jueves, 15 de septiembre de 2011

La mujer dormida de nuestro amigo

Antonio, Gonzalo y yo, Pepe, éramos aficionados a la caza. Coincidíamos los fines de semana y ese compañerismo de sábado se transformó en amistad hasta el punto de quedar para cenar muchos viernes y tomar alguna copa.

Nuestra amistad fue creciendo con el paso del tiempo, y las conversaciones ya no estaban tan centradas en la caza, sino que se iban abriendo a otros ámbitos de la vida.

A menudo juntábamos nuestras salidas, con las jornadas de caza, lo que provocaba que el viernes, después del trabajo, cogiésemos el coche hasta la noche del sábado, momento en que regresábamos a nuestras casas.

Empezamos a visitar en algunas ocasiones algunos clubs de alterne, locales de strep tease y en general lugares de mujeres de vida alegre. Realmente no pasábamos de ahí. Sólo tomar algo y hablar con alguna chica.

De los tres, sin duda alguna era Gonzalo el más lanzado y habitualmente solía terminar subiendo a la habitación, previo pago. Antonio y yo, nos limitábamos a contemplar los espectáculos con bailes de mujeres con casi ninguna ropa y a charlar tomando una copa.

Una tarde de viernes, en la que nos habíamos marchado para ir de caza al día siguiente, Gonzalo había bebido un poco más de la cuenta y empezó a sincerarse con nosotros. Hablamos de sexo, de nuestros gustos, de nuestras fantasías, hasta que después de dar muchos rodeos, nos explicó que la suya sería ver a Nines, su esposa en manos de otro hombre.

Le respondimos que siempre que ella estuviera de acuerdo no habría problema para cumplir su deseo ya que bastaría contactar con alguien que seguro, estaría encantado en llevar a cabo su capricho, o simplemente acudir a un local swinger donde las parejas acudían para eso.

Nos explicó que, aunque lo había hablado varias veces con ella, cuando llegaba el momento de dar el paso, de buscar a un hombre, ella siempre ponía excusas y deseaba esperar a otro momento.

Ninguno conocía personalmente a las mujeres de los otros, y eso que muchas veces habíamos hablado de organizar una cena para los seis, pero nunca llegamos a hacerlo.

Según avanzaba nuestra amistad lo hacía también la confianza que manteníamos. Gonzalo siempre terminaba hablando de su deseo más oculto.

Una noche, Antonio, médico de profesión, le dio una idea que a la postre, terminaría llevándola a cabo.

Gonzalo, si tienes tantas ganas de ver a tu mujer con otro hombre, hazlo sin que ella se de cuenta.
¿Y cómo lo haría? ¿La duermo? – Preguntó bromeando.
Efectivamente, esa es la solución.

La posibilidad que había planteado como utópica, pronto la pasó a sopesar detenidamente.

Antonio le habló de unas gotas que diluidas en una bebida, al cabo de media hora producía un sueño profundo, y no se despertaría hasta pasadas más de ocho horas. El medicamento, aunque estaba en fase experimental, no entrañaba ningún riesgo, ni tenía efectos secundarios. El mismo podría conseguirle un frasco sin problemas.

Como ella no será consciente de nada, sólo deberás advertírselo al hombre que vaya a estar con vosotros.

Noté por su cara que Gonzalo estaba entusiasmado con la idea. Aquella noche no nos acostamos demasiado tarde ya que al día siguiente teníamos jornada de caza.

No nos volvimos a reunir hasta dos semanas después. Para aquellos momentos Gonzalo había desarrollado a la perfección la idea que le había insinuado nuestro amigo.

Antonio, necesito que me hagas llegar unas dosis de ese somnífero del que me hablaste. Voy a hacerlo.
¿Estás seguro? ¿Tienes ya al hombre que va a disfrutar de ella?
Estoy seguro y si, los tengo, no será una persona, sino dos. Estoy a la espera que ellos acepten.

Me chocó que fuese capaz de hacer aquello. Ceder a su mujer. Pensaba en Sandra, mi esposa. Si viera que alguien le ponía un dedo encima me moriría de celos.

Al explicarnos su idea nos dejó helados.

Quiero que seáis vosotros quienes disfrutéis de Nines. Sois ahora mis mejores amigos, y me estáis ayudando a hacer realidad esta fantasía. Sin vosotros nunca habría podido llevar a cabo mi deseo. Esta es ella—Aclaró enseñándonos varias fotos del móvil.

Aunque por el tamaño no se apreciaba muy bien, se veía que tenía un buen tipo y parecía atractiva.

