martes, 17 de abril de 2012

Presenciando la infidelidad de mi mujer

Segunda parte de “Su marido durmió a su mujer para nosotros”

Cumpliendo su promesa en el último encuentro, Gonzalo nos envió las fotos del fin de semana en el que nos había permitido disfrutar de Nines, su mujer.

El siguiente sábado, Sandra, mi esposa había salido de compras durante la mañana, por lo que aprovechando que no estaría hasta el mediodía, decidí contemplar las fotografías.

Aunque había difuminado la cara de Nines, nosotros salíamos al descubierto. Me parecía un tesoro tener esas imágenes, así que abrí otra cuenta de correo para que jamás cayesen en manos de mi mujer.

Utilicé una página desconocida para mí, que daba la opción de dar de altas cuentas de correo. Traspasé las fotografías y las borré del mío. De esta forma, pensé que podría estar tranquilo y verlas cuando me apeteciese.

Comí con Sandra. Al terminar estaba muy caliente, recordando las imágenes, por lo que comencé haciéndole unos mimos a los que ella respondió, así que terminamos en la cama haciendo el amor como locos.

Después de aquello me quedé dormido. Un par de horas después me desperté y al acercarme al salón vi que Sandra estaba llorosa. Le pregunté qué le pasaba.

Eres el tío más ruin del mundo. Jamás me hubiera esperado algo así de ti.
¿De qué me hablas? – Pregunté extrañado aunque temía por donde podía ir todo.
De las fotografías que tienes de tu trío con esa puta.

Me enteré posteriormente que buscando el historial del explorador de una página, había encontrado esta, y el ordenador tenía guardada la contraseña, por lo que pudo acceder a las imágenes.

No es lo que parece. Te puedo explicar todo.
¿Quieres decir que no te has follado a esa tía?

No pude responderle. Estaba desarmado. No podía continuar, por lo que me limité a pedirle perdón y que intentase olvidar lo sucedido si aquello era posible.

En lo que quedó de fin de semana no me habló. Me hizo prepararme la cama en la habitación de invitados. El domingo quedó con unas amigas durante todo el día y llegó casi a la hora de la cena. No tomó nada y se marchó a dormir.

La semana siguiente comenzó de la misma forma. No quería hablar conmigo y a la mínima que intentaba tocarla me decía que me fuese con la puta de mi amiga.

El viernes me marché con mis amigos a cazar y volví el sábado a media tarde. Aunque me vieron serio y me preguntaron el motivo, no quise explicarles nada, limitándome a decir que era por motivos de trabajo. Afortunadamente había traído varias perdices y conejos que luego regalaría, por lo que sus sospechas de que hubiera pasado un buen rato con alguna mujer se diluyeron.

Unas horas después, la noté mejor humor hacia mí, lo que me hizo sentir bien. Estaba loco por Sandra, y si decidía abandonarme el mundo se me caería encima. No podría soportar estar sin ella.

El domingo estaba más tranquila y a media mañana quiso que hablásemos. Primero me pidió que le contase con todo detalle lo que había pasado. Le conté todo, incluí todos los detalles que ella me fue pidiendo. No quería más mentiras, sólo que volviese a confiar en mí y mostrarle mi arrepentimiento.


Comenzó a llorar mientras le contaba y contestaba a sus preguntas sobre todo lo que había pasado, con el detalle que ella exigía.

Pepe. Después de lo que ha pasado quiero que nos separemos. Siempre he dicho que si me enteraba que mi pareja era infiel la dejaría, y he de ser consecuente con ello. Si quieres quédate con la casa y yo me busco otra, o viceversa. Lo dejo a tu elección.

Lo que no quería escuchar lo estaba pronunciando Sandra. Todo mi mundo se derrumbaba ante mí. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? Primero acostándome con Nines y después, por un descuído imperdonable, que ella viese las fotografías.

Supliqué todo lo que pude. Me puse de rodillas ante ella. Lloraba mientras imploraba su perdón, pero se mostraba inflexible.

Un par de días después, Sandra me preguntó la idea que tenía sobre nuestra vivienda compartida. Si deseaba comprar su parte y si no, ella adquiriría la mía.

Por favor.¡¡¡ ¿No podemos arreglar esto de otra forma?
¿Qué pensarías si hubiese sido yo la infiel? ¿Habrías roto conmigo, verdad?

Estaba desesperado por no perderla, por lo que cometí la mayor estupidez al contestarle.

