miércoles, 11 de enero de 2012

Cada 15 días (2 y Final)

En el relato anterior quedó una pregunta en el aire: ¿seguiríamos así, o llegaríamos a algo más?

El tiempo cambió repentinamente luego de unos fríos terribles. El sol volvió a salir y se sentía de nuevo el calor reconquistando su tiempo y su espacio. De la misma manera toda la gente guardó los abrigos y volvió a las ropas ligeras. Apenas una semana después de mi encuentro con Bruno estaba pasando un fin de semana casero normal, con mucho amor y atenciones mutuas. En mi cabeza tenía ese encuentro tan intenso. Había aportado a mi vida un sabor muy necesitado, algo de picor y desconcierto, suspenso, aventura. Las ganas contenidas con Bruno fueron desbordadas al llegar a casa. Al día siguiente estaba agradecida por tantas emociones. Mi marido, como siempre, no hizo comentarios ni preguntas. Era algo bueno para mí y eso bastaba. Pero pensé que no sería bueno mantener esa constante. Bruno viajaría a mi ciudad por poco tiempo, tal vez tres meses o menos hasta que su proyecto se realizara; luego nada, tal vez no volvería, o tal vez se quedaría permanentemente; ambas circunstancias eran intolerables; me decidí a seducirlo y llevarlo a la rendición total: me había decidido a cumplir la tarea de tirármelo de una buena vez, y luego no verlo más. Así debía ser desde el principio. Tenerlo en mi cabeza no era sano, convertirlo en obsesión era un riesgo que no podía permitirme como mujer casada y feliz de su vida. Ese hombre hermoso iba a ser mío, o yo dejaría de llamarme María.

Pasó la semana entre trabajo y calores, se acercaba el fin de semana y recibí un correo electrónico de Bruno confirmando su llegada el viernes a las 5 de la tarde. A las 6 iríamos a comer; acordamos un bonito y tradicional lugar, y luego iríamos a otra parte para estar juntos igual que dos semanas atrás.

El día anterior elegí cuidadosamente mi indumentaria. Tenía que estar matadora. Una minifalda negra, ajustada; una playera gris pegada al cuerpo. Abajo una tanguita de hilo negra con encaje al frente y sostén a juego. Un poco de maquillaje, con el pelo me hice un chongo muy sexy, dejando unos cabellos sueltos tras mis orejas; buen perfume. Como iba al trabajo por la mañana, me tapé un poco con unas mallas que luego me quitaría, y un saco formal para cubrir mis senos que se marcaban mucho en la playera, y las nalgas que se advertían pintadas por la minifalda. De camino pasé a la farmacia a comprar una caja de condones (por si las dudas, no fuera a ser que él no estuviera preparado). La mañana la pasé muy nerviosa, ansiosa, excitada. Pensaba a dónde llevarlo para que se sintiera cómodo y no acorralado. Tenía hambre de comida y de sexo. Estaba como leona en jaula.

A las 6 de la tarde salí corriendo, retrasada por unos asuntos de trabajo. Tomé mi auto y a toda prisa llegué al sitio acordado.

Estaba todavía más guapo, o al menos así lo vi. Se había dejado crecer la barba unos dos o tres días, cerrada por completo, parecía árabe. Sus ojos resaltaban todavía más, esos ojos casi negros me recorrieron toda y me hicieron erizarme. Había dejado las mallas y el saco en el auto. Disfrutó la vista de mis senos moviéndose en mi andar y mis piernas desnudas acercándose paso a paso. Nos abrazamos y nos dimos un beso en los labios, suave, apenas disfrutable. Me esperaba hacía unos minutos. Había encendido un cigarro que estaba por consumirse. Lo apagó inmediatamente luego de acercarme la silla y tomar él su lugar. Platicamos de los quince días separados, del trabajo, de su proyecto. Me tomaba la mano y me decía que me había extrañado mucho; y que había cumplido su promesa de hacer el amor en su casa pensando en mí. Que había sido algo memorable. Comimos deliciosamente, y agotamos una botella de tinto. Estaba muy relajada y contenta. Le pedí que en vez de pedir café, nos fuéramos a tomar algo a otra parte para digerir la comida. Acordamos nuevamente ir en un solo auto, en el suyo. Cuando me abrió la puerta del mismo le eché los brazos al cuello y le di un beso grande, sensual. Le metí la lengua hasta el paladar y probé el sabor de su saliva, mezclado con el del vino y el tabaco. Estuvimos así, recargados en su auto, besándonos con gusto y deleite. Lo tocaba y pasaba mi mano por su pecho, bajando cada vez más hasta pasar por la hebilla de su cinturón. Cuando sintió mi mano más abajo sintiendo su creciente vigor, la retiró cariñosamente con la suya.

- ¿Qué pasa, María, por qué estás tan intensa?
- Nada, no pasa nada. Quería saber si de verdad me extrañaste y te gusto.
- Me encantas. Y con esa ropa estás maravillosa; tienes un cuerpo que no puedo creer entre mis brazos.
- No parece que te guste, no me has tocado.

En ese momento, tomados de las manos llevó las suyas a mis senos. Me besó mientras los amasaba y con sus pulgares buscaba mis erectos pezones.

- Me encantan tus manos, papi. No dejes de tocarme, me encanta.
- Tú me encantas, preciosa, me pones muy mal.
- Y apenas empezamos, ¿seguro que te vas a resistir?
- Debo hacerlo, debemos hacerlo.

Pero me seguía apretando los senos y besando con lujuria. Subí mi rodilla acariciando su pierna; sujetó mi muslo con una mano. Recorrió mi pierna, me abrazó y sentí su otra mano bajo mi playera en mi espalda.

- No me calientes, papacito, si no vas a terminar lo que empiezas.
- Está bien, vamos a otra parte, necesito tomar algo y estar entre mucha gente. Solos me haces dudar mucho.
- Tú decides, Bruno, a donde quieras.
- ¿Al bar de la otra noche?

Subí a su auto y dejé que la mini se subiera hasta casi dejar a la vista mi tanga. Lo hice lento para que sus ojos se nublaran con esa visión. Luego me senté de lado, hacia él, acercando mis rodillas a la palanca de velocidades. En el trayecto su mano no resistió y terminó acariciando mis piernas. No opuse ninguna resistencia, lo deseaba y me fascinaba el calor de su mano sobre mi piel. Sentía que podía ser la gran noche.

