miércoles, 11 de enero de 2012

Adicta al sabor de un hombre

Me he vuelto adicta al sabor de un hombre mezclado con el látex

No estaba segura de hacerlo, pero la tentación pudo más que cualquier otra cosa.

La oficina estaba vacía. El trabajo había sido exhaustivo. Necesitaba dormir un poco, más bien mucho. Tantas obligaciones y responsabilidades habían reducido bastante el deseo en casa. Llegaba tan cansada que el sexo no se antojaba, ni siquiera después de un relajante baño. Había sido una semana de cuatro o cinco horas de sueño. Ya debía salir, los jefes ya no estaban. De repente algo ocurrió, cómo explicarlo, simplemente en la pantalla la ventana del chat estaba abierta. Un contacto nuevo pedía autorización. Qué me llevó a aceptarlo, no sé. La costumbre, el destino, las ganas simplemente. Acepté el contacto, de nombre indescifrable, escrito en tipología rusa o algo así. El desconocido escribió en la pantalla:

- Hola, preciosa mujer – No me tomo en serio esos saludos, pero como mujer me gusta que me traten con esas cortesías.

- Hola, buenas noches – le respondí con tacto y delicadeza.

- Te escribo desde San Fernando (ciudad vecina), no pude resistir la tentación de escribirte.

- ¿Cómo tienes esta dirección, dime quién eres?

- Me voy a presentar formalmente porque no quiero que tengas desconfianza. Me llamo Luis Felipe…M…, o Luis a secas. Esta semana estuve en tu piso por error, porque en realidad iba a otra oficina, pero quedé encantado con tu belleza, así que investigué un poco y alguien de tu oficina me pasó esta dirección. Sé que es para asuntos oficiales y de negocios, pero tenía que conocerte, preguntarte acerca de ti, y pedirte la oportunidad de invitarte a tomar algo, lo que quieras, cuando quieras.

- No recuerdo haber visto a nadie extraño en la oficina, de hecho, no pudiste verme porque estoy al fondo y no me puedo ver desde la entrada, seguro me confundiste, tal vez viste a la recepcionista o a alguna secretaria.

- No, María, te vi a ti, estabas maravillosamente vestida con un vestido largo de flores, rojo, llevabas tacones altos, el cabello peinado con coleta de caballo, estabas divina. Ibas saliendo de una oficina cargando una carpeta bajo tu brazo.

- Ya sabías mi nombre, me estás asustando.

- No temas, soy un caballero. Tengo un negocio de refacciones industriales y hago negocios con la firma que está un piso debajo de la de ustedes.

Pude haber cortado esa conversación, un desconocido tratando de hacerme plática a las 10 de la noche, cuando se suponía que ya nadie iba a estar trabajando. Pero a veces una no es consciente, o la curiosidad nos tiende trampas que no podemos evadir aunque las tengamos advertidas previamente.

- Me dices que eres un caballero, pero indagas sobre mí, y me escribes a un chat de la empresa fuera de horas de trabajo. ¿Cómo sabías que estaría aquí?

- No lo sabía, mandé la invitación a esta hora por varios motivos, pero el principal era no ser inoportuno si estabas ocupada. Lo ibas a ver si estabas por salir, o mañana al iniciar el día. Y tuve una gran suerte al ver que me habías aceptado.

- Luis, entenderás que todo esto es muy raro. Preferiría no seguir con esto.

- Por favor, María, dame la oportunidad de platicar contigo, cuando tú quieras; desde que te vi quedé con esa visión en mi cabeza, quiero conocerte, hablarte, conocernos.

- Si ya investigaste bien, sabrás que soy casada. Y que no tengo 20 años, ni soy una niña inocente que puedes marear con palabras.

- Y yo soy casado también, bueno, divorciado recientemente. Y no pretendo incomodarte, ni meterme en tu vida para hacerte daño. Pregunta lo que quieras de mí, déjame demostrarte que soy de fiar.

- No sé, esto es muy raro.

- Mañana puedo ir a verte, si me lo permites. No seré inoportuno, pediré cita para hablar de negocios, formalmente. Seré muy profesional y discreto.