Véngate de mí. Sé infiel, pero no me dejes, por favor. Busca alguien, folla con él y después vuelve conmigo. No quiero perderte.

No me contestó. Sabía que ella no me haría nunca algo así. En realidad creía saberlo porque al día siguiente volvimos a hablar.

Pepe, me parece que voy a aceptar tu propuesta. Seguiré tu consejo. Quiero que organices un encuentro como el que hizo tu amigo Gonzalo. Ellos me tomarán.
¿Estás loca? ¿Quieres que te duerma para que se aprovechen de ti?
No. Sólo tú y yo sabemos que no estaré dormida. Estarás delante. De esta forma estaremos a la par.
Estás loca¡¡¡ No pienso hacerlo.
La semana que viene quedaremos en el mismo pueblo en el que estuvisteis. Sólo que esta vez ellos irán a una teórica caza y tú y yo de fin de semana romántico. Si no vamos, dedicaré el fin de semana a hacer la mudanza a un apartamento que ya tengo apalabrado. Tú decides. Si lo prefieres, en lugar de fingir mi inactividad por la somnolencia del fármaco, puedo estar activa y entregarme totalmente a tus amigos. ¿Te gustaría eso más?

Salí de casa malhumorado. Pensé que se trataba de un farol y que no sería capaz. También que al día siguiente cambiaría de idea, pero cada vez que hablábamos me exigía el encuentro.

El domingo estábamos en casa. Accedió por primera vez desde aquello a hacer el amor conmigo, pero al terminar me volvió a preguntar por los preparativos. En realidad no había movido nada, no había hablado con Gonzalo y Antonio.

Volví a suplicarle llorando, pidiéndole que no me hiciese aquello. La respuesta fue que sino íbamos a aquella ciudad, organizaría su mudanza. Además, si vamos y tus amigos no quieren tocarme porque les hayas contado la verdad, también me iré de casa. Por tanto te aconsejo que le digas que quieres verme follar con ellos.

No tenía alternativa. Los llamé para tomar algo aquella misma tarde de domingo. No les conté la verdad, sino que después de lo que hicimos con Nines, ahora me gustaría que hicieran lo mismo con mi mujer. Estaba tan desesperado que no quería cometer errores.

En cualquier caso, estaba seguro que llegado el momento, no sería capaz de que nadie la tocase. No obstante, proponerlo ya era bastante humillante para mí.

Los dos hombres se alegraron de escucharlo y estuvieron de acuerdo en volver a ir ese fin de semana al lugar donde un mes atrás habíamos disfrutado de la mujer de nuestro amigo. Concreté con Antonio una cita, a mitad de semana, donde me entregaría el frasquito con el somnífero.

Ese miércoles me reuní con el médico y me entregó la medicina. Se extrañó que hubiese cambiado de idea ya que era reacio a que nadie tocase a mi esposa.

Después del viernes, sólo quedaréis por probar a mi mujer, pero eso no sucederá nunca.
Lo sé, no te preocupes. – Contesté pensando que jamás tampoco tocarían a la mía.

En realidad mantenía esa postura por ella, aunque confiaba plenamente en que no fuera capaz de de hacerlo.

Aquella noche, y al día siguiente intenté hacer el amor con ella. Precisaba que me sintiese de cerca, pero ella se negó y me dijo que no habría más sexo entre nosotros hasta después del encuentro con mis amigos.

El viernes, sobre las cinco de la tarde salimos a realizar el viaje. Sandra me hizo reservar dos noches de hotel, aunque pasara lo que pasara yo quería dormir el sábado en casa, en la seguridad de mi cama, con ella. Cuando llegamos, fuimos a la habitación y nos instalamos.

Mi estómago estaba agarrotado. No veía en ella ningún indicio que me permitiera pensar que se echaría para atrás en el momento oportuno, y ya empezaba a dudar seriamente que eso sucediese.

A las once y media ya habíamos cenado. Intenté llevarla a tomar una copa y convencerla para que se despertase al entrar mis amigos en la habitación, pero era inamovible. No cedía, estaba decidida a llevar su actuación hasta el final.

Hizo que llamase a mis compañeros para citarlos en torno a las doce y media en la habitación. Cuando entramos en ella, estaba de mal humor y directamente me puse a ver la televisión mientras observaba como ella se acicalaba para su actuación.