Entramos al mismo bar, todavía no había mucha gente. Elegimos un sillón al fondo, con una mesa rectangular un poco alta. Sentados codo a codo su mano no soltaba mi pierna, y yo coqueta cruzaba la otra encima para dejarlo atrapado, muy cerca de mi intimidad. Nos besábamos con toda libertad como si fuéramos pareja. Mi mano le acariciaba el pelo, le ponía besos con dos dedos de mi boca a la suya, y a veces los metía un poco entre sus labios hasta sentir su saliva, luego los regresaba a mi boca y los chupaba con gusto. Su cara raspaba, me encantaba sentirlo cada vez que habábamos muy de cerca. Me imaginaba esa sensación recorriendo todo mi cuerpo. Vi su pantalón levantado. Puse mi mano encima sintiendo su dureza.

- ¿Estás bien, precioso, seguro que no te va a doler?
- No sé, pero quita la mano, me torturas.
- Tú también me torturas. No es fácil tenerte así y saber que no quieres tomarme.
- No debo, sí quiero, pero no debemos. Estas dos semanas han sido excelentes en casa y estoy seguro que también en la tuya. Si nos dejamos llevar, al menos yo no podré estar en casa sin desear estar contigo.
- Tienes razón, no voy a ser yo quien ande insistiendo. Pero debemos dejar de vernos en bares, o de noche. No tiene caso llevar un ritual de sexo cuando nos vamos a quedar con las ganas -, debía ser dura y directa. No podía molestarme con él sólo por la situación desesperante de querer dejarse llevar y olvidarse del mundo y no poder porque uno de los dos había resultado con escrúpulos.

Guardamos un silencio incómodo unos minutos. Dejamos de tocarnos para seguir bebiendo y escuchando la música y la gente que ya atestaba el lugar. Le pedí que nos fuéramos pero me insistió ante mi evidente molestia que no nos fuéramos todavía.

- María, ¿no crees que sería bueno bajar la calentura y hacer como si fuéramos amigos cariñosos nada más?
- Ya te dije que sí, que estaba de acuerdo. Pero estar en lugares así y hacer lo que hemos estado haciendo no nos va a llevar a ningún lado. Te quiero en mi cuerpo, te quiero muy dentro; quiero una noche sin ropa contigo, piel con piel; quiero que me goces, quiero entregarme a ti una sola noche. Pero tú decides. Lo que sí te digo es que si quieres que seamos sólo amigos, entonces sólo nos veamos para comer, platicar y luego cada quien a lo suyo.

Las cartas estaban abiertas, le había dicho claramente que quería y anhelaba que me cogiera a su antojo. Su cara se puso tensa. Tomó mi mano y la besó. Aspiró mi perfume. No dijo nada, sólo pidió la cuenta. Me levanté para ir al baño, fui y sin pensarlo mucho me quité la tanga: haría mi última ofensiva, si no resultaba lo dejaría ir. Así, sin nada bajo la minifalda, y sin decirle nada, lo tomé del brazo y salimos. A dos calles estaba su auto. La noche era preciosa, templada. Me puso un beso en la cabeza. Su ternura me doblaba. Quería darle de bofetadas por indeciso, por recatado. Pero sólo pude responder el beso con uno en su mejilla rasposa. Me detuvo y me puso frente a él. Me besó de nuevo acoplando sus labios perfectamente sobre los míos. Seguimos hasta llegar a su auto. Abrió mi puerta. Yo sin mirarlo pasé a la puerta de atrás, abrí y me metí tan sensualmente como la primera vez. Me recorrí al fondo para dejarle espacio. No tuve que esperar mucho, cerró la puerta delantera y se metió atrás, sentándose a mi lado. No hubo una sola palabra, apenas cerró la puerta me fui sobre él a comérmelo a besos. Me puse en cuclillas a su lado para estar cómoda de frente. Le quité su corbata y abrí unos cuantos botones. Lo besé de la boca hasta el pecho casi lampiño, apenas marcado con unos cuantos vellos rizados. Sus manos recorrieron mi cuerpo, me besó las orejas haciéndome estremecer, bajó a mi cuello. Una de sus manos, la que no estaba ocupada en mis piernas, se alojó bajo mi playera buscando mis senos. Me aparté de él un poco, y mirándolo a los ojos me quité la playera. Sus ojos se desorbitaban al tiempo en que me abría el broche delantero del sostén. Su mano apartó la tela que no opuso más resistencia: su piel sobre mi piel, iba de un seno a otro, sus dedos apretaban un pezón y otro. Estaba incendiada por su tacto. Cerré los ojos para concentrarme en las sensaciones. Gemía, me acercaba a su oído.

- Qué rico me tocas, papi, me tienes loca.

Acercó su boca a mis senos y yo le ofrecí uno llena de deseo. Su lengua saboreó y probó los dos frutos maduros que se habían hinchado para su gusto. Entonces abrí las piernas para montarme sobre él. Por instinto él buscó mi entrepierna con la mano que estaba aferrada a mis muslos. Se dio cuenta de mi desnudez bajo la mini, y también de la humedad que salía por la terrible excitación.

- ¡María!, ¡¿así has estado todo el tiempo?! -, y no dejaba de acariciarme con sus dedos.
- No, me la quité antes de salir del bar -, y tomando mi tanga de mi bolso, la puse en la bolsa de su camisa. – Haz con ella lo que quieras… y conmigo también -, le dije al tiempo que lo besaba de nuevo. Dejé que sus dedos siguieran estimulando y acariciando. De repente sentí que me abría para meterme dos dedos y con su pulgar me hacía ver las nubes acariciando el clítoris. Las piernas me temblaban, gemía fuerte sin contenerme.

Con la mini en la cintura, desnuda de arriba y entregada a su voluntad, quise abrirle el cierre del pantalón para montarlo, pero se resistió. Hicimos fuerza, me tomó de las nalgas y me apretó a él. Nos besamos con furia. Ya estábamos sudando bastante, por el encierro, por la calentura, por el forcejeo.