- No sé si me interese, te lo digo de verdad.

- Cinco minutos de tu tiempo, no te pido más; si después me pides que me vaya, no te volveré a molestar nunca más. Te doy mi palabra.

- Lo pensaré, pero no te aseguro nada. Y ya me tengo que ir. Buenas noches.

- Buenas noches, María, y gracias.

Antes de cerrar la ventana del chat tuve la intención de borrar ese contacto. Una vez más algo me hizo dudar. No lo borré. Cerré la sesión y me fui cansada, pero con esa curiosidad pequeñita dando vueltas por mi cabeza. Quién sería. No recuerdo a nadie externo a mi oficina. Y su intención es directamente personal, escribiendo tan bien, tan galante.

Llegué a casa muerta de cansancio, mi marido no había llegado aún. También está cargado de trabajo. Hemos dormido poco, pero se acerca el período de vacaciones y podremos salir juntos a olvidarnos de todo por un tiempo.

Dormí mucho, tardé en levantarme y tuve que salir corriendo para no llegar tarde al trabajo. Me vestí con lo primero que me topé. Blusa blanca, falda corta gris, torera negra, zapatos negros normales, ni muy altos ni muy bajos. Llegué sin desayunar, pero bien arreglada. Junta a las 8. Todo en orden. Café cargado para empezar el día. Mi computadora encendida y poniéndome al día en el correo y en las noticias. Abro el chat y lo veo conectado de nuevo, con esas letras raras que no me dicen nada. Y en donde debe ir la foto, un logotipo raro, como un tatuaje tribal sobre un pedazo de fierro.

Esperaba que me escribiera en cuanto me viera conectada, pero nada. Pasó una hora y nada, dos, tres. Seguía conectado, pero no daba señales de vida. Hice un alto para descansar, era casi medio día. La ventana del chat abierta en la computadora. Mi dedo sobre la tecla, estaba dudosa, borrarlo o saludarlo, o no hacer nada. Fue lo que hice, nada. Salí de mi oficina y me despejé un poco. Cuando volví me encontré con una línea en el chat:

- ¿Me dejarás presentarme contigo?

De repente me dieron unos nervios terribles. No podía aceptar a un desconocido en mi oficina. Tampoco podía citarlo fuera, no estoy loca ni urgida. Pero la curiosidad era cada vez más grande.

- No, creo que no. Necesito saber más de ti, no puedo tener confianza con un perfecto desconocido. Ni siquiera tienes foto para que te reconozca.

- No te preocupes por eso, ahora voy a poner una, espero no asustarte.

De repente su imagen cambió para dejarme ver una foto muy clara, nítida. De frente, un hombre maduro, con entradas pronunciadas en un cabello cenizo. Rasgos fuertes. No era guapo pero sí atractivo. Piel blanca, arrugas de alguien maduro. No podría decir su edad, tal vez 45, tal vez 50, no más. Una sonrisa a medias, misteriosa, atractiva. Se adivinaban dientes blancos. En definitiva era un maduro atractivo, pulcro, bien afeitado, y su ropa se veía elegida con buen gusto, una corbata rojo vino, un saco gris claro.

- ¿Eres tú?

- Te doy mi palabra, cuando me veas te darás cuenta.

- No he dicho que sí.

- Pregunta lo que quieras, lo que necesites saber antes de aceptar mi visita.

- ¿Qué me dirías de ti que debería saber?

- Que soy un hombre de 46 años, en crisis de edad, divorciado hace seis meses, que no he tenido pareja desde mi divorcio, que estuve casado 15 años, que tengo dos nenas, de 16 y de 10 años y que son mi razón para vivir, que no dejo de pensar en ti y en tu belleza, que quiero verte, salir contigo, que no quiero interferir en tu matrimonio ni quiero meterme en tu casa, que tengo mi negocio propio, que no pienso casarme de nuevo, que soy arquitecto, que viajo bastante, que hago ciclismo y me mantengo en forma, que la vida se me ha pasado muy rápido y quiero seguir sintiéndome vivo, que pinto en mi tiempo libre. ¿Voy bien?

