enana esta, –dijo cuando la tuvo desnuda–. Arrodíllate zorra.
Esther obedeció de inmediato y el hombre, sacándose la polla se la metió en la boca. Olía mal, y tuvo que hacer esfuerzos para no vomitar el bocadillo que la habían dado durante el vuelo anterior. No duro mucho, a los pocos segundos se corrió en su boca chillando como un cerdo. Esther no sintió nada. Desde que estaba conmigo no había estado con ningún otro hombre y la preocupaba que pudiera sentir placer en medio de este horror. No sentía placer, solo asco, náuseas y un profundo odio.
– Ven aquí chica, –la ordeno el  de la pistola. Esther se acercó y se arrodilló entre sus piernas tras una indicación de él–. Sácamela y chupa, zorra.
Estaba chapándosela al de la pistola, cuando hoyo abrirse la puerta de los pilotos.
– ¿Todavía estáis así? –pregunto uno de ellos–. Venga que nos toca.
Cuando el de la pistola terminó, uno de los pilotos la puso a cuatro patas y la penetro. Cuando termino de follarla, el otro piloto ocupó su lugar. Durante todo el vuelo hasta la siguiente escala, la estuvieron follando alternativamente y por todos sus orificios. Unos minutos antes de aterrizar la dejaron ir al baño a hacer sus cosas, a lavarse un poco y a llorar desconsolada.
Estuvieron  casi dos horas en esa nueva escala. Cuando despegaron, el primer hombre la volvió a desnudar y sentándola en el suelo, entre sus piernas, la obligo a chupársela y a restregársela por la cara durante el resto del viaje ante la indiferencia de los demás.
Aterrizamos en Tailandia, en el aeropuerto de Nang. Nos estaba esperando el de Pinkerton, acompañado de Sara y  varios hombres discretamente armados. En un antiguo helicóptero de la época de Vietnam nos trasladamos a Koh Kong, al otro lado de la frontera. Desde cierta distancia sobrevolamos la zona donde se ocultaban los túneles. Era una zona de ribera con las construcciones sobre palos tipo palafitos, típicas de la zona. Me explicaron que debajo de las casas estaban las entradas a los túneles  que se extendían un par de cientos de metros en dirección al interior, hasta desembocar en un complejo de varios túneles y bóvedas. Tenían localizadas cuatro entradas bajo las casas y dos en el interior del pueblo. Según la información de que disponían la longitud total entre túneles y pasadizos era de unos cinco kilómetros. Después de dar un gran rodeo, el helicóptero se dirigió al barco aproximándose desde altamar para no llamar la atención. Visitamos el barco, conocimos a los mercenarios, y a continuación nos reunimos en un camarote con sus ayudantes.
– Hace tres  horas, el Falcón ha aterrizado en Bangalore, y un par de horas después ha vuelto a despagar, –comenzó el de Pinkerton–. Calculamos que en tres horas llegaran aquí.
– ¿Dónde aterrizaran? –pregunto Isabel.
– Esta organización tiene una pequeña pista oculta en la selva para sus historias de drogas, –respondió Sara–. Lógicamente aterrizaran allí, el problema es que no sabemos donde esta.
– Entonces hay que esperar a que la traigan aquí, –razoné para preguntar a continuación–. ¿Cómo sabremos que han llegado?
– Tenemos instalado en un monte cercano un sistema portátil de radar, detectaremos en avión cuando llegue.
– Nada mas que tengamos la certeza de que Esther esta en los túneles, hay que actuar, no podemos perder tiempo, –insistí–.  No sabemos los planes que tendrá Moncho.
– No habrá problemas. Cuando anochezca comenzaremos con el despliegue en tierra pero sin aproximarnos a la zona. Desde que decidamos atacar, pasaran quince minutos hasta que se produzca.
– Entonces vamos a dejar varias cosas claras, –les dije–. Primero. Rescatar a Esther con vida en lo más importante y los posibles secuestrados que encontremos en el interior también. Segundo. No se va a detener a nadie, no va a escapar nadie,  ni se va a coger prisioneros. Nadie va a sobrevivir al ataque, y los túneles serán dinamitados para que no se vuelvan a usar. Tercero. Moncho es mío, el o los que me lo traigan con vida, tendrá una gratificación de 50.000 $ cada uno. Y cuarto. Ya sabéis que sospechamos que hay en esos túneles una gran cantidad de dinero. Lo quiero, junto con todo el material informático que se encuentre, discos duros, ordenadores, todo. Posteriormente, una parte de ese dinero se repartirá entre su gente y entre ustedes, por supuesto. ¿Ha quedado claro? ¿Alguna pregunta?
– ¿Dónde va a seguir la operación? –pregunto Sara.
– Desde los túneles. Iré detrás de ustedes, en retaguardia, –y sonriendo añadí–. No se preocupen por mí, no les voy a estorbar. Necesitaré una pistola.
Cuando la estación de radar avisó sobre la presencia de un avión volando bajo en la zona, todas las fuerzas ya estaban en posición a la espera para iniciar el asalto. Yo, equipado con un chaleco antibalas, un arnés, un cuchillo militar y una pistola automática, esperaba junto al hombre de Pinkerton y Sara, la confirmación de la presencia de Esther en el interior de los túneles.
– En algo menos de una hora aterrizaremos, ­dijo uno de los pilotos abriendo la puerta de la cabina–. ¡Joder! ¿Todavía te la sigue chupando? Estás obsesionado, tío.
– Y si me dejarais dejarla sin dientes de un par de ostias, la chuparía mejor, –respondió con una risotada, y levantándose añadió–. Todavía me da tiempo a darla por el culo.
La coloco a cuatro patas y la penetro brutalmente por el ano. Esther sintió un dolor terrible en su maltrecho ano a causa de la sesión anterior. Sintió como algo se desgarraba y no pudo remediar soltar un chillido de dolor. Imperturbable, el animal que tenía detrás siguió fallándola a pesar de la sangre que visiblemente emanaba del ano de Esther, que no paraba de llorar. Cuando se corrió, se levantó mientras Esther se acurrucaba en el suelo atravesada por el  dolor.
– Te advertí de que no la hicieras daño, –hablo el de la pistola dándole una toalla a Esther–. ¡Joder! Lo has puesto todo perdido de sangre.
– No te preocupes, no pasa nada.
– Si yo no me preocupo, porque  el que la va a entregar al jefe, vas a ser tú, –dijo el de la pistola empuñándola con una sonrisa.
Esther se vistió como pudo, colocándose un trozo de la toalla a modo de compresa para intentar parar la hemorragia. Aterrizaron en medio de la selva en una pista rodeada de árboles y sin iluminar. Acompañada por su violador principal, bajaron del avión y subieron a un todoterreno que le esperaba. Con las luces apagadas, circularon por senderos accidentados dando tumbos y saldos descontrolados que la producía un dolor indescriptible. Casi media hora después, el vehículo se detuvo y se apearon de él. Agarrada con fuerza por el brazo, su acompañante la obligo a entrar por una especie de caverna que conectaba con los túneles. Estuvieron mucho tiempo recorriéndolos hasta que por fin entraron a una pequeña estancia. En el centro, Moncho la miraba fijamente. Su acompañante la soltó y Esther sin poder evitarlo cayo al suelo. Esther no tenia fuerza ni para devolverle la mirada. A pesar del odio que sentía hacia él, se sentía derrotada y solo quería llorar o morir.
– Advertí que no la tocarais en el avión, y ya me han informado de que no me has obedecido, –le dijo Moncho al violador, y levantando una pistola que tenía en la mano le disparó entre los ojos.
Su cuerpo se desplomó ante la indiferencia de Esther. Estaba convencida que la próxima seria ella. Solo esperaba que fuera rápido.
– Hola cariño, cuanto tiempo sin vernos, –la saludo Moncho con una sonrisa malévola en los labios.