- Papi, estoy a medio camino, si te monto te voy a manchar el pantalón, al menos quítatelo y si quieres te dejas lo de abajo -, dudó un poco, pero cedió a mi petición. Bajó su pantalón a sus rodillas. Llevaba un bóxer blanco, su piel contrastaba perfectamente y su erección era fabulosa.

- ¿Te quieres quitar eso también, amor?, ya no te aguantas.
- No, por favor, no, vente sobre mí.

Lo monté sintiendo su erección justo contra mi vagina y mi clítoris. Empecé a sentir palpitaciones fuertes en la vagina; el movimiento y la fricción sobre mi clítoris me estaba llevando a un orgasmo. Me moví sobre él, me apreté fuertemente sobre su pene duro bajo el bóxer; lo hice volver con su boca a comer mis senos. Me vine en un orgasmo fuerte y contenido. Mojé su ropa. Sudaba a chorros. Me quedé sin aliento. Lo besé agradecida a pesar de todo.

- ¡Ay, papi, qué cosa tan rica! -, se adivinaba su sexo curvo, no derecho, su forma lo hacía subirse hasta el elástico de su ropa interior. Con la punta de mis dedos los estuve recorriendo a todo lo largo, desde el glande gasta sus bolas hinchadas y cargadas. Palpitaba bajo su bóxer. Lo apreté con mi mano.

- Te va a doler. Tenemos tiempo. Vámonos a un hotel. No tienes idea lo que quiero hacerte, papacito.
- No, María. Estoy bien. Sólo debo calmarme un poco. Ya es tarde, son casi las 2.
- Bésame -, me recargué en el respaldo y lo atraje hacia mí con los brazos. Quedamos casi acostados, él sobre mí. Me besó hasta encenderme de nuevo. Se frotaba contra mí. Pensé que se iba a venir dentro del bóxer. Se apartó de mí, sentándose y respirando con dificultad. Su mano apretaba su miembro como para calmarlo. Sentí que debía hacer algo con este necio que se negaba a tener sexo normal y apasionado conmigo.

- ¿Me dejas verlo, papi?
- No, ¿para qué?
- No lo he visto, me lo merezco, me lo he ganado. Quiero verlo, nada más.

Quitó su mano de encima y dejó que con la mía le bajara su ropa interior. Su pene es muy hermoso. De un largo bastante normal, tenía una curvatura hacia arriba muy particular, y su prepucio cubría apenas una gran cabeza que se asomaba ansiosa y se movía en cada palpitar, como si estuviera reventando. Sus bolas estaban cubiertas de fino vello rizado, bien recortado, se antojaba todo ello para perderse un buen rato dándole placer. Venas poderosas, muy marcadas y casi moradas. Es tan moreno que mi mano contrastaba y pintaba una bella imagen a los ojos de ambos: mi piel blanca, su piel tostada, mis uñas rojas, sus vellos casi negros.


Estaba a punto de cubrirse de nuevo cuando lo detuve con una mano, y mirándolo le dije: - todavía no, señor, espere un poco que su pene es hermoso.

Metí dos dedos en mi boca, mirándolo a los ojos, dejándolo mudo y quieto. Los ensalivé muy bien y los llevé luego a su pene de piedra. Cerró los ojos y se dejó hacer. Recorrí el prepucio. Descubrí esa apetitosa cereza que brillaba por su propia humedad y mi saliva. Repetí la acción y Bruno me miraba de reojo. Empecé a masturbarlo lentamente. Cuando me incliné sobre él no opuso ninguna resistencia. Estaba entregado pero no quería perder la oportunidad haciendo otra cosa como volverme a montar. Tal vez me rechazaría y ahí se terminaba la noche. Acerqué mi boca, saqué la lengua y metí la punta en el pequeño ojo. Gimió de gusto; cuando volteé a ver su cara encendida, puso su mano sobre mi cabeza para llevarme de nuevo al lugar exacto. Me lo metí a la boca y lo degusté. Lo hice entrar hasta mi garganta, sintiendo sus vellos del pubis en mi nariz y mi barbilla. Lo saqué y volví a engullir como serpiente. Una serpiente devorando otra serpiente. Lo saqué de nuevo y sujetándolo con dos dedos, lo lamí hasta sus bolas, lamí su escroto rugoso y me gustó el tacto de su vello en mi lengua. Volví al pene. Lo estaba volviendo loco, empezaba a mover las caderas hacia delante para cogerme por la boca. Lo volví a lamer mientras le decía cosas y lo hacía prometerme más.

- Me vas a llevar a un hotel la próxima, ¿verdad, papacito?.
- ¡Sí, sí!, mmmh.
- Te vas a llevar una caja de condones y los vamos a usar todos.
- Sí, amor, lo que quieras.
- Quiero que me cojas como se debe, no me vas a dejar con las ganas de sentir esta verga maravillosa martillando mi cuerpo.
- No, no más. Es tuya.

Se estaba tensando, faltaba poco. Me dolía la quijada pero debía terminar mi trabajo. Empezó a salir líquido de su glande. Lo probé con la lengua y lo degusté. Y entonces me lo metí hasta el fondo y empecé a hacerlo rápido y sin tregua. Cuando lo reventé en mi boca soltó un grito ronco y prolongado. Seguí dándole placer hasta llenarme la boca de su leche y sentir que su pene delicioso volvía a relajarse. Me regaló tal cantidad que se me salía por las comisuras. Gruñía y se aferraba a mi cabeza. Sentía cada descarga poderosa y las palpitaciones en las venas de su miembro. Me solté y apenas pude abrir la puerta para sacar todo de mi boca. Cerré y regresé a su pene. Lo seguí mamando hasta que no pudo más. Los restos que todavía arrojó en mi boca los tragué. Seguía contrayéndose y palpitando. Chupé bien para dejarla limpia. Estaba hermoso como nunca. Satisfecho, sonriente, rendido. Nos abrazamos así húmedos de sudor como estábamos. Me volví a sentar sobre él, abierta y rendida. Su pene aún algo erecto rozaba mi vagina. Era una sensación maravillosa estar piel con piel. Nos separamos una vez recuperados de la fuerte emoción, con los labios adoloridos y hormigueando luego de semejante sesión de besos, con el cuerpo relajado y satisfecho. Nos vestimos como la vez anterior, sin decirnos casi nada, me llevó a mi auto.