Nos explicó la idea que consistía en que dos semanas después, él llevaría a su esposa a pasar un fin de semana romántico a una ciudad monumental. Tomaríamos tres habitaciones en un hotel, una para ellos y otras dos para nosotros. Como no ella no nos conocía no había problema que pudiera sospechar que éramos amigos si nos cruzábamos o coincidíamos en algún momento.

Durante las dos semanas que faltaban para el acontecimiento, Gonzalo nos envió más fotos de su esposa donde pudimos contemplar que en efecto, era una mujer muy atractiva. También, un par de días antes que tuviéramos el encuentro, quedamos en una cafetería, donde Antonio le entregó un pequeño frasco y le indicó su utilización.

El viernes a media tarde salimos de camino Antonio y yo. Era una suerte la invitación que nos había hecho Gonzalo. Comentábamos jocosamente lo buena que estaba Nines y cómo era capaz de permitir que otros hombres la tocaran. ¿Acaso no tenía sentido de la propiedad?¿ Del honor?

Llegamos al hotel, dejamos nuestras cosas y directamente nos marchamos a dar un paseo por el pueblo y tomar algo. Estábamos contentos y excitados por lo que varias rondas de cervezas fueron cayendo unas tras otras.

Nos marchamos a cenar a uno de los muchos restaurantes de la ciudad, garantizándonos previamente que no sería el mismo donde Gonzalo y Nines tendrían aquella velada romántica.

Sabíamos que más o menos la hora en la que la pareja se irían a la habitación sería en torno a la una de la madrugada, lo que aún nos permitiría tomarnos unas copas en el pub del pueblo.

Serían en torno a la una y media de la mañana cuando recibimos la llamada de Gonzalo. Nos comentó que su mujer acababa de tomar el somnífero y que podríamos pasarnos por allí en torno a las dos.

Aunque estábamos ya entonados en cuanto a alcohol, tuvimos tiempo de tomar una última copa antes de ir caminando a nuestro hotel.

A la hora que nos había señalado nuestro amigo estábamos en la puerta de su habitación. Un golpe de nudillos en la puerta fue suficiente para que Gonzalo nos abriese. Nos dimos un apretón de manos y de inmediato nos acompañó a la cama, donde yacía dormida, inerte, nuestro regalo, Nines.

Estaba arropada con la sábana hasta su cuello. Su marido la destapó para nosotros. Cuando la vi me di cuenta que era mucho más atractiva al natural que en fotografía. Una mujer de cuarenta años, delgada, pelo largo y rubio, alisado. Tenía un buen tipo.

Iba vestida con un camisón negro que dejaba al descubierto parte de sus muslos. Llevaba puesto un sujetador del mismo color y suponía que también unas bragas aunque de aquello no podía dar fe, al menos de momento..

Qué es lo que podemos hacer con ella? – Pregunté para que nos aclarase la situación y no hubiese malos entendidos.
Es toda vuestra. Únicamente no quiero que haya sexo anal ya que eso le originaría molestias mañana. Por lo demás, toma la píldora, así que podéis disfrutarla a placer.

Todos los prejuicios que había tenido hasta ese momento, desaparecieron. Teníamos a una mujer preciosa a nuestra disposición.

Antes de comenzar, Gonzalo dio unas bofetadas a Nines intentando despertarla pero permanecía inerte, profundamente dormida por lo que nos invitó a juntarnos con ella.

Lo primero que hicimos fue quedarnos cómodos, tan sólo con nuestros bóxers. Nos situamos a los dos lados de la mujer, en la cama y comenzamos a acariciar su cara primero y después su cuerpo por encima del camisón.

Lo que voy a hacer es sacar unas fotos para quedarme con este recuerdo – Añadió Gonzalo.
A ver si te las va a encontrar y tienes un problema serio.
No os preocupéis. Tengo una tarjeta de memoria sólo para hoy y las traspasaré a mi ordenador. Ella es un zoquete para la informática y no las encontraría en el ordenador aunque las buscase mil años.

Decidimos quitarle el camisón. Para ello la incorporamos. Antonio la sentó en la cama, momento que aproveché para tocar sus rodillas y el inicio de sus muslos.

Le subí un poco el camisón hasta más de la mitad de sus muslos. Pedí a Antonio que la levantase un poco. Conseguí levantárselo hasta la cadera. Posteriormente volvió a dejarla tumbada en la cama. Continuamos sacándole el camisón hasta llegar a su cabeza, por donde se lo sacamos.

Miré a Gonzalo. Estaba excitadísimo y comenzó a fotografiar a su mujer que se encontraba con un sujetador y unas bragas negras.

Era sencillo manejar a Nines. Una mujer delgada y con poca altura. Su peso rondaría los cincuenta kilos.

