viernes, 3 de febrero de 2012

ESTHER (capitulo 12)

Al día siguiente de nuestro regreso de Marrakech, me reuní con Isabel para hablar en profundidad del incidente del día anterior.
– Isabel, ¿ayer cometimos alguna ilegalidad?
– Si, pero lo pudimos arreglar. Recuerda que tenemos firmado un contrato de servicios de seguridad, que incluye protección. Gracias a eso, unido a que los individuos en cuestión se negaron a presentar denuncia y a mis contactos con la policía, todo quedo archivado.
– Fantástico Isabel, ¿qué sabemos de ellos?
– Son agentes privados de una agencia norteamericana de la costa este, la Tom Horn Security (THS) –respondió Isabel consultando sus notas –cuando la policía los registro, al parecer tenían información general sobre vosotros dos y sobre Esther en particular, ya sabes, costumbres, horarios, esa serie de cosas.
– ¿Al descubrirlos, hemos solucionado el problema?
– No lo se, lo que si es cierto es que la THS es una agencia grande, pero de segunda fila, nuestro amigo no se ha gastado mucho en esto, –me respondió pensativa– creo que no podemos predecir por donde va a salir un tipejo como ese. Además no tengo toda la documentación incautada por la policía y tardare unos días en tenerla.
– Bueno, pues vamos a hacer dos cosas. Primero, protección total para Esther, si es posible que sea discreta para que no se agobie y si te puedes ocupar tu personalmente, mejor. Segundo, voy a hablar con Pinkerton para ver si les puede meter mano allí a esta agencia.
– ¿Vas a poner a Esther en mis manos?, –me dijo bromeando– ¡hummm... no se si lo voy a resistir!
– ¡Esther es mayorcita para saber lo que tiene a hacer! –y sonriendo añadí– además me parece que ni siquiera tu podrías seguir su ritmo.
– ¡Me estas dando miedo!, por cierto, quiero darte las gracias, Pinkerton nos ha empezado a dar trabajitos en España y alguno por Europa. He tenido que contratar mas familiares.
– Me alegro mucho, ¿pero cuanta familia sois?
– Un montón entre hermanos, primos, cuñados y sobrinos y casi todos policías, nacionales, municipales, algún guardia civil, –y riendo añadió– y un par de bomberos. Ahora en serio, si las cosas me siguen yendo tan bien tendré que coger gente de fuera.
– Si en alguna ocasión necesitas apoyo económico …
– ¡No, no, no, por fortuna Pinkerton es muy serio con los pagos. Gracias de todas formas.
Por la tarde, que era por la mañana en Nueva York, hable con el Sr. Pinkerton sobre lo que había pasado. El ya estaba al tanto gracias al informe diario de Isabel. Me dijo que el se ocupaba y que no me preocupara. Y se ocupo, como los directivos de la THS no fueron nada receptivos a sus sugerencias, compro la agencia y los despidió a casi todos.
Esther retomo su rutina diaria con la estrecha vigilancia personal de Isabel. Era gracioso, pero era incapaz de salir de casa y pasar de largo a su lado. Siempre la daba dos besos y por mas que Isabel la regañaba, no la hacia ni caso.
– Pero no te das cuenta que mi trabajo es de incógnito, si sales y me das dos besos, se jode todo. Tendré que poner a otra persona.
– No, no quiero a otra persona, quiero que seas tu, –y riéndose agrego– pon a otra persona que te vigile a ti que se que eres peligrosa. Yo lo pago.
– ¡Ja, ja, ja, me parto de la risa.
Por lo tanto, cuando Esther salía de casa, Isabel la daba conversación y algún familiar vigilaba a las dos.
En mi caso tuve diez días infernales. Tenia los negocios bastante abandonados, y aunque tenia gente que se encargaba de todo, lo cierto es que mi presencia era necesaria para la toma de ciertas decisiones y la firma de documentos. A eso, había que añadir los fondos de inversión de las Caimán, que ahora eran operados por mis agentes por deseo expreso de Esther. En su caso, la abrí una cuenta bancaria y la dote con los beneficios de los fondos. Tres millones de dólares dan muchos. En cuanto a mi, en diez días viaje tres veces a Londres y dos a Frankfurt, la capital económica de Alemania. Iba y volvía en el día, me resultaba imposible estar tanto tiempo apartado de ella. Estaba seguro de sus sentimientos hacia mi y me lo demostraba continuamente, y no solo con sexo. A mi me resultaba inimaginable el no tenerla a mi lado, por eso cuando llegaba de los viajes la abrazaba con todas mis fuerzas, haciéndola daño en alguna ocasión, pero no se quejaba. Y la follaba en cualquier lugar, fuera donde fuera, no me importaba, en la cocina, en el salón, en la terraza, porque la realidad era que nada mas meterme en la cama me quedaba dormido. Cuando tenia que salir de viaje Esther me despertaba media hora antes chupandomela. Cuando conseguía enderezármela, la resultaba facilísimo, se subía encima de mi y se la introducía en su vagina. Mientras movía su pelvis me echaba los brazos hacia atrás y con sus manitas sujetaba mis muñecas. En esa posición su cara que quedaba a cuatro dedos de la mía. Yo hacia que intentaba besarla, que no podía y ella se reía. Cuando la llegaba el orgasmo, me soltaba y se abrazaba a mi. Yo, con mis manos en su trasero, notaba sus contracciones mientras oía sus gemidos. La daba la vuelta y poniéndola debajo seguía fallándola hasta que alcanzaba el segundo orgasmo y nos corríamos juntos.