- No sé, apenas te estás presentando, y no te he bloqueado.

- Te lo agradezco, María, dime qué más quieres saber.

- No sé, tú dime más.

- Bueno, trato de ser un buen padre, respeto a la gente, en los negocios soy ambicioso y agresivo, me ha ido bien y no tengo preocupaciones económicas, no me gustan los lujos, vivo austero, disfruto las cosas y sobre todo la sencillez, me gusta leer, escuchar música, el buen vino y la comida española. Conozco en tu ciudad un restaurante maravilloso. Te llevaría a comer si quisieras. Mis hijas son mi universo, mi todo; nada está antes que ellas, una toca el piano, la otra disfruta las excursiones y las aventuras en la naturaleza; una tiene el carácter de su abuela, amorosa y tierna, la otra mi carácter, a veces pasivo, a veces explosivo. Soy un tipo educado, caballeroso, trato de vestirme decentemente y ser muy limpio. Discreto en los secretos y compartido y abierto cuando se requiere.

- Si te dejara venir a visitarme… ¿qué harías?

- Antes que nada, agradecerte. Luego, llenarme los ojos de ti, gozarte con la mirada. Luego convencerte de invitarte a salir, ya verás, pero dame la oportunidad.

Estaba tan ensimismada en la conversación que se me olvidó mi trabajo. Me urgía dejar la plática sin cortar el momento. Me estaba convenciendo, pero luego con qué pretexto. Se veía con mirada limpia, ojos decididos pero correctos, decentes. No me falla el juicio cuando veo a alguien, así que no tuve pretexto, podía ser alguien agradable para conocer. También me estaba despertando ciertas ansias, serían los días sin actividad en casa, sería lo que fuera, pero estaba despertando mi interés como mujer.

- Vamos a suponer que te dejaría venir el viernes, a primera hora. Y que tienes dos días más para platicar conmigo y no hacer que me arrepienta.

- Estoy seguro.

- Entonces agenda la visita. 8 de la mañana; la cita hazla con mi secretaria, por negocio, no se te olvide.

- Gracias, María.

- Debo irme, si me desocupo te aviso.

- Está bien, estaré pendiente.

Y así lo hizo, ese día y los dos siguientes seguimos platicando de muchas cosas, le platiqué con un poco de reservas sobre mi trabajo, mi vida de casada, mi carrera. Él fue más abierto. Me contó de sus amigos, su negocio, su matrimonio roto, sus problemas particulares. No nos tardábamos horas, pero sí nos conectábamos dos o tres veces al día. Siempre galante, escribiendo piropos, halagándome. No hizo más peticiones y eso me gustó mucho. Estaba convencida de dejarlo estar en mi oficina.

Llegó el viernes. Por alguna razón estuve despierta desde la madrugada. Daba vueltas en la cama hasta que no pude más y me levanté. Hice ejercicio, tomé un buen baño, desayuné bien, elegí mi ropa con cuidado. Nada exagerado, pero sí atractivo. Un traje sastre verde olivo, de buen corte, ceñido al cuerpo, medias grises con línea atrás de la pierna, una blusa pegadita al cuerpo verde muy oscuro, casi negro. Estaba muy guapa, y profesional. Me solté el cabello y lo alboroté un poco. Mi café y lista para conocer en persona a mi admirador.

Llegué a la oficina diez minutos antes, la junta estaba fijada a las 9, así que tendría una hora a mi disposición.

Faltando dos minutos para las 8, mi ‘secre’ entró a mi oficina.

- Tu cita de las 8. Arquitecto Luis …M….

- Espera a que marque a tu extensión, Josefina, por favor.

Me acomodé la ropa, desabroché los botones del saco, ordené los papeles de mi escritorio. Marqué el teléfono.

- Dile que pase, por favor.

Entró Luis a mi oficina y me dejó impresionada por su presencia. Era el hombre tal como estaba en la fotografía, como si se la hubiera tomado esa semana. Vestido perfectamente de traje negro, camisa blanca y corbata en tonos rojos y negros, de muy buen gusto, zapatos impecables.