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miércoles, 29 de agosto de 2012

ESTHER (capitulo 39)


Sentía la cabeza pesada y la dolía mucho. Intentaba abrir los ojos pero no podía, los parpados la pesaban terriblemente. En medio del sopor, oía un run run, como mecánico, que no sabia ubicar.  Estaba tumbada e intento moverse pero comprobó que no podía hacerlo,   los brazos los tenia atados a la espalda. Notaba un ligero balanceo y cuando por fin pudo abrir los ojos lo vio todo borroso, la costo acostumbrarse. El lugar donde se encontraba, estaba en penumbra y un hiriente rayo de sol entraba por una pequeña claraboya. Recordó aterrada como María caía ensangrentada a su lado y los ojos se le inundaron de lagrimas. Forcejeó intentando soltarse pero la resulto imposible. Recorrió con la vista la estancia donde estaba y le pareció un viejo camarote de barco un tanto destartalado y guarro. El monótono run run que oía debían ser las maquinas de la embarcación. Paso el tiempo y comenzó a notar un hambre terrible. El rayo de sol fue recorriendo el camarote y perdiendo intensidad hasta que la oscuridad la envolvió por completo y se quedo dormida con un sueño pesado e intranquilo.
Mientras tanto, en Madrid las investigaciones seguían su curso a buen ritmo  aunque a mi me parecía demasiado lento. Había pasado tres días y María seguía en estado critico, aunque los médicos confiaban en sacarla adelante por la excelente condición física que tenia. Los  cadáveres eran de dos moldavos y los de Pinkerton descubrieron que de la misma mafia que atentaron contra nosotros un año antes. Los testigos también identificaron a un par de los secuestradores, que como lo muertos eran moldavos. También descubrieron que controlaban algunas pequeñas navieras con las que perpetraban sus fechorías. Tirando de ese hilo, averiguaron que un barco de los suyos, un carguero, había zarpado del puerto de Valencia con destino a Albania. Cuando la Guardia Civil llego, el barco hacia horas que había zarpado. A pesar de que la permanente comunicación entre Isabel y yo, me convoco a una reunión para aunar criterios. A ella asistieron la gente de Pinkerton y a titulo personal, un alto mando de la Guardia Civil, amigo de Isabel.
– Sabemos que al menos uno de los secuestradores estaba en el puerto de Valencia una hora antes de que zarpara el barco. Así lo atestiguan las cámaras de seguridad, –comenzó a hablar Isabel–. La pregunta es ¿A dónde van?
– Los papeles del barco dicen que a Albania, pero ¿De verdad van allí?
– Por cojones van a Albania. Seria muy sospechoso que aparecieran en otro lugar.
– Yo creo que van a Camboya, –dijo el guardia civil–. La cuestión es ¿Cómo lo van a hacer? Es impensable que pretendan recorrer  mas de 14.000 Km. con ella en barco.
– ¿Estas seguro de eso? –le pregunte.
– Estoy al tanto de todo, Isabel me ha informado. Este Moncho es un perturbado, posiblemente un psicópata, y no puede salir de Camboya. La quiere allí, y prefiero no pensar para que.
– ¿Tenemos gente en Albania? –le pregunte al de Pinkerton.
– Yo no creo que la desembarquen en Albania, –volvió a intervenir el guardia civil–. La sacaran del barco en una embarcación pequeña, y desde Italia, Montenegro o Grecia, en aviones pequeños y aeródromos locales hasta Camboya.
– El coste de una operación de esta envergadura es descomunal. Tiene mucho interés en tenerla en Camboya. Por narices tiene que haber filtraciones, hay que rastrearlo todo para confirmar esta hipótesis.
Todos asintieron y estuvieron de acuerdo. Se decidió seguir controlando todos los aeródromos pequeños por si sonaba la flauta. Parecía claro que todo se resolvería en Camboya, pero lo que Moncho no sabia es que tenia preparado un pequeño ejercito, y sin que el lo supiera la espada de Damocles pendía sobre el y sus secuaces. Desde hacia tres semanas, un viejo carguero estaba anclado, de forma discreta, en las inmediaciones de la entrada a la bahía de Kaon Pao, en una zona donde los barcos esperan habitualmente. A él, 116 mercenarios de 17 nacionalidades fueron llegando paulatinamente en el curso de los siguientes días y esperaban en momento del asalto. En la parte superior del buque, en la zona de los contenedores, se había habilitado un helipuerto para los dos helicópteros, y en otra zona 15 zodiacs esperaban para ser bajadas al agua, con las grúas del barco el día del asalto.
El ruido de la pesada puerta metálica del camarote al abrirse, la despertó y la sobresalto. La estancia estaba en penumbra, solo iluminada por la claridad de la mañana que entraba por  el ojo de buey. Con los ojos entreabiertos distinguió una figura recortarse con la luz que entraba del pasillo. Noto como la observaba, pero no la dijo nada. Girando la cabeza hacia un lado del pasillo, dijo algo en un idioma incomprensible. Entro en el camarote seguido por otros tres hombres. Rodearon el camastro donde estaba tumbada y se pusieron a hablar en el mismo idioma incomprensible. La voltearon para comprobar sus ataduras y estuvieron inspeccionando sus amoratadas manos. Fue entonces cuando Esther se dio cuenta que casi no las sentía, como si fueran de corcho. Siguieron hablando unos momentos y salieron por la puerta. Unos minutos después, uno de ellos regreso con algo de la mano que tiro sobre la cama con un sonido metálico. Se inclino sobre ella y agarrándola por la cinturilla del vaquero, lo desabrocho y empezó a dar fuertes tirones para quitárselo junto con el tanga. Esther se resistió pataleando  y dando patadas al desconocido, pero solo logro que se riera a carcajadas. Cuando se los quito, la cogió por el  tobillo pero Esther siguió pataleando propinándole alguna patada y eso ya no le hizo gracia. La agarro por el pelo y levantándola de la cama la dio un fuerte puñetazo en el estomago. Cayó sobre el camastro, casi sin aire y doblada del dolor. La volvió a agarrar por el tobillo y se lo rodeo con la cadena cerrándolo con un candado. El otro extremo lo sujeto con otro candado a una cañería de la pared. La puso boca abajo y la desato las muñecas masajeándolas para reactivar la circulación. A continuación salio por la puerta cerrándola de golpe  y echando el cerrojo. Intento incorporarse apoyando las manos pero no pudo, las tenia como muertas. Bajo las piernas al suelo y se sentó en la cama, pero la costo trabajo enderezarse a causa del puñetazo. Se tomo un respiro e intento levantarse y enderezarse. Con esfuerzo lo consiguió, pero se sintió mareada. Con el antebrazo levanto la cadena y comprobó que era muy larga, tanto que la permitía  recorrer todo el camarote y llegar al retrete que se adivinaba en un extremo. La puerta se abrió de golpe y Esther, asustada, retrocedió encorvada protegiéndose la tripa con los brazos. El desconocido entro con un plato de una especie de estofado y una botella grande de agua. Lo deposito sobre una mesita y se acerco a Esther cogiéndola las manos. Las observo y se las puso en alto haciéndola un gesto para que las mantuviera así. Mientras la sujetaba en alto las manos, bajo la vista hacia abajo y  descaradamente la miro el chocho. Después la miro a los ojos y sonrío de una manera que la heló la sangre. Se dio la vuelta y salio por la puerta cerrándola y dejándola de pie, con los brazos en alto y cara de terror.  Se rehízo un poco y se acerco a la mesa, pero no podía usar las manos. Sujetando la botella con los antebrazos, abrió la botella con los dientes. Durante un rato estuvo bebiendo procurando dar sorbos pequeños a pesar de la ansiedad de la sed.  Metió la cara en el plato y se comió como pudo las patatas dejando la carne, o lo que fuera eso. Noto como poco a poco la sensibilidad regresaba a sus manos y  empezaba a flexionar los dedos. Se acerco al retrete y estuvo haciendo sus cosas. Después, con una toalla que mojo en el lavabo se estuvo aseando lo mejor que pudo. Termino, se tumbo en la cama abrazada a la botella de agua y se quedo dormida.
Cuando se despertó noto el calido rayo de sol que entraba por la claraboya e incidía sobre su cuerpo. Ya  podía mover las manos y  en general se sentía mejor, con la excepción del estomago que la dolía. Después de beber de la botella se levanto y estuvo curioseando por el camarote. Después se dedico a mirar por la claraboya inmersa en sus lúgubres pensamientos. Sabía que técnicamente estaba muerta, y entendía perfectamente lo que ocurría  y quien estaba detrás de todo esto. Pero en el fondo de su corazón sabia que la iba a encontrar, aunque mirando por la ventana el mar hasta el horizonte, no podía adivinar como.