- Prepárese, señor, para dentro de dos semanas, que nos vamos a dar un buen encerrón.
- Como digas, preciosa, lo haremos y después veremos qué hacer.
- No temas, es mejor así. Nos tenemos demasiada pasión para estar conteniéndola.
- Me encantas, hermosa, eres maravillosa y única.
- Debemos irnos ya.
- Regreso en quince días y te prometo que no te dejaré salir del hotel en horas.
- Más te vale, no te voy a dar respiro.

Pasé los primeros días de la semana bastante contenta y llena de ganas. Mi esposo estuvo más solícito esos días y hasta en la oficina algunos me hacían plática y bromeaban e invitaban a comer. Cuando una mujer está plena, más la buscan lo hombres. Apenas había pasado el fin de semana con Bruno y el calor de mi cuerpo se juntaba con el calor del ambiente. Por trabajo tuve algunas citas fuera de la oficina y salí a comer un día, y al otro tuve una cena con clientes y socios de la empresa. Me sentía estupenda. Me llenaban de halagos y piropos. Algunos hasta llegaron a ponerse “a mis enteras órdenes”, “cuando usted quiera, María, estoy a sus pies”. Mi ropa también reflejaba mi estado de ánimo: rojos intensos, colores cálidos y contrastes luminosos en telas ligeras y cortas hacían voltear a los caballeros y a los no tan caballeros en todas partes. En el tráfico algún auto y otro camión más altos se frenaban a mi lado para ver mis piernas, y yo les daba el gusto; a uno hasta le lancé un beso al aire al arrancar en luz verde. Soberana. Contando los días para volver a ver a Bruno y terminar de una vez liberando esa pasión que nos consumía.

Llegó el viernes y estaba preparando mis cosas para salir. No tenía planes en casa, llegaría y tal vez nos daríamos un baño en el jacuzzi, dormiríamos temprano para hacer algún plan de salida para sábado y domingo. Una semana menos, pensaba, falta sólo una semana. La vagina me daba pulsaciones demandantes de sexo. Me estaba despidiendo del jefe cuando mi secretaria se asomó a su oficina avisándome que tenía una llamada.

- ¿Sí, diga? -, contesté algo contrariada por la hora inoportuna.
- Hola, preciosa, ¿cómo estás? -, ese tono de voz ya tan familiar me hizo dar un brinco.
- ¡Bruno!, hola, corazón, ¿cómo estás?.
- Bien, espero no ser inoportuno. La verdad está haciendo algo de calor. Llevo una hora esperando a que salgas. Estoy en la esquina de tu oficina.

Sentí que la cabeza me daba vueltas. Estaba feliz por la noticia repentina. Había adelantado su viaje. Seguro no resistió la idea de esperar una semana más. Ahora debía llamar a casa, pero todo era muy repentino. Tal vez mi marido ya había preparado algo en la casa.

- ¿Estás aquí?, ¿y eso?, ¿trabajo?.
- No, María, deseo, urgencia. Necesitaba verte y arreglé ciertos asuntos para venir con pretexto del trabajo. Pero eres tú quien me tiene sin dormir hace una semana y ya no puedo más. ¿Podrías salir ya?, ¿podríamos ir a alguna parte?.
- Espérame, dame unos minutos, debo llamar a casa y si mi esposo ya hizo planes tendré que irme.
- Me matas, dime que hoy, por favor.
- Bruno, espera. Primero llamaré a casa; si no hay nada, me voy contigo.
- Está bien, ¿de todas formas vas de salida?
- Sí, ya estaba saliendo, en un momento bajo.

Llamé a casa y por fortuna mi esposo no estaba. Señal de que estaría ocupado. Llamé a su móvil y le conté que me había surgido una invitación no planeada y de improviso. No puso objeción aunque me regañó un poco por la prisa y el no haberle avisado con antelación.

- Vete con cuidado, y avisa dónde andas. ¿Duermes en casa hoy?.
- Lo más seguro es que no, te aviso de cualquier forma.

Me tomé mi tiempo para salir. Quería tenerlo desesperado por verme. Antes pasé por el baño para asearme un poco, revisar mi ropa en su perfecto sitio: falda sastre gris arriba de la rodilla, con abertura lateral en ambas piernas hasta arriba de medio muslo, apenas antes del resorte de las medias, grises de seda; zapatos negros de tacón (siempre cargo dos pares, unos cómodos de tacón alto pero más ancho, y otro para las salidas, altos de tacón fino); blusa verde limón pegada al cuerpo, también de seda, hombros descubiertos y mangas tres cuartos; bra verde oscuro. Me quité el saco y la tanga nuevamente para su deleite. Me solté el cabello que llevaba con un lazo haciendo una coleta. Labial marrón. Sombras oscuras en los ojos.

Caminé hasta la esquina y lo miré nuevamente, fumando, nervioso. No llevaba traje, pero iba muy bien vestido con un jersey azul muy bonito, pantalón caqui y un saco sport café igual que sus zapatos. En cuanto me vio fue hacia mí y nos besamos como enamorados que llevaban un año sin verse.

- Malas noticias, precioso. Debo irme a casa de inmediato.
- No me digas eso, bebé. Perdona que no te avisara, pero todo salió de repente. Tuve el impulso y no me pude contener. ¿No hay manera de resolverlo?.
- Sí, que le llames a mi marido y le digas que me quieres hoy para ti.
- No juegues conmigo, María. Me matas. ¿En serio te tienes que ir?, ¿ni dos horas?.

Solté una carcajada, ya no pude resistirme a su puchero. Me encantaba.

- Tonto, claro que puedo irme contigo. Pero no me des sorpresas, me gusta tenerlo todo calculado. Da gracias que mi marido es un hombre maravilloso, si no, te quedabas aquí solito.

Su rostro se iluminó. Me abrazó hasta casi asfixiarme.

- Vámonos ya de aquí. ¿Quieres pasar a algún lado antes?.
- ¿Antes de qué?
- De que te lleve a un hotel y te haga el amor hasta morir.
- Te decidiste, al fin.
- Sí, no puedo más que pensar en tu cuerpo y tener cada minuto fantasías contigo. Hice lo que me pediste, compré un caja grande, aquí la traigo.