- Buenos días, María, al fin tengo el placer de estar aquí frente a ti.

- Buen día, Luis, pasa, siéntate por favor – Le contesté al tiempo que me levanté de mi silla y le extendía la mano para saludarlo.

Tomó mi mano con total aplomo y me besó el dorso haciéndome sentir hormigas por todo el cuerpo. Se detuvo un instante para percibir mi perfume entrecerrando los ojos. Esperó frente a su asiento mientras yo me sentaba en el mío. Se sentó y en el otro asiento a su lado depositó su portafolios, elegante, caro, pero discreto.

Platicamos muy amenamente esa hora. Al principio le costó un poco encontrar el hilo pero después no tuvo ningún problema en platicar como lo habíamos estado haciendo por el chat. Es buen conversador, y sus ademanes eran muy naturales y educados. Su tono de voz me agradó mucho, muy grave, como esos hombres que han fumado toda la vida, pero éste seguramente habanos. Su aroma me llegaba y me estremecía, delicioso, mezcla de jabones y un poco de almizcle y cítricos. Cuando se emociona al hablar se enrojece, igual cuando me tiraba un piropo o elogiaba mi belleza. Qué raro, un hombre de su edad que se ruboriza con una mujer. El tiempo se fue muy rápido. Cuando me di cuenta ya eran casi las 9 y debía ir a junta. Se lo comenté y se levantó de su asiento. Me tendió su mano, y ahora tomando la mía con las dos suyas, la volvió a besar, provocándome de nuevo sensaciones notorias a su vista, como mis nervios o mi piel de gallina.

- Quiero seguir esta conversación, María, si te parece te invito a comer hoy mismo, si quieres otro día, pero vamos a vernos en otra parte.

- Debo platicar algunas cosas en casa, si te parece.

- Cuando quieras, nos conectamos luego.

- Está bien, nos encontramos en el chat.

Tuve mi junta. Salió más trabajo el resto del día. Al final tomé un descanso de 10 minutos antes de salir. Lo volví a ver disponible en mi pantalla. Platicamos un rato, nos despedimos, fui a casa. Platiqué con mi marido de mi día, incluyendo al nuevo admirador, pedí permiso de salir a comer con él. Provoqué reacción en mi señor porque hicimos el amor como locos luego de todo ese tiempo que estuvimos cansados. Cuando salió de mí, me dijo que estaba bien, que saliera si quería, pero que le avisara dónde iba a estar. Nada más. Dormimos a pierna suelta.

El sábado trabajo medio día. Me vestí muy ligera, una falda corta envolvente azul que dejaba mis piernas a la vista, una blusa pegada al cuerpo color naranja y un saco azul marino para cubrir mis senos que se notaban bastante por la tela, el corte y el color. Temprano lo encontré conectado y fui la primera en saludar y dar los buenos días. Platicamos un poco, y antes de cortar me reiteró la invitación.

- La invitación a comer sigue en pie, cuando quieras.

- Pues tengo buenas noticias.

- ¿Sí, irás conmigo?, ¿cuándo?

- Hoy no tengo con quién comer, y salgo temprano. Tal vez no puedas, si quieres lo programamos para la próxima semana.

- No, María, deseaba que fuera hoy mismo, ayer, toda la semana. Me hiciste levantarme de mi asiento, estoy tan emocionado. ¿Quieres que pase por ti?

- Sí, me parece, pero no a mi oficina, hay un lugar que me gusta para tomar algún aperitivo antes de que me lleves a comer.

- Lo que tú quieras.