Los dos nos detuvimos para contemplarla. No tenía un pecho grande pero era atractiva, o tal vez mejor definida como muy guapa. Con la mirada nos dijimos que debíamos continuar desnudándola. La sonrisa pícara de Gonzalo hacía ver que disfrutaba de lo que estábamos haciendo.

La volteamos en la cama con dos motivos. Ver cómo era por detrás y proceder a desabrocharle el sujetador.

Sus bragas le tapaban gran parte de su culo, pero teníamos tiempo, y lo primero que hizo Antonio fue soltarle el enganche del sujetador.

Volvimos a girarla y ahora fui yo quien cogió el tupido sujetador y desplacé las gomas por los hombros. Moví sus brazos y antebrazos hasta que liberé el sostén.

El marido disfrutaba de la escena aún más que nosotros. Nos invitó a que tocásemos sus tetas que palpásemos a su mujer, al fin y al cabo, para eso estábamos allí. Pidió que la acariciásemos para fotografiar nuestros movimientos sobre ella.

Los pechos de Nines eran pequeños, aunque muy firmes y duros. Me fijé en su cara y no tenía ninguna arruga. No aparentaba su cuerpo tener 40 años.

Sus ojos permanecían cerrados. Ahora la teníamos con sus pechitos al aire. No podíamos esperar así que comenzamos a besarlos.

Gonzalo llamó la atención de Antonio ya que se limitaba a contemplar la belleza de la mujer.

Vamos a dejarla totalmente desnuda. – Comenté a su marido.
Es toda vuestra. Espero el momento con impaciencia.

No quise perder más tiempo. Mis manos agarraron se acercaron a la cintura de Nines y tomé los laterales de sus bragas para ir bajando poco a poco, por sus muslos, hasta sus rodillas para seguir hacia los tobillos. Allí las tomó Antonio que las sacó por sus pies. Ahora estaba totalmente desnuda.

Empezamos a besar su cara, sus pechos. Cada uno iba por un lado. Era como si hubiésemos dividido su cuerpo verticalmente en dos partes en la que cada uno tomaba lo que le correspondía.

Nuestras manos, que comenzaron en sus pechos terminaron en su sexo. Tocábamos su vello púbico hasta acariciar su raja. Nuestros dedos empezaron a presionar su cavidad y se introdujeron. Fue mi compañero primero, pero después yo le seguí. Iniciamos un juego en el que su dedo entraba y salía y después era el mío el que hacía lo mismo. Jugamos así durante varios minutos.

Su sexo también era precioso. Todo estaba muy cuidado. Su pelo, recortado, con forma rectangular, de tamaño pequeño, como un billete de metro. Viéndola desnuda éramos conscientes que era una mujer hermosa, y estilizada. Sin duda, Gonzalo era un hombre de posición acomodada, igual que nosotros, y eso se notaba en el cuerpo de su mujer.

Me vino a la cabeza que desde que empecé a salir con Sandra, bastante antes de casarnos, no había estado con otra mujer. Aunque la situación me excitaba, ya que Nines no era una prostituta, por otro lado me daba un cierto cargo de conciencia.

Podéis darle unas chupaditas a su coño. No os gusta?

Antonio se lanzó directamente a ello. Separó cuidadosamente sus piernas e introdujo su cara entre ellas. Empecé a ver como su lengua iba tocando sus labios vaginales y se introducía hasta llegar a su clítolis.

Por mi parte, me dirigí a su cara. Me plasmaba su belleza y comencé a besarla. Mis manos iban pasando por sus hombros, por sus pechos, por su estómago. Envidiaba en ese momento a mi compañero, y deseaba que terminase para ser yo quien probase su sexo.

Su marido, continuaba inmortalizando aquellos momentos para su disfrute posterior. Nuestras caras tapaban casi por completo a la mujer, por lo que éramos casi más nosotros los protagonistas que su propia esposa.

Cuando terminó Antonio me dirigí enseguida a su sexo. Me encantaba su olor. Estaba mojado, sin duda por la lengua de mi amigo. No dudé en pasarla por su rajita y saborear el jugo que salía de su vagina.

Mi amigo tomó de nuevo la iniciativa, quedando totalmente desnudo y metiendo su miembro en la boca de la esposa. No le costó trabajo. Tan sólo tuvo que bajar un poco su mentón y su boca se cerró sobre él sin presionar demasiado.

No pensé que alguien pudiera chuparla tan bien estando inconsciente. Tienes una suerte loca de tener una mujer así.

Gonzalo se sentía satisfecho. No sólo veía como su mujer era tomada por sus amigos sino que además se sentía orgulloso de lo que nosotros disfrutábamos con ella.