Sandra es una mujer preciosa. Además de su media melena rubia, un tipo esbelto y unos pechos enormes y firmes, para aquel día, se había puesto especialmente guapa, yendo esa misma tarde, antes de salir de viaje, a la peluquería.

Cuando la vi salir del dormitorio mis celos se dispararon. Llevaba un pijama negro, que estrenaba para la ocasión con un pantalón y una camisa abrochada por tres grandes botones, todo ello de negro satén.

Notaba como sus pezones se marcaban sobre la chaquetilla del pijama. No llevaba sujetador.

Volví a derrumbarme y le pedí que se dejase de juegos y que llamaría a mis amigos diciendo que había fallado el somnífero y pasaríamos la noche, el fin de semana y el resto de la vida juntos.

Buen intento, pero si algo falla esta noche, la semana que viene ya no estaremos viviendo juntos.

Percibía su odio en el tono de voz. Empezaba a pensar que aquello que no quería, iba a suceder.

A la hora señalada, unos ligeros toques en la puerta, nos hicieron saber que mis amigos se encontraban allí. Todo el rebufo de la cena pareció subir a la parte alta del estómago. Estaba tenso y nervioso. Sandra me habló en voz baja.

Abre a tus amigos. Yo os espero en la cama. Espero que te guste el espectáculo.
Qué hija de puta¡¡¡ -- Pensé.

Iba temblando. Abrí la puerta y ambos me dieron la mano como saludo. Como quería dilatar el comienzo lo máximo posible les saqué unas bebidas del minibar de la habitación.

Sandra estaba sólo arropada con la sábana y al verla los dos me dieron la enhorabuena por tener una esposa tan bonita.

Cuando llevaba más o menos sus copas por la mitad vi que debía dejarles hacer. Antes de nada quise dar a Sandra, o darme a mí mismo, una última oportunidad, por lo que la incorporé y la di unas bofetadas en la cara, esperando que reaccionase.

En ese momento supe que iba a llevar su venganza hasta el final. Llegué a abofetearla fuerte. Mentalmente la suplicaba que abriese los ojos, pero no lo hizo, fingía estar dormida.

Muy despacio me levanté y dejé a mis dos amigos que procedieran con ella.

¿Qué podemos hacer? – Preguntó Gonzalo.
Menos sexo anal lo que queráis. – Respondí sin ganas y abatido.

La miraba, suplicaba que abriese los ojos. Mientras, Antonio apartó la sábana que la cubría, quedando ante ellos tan sólo con su pijama, que para mi desdicha, además llevaba un enorme escote.

Vi como sus manos empezaban a recorrer su cuerpo. Pasaban por encima de sus pechos, su cintura, sus piernas.

No lleva sujetador. – Explicó Gonzalo

Me pidieron permiso para desabrochar la chaqueta de su pijama. No podía negarme, pero me limité a asentir con la cabeza.

Desabrocharon los tres botones y abrieron su chaqueta. Quedaron a la vista sus dos enormes pechos. Les oía hablar sobre el tamaño pero aunque no quería escuchar, sus voces estaban allí. Antes de proseguir. la incorporaron sentándola en la cama para sacarle la chaqueta y dejar desnudo su torso.

Qué dos melones tiene la tía.¡¡ Son impresionantes.

Sus manos se deslizaban sobre ellos. Veía que sus pezones estaban puntiagudos pero enseguida empezaron a fijarse en sus pantalones.

Empezaron a observar y vieron que no llevaba ningún botón, ni cordón. Tan sólo un elástico lo aferraba a su cintura, por lo que les fue fácil deslizarlo hacia abajo, tirando de él hasta sacarlo por sus tobillos.

No lo podía creer. Mi mujer estaba tan solo con unas pequeñas bragas negras delante de mis dos mejores amigos.

De nuevo me pidieron permiso, en esta ocasión para quitarle su prenda más íntima. Aunque mi cabeza no lo daba, las amenazas que Sandra me había infringido, me hicieron dar un escueto sí.

Se las bajaron poco a poco. Muy despacio. Veía como mi corazón y mi mente se desgarraban por cada centímetro que la prenda bajaba por sus caderas, sus muslos, sus piernas hasta que llegaron a sus tobillos y la dejaron totalmente desnuda.

Quedaron maravillados. Yo también, tengo que reconocerlo. Se había depilado hasta dejar su sexo desnudo salvo una pequeña línea de pelo que subía como continuación a sus labios mayores.