Ya había oscurecido cuando la puerta de abrió y tres de los desconocidos irrumpieron en el camarote. Claramente ebrios y ligeramente titubeantes la rodearon. Uno de ellos  la agarro la camiseta y de un tirón se la arranco rompiéndola. Forcejeo con el arañándole en la cara y eso le enfureció. La propino un bofetón que la dejo desorientada y se cayo al suelo acompañada de un coro de risotadas y palabras incomprensibles. La cogió del pelo y dándole otro bofetón la arrojo sobre la cama. Otro saco una navaja grande y cogiéndola el sujetador se lo corto. La dolía terriblemente la cara y el oído, y noto como algo la resbalaba de la nariz y supuso que era sangre. Decidió no resistirse y mantenerse viva a toda costa. No se resistió, pero no colaboro,  permaneció inerte a su merced. El de la navaja se la puso en el cuello aprisionándola contra el colchón mientras con la otra mano la pellizcaba las tetas. Las muestras de dolor de Esther solo provocaban mas risotadas por parte de sus agresores. Noto otra mano en su vagina y como se la agarraban con extrema dureza. Durante un buen rato la estuvieron martirizando pero procuro gritar lo menos posible, auque a veces era imposible. Otro la volvió a coger del pelo y la puso a cuatro patas introduciéndola su maloliente poya en la boca. Tuvo que hacer esfuerzos para no vomitar. Aguanto  hasta que al poco tiempo se corrió llenándola la boca de su asqueroso esperma. Durante un par de interminables horas la hicieron de todo, se la chupo a todos y la foyaron todos. Y todos la pegaron. Cuando se fueron, se levantó y se acerco al lavabo. Entre llantos se lavó para quitarse de encima la porquería de los secuestradores, y se tumbó en la cama quedándose dormida con un sueño intranquilo y pesado. Cuando despertó por la mañana la cara la dolía. Intento beber de la botella pero la costo trabajo a causa de sus inflamados labios. Acabó lo poco que quedaba en la botella y se levanto al retrete. La dolía todo y casi no podía andar. Cuando se miro en el espejo se asusto, los ojos los tenia inflamados y negros como si tuviera un antifaz, y los labios abultados como los de un africano. Regreso a la cama y se tumbo arropándose con la manta. Estuvo mucho tiempo en una especie de duermevela  hasta que el estridente ruido de la puerta la sobresalto. Entro un hombre al no había visto hasta ahora. Llevaba un plato de comida y otra botella de agua. Instintivamente tendió la mano hacia la botella, y el desconocido se acerco. Dejo el plato, la estregó la botella y aparto la manta para verla mejor.
– ¡Capitanul! –grito saliendo al pasillo.
Un hombre alto, robusto, de mirada sombría entro por la  puerta e intercambiaron unas palabras. Llevaba una gorra, y por su aspecto autoritario supuso que  era el capitán. La miro, y se acerco a ella apartándola la manta. Con rostro inexpresivo, se sentó en la cama e inspecciono con detenimiento sus marcas y magulladuras. Le dijo algo al otro que salio corriendo por la puerta. Después miro a Esther que permanecía abrazada a la botella. Entro en el camarote uno de los violadores junto con el otro hombre que llevaba un botiquín. El capitán se levanto y se encaro con el violador. Los dos empezaron a hablar y la intensidad fue en aumento mientras señalaban a Esther. Las palabras se convirtieron en voces y estas en gritos. El capitán se hecho la mano a la espalda, saco un cuchillo, que sin pestañear puso en el cuello al violador. Se calló, no volvió a hablar. El capitán, con el cuchillo en su cuello y la cara pegada a la suya le decía  al violador unas palabras en un tono tan amenazador que incluso Esther erizaron el cabello. El violador, con la mirada baja y murmurando algo que podrían ser disculpas, salio del camarote ante la atenta mirada del capitán. Entre el capitán y el otro la limpiaron las heridas y se las curaron como pudieron. La quitaron definitivamente la cadena del tobillo que la había producido una yaga.  Después, salieron y cerraron la puerta. A los pocos minutos regresaron. El capitán la dio una camiseta enorme  y unos calzoncillos de hombre de talla pequeña.
– Póngase eso, –la dijo en perfecto ingles y con la misma cara inexpresiva. Y señalando al otro añadio–. Y no se preocupe, no volverán a molestarla. A partir de ahora solo él se ocupara de usted.
Esther asintió con la cabeza y no dijo nada mas. El capitán salio y el otro la puso sobre la mesita un plato con una especie de puré, una cuchara y le siguió fuera cerrando la puerta. Se puso la ropa con muchas dificultad a causa de los dolores y cogió el puré. Con mucho trabajo se lo comió, y se tumbó en la cama. No se durmió, boca arriba miraba el techo mientras su cabeza bullía como una olla  a presión. El rayo de sol empezó a entrar por la claraboya, a recorrer la estancia y pensó que ya era por la tarde. La puerta se abrió y su cuidador entro con otro plato y otra botella de  agua. Lo puso sobre la mesa y se acerco a Esther, la cogió la mano y puso en ella un par de comprimidos. La miro, se señalo la cabeza, giro sobre si mismo y salio por la puerta.  Se tomo uno de los comprimidos y engullo lo que había en el plato. Se tumbo en el camastro y no pudo remediar que las lagrimas afloraran de nuevo al pensar en María.  Al final, agotada se quedo dormida sin saber que la depararía el siguiente día.

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ESTHER (capitulo 38)

Desde hace varios meses, nuestra vida transcurre entre Madrid y Nueva York. Es por motivos de seguridad. Me encantaría llevar a Esther por medio mundo, exhibirla, pero no es aconsejable. Las amenazas de Moncho desde la cárcel de Tailandia me preocupan. Así las cosas, regresamos a Madrid y volvimos a la rutina madrileña. María, su escolta, volvió a ocuparse de la seguridad de Esther, y yo termine de reorganizar mi oficina en España para que no dependieran tanto de mi.
Un par de semanas después de nuestro regreso, nos fuimos varios días a Salamanca a estrenar el chalet recientemente comprada por Esther, junto a otro para sus padres. Llegamos a medio día con el todoterreno cargado hasta los topes. Esther había ido comprando muchas cosas para la casa, pero allí tendríamos que comprar muchas mas. Descargamos todo con la ayuda de su familia y mas o menos lo colocamos en casa y, ya por la noche, después de una improvisada barbacoa llena de confidencias, chismes y risas en el jardín trasero de sus padres, nos quedamos solos.
Me fui a la ducha y un par de minutos después Esther se metió también. Cogí la esponja y la fui enjabonando minuciosamente todo el cuerpo, centrándome sobre todo en su zona mas intima. A los pocos segundos, Esther ya estaba medio cardiaca, y yo aprovechaba para morrearla con cierta ternura. Se arrodillo y mi pene desapareció en su maravillosa boca. Sujetándome con sus manos por el trasero, hacia fuerza engullendo mi pene en su totalidad. La punta bajaba por su garganta produciéndome un placer enorme. Después se la sacaba y chupaba la punta para seguidamente engullirla entera. Instantes después me corrí en su boca y como siempre lo trago todo mientras el agua resbalaba por nuestros cuerpos. La envolví en la toalla y cogiéndola en brazos la lleve a la cama y la deposite sobre ella. La destape con cuidado como quien abre un regalo valioso, primero sus pechos y luego el resto. Me incline sobre ella y la chupe los pezones. Mi lengua jugueteaba con ellos mientras mis manos sujetaban sus pechos. Descendí hasta su ombligo, y después de juguetear con su piercing seguí hasta su receptiva vagina. Mucho tiempo estuve saboreándola mientras Esther se retorcía de placer y los orgasmos sacudían su cuerpo. La levante las piernas y la penetre. La folle mientras besaba sus preciosos pies y ella no paraba de chillar. Finalmente me incline, la rodee el cuerpo con mis brazos mientras ella me rodeaba con sus piernas, la bese y nos corrimos. Sujetándola por la nuca la bese el cuello mientras Esther sonreía complacida, como siempre.
– ¿Eres consciente de lo mucho que te quiero? –la dije cuando me arte de besarla.
– Si mi señor, pero no tanto como yo a ti, –respondió.
– De eso nada mi amor, yo más, –la dije sonriendo.
– No, no, yo más.
– Yo más.
– Yo más mi señor.
– No, no.
– Si, si mi señor.
– ¿Qué te juegas que dentro de unos momentos admites que yo te quiero mas? –la dije sonriendo maliciosamente.