Quedamos de vernos en un lugar de comida donde sirven unos tragos excelentes y la ambientación es como de taberna, con buena música y algunos platillos ligeros. Llegué puntual y él me estaba esperando. Cuando le tendí mi mano para saludarme, me la estrechó y su otra mano tomó mi brazo y me acercó a él para darme un beso muy rico en la mejilla. Me gustó su seguridad en el acercamiento, y el hecho de que no quisiera propasarse, iba seguro pero sin prisas. Había elegido una mesa pequeña con bancos un poco altos, con pretexto de estar cerca de la barra, pero en realidad creo que quería verme de pies a cabeza. Me di cuenta cuando me comentó con galantería que le gustaron mis zapatos. Si llegó a ellos había pasado por todo mi cuerpo con discreción. Le regalé una vista que seguro quería; me quité el saco y lo dejé sobre otro banco a mi lado. Por más que trató no pudo evitar mirarme los senos de vez en cuando. Lo dejé hacerlo desviando la mirada a otra parte para no apenarlo, me sentí halagada y hermosa. Platicamos un rato, terminamos las bebidas y me propuso un lugar para comer. Pagó la cuenta y tomándome del brazo salimos directo a su auto. Una belleza de automóvil, para alguien que decía gozar de la sencillez. Me abrió la puerta, luego subió él y se dirigió al lugar prometido.

Comimos deliciosamente unos pescados receta de autor. Nos terminamos una botella de vino blanco. Pedimos un café y él ordenó unos licores para cerrar. Estuvimos casi dos horas comiendo. De vez en vez me rozaba la mano con sus dedos para preguntarme algo o sugerirme algún platillo o postre del menú. Ya me tenía conquistada, su trato, su educación, su labia. El tono de su voz que acariciaba y sus ojos que podían verme por dentro. Hice durante la comida un estiramiento de piernas que rozó con sus pies. Automáticamente cerró sus piernas atrapando mis pies entre sus pantorrillas y no me soltó el resto de la comida, ni yo hice el intento por zafarme. Cuando estábamos tomando el café, aflojó la presión y pude sacar un pie de su trampa, pero sólo lo hice para quedar con las piernas entrelazadas, él aprisionando una mía, las mías una suya.

- Me gustas terriblemente, María. ¿Qué tienes que hacer el resto de la tarde?

- Terriblemente…nunca me habían dicho eso, espero sea bueno.

- No sé, si me dejas con las ganas, será terrible, si me das el cielo será maravilloso.

- Me gustas, Luis, y no tengo nada que hacer en la tarde. Podemos ir al cine.

- Pensaba en otra cosa, pero si quieres ir al cine está bien. Mientras te quedes hoy conmigo seré inmensamente feliz.

- ¿Qué puede ser mejor que el cine? – le dije sonriendo coquetamente, mordiéndome un labio y subiendo mi pierna sobre la suya.

- La piel, María, la piel. Vámonos a un lugar, solos –

Tomó mi barbilla con sus dedos y me acercó a él. Nos dimos un beso breve pero eléctrico. Sentí su otra mano sobre mi muslo, bajo la mesa. Me dejó muda, repitió el beso, ahora más lento, rozó con sus labios mi boca y con su mano subió bajo mi falda en mi pierna. Me miró a los ojos, sin palabras le dije que sí, moviendo la cabeza, y nos dimos otro beso, abrió su boca, su beso separó mis labios, lentamente, eternamente, nos besamos. Su mano ya no alcanzó más lejos, se quedó a medio muslo, pero apretaba y quemaba. Nos separamos, pidió la cuenta. Fui al baño y de ahí llamé a casa. Llegaría muy tarde.

Subimos a su auto. Manejaba sin mirarme, buscando un hotel. Le di indicaciones para llegar a uno que conocía no muy lejos. Cuando no lo esperaba, mientras la luz roja de un semáforo nos detuvo, tomé su mano cercana y la puse en mi pierna, abrí mi falda y la guié al interior de mis muslos, el calor era evidente, nos miramos y cuando dio la luz verde pasó la calle, se orilló, detuvo la marcha y me dio uno de los besos más deliciosos de toda mi vida, primero cambió de mano bajo mi falda, y luego se fue sobre mí, probando mis labios, primero el de arriba, luego el de abajo, yo no lo soltaba de la nuca, lo quería besándome de esa manera mientras su mano delicadamente me separaba las piernas para llegar al centro de mi esencia de mujer. Mi mano también hizo lo suyo, primero guié su mano hasta mi entrepierna y la apreté para sentirlo explorándome, luego la llevé a su pantalón abultado y lo froté y lo reconocí, una forma maravillosa se adivinaba, de tamaño prometedor y palpitante con la pasión del momento. Fui la primera en rozarle los labios con la lengua, y al sentirse invitado dejó que la suya invadiera mi boca. Me estaba matando a besos, me tenía deshecha y hecha agua, completamente alborotada y excitada.