Mi mujer estaba expuesta a dos hombres, dos extraños para ella, en mi presencia. La miré detenidamente. Sus pezones estaban afilados. Nunca pensé que fuese capaz de llegar a aquella situación.

Pedí a mis dos amigos que me dejasen tocarla. Aproveché para dirigirme directamente a su sexo, por donde pasé mi dedo. Noté que estaba húmeda.

Qué hija de puta ¡¡¡ -- Pensé.

Estaba caliente. Yo sufría la peor humillación de mi vida y ella estaba mojada, disfrutando que mis dos amigos la mirasen y que después la manoseasen y tuvieran sexo con ella.

Me aparté para dejar a Antonio y a Gonzalo de nuevo. Ella, fingiendo un movimiento del propio sueño, colocó sus manos en la almohada y separó ligeramente las piernas. Su objetivo era sentirse aún más expuesta de lo que ya estaba.

Los dos se habían ya quedado en ropa interior y se tumbaron en la cama, a ambos lados de Sandra. Comenzaron a besarla por todos lados. Lo iniciaron por las mejillas mientras sus manos se deslizaban libremente por sus pechos que aún estaban más erectos que antes.

Veía como Gonzalo se centraba en ellos. Parecía que los amasaba lentamente. Después contemplé como su boca se dirigía, bajando por su cara, a su escote, hasta alcanzar el pecho.

Cuidadosamente pasaba su lengua y succionaba la teta de Sandra. No podía soportar lo que estaba viendo. Jamás habría podido imaginar que ella pudiera estar con otro hombre, y mucho menos contemplarlo yo en vivo.

Las dos manos de mis amigos fueron bajando hasta llegar a sus muslos. Como un pequeño tabú, no se pararon en su sexo, sino que bajaron hasta sus rodillas, donde procedieron a separarle las piernas. De nuevo observé que ella colaboraba ligeramente, permitiendo que las abrieran con un menos esfuerzo al que habría correspondido a una mujer dormida.

Fue la mano de Gonzalo la que primero llegó a su sexo. Me quería morir. Sabía lo que sus dedos estarían sintiendo ahora. Una coño húmedo, como el que yo sentía cuando hacíamos el amor y la acariciaba. Si algo tenía claro era que mi esposa era una mujer muy apasionada y activa sexualmente.

Los dedos de Antonio también llegaron al mismo sitio. Veía como jugaba, de arriba abajo con su vello púbico. Su dedo corazón se desplazaba, como si el pelo formase parte de un camino.

Aunque me negaba totalmente a ver todo lo que estaba sucediendo, notaba que yo también estaba excitado. Por un lado sentía un nudo en el estómago que casi me hacía vomitar, mientras que por otro, me excitaba ver a Sandra tan entregada.

Vi como los dedos de los hombres se intercambiaban, siendo ahora Antonio quien le acariciaba más íntimamente. Gonzalo le acariciaba su estómago, mientras besaba sus enormes pechos.

Sabía lo que sería lo siguiente. Querrían comerle el coño y que ella tomase sus pollas en la boca. Vi como la cara de Antonio se situaba entre sus piernas, que estaba inmoralmente abiertas. Observaba como lamía su clítolis que sobresalía entre sus labios y era fácilmente accesible. Conocía el sabor del sexo de Sandra, muy diferente al que había probado con Nines. Era algo que me superaba. Otro hombre la estaba saboreando.

Gonzalo procedió a meter su miembro en la boca de mi mujer. De nuevo vi que casi colaboraba al dejarse abrir los labios con tan poco esfuerzo por parte de él.

Tomó la cabeza de Sandra y empezó a manejarla de tal forma que pudiera dirigirla de adentro afuera. También sabía lo que podía estar sintiendo ahora. Esto era una locura que se me había escapado de las manos y había llegado demasiado lejos. Pero ahora ya no podía parar.

Notaba como se movían sus labios. Para nada eran los de una mujer inconsciente. Gonzalo no tardó demasiado en correrse y cuando estaba en situación límite lo comentó.

Si no estuviera seguro que está dormida, diría que es consciente de todo. Sus labios aprietan mi polla.
Estará soñando. – Bromeó Antonio, sin creer demasiado en lo que decía nuestro amigo.

Los labios de Sandra quedaron llenos de semen. Enfadado, pero sobre todo triste, traje una toalla de manos del baño para que Gonzalo la limpiase.

Ya que tú has estrenado esta noche su boca, yo haré lo propio con su coño.