– Imposible mi señor, –respondió muy chula.
Pase sus bracitos por su espalda sujetándola por las muñecas con una de mis manos, me acomode entre sus piernas y con la mano libre me puse a hacerla cosquillas.
– ¡No, no, no, no …! –y no pudo decir nada mas. Entro en una risa histérica e imparable. Intentaba zafarse pero no podía, mientras yo la miraba sonriendo. Mis dedos recorrían su costado con la habilidad de un pianista. Aguanto mucho mas de lo que pensaba, pero al final, con el cuerpo sudoroso se rindió.
– ¡Jo! Yo no quiero que me quieras mas que yo a ti, –y añadió mohína–. Además has hecho trampas. Las cosquis no valen.
– Bueno vale, –la mire con ojos tiernos y añadí–. ¿Lo dejamos en empate?
– Vale mi señor, –respondió poniéndose de rodillas con mirada felina.
Me empujo hacia atrás y me cabalgo juntando sus labios con los míos. Me estuvo besando apasionadamente mientras restregaba su cuerpo con el mío.
– ¿A que no sabes, qué no hemos comprado para esta casa? –la pregunte cuando pude.
– No mi señor ¿Qué? –respondió incorporándose ligeramente con las orejillas tiesas.
– Juguetes.
– ¿Juguetes? ¿Qué jugue…? Ostias –exclamó seria.
– Si mi amor. Ostias, esos juguetes.
– Pues hay que solucionar eso, mi señor.
– No creo que en Salamanca tengan un sex-shops de urgencia, o un tele-vibrador, y por ahora los chinos no tienen esas cosas … que yo sepa.
– Pues me hago un dedo mi señor, –me dijo, y a continuación añadió–. ¿Me das permiso?
– Claro que te doy permiso mi amor, pero no quiero que te bajes. Sigue encima de mi.
Metió su mano entre los dos hasta alcanzar su vagina. Comenzó a masturbarse y rápidamente su respiración se hizo mas profunda. Empezó a gemir y pronto alcanzo el orgasmo.
– Sigue, y no pares hasta que yo te diga, –la ordene.
Me encanta sentir como se contrae, como vibra, como se corre. Mis manos se deslizan con facilidad por su cuerpo a causa del sudor. Tiene otro orgasmo y continua. Mis manos se posan en sus nalgas masajeándolas y ocasionalmente mis dedos acarician su orificio anal. Tiene otro orgasmo y continua. Noto como sus fluidos empapan mi entrepierna y mi pene resucita, pero no la penetro. Esther sigue y tiene otro. Cuando intenta cambiar de mano porque la tiene dolorida, la doy la vuelta y la pongo boca arriba sobre mi. Mientras sigue masturbándose con la otra mano la introduzco el pene por el culo, pero no la follo, solo la mantengo dentro. Recorro su cuerpo con mis manos acariciando sus pechos, su vientre y sus muslos. Noto nítidamente como su ano se contrae y aprisiona mi pene con los orgasmos. Finalmente ordeno a Esther que retire sus manos y se este quieta. Comienzo a follarla mientras con mi mano la estimulo su sensible y abultado clítoris. Tiene un orgasmo tremendo mientras me corro en el interior de su ano. Continuo besándola y acariciándola con la pasión que da el amor y ya, muy avanzada la noche, nos quedamos dormidos.
El resto de la semana la utilizamos en terminar de preparar la casa, juguetes incluidos. Después regresamos a Madrid, tenia una cita ineludible. Estaría fuera tres días en Londres y Frankfurt y las amigas de Esther ocuparían mi lugar.
Esther y María me llevaron al aeropuerto por la mañana a primera hora y luego se fueron al gym y de compras. Ya por la tarde las dos estaban solas en casa.
– Voy a emitir, hace mucho que no lo hago, –le dijo Esther a María que la miro sin entender.
– ¿Emitir? ¿Que es eso? –la pregunto.
– Ahora lo veras, –la contesto–. ¿Quieres participar?
– No se lo que es, pero creo que no.
– Cobarde, –la dijo riendo en tono cariñoso.
– Eres muy peligrosa Esther, no me fío de ti ni un pelo.
– Bueno, tu mira y luego decides.
Lo fue preparando todo en la cama, la cámara, su ordenador, sus juguetes y su mascara. También la preparo otro portátil para que María pudiera seguir el chat además del directo. Luego me mando un whatsapp para informarme que iba a emitir. Me pillo de regreso al hotel y nada mas llegar, conecte. Me sentía raro. Estaba acostumbrado a verla emitir y tenerla a mano cuando terminaba para echarla un polvo. Pero a varios miles de kilómetros de distancia creo que la paja iba a ser inevitable.
María flipó, y asistía a la emisión con los ojos como platos. Esther, con su mascara veneciana habitual charlaba con sus seguidores con la naturalidad que da la practica. Una hora después, María, sentada en el sillón que yo siempre ocupaba, se desnudo y se puso a jugar con su dedo. Al rato, Esther la señalo una segunda mascara y la invito a compartir la cama plató. Como una corderita sumisa se tumbo a su lado. Hasta la noche estuvieron besándose y amándose. Hicieron unos sesenta y nueves espectaculares, el numero de seguidores batió record y el dinero recaudado también.
– Esther, eres mas peligrosa que un mono con dos pistolas, –la dijo cuando terminaron la emisión–. Haces conmigo lo que quieres.
– ¿Y no te gusta lo que te hago?
– Claro que me gusta, pero no es eso, –la respondió–. Es fácil enamorarse de ti, y ya se que eso es imposible para ti …
– No seas boba, podemos ser siempre amigas, –la interrumpió–. Con derecho a roce cuando Edu no esta.
– Se que es a lo máximo que puedo aspirar, y no me importa, me resigno. Se que Edu es un buen hombre.
Dos días después regrese a Madrid y las dos me fueron a buscar al aeropuerto.
– No os voy a preguntar si habéis sido buenas porque lo vi en directo, –las dije después de besar largamente a Esther. María se puso roja como un tomate y dirigiéndome a ella añadí riendo–. Es la primera vez que veo a un guardia civil sonrojarse.
Retomamos nuestra rutina habitual. Por las mañanas yo me pasaba un par de horas por la oficina mientras Esther y María se iban al gym, o de compras, o a lo que fuera. Una mañana, sobre las diez, salieron del portal y comenzaron a subir por la Cuesta de Santo Domingo hacia la plaza del mismo nombre. A mitad de la calle, María observo como una furgoneta comenzaba a bajar por la calle y abría en marcha la puerta lateral. Se paro en seco y empuñando su pistola, pero sin sacarla, empujo a Esther contra la puerta del restaurante japonés próximo a nuestro portal. De improviso escucho disparos provenientes de la parte alta de la plaza y como varios individuos se bajaban en marcha. Desenfundo su arma y abrió fuego contra ellos mientras Esther se acurrucaba en el suelo y María se interponía para protegerla. Disparando alternativamente hacia la parte alta de la plaza y a la furgoneta alcanzo a un par de asaltantes pero noto como varios proyectiles la alcanzaban en el tórax. Siguió disparando mientras pudo pero al final, mientras intentaba recargar, perdió en conocimiento y cayó inconsciente junto a Esther. Varios asaltantes la cogieron en volandas y la metieron de mala manera en el vehículo, emprendiendo la fuga velozmente calle abajo hacia la plaza de Opera. De allí a Bailen y a la Puerta de Toledo donde desaparecieron. Cuando la policía reacciono ya fue tarde. Cortaron calles, pusieron controles, movilizaron muchos efectivos. Pero escaparon. Me llamo el portero de mi casa, que tenia mi numero de móvil y me informo de lo sucedido. Llame a Isabel y la puse al corriente de lo sucedido. Rápidamente movilizo a todas sus influencias en la policía. Una hora después encontraron la furgoneta mal aparcada en la calle del Águila, por lo que supusieron que habían cambiado de vehículo. Mientras tanto, en la puerta de casa, María se debatía entre la vida y la muerte. Fue atendida en primer lugar por el portero hasta que llegaron los del 112. La encontraron en parada cardio respiratoria, pero pudieron sacarla adelante y la trasladaron al hospital con tres heridas de bala, dos en el pecho y la otra en un brazo. Antes de caer abatida alcanzo con su arma a dos de los asaltantes, uno en la parte alta de la plaza y otro cerca de ella. Según los testimonios de los testigos, al menos otro resulto herido, pero pudo escapar en la furgoneta y todos tenían aspecto de ser de algún país del este de Europa. Isabel hablo con los de Pinkerton para que investigaran esa posibilidad. Los autores del anterior intento de asesinato eran moldavos y podría haber conexión. Según la policía e Isabel se trataba claramente de un secuestro.