Antonio por su parte, se mantenía quieto. Sus manos dirigían la cabeza de Nines, con un ritmo simple, acercando y alejando. Le contemplaba excitado. Comenzaba a hablar en voz alta, haciendo ya ciertos comentarios malsonantes que al esposo parecían agradarles.

Veía que se iba a correr porque aumentó el ritmo que empezó a ser vertiginoso. La cabeza se movía locamente y temí que llegase a despertarse. Afortunadamente, Antonio tuvo la sangre fría de sacar su miembro antes que su semen inundase la boca de Nines, depositando este en sobre toda su cara, en especial sobre su carrillo derecho que quedó inundado de la sustancia blanquecina.

El marido terminó de sacar las últimas fotos antes de dirigirse al baño para traer un rollo de papel higiénico que entregó a Antonio. Éste procedió a limpiar su cara y después a limpiarse él.

Antonio ya se ha liberado. ¿Quieres follarla? Te toca disfrutar a ti ahora.
Me encantaría. – Respondí contento.

Me quité mi bóxer y quedé totalmente desnudo. Estaba empalmado. Gonzalo lanzó una foto sobre él en el que se podía apreciar próximamente a la mujer.

Separé sus piernas hasta dejar totalmente expuesto su sexo. Se veía la entrada vaginal.

Es preciosa tu mujer. Realmente es espectacular.

No podía más, estaba muy caliente. Llevé mi miembro hacia la entrada de su sexo y sin ninguna dificultad la sentí dentro. Noté como era una sensación distinta a la que sentía con mi esposa cuando lo hacíamos. Eso me llevó también a pensar y a sentirme culpable por estarle siendo infiel. Al fin y al cabo era la primera vez, y después de esto, no pensaba volver a hacerlo.

Tomé la postura del misionero. Ella abierta de piernas y yo sobre ella. Mi miembro entraba y salía. Aprovechaba para besar sus labios y su cara. Daba mordisquitos a sus pezones teniendo cuidado de no dañarla.

Mi pene jugaba dentro de ella. Afortunadamente, soy un hombre que aguanta mucho en las relaciones sexuales, aunque la excitación del momento me estaba llevando a intentar aguantar.

Mis manos recorrían a su antojo el cuerpo de Nines. Comencé ya a dar fuertes embestidas. No pensaba en que estaba dormida y podría despertarse.

Estaba a punto de tener un orgasmo con otra mujer después de más de veinte años. Recordé que Gonzalo nos había permitido eyacular dentro de ella, aunque antes de hacerlo le volví a preguntar. Le miré y vi que continuaba con su cámara de fotos.

Puedo llegar dentro?
Por supuesto. Lo que te apetezca.

Unos segundos después, noté como me liberaba totalmente expulsando todo mi semen dentro de su cavidad.

El cuerpo relajado de Nines continuaba yaciendo en la cama. Vi como sus pezones estaban ahora tensos. Su cuerpo reaccionaba como si estuviera haciendo el amor. Tal vez ella lo estuviera soñando, pensé.

Me levanté y me vestí de nuevo. Por mi parte había estado muy bien aquella primera infidelidad. Pensé que Antonio también lo haría pero aún seguía desnudo.

Yo también quiero follarla, Gonzalo.
No esperaba menos de ti.

Antes de empezar pasó su mano por su sexo, metiendo un dedo y después dos. Se excitaba, la estaba penetrando con sus dedos.

Cuando paró pasó los dedos por su escaso pelo limpiando los restos de mi semen y sus flujos vaginales.

Se colocó encima de ella. En la misma postura que yo lo había hecho y la penetró. De forma algo más brusca comenzó a moverse. La tomó por las rodillas y subió más sus piernas para aumentar el hueco de la penetración.

Antonio estaba de rodillas en la cama. Situó las piernas de la mujer sobre sus hombros. Nos permitía contemplar a todos la desnudez de Nines y el disfrute de nuestro amigo.

Cuando terminó Antonio, se vistió. Gonzalo estaba eufórico y feliz. Nos dio las gracias por haber cumplido su deseo de ver a su mujer con otros hombres.

Bromeando, le pedimos que nos enviase también unas copias de las fotos que había sacado. Nos respondió que sin problema, aunque antes de ello, difuminaría la cara de Nines para evitar que cayesen en malas manos, pero nosotros si saldríamos.

Antonio y yo salimos de la habitación y nos dirigimos paseando a nuestro hotel. Hablábamos que conocíamos la fantasía de ciertos hombres por ver a su mujer con otros hombres, pero era el primer caso que conocíamos personalmente.

Pasamos gran parte de la mañana durmiendo hasta que dejamos el hotel. Después de comer nos fuimos, con la ropa de caza a reunirnos con nuestras mujeres. Explicamos que había sido un mal día, y no se nos había dado bien.

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