Aquello me llenó de humillación. Vi como metió su dedo en la boca y empezó a refregar por encima de su raja hasta introducirlo parcialmente en su vulva.

Tengo que decir que es de los coños más bonitos que he visto. Tienes una mujer espectacular. Si algún día os van mal las cosas podría dedicarse al porno. Esas tetas con ese coño no es fácil de encontrar.

Antonio ya estaba totalmente desnudo. Las piernas abiertas de Sandra hacían que su vagina estuviera en disposición de ser penetrada. Sabía que estaba mojada, por lo que no iba a tener problemas en penetrarla.

Cuando Antonio se situó en posición creí morir. Giré mi cabeza para no mirar. Estaba sudando, lo que provocó que Gonzalo se preocupase por mí.

¿Estás bien, Pepe?
Si, si. Sólo tengo un poco de calor. Es por la excitación. Voy al baño a refrescarme.
¿Quieres que te espere? – Preguntó Antonio.
No, no. Puedes empezar. Enseguida vuevlo.

Me marché al baño y de esta forma evité mirar el inicio de la penetración. En el lavabo me eché abundante agua por la cara. Mis ojos estaban enrojecidos por todo lo que estaba viviendo esa noche.

Cuando volví, Antonio estaba colocado en la postura del misionero. Sus manos, apoyadas en el colchón le permitían tener una imagen visual completa de la desnudez de mi esposa, a la vez que entraba y salía su polla del coño de ella.

Mis ojos no pudieron evitar dirigirse al sexo de Sandra y comprobar cómo entraba y salía el miembro de mi amigo.

La cara de belén no estaba ladeada, sino que se encontraba de frente y sus labios ligeramente abiertos, por lo que la lengua de Antonio se dirigía hacia su boca, le daba piquitos, para después besar sus hombros y sobre todo sus pechos.

Sus embestidas empezaron a ser bestiales. Volví a mirar los pezones de Sandra que seguían erectos.

Me encanta. Está mojadísima. Creo que está soñando que hace el amor y por eso está así.

Unos golpes más después de sus palabras dieron por finalizado la actuación de mi amigo que comenzó a vestirse.

Ha sido genial. Tienes una mujer estupenda.

Se acercó a una silla a recoger su ropa, no sin antes dalme una palmada en la espalda en señal de agradecimiento.

Cuando giré la cabeza, era Gonzalo quien se había colocado encima de ella. Su mano se dirigió a su pene y lo llevó hacia la entrada de la vagina de Sandra.

No tuvo ningún problema. A la primera introdujo su miembro. Su boca se dirigió a la cara de mi esposa y empezó a lamerle, morderle y besarle sus orejas. Continuó por su cuello hasta llegar también a sus pechos. Las tetas de mi mujer eran punto de parada obligatoria. Siempre pensé que era lo más apreciado de ella.

La penetración de Gonzalo duró de forma interminable para mí. Al haberse corrido anteriormente, ahora tenía un aguante increíble.

Deseaba que terminase. Se deleitaba con sus pechos. Sacaba su pene y lo metía a su antojo, siempre a la primera hasta que llegó un momento en que no pude ya ocultar mi enfado.

Gonzalo, acaba de una vez, que mañana tendrá molestias.
Dame un minuto, por favor.

Respondió sin dejar de penetrarla. Empezó a dar pequeños gritos y a aumentar el ritmo. Una embestida final en el que su miembro quedó dentro demostró que había tenido un orgasmo.

Me quedé sentado sin decir nada mientras Gonzalo se vestía. Antonio le esperó y cuando hubo terminado ambos me dieron la mano y las gracias por haberles hecho pasar esa noche tan agradable.

Estaba como ido. Sólo quería estar sólo. Les acompañé a la puerta y volví a la cama, donde me senté al lado de Sandra.

Me has hundido la vida.
Tú lo hiciste hace unas semanas. Ahora estamos igual. ¿Qué se siente al ver como se follan a tu pareja?
Eres una hija de puta. Ahora quiero follarte yo.
Hoy no. Estoy cansada. Mañana será otro día.

Enfurecido, salí de la habitación, tomé el coche y me dirigí a un local de alterne a la salida de la ciudad.

Necesitaba una mujer, por lo que acompañé a su habitación a la primera que se acercó. Estaba muy excitado. El ver a mi mujer con dos hombres, había provocado en mi una sensaciones contrapuestas

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