– Si la hubieran querido matar lo hubieran hecho en ese mismo momento, Edu, –me decía–. Secuestrarla es mucho mas arriesgado, y para nosotros es mejor, nos proporciona tiempo.
– ¡Una mierda tiempo! –la conteste con vehemencia–. Esther debe de estar aterrada ¿No te das cuenta?
– Me doy cuenta perfectamente Eduardo, pero ella lo aguantara, es fuerte, –me dijo con determinación, y añadio–. Sabe que tarde o temprano la encontraremos.
– Y cuando lo haga, este asunto terminara. Los voy a matar a todos. No lo dudes.
– He avisado al grupo de Camboya, hay cosas que no me cuadran.
– ¿A que te refieres?
– Tenerla secuestrada aquí ¿Para que? Moncho no puede salir de Camboya y no creo que te vaya a pedir un rescate.
– Entonces ¿Crees que la va a sacar de España? –la pregunte.
– Si, eso creo y la policía también. Tienen controlados, estaciones, aeropuertos y carreteras. Colibrí a formado un grupito de hackers amigos suyos y lo están rastreando todo.
– Entonces solo nos queda esperar …


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Su primera vezde

Con un suspiro se recuesta ella, los musculos de su esbelto cuerpo se aflojan, resiste aun pero desea con toda el alma que el no haga caso a sus protestas.
Lo que tantas noches le quitara el sueño, lo que mas deseabaestaba por llegar pero ahora en el instante final tenia miedo.
Por cierto aun cuando para ella era la rimera vez le tranquilisaba saber que el era un hombre experimentado, pero sola con el en esa habitacion tenia miedo. El le prometia no lastimarla, mientras pasaba la yema de sus dedos por ese lugar, que ella mezquinaba, y trataba de convencerla.
Cuando ella vio esa cosa tremenda, que el enia en las manos aumento sus protestas mientras el exclamaba:- No temas no te va a doler.
Convencida al fin lo dejo maniobrar, aflojo sus musculos y habrio bien su cavidad. Su fragilcuerpo se extremecio, sus fuerzas la abandonaron, sintio algo espeso, calido.............Sangre ! ! !
Una fria e intensa emocion la envuelve y griiiiiiiiiiiiiito con todas sus fuerzas ¡ No por favor no me la saque..... se lo ruego.
Pareca un tiempo sin fin y solo habian pasado unos minutos. El acabo ella sentia que su cuerpo se extremecia una y otra vez. Estaba excitadisima cuando escucho las palabras de el .- Ya acabe, enjuagate.....
Satisfecho por fin el dentista habia sacad la muela.


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martes, 28 de agosto de 2012

ESTHER (capitulo 37)


Llevábamos casi una semana en Nueva York cuando me llamo Pinkerton para que asistiera a una reunión en la sede central de la Agencia en Washington.
– Te mando un vehiculo para que te traiga, y tráete a Esther que tengo ganas de darla un par de besos.
– ¿La reunión tiene algo que ver con Camboya? –le pregunte.
– Si, si. Tenemos que aunar criterios …
– Mira, no quiero que intervengas en esto, –le interrumpí–. Bastantes líos tienes con los procesos a los compinches de Moncho. Y esto tiene mala pinta. Va a acabar mal.
– Ya hablaremos de eso. Tu por lo pronto vente para aca.
Al día siguiente, muy temprano, una limusina nos recogió en la puerta de casa y en unas cuatro horas nos llevo a Washington. En viaje se nos hizo extremadamente corto. Nada mas salir de Nueva York, cuando atravesábamos las marismas de Nueva Jersey, aísle la zona de pasajeros y comencé a besarla. La fui quitando la ropa poco a poco hasta que la tuve desnuda a mi disposición. La recline hacia atrás y levantándola las piernas metí mi boca en su vagina. Con la lengua explore su interior que por otra parte conocía a la perfección. Después me centre en su clítoris, succionándolo con los labios mientras con la punta de la lengua lo friccionaba frenéticamente. Esther se retorcía eléctricamente mientras la sujetaba los muslos. Me separe de ella y me senté en el asiento de enfrente. Recostada en su asiento y totalmente abierta, con la mano se estimulaba la vagina. La observaba con atención mientras intentaba con la mano que mi pene no perdiera firmeza. Ante mi vista, Esther encadenaba orgasmos a velocidad de vértigo. La incertidumbre de cuando la follaría la excitaba sobremanera. Me arrodille ante ella y, sujetándola los muslos la penetre con cierta violencia. Con lo mojada que tenia la vagina, mi polla entró con total facilidad. La folle con brusquedad, era lo que me pedía el cuerpo. Después de un rato largo de envestidas furiosas, me sincronice con ella, y me corrí inundándola la vagina. Continuamos nuestro viaje y llegamos a Washington. Aunque Esther ya estaba al corriente mas o menos, no quiso asistir a la reunión, pero si subió a  saludar a Pinkerton, que desde el principio la había cogido mucho cariño.
Resumiendo, los agentes en Camboya habían confirmado la presencia del segundo Moncho en Koh Kong. Su organización ocupaba los antiguos túneles que utilizaba el Vietcong para almacenar las armas que pasaban de contrabando para la guerra en Vietnam. Moncho casi nunca salía, y cuando lo hacia era rodeado por un verdadero ejercito de secuaces armados hasta los dientes. No se habían detectado cuentas corrientes operadas por el, por lo que se suponía que almacenaba el dinero en esos túneles. Lógicamente tenia comprada a la policía y la posibilidad de un asalto era, en principio, impensable.
– Te lo vuelvo a repetir, no quiero que te involucres en este asunto. Solo faltaba que te relacionaran con esto. Tu sigue dando caña a todos los implicados y los trapos sucios déjamelos a mi, –le dije a Pinkerton que tuvo que aceptar a regañadientes. Se daba cuenta que tenia razón.
Llegado a este punto, no estaba dispuesto de dejar correr el tema, mucho menos después de la amenaza explicita de el otro Moncho.
– Primero, vas a formar un grupo de mercenarios capaz de asaltar esos túneles, –le dije al agente en Camboya–. Segundo, quiero que compres al jefe de policía o al jefe del ejercito, o al que sea necesario. Si asaltamos, quiero que desaparezca todo lo que sea policía, militares o agentes de seguridad.
– De acuerdo, pero eso va costar mucho dinero …
– Dispones de un presupuesto inicial de diez millones, –le interrumpí–. ¿Tendrás suficiente?
– De sobra, si no se alarga mucho, –contesto visiblemente impresionado–.  Tenga en cuenta  que serán no menos de cien mercenarios y hay que alojarlos, mantenerlos durante el tiempo que sea necesario, armarlos, y de incógnito. Además habrá que conseguir medios de transporte.
– Entiendo las dificultades, y le aseguro que no me gustaría alargar mucho este asunto.
– Muy bien. No estaremos preparados antes de uno o dos meses, –afirmo finalmente.
– Entonces de acuerdo, a trabajar.
Terminada la reunión, almorzamos con Pinkerton y a media tarde regresamos a Nueva York, a donde llegamos pasadas las diez de la noche. Casi no cenamos, un vaso de leche, de soja para mi,  y poco mas.  Después de ducharme me senté en el sillón, y Esther se sentó en el suelo casi entre mis piernas. Abierta de  piernas, comenzó a acariciarse la vagina mientras con la mano izquierda me agarraba la polla. La deje hacer sin intervenir para nada. De vez en cuando giraba la cabeza, se la metía en la boca y la chupaba un rato. Después dejaba de chupar, pero siempre masturbándose. Hizo un intento de  levantarse pero no la deje, quería que siguiera así. Y estuvo mucho tiempo, encadenando orgasmos mientras desde arriba la acariciaba las tetas. Cuando ya no aguante mas, la levante y la senté en el sillón, la levante las piernas, la puse lubricante y la penetre por el ano con suavidad. La estuve follando con tranquilidad, con mucha parsimonia, como a mi me gusta. Cuando nos corrimos al unísono eran ya de largo la una de la madrugada. Aun así, seguí unos cuantos minutos besuqueándola mientras ella, con los ojos cerrados sonreía complacida.  La lleve a la cama y abrazados nos quedamos dormidos.