- Vámonos ya o aquí mismo te haré mía. Espero no falte mucho para llegar a donde me estás llevando.

- Ya estamos cerca. Faltan dos calles.

Entramos a un motel de lujo que conocía. Pidió cuarto con jacuzzi, yo cerré los ojos todavía muy excitada. Entramos al garage y el encargado cerró la puerta. Una escalerilla con la luz encendida nos advertía el camino, pero la oscuridad del garage nos invitaba a seguir disfrutándonos en la privacidad de su auto.

Me quité la falda ante sus ojos incrédulos. Mis senos reventaban la blusa que llevaba. Los pezones me dolían de tan erectos. Regresé su mano a mi entrepierna luego de dejarlo acariciar la piel de mis muslos, y la otra mano la llevé yo misma a mis senos. Estuvimos en este juego previo mucho tiempo, yo le tenía la corbata desatada y la camisa abierta, su velloso pecho, lleno de canas estaba a mi disposición. Se dejó recargar en su asiento, lo besé en la boca, bajé por su cuello, me entretuve en su pecho mientras con mi mano le apretaba el pene sin sacarlo del pantalón. Él aprovechó mi postura hincada en el asiento para aferrarse a mis nalgas y gozarlas con su tacto. Le hice quitarse el pantalón hasta las rodillas. Su pene era maravilloso, hermoso. Se lo comí lentamente, lo hice gemir, gozar, moverse, retorcerse, sus dedos ya exploraban bajo mi tanga, se metían en mi vagina, se lubricaban y luego hacían el recorrido hasta humedecer y estremecer mi ano. Degusté su piel venosa, su escroto arrugado, el glande que reventaba y se veía gigantesco. No podía interrumpir ese placer, estaba perdida. Saqué de mi bolso un condón y se lo puse sin protestas de su parte, me pasé sobre él y me lo fui clavando lentamente. Sentí cómo cada centímetro me dilataba la vagina. Me tomó de las nalgas y me acercó a él hasta perderse por completo dentro de mí. Fue tan placentera la penetración que tuve un pequeño orgasmo, gemí en su oído. Y empezamos la danza lentamente.

- ¿Así querías tenerme, guapo?

- Justo así, María, eres preciosa, no pensaba en otra cosa desde que te vi.

- Me gustaste aún sin haberte visto, y luego mucho más.

- Tu me tienes loco, no voy a poder aguantar mucho tiempo.

- No te detengas, hazlo bien y disfrútame, ahhh, qué bien lo haces!

- Te lo haré muchas veces, no olvidarás esta tarde.

Yo subía y bajaba sobre su miembro. Nos besábamos y nos decíamos cosas, lo dejaba besarme el cuello, bajar a mis senos. Me quitó la blusa y el sostén, sus manos los tomaron y su lengua se ocupó de mis pezones. Me hizo terminar con una fuerza increíble, y mi orgasmo produjo contracciones que lo hicieron terminar bufando y sudando copiosamente. Nos quedamos quietos pero sentía su erección aún completa y desafiante.

- Papi, ¿no lo has hecho?, ¿por qué estás erecto todavía?

- Ya lo hice, hermosa, pero te deseo tanto que me tienes excitado todavía. Vamos arriba, quiero hacerlo hasta dejarte satisfecha por completo.