Tenía los condones. La noticia me hizo humedecerme. Estaba emocionada y deseosa.

- Vamos a tomar algo primero. Una copa y ya.
- ¿Al mismo lugar?
- Sí, vamos.

Fuimos cada quien en su auto, los estacionamos contiguos y nos fuimos de la mano hasta el bar de antes. Nos esperaba el sillón de siempre. Pedimos nuestra bebida y nos comimos a besos. Sus manos se movían con libertad bajo la mesa, sintiendo el tacto de mis medias, buscando los espacios de mi falda, tocando y reconociendo lo que reclamaba para su goce. Llegó al resorte de las medias, tocó mi piel al mismo tiempo en que me llenaba la boca con su lengua. Abrí las piernas para darle acceso a su regalo, palpó mi sexo suave, depilado, usó dos dedos para darme descargas de electricidad y deseo. Se resbalaba en mi humedad. Besaba mi cuello y me decía cosas al oído:

- Vienes ya lista, eres maravillosa. Eres la mujer más sensual que he conocido y esta preciosa mujer va a ser mía hoy mismo.
- Sí, papacito, hoy me vas a dar esto -, le decía al tiempo en que mi mano se daba gusto palpando su enorme bulto del pantalón.
- Sí, hermosa. Te lo voy a dar hasta el fondo.
- Llévame ya, papi, estoy lista.

Apuramos hasta el fondo la bebida y pagando la cuenta me tomó de la mano para irnos de ese lugar especial para nosotros. Estábamos por salir cuando me topé con una cara familiar: el chico que me había hablado ahí mismo, y que tal vez me había tocado con todo descaro a mitad de nuestros escarceos amorosos, estaba junto a la puerta, mirándome con descaro de arriba a abajo, sonriendo cínicamente. Le devolví la sonrisa al pasar para demostrarle que no me intimidaba. Me siguió con la mirada aún cuando ya habíamos cruzado la puerta. Miré de reojo y alcancé a verlo haciéndome señas con la mano, despidiéndose, mirando mis nalgas.

Subimos a su auto, apretaba mis piernas con fuerza, estaba muy excitado. El bulto de su pantalón no disminuía. Todo el trayecto lo fui acariciando, abrí el cierre y colé mi mano, busqué por el hoyito del bóxer y alcancé su piel, suave, morena; se lo saqué del pantalón, lo acaricié; encontré humedad en la punta y con mis dedos la esparcí a lo largo, luego llevé mis dedos a la boca, primero a la mía, degustando su particular sabor, luego a su boca, mojando bien los dedos, y luego a mi entrepierna. Gemí de gusto y calentura.

No tardamos mucho. Llegamos a un hotel muy bonito en la avenida principal. No nos entretuvimos mucho en su auto, bajamos, llenó la forma del cuarto y subimos por el elevador. Veníamos con varias personas porque eran apenas las 7 de la tarde y había mucho movimiento. Me puse de espaldas a él, recargada, y sentí su mano recorrer en silencio y discretamente mis nalgas. Me erotizó mucho, apreté las piernas porque sentía que mi aroma de hembra caliente se hacía evidente en tan reducido espacio. Llegamos al quinto piso. Habitación 530. Entramos. Me empujó contra la pared besándome profundo, metiendo su lengua hasta donde pudo. Me empujaba con su pelvis; podía sentir su pene presionando justo en mi monte de Venus. Una mano me sujetaba el cuello, la otra mi cadera, apretaba mis nalgas. Yo tenía los brazos arriba, completamente entregada al placer lujurioso que estábamos disfrutando. Me estrujó los senos sobre la seda de mi blusa, sentía todo el calor de su piel, bajó besando mi cuello, llegó a los senos, desabrochó la blusa y se dedicó a besarlos con todo y sostén, sentí su mano colarse por la abertura de mi falda, subió hasta mis nalgas desnudas, las apretó y siguió mordiendo mis erectos pezones a través de la tela del bra; me hizo gemir de gusto, apreté su cabeza contra mí, sus dedos se metieron con habilidad entre mis nalgas y presionaron hasta mis labios exteriores. Le ayudé quitándome el sostén, ahora sentía sus labios en directo sobre mis senos, estaba electrificada y muy sensible, mis pezones estaban como piedra, y las aureolas completamente arrugadas. Mis senos se habían puesto enormes, redondos, apetecibles para esa boca que me estaba devorando. Se separó para bajarme la falda, quedó de rodillas besando mi vientre, me volteó contra la pared y comenzó a besarme desde la parte posterior de las rodillas, subiendo por mis muslos hasta que llegó a su objetivo y comenzó a comerse mis nalgas. Me abandoné a sus caricias. Apretaba mis glúteos y los separaba, mordía y lamía mi piel. Saqué las nalgas parándolas lo más posible, ayudada de mis tacones, me recargué con ambas manos en la pared, separé las piernas y dejé que sus manos recorrieran mis piernas, exploraran mi cadera y se adentraran en mi entrepierna. Cuando sentí sus manos abrir mis nalgas, su lengua iniciaba desde la espalda baja un lento descenso, luego sus dedos se mojaron en mi intimidad y presionaron mi clítoris, haciendo círculos que me volvían loca, y su lengua alcanzaba mi cola apenas rozándola con sumo cuidado y delicadeza. Moví la cintura en pequeños círculos, estaba gozando su trato. Un orgasmo se estaba gestando en mi vientre, estaba mojando mucho sus dedos con mis flujos, sentía que escurría. Su lengua se volvió más osada dando pequeños piquetes en mi cola, y lamía hacia fuera probando todas mis nalgas. Sentí sus dedos bien adentro, haciendo movimientos en mi interior. El orgasmo era inminente, tenía que gozarlo al máximo. Con una mano froté mi clítoris estallando en un placer indescriptible. Me dí vuelta para besarlo, se levantó y le comí la boca agradecida. Gemí sin control, entregada al sexo con este hermoso hombre de ojos casi negros, grande y maravilloso. Me le colgué del cuello y así, con las piernas enrolladas en su cintura, me llevó al buró de la recámara. Me sentó ahí, completamente desnuda, y me pidió que me dejara puestos los zapatos.