A la mañana siguiente, como todos los días estaba como un clavo esperándome para almorzar juntos en el Distrito Financiero.
– Mañana es sábado ¿Qué quieres hacer? –la pregunte mientras dábamos cuenta del perrito.
– ¿Te apetecería ir de museos mi señor? –contesto–. Me queda por ver el de Historia Natural. Desde que estamos aquí los otros museos los he visto sola.
– Pues no se hable mas. Pero después nos vamos  al MOMA que hace mucho que no lo veo.
Los sábados cambiábamos nuestra rutina y por la mañana salimos a correr por Central Park. Después, a media mañana nos acercamos dando un paseo hasta el Museo de Historia Natural que esta cerca de casa. Después bajamos hacia Columbus enlazamos con Broadway donde nos sentamos en una mesa de la calle para comernos un perrito con un refresco. Después de reposar, cogidos de la mano llegamos a la 53 y entramos en el MOMA. Reconozco que se me paso por la cabeza intentar algo, pero con los miles de turistas que abarrotan ambos museos es imposible. Da igual, esta noche tendremos sesión especial, como todas las noches.
Cuando salimos del museo, Esther enfilo decidida hacia la 5ª avenida sin consultarme o preguntarme.
– Mi señor ¿Te has traído la tarjeta? –es lo único que pregunto. Ante la cara de susto que puse, añadió–. Se me ha olvidado la mía.
El resto de la tarde estuvimos de boutique en boutique, acumulando cada vez mas paquetes y bolsas. Al final tuvimos que coger un taxi para llegar a casa. Sabia lo que me esperaba a continuación, un ritual perfectamente conocido por mi. Iría abriendo todos los paquetes y probándose nuevamente todos los vestidos mientras yo sonreía de oreja a oreja. Nuevamente me preguntaba mi opinión y yo la contestaba que la quedaba genial, que por otra parte era verdad. Mientras guardaba todas las compras me salí a la terraza con mi copa de vino y un rato largo después apareció Esther, desnuda, y se sentó a mi lado.
– Un día de estos podríamos ir a la opera ¿Qué opinas mi amor? –la dije pasándola un brazo por los hombros.
– Que si, mi señor. Además estamos al lado, –respondió, y con toda la naturalidad del mundo, añadió–. Tendré que comprarme algo adecuado,
– ¿Algo adecuado? ¿No tienes nada adecuado cariño? –la pregunte perplejo.
– Anda, anda mi señor, si aquí solo tengo cuatro trapitos.
– Mi amor, aquí no tenemos tanto sitio como en Madrid …
– No seas exagerado mi señor, si aquí solo tengo lo básico, –me interrumpió.
Me dejo sin habla y lo que mas me asombraba era que estaba convencida y lo decía con toda la naturalidad mundo. Decidí no seguir por ese camino, era lo mejor. La atraje hacia mi y la bese en la boca. Sobre nosotros, las estrellas poblaban la oscura noche neoyorkina a pesar del enorme resplandor que despedía la ciudad. Mis besos abandonaron sus labios y se centraron en su cuello, recorriéndolo centímetro a centímetro. Incorporándose ligeramente, Esther dio un sorbo de su copa de vino, la dejo en la mesita y se arrodillo entre mis piernas. Me bajo los pantalones y se puso a chuparme la polla mientras con las manos recorría mi torso. La tuve chupando un buen rato y cuando lo considere oportuno la senté sobre mi pene y la penetre. Empezó a culear frenética pero no se lo permití, la obligue a que lo hiciera despacio, con mucha calma. El deseo la podía y al ratito se disparaba frenética, pero la volvía a parar. Así llego al primer orgasmo que la dejo medio inerte entre mis brazos. La obligue a seguir con ese ritmo pausado y cuando percibía que me iba a correr la hacia parar  y la morreaba con pasión. A continuación volvíamos a empezar y a parar, y así varias veces alargando ese momento lo mas posible. Al final, cuando note a Esther agotada por el esfuerzo y los orgasmos, la espere y nos corrimos juntos mientras devoraba sus labios con furia.
Las cosas en la oficina marchaban como la seda, cada vez mejor. Por esas fechas, y con el acuerdo de los cuatro socios, nombramos un gerente que se ocuparía de dirigir el fondo, y eso me permitió tener mas tiempo libre para disfrutar de Esther. Además de salir a correr juntos por Central Park, que nos encanta, nos apuntamos a un gimnasio, en la 43 con la 10ª, que tenia instalaciones para hacer escalada indor, es decir climbing. Un par de veces a la semana pasábamos allí un par de horas, y poco a poco Esther fue adquiriendo destreza en la escalada. También comenzamos a hacer turismo. Primero por la costa este y luego nos fuimos adentrando por el interior.
Tres meses estuvimos esta vez en Nueva York, y ya teníamos que regresar a Madrid. Dos días antes de partir, asistimos a la Premier  de Gala de la opera de Rossini, Armida. Ni que decir tiene, que Esther desde varios días antes ya estaba de los nervios. Estaba anunciada la asistencia de ministros, gobernadores, embajadores, financieros entre los que estaba Pinkerton, y todo el resto de tropa mediática habitual de estos eventos. Una semana antes fuimos a la tienda de Versace en la 5ª avenida para adquirir algo apropiado. En la tienda, donde estuvimos unas cuantas horas por cierto, coincidí con varios conocidos de los negocios, que como yo acompañaban a sus parejas. Por supuesto, tuve la precaución de cerciorarme de que Esther llevara su tarjeta de crédito. Por cierto, la dejo temblando. No solo se compro un vestidazo, también cayeron algunas cosillas mas. Y todo en medio de un barullo donde ella, y las parejas de mis conocidos, opinaban de los vestidos de las demás mientras nosotros nos contábamos chistes de ricos, que son tan malos o peores que los de abogados. Al día siguiente, pasamos por Tiffany porque todas sus joyas están en Madrid, y su tarjeta termino de fallecer.
El día de la Premiere, un vehiculo con conductor nos recogió en la puerta de casa para recorrer los escasos cuatrocientos metros que nos separan del Metropolitan.
– Podíamos ir andando mi señor, –me dijo Esther cuando se lo comente–. Total, esta aquí detrás.
– Mi amor, con tu vestido, tus taconazos y cargada de joyas, es mejor y mas seguro ir en coche, –la conteste–. Además, hay que mantener el estatus, va a asistir mucha gente que conozco.
– ¿Quieres que me comporte de alguna manera especial, mi señor?
– No mi amor. Con lo simpatiquísima, y lo guapísima que eres, no hace falta mas, –la conteste atrayéndola hacia mi. Y añadí riendo–. Pero no bebas mucho, no me gustaría verte en el escenario quitándola el puesto a la soprano.
– ¡Ya estamos como siempre! –contesto separándose de mi y dándome un puñetazo en el hombro–. Solo me he emborrachado una vez, mi señor.
– Y terminaste contando chistes verdes cariño.
– Siempre me lo vas a recordar, mi señor, –contesto enfurruñada.
– Mas o menos es la idea, –conteste riendo.
Cuando llegamos, y aprovechando que los periodistas no nos conocían, nos resulto fácil escabullirnos y no pasar por el foto look. Antes de ocupar nuestras localidades, todo fueron saludos y presentaciones. Esther estuvo maravillosa como siempre, y causo sensación. Para después de la representación, Pinkerton y yo, habíamos reservado en el restaurante “The Grand Tier” en el mismo Lincoln Center. Nos dirigimos allí  con unos cuantos invitados especiales, entre los que había algún ministro. Ya avanzada la noche regresamos a casa en el coche que nos estaba esperando.
– Ponme una copa de champagne mi señor, mientras me quito todo esto, –me dijo cuando entramos en nuestro apartamento–. Llevo toda la noche bebiendo agua. Quiero que me folles borracha.
– Pero es que a mi no me gusta follarte borracha, –la conteste serio.
– ¡Jo! Mi señor, anda porfa, –me dijo zalamera–. ¿Lo dejamos en semi borracha?