Se salió de mí y comprobé lo que me dijo. Se quitó el condón lleno de semen y su pene seguía apuntando al techo. Tomamos en la mano nuestra ropa y subimos al cuarto. Dejamos las cosas en la salita, tomó una tirilla de condones y nos acostamos en la gran cama de forma circular, con espejos por todas partes. Me gustó verme desnuda junto a él, en el techo, en la pared, en el tocador. Su pene estaba a medias, se lo comí un rato mientras él me movía hasta que quedamos haciendo un 69, él acostado y yo encima. Abrió mi intimidad con sus dedos, me lamía, me excitaba, estimulaba el clítoris con su lengua, metía un dedo, dos, seguía con su oral, yo con el mío, me tenía de nuevo en las nubes, me clavó un dedo en el ano, no me importó mientras no dejara de excitarme la vagina. Me quitó de encima, me dejó en cuatro y se puso atrás, abrió otro condón, se lo puso y me penetró de una hasta el fondo. Lo sentí todo, fibroso, venoso. Lo sacó por completo, jugó con el glande en mi clítoris.

- Ya métemelo, por favor, ¿no ves cómo me tienes?

- Si, preciosa, lo que tú mandes.

Y me lo mandó de una hasta el fondo. Dolía pero me encantaba, sentirlo bien afianzado de mi cadera, empujando vigorosamente, sacando y metiendo toda su longitud, jugando con su glande en la entrada, empuñando el tronco y moviéndolo en círculos mientras me iba taladrando. Cuando lo tenía bien metido me levantó de un firme jalón de cabello, tomó con su otra mano mis senos y los apretó con fuerza.

- Ah, que rico, hazlo así, dómame.

- ¿Te gusta rudo, princesa?, lo haré sin lastimarte.

Me dio placer así durante un rato, me hizo venirme y bañar su miembro. No me importó gemir y gritar, llorar un poco de puro gusto. Me volteó y me puso acostada, tomó mis pies y los subió sobre sus muslos, me penetró muy rico, se deslizaba con facilidad. Indra penetrada, gozando. Se cansó, seguía como piedra. Nos volteamos, recostados de lado, desde atrás me penetró, alzó mi pierna. Me usó a su antojo. Me dijo cosas hermosas al oído:

- Eres preciosa, una señora encantadora, te deseaba tanto. Me encanta tenerte así, entregada y mía por un rato.

- Ahh, dime cosas, me encanta cómo me haces sentir.

- Me vuelves loco, voy a terminar, pero te quiero antes de otra forma.

- ¿Qué quieres que haga?, estoy a tu antojo, pídeme lo que quieras.

Me puso de rodillas, metió su cara entre mis nalgas y me hizo un oral que casi me desmaya. Me clavó de nuevo y se quedó así sin moverse, apenas un poco en lo que me reponía del tremendo orgasmo. Poco a poco me fue martillando hasta que se cansó, salió de mí dejando huella, satisfacción.

- Quiero un favor tuyo, hermosa.

- Lo que quieras, lo que quieras.

- Tu boca, hazme venir en tu boca.

Sin contestarle nada lo saqué de la cama, y así él de pie y yo de rodillas sobre la cama le quité el condón y metí su precioso pene en mi boca. Lo sujeté con una mano del tronco y con la otra me aferré a su muslo, a su nalga velluda. Gocé su olor de hombre, el aroma de su vientre, el sabor del pene mezclado con el del látex y mis jugos, su suave piel, su dureza prodigiosa. No tardó mucho en anunciar un volcán en erupción, me tomó de la cabeza para profundizar su sensación. Aguanté como pude, hasta que empezó a gemir con voz ronca. Abrí bien la boca mientras mi mano terminaba el trabajo. Disparó con fuerza tres chorros abundantes, el semen escurría de mi boca mientras sus estertores iban decayendo. Cuando terminó seguí consintiendo su espada de Cupido con mis labios, y saboreé el exquisito elíxir de su jugo final metiéndome su pene hasta la garganta. Quedamos rendidos. Platicamos un rato en lo que recuperamos la respiración. Nos bañamos juntos, me consintió mucho, me bañó toda, nos llenamos de caricias. Luego pidió bebidas al cuarto, brindamos. Repusimos energías. Me sedujo de nuevo con sus palabras.

- Tienes una piel exquisita, nunca había sentido esta tersura, este olor, esta suavidad. Eres una locura, María, gracias por esta tarde infinita.