Nos seguimos besando y disfrutando cada roce y cada caricia. Lo ayudé a desvestirse. Tomé su pene ya listo entre mis manos, lo estiré y apreté. Descubrí la cereza, la gran cabeza que reclamaba batalla. Inmediatamente sacó una tira de condones de una caja nueva, tomó uno y se lo puso. No me dio tiempo de más, se apretó a mí haciéndome recargarme en el espejo frío, puso un brazo bajo mi pierna y la levantó casi hasta su hombro, y con la otra lo abracé de la cintura. Me penetró lento pero sin marcha atrás, hasta el fondo, lo sentí bien dentro. Gemí y abrí bien la boca, notó el placer que me provocaba, y se fue a mi boca, dándome su lengua tan profundo como me estaba dando su verga. Comenzó el vaivén. Entraba completamente y luego lo sacaba, frotaba el exterior de mi vagina, lubricando todo y provocándome sensaciones muy intensas, y de nuevo hacia adentro, su forma especial me estaba tocando en lugares insospechados y sensibles, haciéndome estallar de excitación. Estuvimos así un rato. De pronto me tomó de la cintura, me puso los brazos sobre sus hombros y las piernas rodeando su cintura, me tomó de las nalgas y me alzó con mucha facilidad. Empezó a cogerme así, en el aire, él de pie. Movía su cadera hacia delante y hacia atrás, lo sentía partirme en dos, me movía como muñeca. Empezaba a sudar por el esfuerzo. Se sentó al borde de la cama, quedé de rodillas sobre él, empalada hasta la empuñadura, con su boca succionando mis senos, y sus manos magreando mis nalgas.

- ¡Qué rico me coges, papacito; así, así!
- Te gusta cómo te cojo, preciosa… es que eres una mujer muy caliente, estás buenísima, me encantas.
- Soy una caliente, me tienes loca de placer, sigue así, cógeme, úsame, date gusto.
- Te voy a coger como a una puta, estás deliciosa y no puedo dejar tu piel, te voy a comer toda.
- Hoy soy tu puta, papi; quería esto hace tiempo y no te dejabas.
- Ahora soy tuyo, dime qué quieres.
- Tu verga bien dentro. Sé mi macho, mi hombre, mi matador.
- Toma tu verga, putita, gózala.

Así ensartados me levantó y nos volteamos, ahora él sobre mí, con mis piernas sobre sus hombros empezó a darme muy fuerte, como un pistón a toda revolución. Me vino un orgasmo fuerte y rápido, tanto que casi me hizo llorar de gusto. Me di media vuelta aún penetrada, me siguió dando duro, me sujetaba la cadera para orientar bien sus envites. Estaba salido, enloquecido. Bufaba y gruñía. Volví a voltearme, ahora seguía con su verga bien dentro, pero yo boca abajo, mordiendo el edredón de la cama, apretando con mis manos la tela. Me jaló hacia la orilla, quedando al borde de la cama con las nalgas expuestas, él de pie, dándome duro, no se venía, tenía un aguante sorprendente. Su pulgar jugaba en mi cola, hacía círculos, presionaba, rozaba y me tenía muy excitada.

Se salió un momento, se sentó en la cama con los pies apoyados en el piso. Me hizo sentarme sobre él, dándole la espalda. Me ensartó de nuevo, apretando mis senos con fuerza, jalando mis pezones, mordiendo mi cuello y mis hombros. Botábamos sobre la cama haciendo las penetraciones muy fuertes, salvajes. Subí los pies a sus rodillas y dejé que él llevara el ritmo. Me alzaba y movía su cadera contra mí como metralleta, descansaba unos segundos, y de nuevo a toda marcha. Luego se recostó en la cama y dejó que yo me moviera adelante y atrás penetrándome sola. Nos recorrimos para estar al centro de la cama, me volví a sentar sobre él, primero haciendo sentadillas, luego en cuclillas volviendo a darle placer con mis movimientos. Me estiré hacia delante para besar sus piernas, no alcanzaba sus pies. En ese esfuerzo abrí completamente mi trasero y lo aprovechó para dejarse ir con todo hasta dentro y también no tuve oportunidad de evitar que me metiera su pulgar en mi cola. Me quedé quieta un momento, y lentamente volví a moverme. Su dedo entraba y salía de mi culo, su verga de mi vagina. Me vine de nuevo, terriblemente. Ahora sí lloré de placer. Las lágrimas no podía contenerlas. Estaba en éxtasis completo.

Se salió para darme un respiro, me trató con ternura, acarició mi cabello, me besó y abrazó. Cuando volví a tener control de mí, lo tumbé y me fui a su pene, le quité el condón y me lo metí a la boca, le di el mejor sexo oral que pude con mi experiencia y gusto al hacerlo. Lo hice hincarse y yo en cuatro metiéndomelo hasta la garganta. Cuando estuvo por venirse me avisó justo a tiempo. Lo saqué de mi boca y siguiendo con mi mano; masturbándolo lo hice vaciarse sobre mi cuerpo, en mis senos, en mi vientre. Lo últimos espasmos los dio dentro de mi boca, lentamente lo dejé de mamar, y lo dejé en mi boca el tiempo que quiso, hasta que se salió por propia voluntad. Los restos de su semen los tragué con gusto y todo lo que escurría por mi cuerpo lo unté como crema. Quería más, así que no le di mucho descanso.