– Te advierto que como te pases, te vas a dormir a la terraza. No quiero oír tus ronquidos, –la mire serio, con el entrecejo fruncido, pero daba igual. A pesar del dominio que tengo sobre ella, cuando se lo propone, consigue de mi lo que quiere–. No puedo entender porque te ha dado por ahí.
– ¡Jo! No te enfades. Es solo por probar.
La serví una copa que engullo de inmediato. A la tercera copa ya estaba canturreando y con la cuarta se puso a bailar por el saloncito y decidí cerrar el bar. Estaba lejos de quedarse grogui, pero ya estaba graciosa y con la lengua de trapo. Abrace a mi parlanchina pareja y la bese el cuello mientras con mis manos la sujetaba por el trasero. Busqué sus labios, los encontré con facilidad y conseguí que se callara. La tumbe sobre la alfombra y seguí besándola mientras mi mano se deslizaba entre sus piernas. Mientras Esther arqueaba su cuerpo de placer, aprisionaba mi mano con sus muslos. Seguí estimulando su vagina hasta que se corrió y yo respiraba su alcohólico aliento. Me puse sobre ella y la penetre mientras seguía besándola. La folle despacio, sin movimientos de cadera, solo contrayendo mis glúteos. Rápidamente conseguí otro orgasmo, pero continúe imperturbable. Finalmente, la espere y metiendo mi cara en su cuello me corrí mientras Esther me acariciaba el trasero con sus manos. Un montón de besos después la levante del suelo y en brazos la lleve a la cama. Instantáneamente se quedo dormida y, comenzó a roncar.
A la mañana siguiente, con una resacosa Esther comenzamos a preparar nuestro regreso a Madrid.

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domingo, 26 de agosto de 2012

ESTHER (capitulo 36)

Nueva York sufre una ola de calor brutal. Y con la humedad de la ciudad, el ambiente es sofocante. Sobre las siete, cuando el calor afloja, salimos a correr por Central Park. Me gusta correr a su lado y charlar sobre diversos temas, o de chorradas. Para mi, y se que para ella también, eran unos momentos felices. Después de correr nos tumbábamos en el “Sheep Meadow” para estirar o tontear directamente. Llevamos casi mes y medio en la ciudad y ya tenemos que regresar a España.
Al día siguiente de regresar a España, Isabel me llama para quedar conmigo. Tiene noticias interesantes. Me reúno con ella en una terraza de la calle Preciados. Después de saludarnos y charlar de temas sin importancia, pasamos al tema principal.
– El agente de Pinkerton en Tailandia ha hecho un buen trabajo Camboya. Ha descubierto a que iban a Koh Kong.
– Fantástico.
– Yo creía que nada podía ser peor que lo que ya hacían, pero me equivoqué.
– ¿Que ha descubierto? –la pregunte poniéndome serio.
– En ese sitio, en Koh Kong, hay una gente que se dedica a lo mismo que en el hotel de Tailandia, pero sin limites.
– ¿Cómo sin limites? ¿A que te refieres?
– Que puedes incluso matar a la victima mientras pagues. Y la victima puede ser un niño o un adulto.
– Joder, –y después de un breve silencio, añadi–. Eso, necesariamente lo tiene que controlar alguna mafia.
– Si, pero hemos tenido suerte, es una mafia muy local, casi no excede de el ámbito de Koh Kong. Y sospechamos que los Monchos tenían que ver muy directamente con ellos. Ellos eran los jefes.
– ¿Es posible que este escondido ahí?
– Es mas que posible. El de Pinkerton esta muy encima de ellos. Pero pide mas recursos. El esta solo en Camboya.
– Dile que de acuerdo. Tendrá recursos ilimitados. Que haga todo lo que tenga que hacer y utilice toda la gente que necesite.
– También quiere carta blanca y sin preguntas, –añadió Isabel.
– Dile que tiene carta blanca, pero quiero estar informado de todo.
– Allí, habrá que hacer cosas ilegales. Lo sabes.
– Lo se, –y después de una pausa añadí–. Esto se pone cada vez mas feo Isabel. Moncho, el de la cárcel, me amenazo con que su amigo nos encontraría.
Isabel escuchaba mis palabras asintiendo con la cabeza. Era perfectamente consciente, igual que yo, del peligro que se cernía sobre Esther. Cada vez tenia mas claro que lo mejor era trasladarnos definitivamente a Nueva York.
– Mientras estemos aquí, las escoltas seguirán. Y dile a Pinkerton que su hombre trabaja en exclusiva para mi. Es mejor que el no se involucre.
Tremendamente preocupado regrese a la oficina. Mientras tanto, Esther vivía su vida feliz como una lombriz, sin sospechar nada de los peligros que se cernían sobre ella. Esa noche la desee mas que de costumbre, como si eso fuera posible. Ella lo noto, pero no dijo nada. Se dejo hacer como siempre, pero era consciente de que algo me preocupaba, y mucho. No hubo preámbulos, simplemente me tumbe sobre ella y la bese en los labios con saña. La sola idea de que le pudiera pasar algo malo a la persona que tenia entre los brazos me desasosegaba. Después de un largo tiempo de besos furiosos, la penetre. La folle con ímpetu desmedido. Refugiada entre mis brazos, gritaba y gemía mientras me rodeaba con sus piernas. Tuvo un orgasmo tremendo, tanto que me clavó las uñas en la espalda y me mordió en el hombro. Seguí furioso hasta que me corrí cuando ella empezaba a alcanzar otro. Descontroladamente seguí todo lo que pude hasta que se corrió nuevamente. No se cuanto tiempo estuve besándola, pero fue mucho. No podía parar de hacerlo.
– ¿Qué te pasa mi señor? Algo te ocurre.
– No te preocupes mi amor, no pasa nada.
– Si mi señor, se que algo te pasa. ¿Qué es?
Decidí ponerla al corriente, pero muy por encima, de los últimos descubrimientos sobre su exmarido. Tarde o temprano tendría que saberlo.
– En las investigaciones que hemos hecho sobre tu ex, hemos descubierto algunas cosillas inquietantes, –intentaba a toda costa quitar hierro al asunto–. Por eso he pensado que tengas escoltas mientras estemos en Madrid.
– Ya tengo escoltas mi señor, –me dijo sonriendo–. No soy tan tonta.
– Ya se que no lo eres cariño, no quería que te preocuparas innecesariamente.
– Moncho esta en la carcel y no puede hacernos ningun mal, –afirmo, y a continuación añadio–. Lo que no entiendo es ¿Qué daño puede hacernos mi señor?
– Tenia un socio, un cómplice. Alguien clavado a el.
– ¿Un hermano? Nunca me hablo de el.
– No era su hermano. Los dos se operaron en una clínica de Estados Unidos para ser idénticos, –me quede mirando a Esther que estaba con la boca abierta. Notaba como su cerebro estaba en plena ebullición.
– ¡Que hijos de puta! –exclamo–. Por eso había temporadas que parecían tíos distinto. Ahora lo comprendo. Había momentos que me tiraba chupándosela a cada momento. Solo le interesaba eso, que se la chupara. Pero no como tu me enseñaste, simplemente me follaba la boca. Y de repente se tiraba semanas sin mirarme a la cara. Esporádicamente me follaba pero siempre en la misma postura, a cuatro patas, y sin mucho contacto físico.
– Bueno, desde mañana quiero que te coordines con Isabel. Quiero que lleves a alguien a tu lado. La informaras siempre cuando vas a salir de casa.
– Si tu quieres que sea así, de acuerdo mi señor, pero te lo vuelvo a preguntar ¿Qué daño pueden hacernos?
– Estaban metidos en unos negocios tan terrible, que no podían estar bien de la cabeza. Por lo menos, eso quiero pensar. No tengo mas remedio. Es mejor prevenir.
Terminada la conversación llame a Isabel y la puse al corriente. Me dijo que tenia la persona idónea para acompañar a Esther. Se llamaba María y era una Guardia Civil que acababa de abandonar el cuerpo. Quede con Isabel que se alojaría en el antiguo piso de Esther, debajo del nuestro.
Por fortuna se lo había tomado mejor de lo que esperaba. Pensé que se lo tomaría peor y que se asustaría mas.