- Gracias a ti, Luis, me regalaste momentos maravillosos.

- Y quiero regalarte otro para que no te olvides de mí.

Mientras nos decíamos cosas me acariciaba de pies a cabeza, bajaba a mis pies y los besaba y mordía mis dedos, lamía mis pantorrillas, sus manos recorrían mis piernas haciéndome vibrar nuevamente. Cuando me di cuenta, porque estaba sumida en sensaciones con los ojos cerrados, lo tuve besando mi vagina, todo un experto, haciendo humedecerme de nueva cuenta, rozando con su dedo mis pliegues, invadiendo mi interior mientras su lengua me enloquecía rozando mi clítoris. Sentí otro dedo empujando la entrada trasera. Primero me hice la difícil, cerrando las piernas, pero su lengua me venció y entonces terminé yo misma abriéndome para él, sosteniendo mis piernas bien arriba. Sus dos dedos jugando en mi interior, uno adelante, el otro atrás, y su lengua venciéndome hasta hacerme gemir y rogarle que no parara, que estaba loca por él y que lo quería dentro de mí. Lo hicimos de misionero, y luego con mis piernas en sus hombros y mis pies cruzados atrás de su cabeza. Disfruté como pocas veces antes, mirando su cara de lujuria y excitación, sintiendo sus envites, a veces fuertes, a veces lentos y desesperantes. Para que no se cansara tanto lo monté otro rato, me apretaba las nalgas como su fuera a evaporarme en su sueño erótico, me penetraba con su dedo por atrás. Se alzó para quedar sentado y yo montada. Columpio meciéndose mientras los niños gozaban. Su manos en mis senos pellizcando pezones, manos maduras, sabias, tocando toda mi piel. Su pulgar llegó a mi boca, lo chupé con ansias mientras llegaba al último orgasmo agotador de la faena. Me dejó descansar, ensartada y feliz. Sentado como estaba me pude de pie en la cama y le di la espalda, me agaché ofreciéndole mis nalgas. Su lengua me probó, limpió nuestros jugos, y un buen rato se dedicó a mi puerta trasera. Cosquillas en el ano, su lengua húmeda y deliciosa prodigando placeres impensados. Luego su dedo, hasta el fondo, al tiempo que mordía mis nalgas con firmeza.

- ¿Te gusta mi colita, amor?

- Me encanta, me vuelve loco, ¿me la vas a prestar, preciosa?

Por respuesta mi sonrisa, mi mano en su dador de placeres, y yo sentándome lentamente hasta sentir cómo el glande distendía la entrada. Qué sensación tan poderosa abrirse para un hombre completamente. El esfínter cedió ayudado por la posición y mi peso. Quedé bien sentada, empalada, adolorida pero muy excitada y satisfecha por lograr la completa penetración. Poco a poco empecé a subir y bajar ayudado por sus manos, su longitud infinita salía para entrar de nuevo hasta el fondo. ‘’Primera vez completa’’, pensaba llena de orgullo, ahora sí me habían enculado por completo. Y lo sentí todo, lo disfruté. Me ardió pero no me arrepiento. Cuando se vino gritó mucho más que las otras veces, lo había logrado, lo hice feliz como nadie. Todavía cuando salió de mí repetí la operación: quitarle el condón y meterme su maravillosa herramienta en la boca. Me he vuelto adicta al sabor de un hombre mezclado con el látex.

Luego de eso dormitamos juntos como dos horas. Me consintió con sus brazos, con sus manos y su boca, le permití todo contacto, era suya en ese cuarto. Pero ya no podíamos más. Platicamos un rato más, nos bañamos juntos, cenamos muy tarde. Ninguno de los dos quería irse, pero era necesario. Me llevó a casa. Nos comimos a besos unos minutos antes de despedirnos.

Hoy ha pasado una semana y espero en la ventanita del chat su saludo. Volvió mi pasión y la contagié a mi marido. Retomamos unas buenas sesiones de amor en casa. Y por supuesto que ya pedí permiso para repetir.

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