Me recosté frente a él y me abrí completamente de piernas. No tuve que decirle nada, nos habíamos vuelto casi mudos, concentrados en el placer. Se recostó frente a mi sexo y empezó acariciando mis piernas, subiendo por mis muslos, besando el interior, sintiendo mi piel ardiente y lisa, sin rastro de vello. Sus labios alcanzaron los míos exteriores, su lengua los recorrió desde arriba hasta el final, me dio un gran sexo oral. Succionó mi clítoris con gran conocimiento, me penetró con su lengua, bajó hasta mi ano y estuvo mucho tiempo con su lengua estimulándolo. Metía sus dedos y los movía dentro provocándome espasmos incontrolables. Me hizo hincarme, ponerme en cuatro, y él desde atrás, con su cara perdida entre mis nalgas seguía dándome placer. Metía sus dedos por todas partes; estaba entregada y nada me molestaba. Se recostó y yo me puse arriba de él, en 69. Primero me senté en su cara. Lo asfixiaba, lo ahogaba y él se defendía con su lengua en mis agujeros. Luego me incliné para mamar ese pene, esa verga deliciosa que me iba a seguir dando éxtasis por toda la noche. Quise devolverle su osadía: con mi mano levanté su escroto, lo lamí y también su pene, lo hice abrir las piernas, me interné con la lengua hasta el perineo, estaba tan concentrada en mi objetivo que me abría con obscenidad sobre su cara. Hacía lo que quería, y yo también. Primero con un dedo, luego con dos, llegué hasta su ano, mi saliva ayudó a la caricia, su pene estaba como roca, gemía y sus dedos me penetraban con más ímpetu e insistencia en la vagina y en la cola. Metí mi dedo. Se quejó pero no se quitó. Puse su pene en lo profundo de mi boca y lo seguí penetrando con el dedo, luego con dos dedos. Él hacía lo mismo, parecíamos espejos coordinados perfectamente. Cuando sintió que no iba a aguantar mucho me hizo moverme.

Ahora no sabía qué haría. Me sacó de la cama y me hizo acostarme en el piso, sobre la alfombra y subir las piernas en la cama. Se colocó en medio de mis piernas, se puso otro forro, me tomó de las nalgas dejándome casi acostada sobre los hombros, y me penetró si miramientos, fuerte, hasta el fondo de mi ser. Grité de la excitación. La sangre se acumulaba en mi cabeza, y él pistoneaba como un salvaje. Estaba disfrutando el dominarme de esa forma, me tenía doblegada. Así estuvimos hasta que se cansó. Volvimos a la cama y me acostó de lado, se recostó atrás de mí, de cucharita, dicen, y se me metió una vez más, infinita, interminablemente, me abrazó tan fuerte que no podía moverme. Sólo sentía su cadera empujar fuerte contra mí, y su verga partiéndome de gusto.

¡Cómo aguantaba este hombre!

- Bruno, me vas a matar, amor.
- ¿Te gusta cómo te doy mi verga, cosita?
- Me encanta tu verga, no dejes de cogerme así.
- Vas a querer que te la de otro día, te voy a hacer adicta.
- Eres maravilloso, cógeme, cógeme, papi.
- ¿Quieres que te domine, preciosa?
- Ligero, amor, no te aloques.
- Confía en mí, te va a encantar.

Se salió de mí, y en su saco llevaba una mascada negra de seda, muy varonil, la enrolló a lo largo y con ella me vendó los ojos. Se quedó en silencio un bien rato. No sabía qué ocurría. Apenas escuchaba algunos sonidos sin tener certeza de qué se trataba. De repente sentí un apretón muy fuerte en los pezones, como si me hubiera puesto unas pinzas.

- Ay, cabrón, me duele, no.
- Espera, pronto se te va a pasar, es la primer sensación.

Me estaba ahora tocando con sus dedos la vagina. Empecé sentir una cantidad de flujo exagerado saliendo de mi cuerpo. La sensación sobre mis pezones disminuyó. Los senos me consquilleaban, estaba excitada. Su lengua me recorrió los senos, los comió. Me besó y lamió todo el cuerpo. Me recostó boca abajo. Me penetró acostándose encima dejando todo su peso sobre mí.

- Qué ricas nalgas tienes, chiquita, las voy a destrozar a puras cogidas.
- Sí, papi, son tuyas, disfrútalas. ¡Ay, me estás partiendo!
- Todavía falta, no vas a olvidar esta noche, amor.

Se salió de mí, abrió mis piernas y metió algo en mi vagina, no era su pene. De repente sentí una vibración que aumentaba. Era un consolador. ¿De dónde lo había sacado?, ¿sería de su mujer?. No sé. Su lengua se entretenía en mi ano. Estaba enloqueciendo, no tenía ya control sobre la situación. Metió un dedo en mi cola, luego dos dedos. Cuando sentí que me quiso abrir el ano con más dedos me quejé.

- No, papi, mi cola no.

Pero no me hizo caso. Empezó a jugar con el vibrador masturbándome. Yo gritaba excitada. No controlaba mi cuerpo que se tensaba en un nuevo orgasmo prolongado e intenso. Casi desmayada, sin ver nada. Dominada me desplomé en la cama. Apagó en vibrador pero lo dejó adentro de mi vagina. Quitó lo que pellizcaba mis pezones. Sus dedos jugaban en mi ano entrando y saliendo ya sin dificultad. Seguramente había traído también lubricante, porque sentía que resbalaban fácilmente. Me sujetó las manos arriba de mi cabeza y con algo como una venda elástica empezó a amarrarme las manos juntas y luego jaló mis brazos hacia arriba. Estaba ahora sin vista, y sin poder mover los brazos. Acostada boca abajo. Rendida de orgasmos, cansada, y todavía excitada por la situación.

Escuché un sonido parecido al de un empaque de condones, seguro se iba a poner otro para terminar el juego. Sacó el vibrador de mi vagina. Se recostó sobre mí, con sus piernas me abrió completamente; y cuando pensé que lo iba a sustituir por su pene, sentí que lo acomodaba atrás y sin aviso empujó fuerte hasta meter la cabezota de su verga en mi ano.

- ¡Ay, cabrón, mi cola, no, salte, me duele!, Bruno, por favor, amor, salte, hazlo en mi vagina, en mi cola no, te lo suplico.
- No hay vuelta atrás, princesa, este culo va a ser mío. Lo haré bien, sé que no te duele, estás bien abierta y lubricada. Siente y disfruta. Ahora sí seré tu macho, nadie te va a coger como yo, nadie.
- Papi, sí me duele, hazlo despacio, no me lastimes.

No podía seguir resistiendo, sentía cómo se iba metiendo más y más. Me partía en dos, distendió el esfínter de un empujón que me dolió hasta el alma y aunque me dolía bastante, no podía sacarlo, preferí jalarlo con mi mano en su cadera para que llegar al final del suplicio. El desgarro fue terrible. Estaba dejando de ser virgen por completo, y él era el mejor candidato para tener ese gran regalo. Cuando lo sentí completamente pegado a mí, suspiré y gemí muy fuerte. Lloraba sin consuelo, estaba atada y vendada, el dolor era indescriptible y no quería ni moverme.