Al día siguiente, Isabel se presento en casa con María. Desde el primer momento Esther y ella hicieron buenas migas y rápidamente se hicieron amigas. Era una mujer con cierto atractivo, trato agradable, de costumbres espartanas y siempre estaba disponible. Se la veía en muy buena forma física. Cuando no escoltaba a Esther, permanecía en casa leyendo o navegando por Internet. Cuando yo llegaba a casa la daba un toque y desde ese momento quedaba libre, pero rara vez salía, salvo al gimnasio.
Desde el principio una pregunta me rondaba la cabeza ¿Cuánto tardaría Esther en follársela? Sabia que mientras estuviera yo cerca no lo haría, pero cuando faltase de su lado a causa de algún viaje ocurriría, como ocurre con Isabel y Colibrí. Cuando Esther se encariña con alguna mujer no lo puede remediar, termina en la cama con ella. Sobre todo teniendo en cuenta que, según me contó Isabel, María se fue de la benemérita, por problemas con su tendencia sexual. Sus superiores la hacían la vida imposible.
La oportunidad se la presento porque tuve que hacer un viaje de tres días a Frankfurt. Cosa de negocios y del mes y medio que habíamos estado en Nueva York. La primera semana después de nuestro regreso fue demoledora. Por lo menos para mi, que Esther lo paso mejor. Lo se porque Esther me lo cuenta todo, y lo hizo con pelos y señales.
Esther se empeño en llevarme esa mañana al aeropuerto y por lo tanto, María nos acompaño. De regreso a casa la convenció para que pasara la noche con ella, pese a los reparos de María.
– Mira Esther, tienes que saber que soy lesbiana. No creo que sea buena idea …
– Ya se que eres lesbiana, –la interrumpió.
– ¿Te lo ha dicho Isabel?
– Que me va a decir. Anda que no se te nota, solo falta que te lo tatúes en la frente, –la respondió riendo, y añadió en plan misterioso–. La cuestión es si puedes aguantar mi ritmo.
– Joder, me estas dando miedo Esther.
– ¿Isabel no te ha hablado de mi?
– ¿Debería?
– No se, da igual. Casi es mejor que te sorprenda, –esta claro que la sumisa Esther desaparece cuando tiene la compañía de otra mujer y yo no estoy cerca. Entonces aparece la dominante Esther–. Además, tu misión es protegerme. Si no salimos de casa y estas muy pegada a mi, me vas a tener muy protegida ¿No crees?
Con una muy sorprendida María, llegaron a casa y nada mas entrar Esther la desnudo. La llevó a la cama y comenzaron a retozar. No salieron de ella en todo el día y María flipo con la facilidad de Esther en tener orgasmos. Hicieron sesenta y nueves interminables. Agotadores. Sacaron todo el arsenal de la caja de los juguetes y los utilizaron casi todos. Ya de noche, una agotada María miraba como Esther se hacia un dedo mientras ella pedía por teléfono algo de cenar al telejapo. No podía creer lo que veía.
– Es inhumana, –la comento a Isabel unos días después.
– No, solo es Esther, –la contesto.
– Pero, hizo conmigo lo que quiso y quería mas.
– No te preocupes por eso, en una ocasión Colibrí y yo estuvimos juntas con ella y nos dejo agotadas, –la dijo riendo–. Ten en cuenta que Edu es quien la controla y la dosifica su sexualidad por decirlo de alguna manera. Sin él, Esther es lo que has visto. Pero no te equivoques, nosotras somos un mal sustitutivo y el único posible. Ella solo le quiere a él. Si Edu no estuviera, seguiría siendo una amargada con su ex o una lesbiana furibunda.
– Se que corre peligro por algo relacionado con su ex, pero no se mucho mas.
– Es la historia mas terrible y repugnante que te puedas imaginar. Algún día te la contare, pero tendrás que tener mucho estomago.
Cuando regrese de Frankfurt, Esther y María estaban esperándome en el aeropuerto.
– ¿Has sido buena? –la pregunte después de besarla apasionadamente. Al comprobar que María se ruborizaba intensamente añadí–. Ya veo que no.
– He sido muy buena ¿Verdad, María? –respondió Esther, y María casi se desmaya.
Riendo a carcajadas llegamos al coche. María no se reía, parecía que se había tragado un pincho.
– No te preocupes María que no pasa nada. Esther tiene la costumbre de follarse a sus amigas. Tu jefa te debería haber informado de esta peculiaridad de mi nena.
– Pero ¿No te importa? –pregunto María desconcertada.
– No, ella es libre para hacer lo que quiera.
– Si mi señor no faltara de mi lado, yo no me iría con mis amigas, –afirmo Esther con retintin, y añadió–. La culpa es tuya y no hay mas que hablar.
– Vale, –contestamos al unísono María y yo.
– Tienes lo que queda del día libre María. No vamos a salir a ningún lado, –y sonriendo añadí–. La voy a vigilar muy estrechamente.
– ¡Bien! –exclamo Esther soltando el volante y aplaudiendo.
– ¡Coge el volante! –volvimos a exclamar al unísono.
– ¡Jo! Que no pasa nada, que yo controlo.
Llegamos casa, deje la bolsa de viaje en el suelo y con el dedo índice la señale la cama. Esther se tiro casi de cabeza sobre ella y comenzó a quitarse la ropa. Cuando se desnudo, se abrió de piernas y con la mano comenzó a acariciarse la vagina mientras me miraba con ojos de deseo. Yo, mientras me desnudaba la miraba con una sonrisa. Me acerque a ella con la polla de la mano y se la ofrecí. Se arrodillo y la engullo mientras con las manos me sujetaba el trasero. La acariciaba la cabeza y luego mis manos descendieron por su espalda hasta sus nalgas. Las masajee separándolas hacia los lados. Su orificio anal y su vagina quedaron al descubierto y reflejados en el espejo de enfrente. Veía nítidamente como se humedecía rápidamente y eyacule de inmediato. Berree bastante y se me oyó mucho a causa del silencio de Esther. Siguió chupando hasta que no quedo ni una gota. La cogí en brazos y la lleve al sillón sentándola sobre mi apoyada sobre mi brazo izquierdo. Mientras la morreaba, con mi mano derecha acariciaba su vagina. A causa del placer que la proporcionaba, hizo un intento de cerrar las piernas aprisionándome la mano pero se lo impedí.
– ¡Separa las piernas y no las cierres! –la ordene.
Mi mano siguió acariciando su vagina, ahora sin ninguna oposición. Totalmente abierta estaba a mi disposición mientras nuestros inseparables labios seguían luchando. Respiraba su aliento, sus gemidos, su cuerpecito se retorcía y se crispaba con los orgasmos. Aun así, mantenía la posición como la había ordenado. Cuando me canse de besarla, si eso fuera posible, la lleve a la cama y me tumbé a su lado ofreciéndola mi polla. La acepto de inmediato y mi boca se metió entre sus piernas encontrando sin dificultad lo que buscaba. Mi lengua recorrió su vagina incansable, saboreándola entera. Mi pene crecía en su boca gracias al fantástico trabajo de su lengua. Me incorpore, la di la vuelta poniéndola boca abajo, la puse lubricante en el ano y poniéndome sobre ella la penetre. Incansable, la estuve follando el culo, mientras Esther chillaba de placer. Al final, acompasándome con ella, metí la mano por debajo para estimularla el clítoris y me corrí mientras Esther aullaba con el ultimo de los orgasmos que la dejo inerte, como en trance. Mientras se recuperaba, tumbado a su lado la acariciaba y la besaba sin descanso. Mis manos recorrían su sudoroso cuerpo arrancándola suspiros de felicidad.
Al día siguiente era sábado y nada mas despertarse la mande a la ducha. Cuando regreso, la arrodille sobre una mesita baja y rectangular que teníamos en el salón. La hice inclinarse y que apoyara el pecho sobre la mesa. Las manos pasaron por debajo de su cuerpo y se las até a los tobillos con las piernas bien abiertas. En ningún momento pregunto nada o mostró oposición. La introduje la polla en la boca y la folle hasta que me corrí. Después me sitúe detrás de ella, me senté en una silla y estuve mas de una hora chapándola la vagina y el ano. Tuvo tantos orgasmos que sus jugos llenaban su vagina y resbalaban por el interior de sus muslos. Me lubrique la polla y se la introduje por el ano. La folle mientras con las manos la azotaba las nalgas provocando aullidos de dolor y placer en Esther. Nos corrimos al unísono como casi siempre, y como siempre la llene de besos y caricias.
Un par de semanas después regresamos a Nueva York.
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