- Ya la tienes toda, preciosa, ahora sí eres mía.
- Sí, papi, cógeme, goza mi cuerpo. Lento, que me duele.
- Si pudieras sentir lo que estoy sintiendo. Te amo.
- No me ames, cógeme, cógeme.

Saqué las nalgas un poco, él se hincó liberándome del peso de su enorme humanidad. Me tomó de las caderas y empezó el mete saca lento, pausado. Sumí la cara en el colchón y mordí y me aferré a las cobijas. Dejé poco a poco de sentir dolor intenso. Apenas una molestia. Luego se estiró para sujetarse de mis senos. Quitó la mascada de mis ojos y la venda de mis muñecas. Puso un pie delante y empezó a subir la intensidad y la velocidad. Todo mi cuerpo se agitaba en sus empujones. Su mano fue a mi vagina y se pegó a mi clítoris. Se volvió todo muy placentero. Lo estaba soportando y disfrutando. La sensibilidad en mi trasero era muy intensa. Contraje mi cola para exprimirlo de una buena vez. Por más que quiso prolongar su placer, anunció su inminente orgasmo.

- Me vas a hacer venir como nadie, con nadie he sentido tantas cosas.
- Vente rico, papacito, ¡ay, que rico, dame duro!
- Toma tu verga, putita, tómala toda hasta adentro.

El orgasmo de ambos fue increíble, inmenso. Jamás había tenido una explosión semejante. Sentí que me hacía del baño, me desmayaba, la cabeza me daba vueltas. Sentí tanto flujo en mi vagina que parecía que estaba orinando. La cama estaba revuelta, destrozada, igual que yo. Mi ano seguía palpitado con su verga dentro. Parecía nunca terminar. Me dio una nalgada suave y se retiró muy despacio de mi cuerpo. Me volvió a doler cuando mi esfínter recuperaba su tamaño, luego de semejante y salvaje cogida. Nos acostamos juntos. Me besó la mejilla, apretó mi mano.

- Eres maravillosa, y ahora toda mía.
- Sí, bebé, toda tuya, nunca lo había hecho por ahí, eres el primero y nunca te olvidaré.

Era cierto, jamás podré olvidar al primero. Dormimos casi tres horas, tal vez más. En medio de la madrugada me despertaron sus manos recorriendo mi cuerpo, cálidas y gentiles, suaves otra vez, delicadas. Me dio besitos por todas partes, se fue acomodando entre mis piernas, bajó a darme un rato de sexo oral. Yo estaba rendida, molida, adolorida de todas partes, sólo me dejaba hacer. Se sentó casi en mi cara poniéndome su pene en la boca. Lo disfruté un buen rato. Volvió a ponerse sobre mí, se hincó y se puso otro forro, había perdido la cuenta de todos los usados. Fue abriendo mis piernas con las suyas y de misionero me poseyó una vez más. Fue lento, penetró como en cámara lenta, entraba y salía poco a poco, se quedó quieto mientras me besaba y me decía cosas al oído:

- Me encantas, mujer, te cogería por siempre, eres la mejor amante del mundo.
- Tú has resultado el mejor amante, Bruno, me puedes coger como quieras, me excitas, me gustas, me lo haces muy rico, puedes hacerlo como un salvaje y como un príncipe.
- ¿Me vas a dejar cogerte cada que venga de viaje?
- No hables de eso, ya lo arreglaremos, ahora a lo tuyo, dame placer y disfruta mi cuerpo.
- No sabes cómo te disfruto, estoy por venirme y quiero que dure por siempre.
- Vente, papi, vente rico.

Y lo tenía bien sujetado con las piernas en su cintura y mis talones apretando sus nalgas. También mis manos estaban en sus nalgas, apretando, obligándolo a penetrarme hasta el fondo. Luego doblé cuanto pude las piernas colocando mis rodillas bajo sus hombros, recargó su peso sobre mí y me penetró hasta el fondo. Aumentó paulatinamente el ritmo hasta vaciarse. Ahora él casi llora de la emoción. Le metí la lengua muy profundo en su boca. Ya no podía sentir orgasmos como los anteriores, pero sí una sensación muy placentera por todo el cuerpo; descargas de electricidad de pies a cabeza. Había sido una batalla descomunal. Vencimos y fuimos vencidos. Quedamos iguales, vencedores en una cama ahora maltrecha de un hotel que no olvidaremos jamás. Habitación 530, sus grandes manos, su gran tamaño y mi pequeñez, sus ojos casi negros y su cabello rizado, mi piel marcada por sus dedos, sus dientes y sus labios, el cuerpo adolorido, su piel contrastando con la mía.

Pensé mientras me quedaba dormida en sus brazos si podría dejar ese placer después de esa noche. Me había sometido y sí, estaba sumisa, vencida. Me había hecho feliz tratándome como muñeca de trapo, caballeroso pero decidido en su dominio, manejándome a su antojo y consiguiendo sus propósitos amatorios con maestría. Lo vi dormido, como niño. Me dio ternura, mi empalador soñando.

El rayo del sol nos despertó al día siguiente. Era tardísimo, casi las 10. Nos bañamos juntos casi mecánicamente. Teníamos dos horas para dejar la habitación. Las aprovechamos haciendo el amor nuevamente, ahora yo montándolo hasta reventarlo. Quedó el cuarto imposible, condones usados y sin usar por todas partes, sábanas y cobijas en el piso, fluidos secos y algunos todavía húmedos hasta en el piso. Y nosotros, felices ante el espejo, abrazados y besándonos para sellar esa noche increíble y especial, única.
Cada quien a sus cosas después. No dijimos nada más. Un beso de despedida, un abrazo. Sólo me dijo que me escribiría. Fue el fin de semana más intenso hasta ahora en mi vida, y quedé satisfecha, realizada, más completa todavía. Qué pasará luego, ni yo lo sé. Mis prioridades siguen intactas, pero algo así queda marcado de por vida.

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