Cuando este “periodo infernal” acabo, todos mis asuntos económicos quedaron en regla pero estaba hasta las narices, por no decir otra cosa. Como hacia varios meses que no salía a la montaña –desde que conocí a Esther– la propuse pasar unos días por aquí cerca. La encanto la idea y esa misma tarde fuimos a la Ribera de Curtidores para equiparla. Y se equipo totalmente, para verano y para invierno, para caminar, para escalar en roca y para nieve. Pago con su recién estrenada tarjeta VIP y estaba disfrutando como una niña con juguetes nuevos.
– ¡Madre mía! ¿Dónde vamos aguardar todo esto? –me preguntaba con cara de interrogación.
– Pues donde tengo guardadas mis cosas de la sierra, en el trastero del garaje.
– ¿ Y como vamos a ir mi señor? –me pregunto cuando la dije que había reservado en el Parador Nacional de La Granja
– En coche, lo necesitaremos para movernos por allí.
– Claro, tienes coche, que tonta, como nunca lo hemos utilizado, –y pensativa añadió– yo no tengo, podía comprarme uno, ahora que tengo dinero.
– Cómpratelo si quieres, pero yo tengo tres y prácticamente no los uso.
– ¿Tienes tres coches? –me pregunto mirándome con incredulidad.
– Si mi amor, y dos están a tu disposición, el eléctrico y el todo terreno.
– ¿Y el otro?
– El otro no me gusta prestárselo a nadie, en realidad, nunca lo he hecho, es un capricho que me costo un huevo traerlo de Cuba. Un Chevrolet Bel Air de 1950 convertible. Si consigo parking en el parador nos lo llevamos.
Informe a Isabel de nuestro viaje y que quería seguridad mínima solo en La granja, no creía que nadie me siguiera por donde tenia pensado moverme. Isabel estuvo de acuerdo y traslado la parador a dos primos para que lo tuvieran controlado.
El día que partimos, cuando bajamos al parking y quite la funda que cubría al coche, Esther se quedo impresionada. La encanto el diseño del Bel Air, con su color azul celeste, sus cromados impecables y sus ruedas con la franja blanca.
– ¡Es como los de las películas!
Se puso un pañuelo grande cubriendo el pelo y salimos hacia La Granja donde llegamos justo antes de comer.
– Me gusta que no corras con el coche, se ve todo mejor.
– En raro que veas a alguien con un coche de estos a toda pastilla. Y no es por motor, este lleva un pepino de 300 CV. Son coches de colección, cuesta mantenerlos, es complicado conseguirlos y los seguros son caros. Es un poco como los amantes de las motos, los amantes de verdad, no los tontos, los moteros. Es difícil que veas a uno haciendo el loco por la carretera a toda leche.
Mandamos las maletas a la suite con un botones y fuimos a comer en el restaurante del parador. Cuando terminamos y antes de subir, reserve hora para el circuito de spa y Esther un masaje adicional.
Cuando entramos en la suite, me ataco a traición y se subió a caballito. Agarre sus piernas y me puse a trotar y dar saltos por toda la habitación mientras Esther chillaba y se reía a partes iguales. La eché sobre la cama y rápidamente se quito los náuticos –reconozco que se esta volviendo un poco pija– y se sacó los pantalones mientras jugueteaba con sus pies. Me desnude y me puse de rodillas en la cama, entre sus piernas. La besaba y respondía a mis besos con deseo, mientras con sus manos acariciaba mi trasero.
– No me toques mi señor, solo quiero sentir tu polla en mi boca, ­ –me dijo mientras se arrodillaba, se inclinaba hacia delante y se la introducía en la boca.
Me puse las manos en la espalda. ¡Joder! que difícil es tenerlas quietas, tenia que hacer verdaderos esfuerzos para no tacarla. Ella tampoco me tocaba, sus manos se apoyaban en la cama. Su boca y su lengua trabajaban con maestría y unos momentos antes de correrme repare en un detalle. Por el espejo que tenia de frente, veía nítidamente el precioso y mojado chochito de Esther totalmente abierto. Esa visión hizo que me corriera de una manera salvaje. Esther siguió chupando hasta que ya no aguanto mas y se llevo un dedo a su clítoris. Es ese momento, me puse a su lado y mis dedos sustituyeron a los suyos, consiguiendo en pocos segundos una corrida tal que sus gemidos se debieron oír en todo el Parador.
Como estaba previsto, esa tarde bajamos al spa. A mi “sirenita” la encantaba chapotear por entre los chorros de agua. Después fuimos a la piscina de contracorriente y se tiro mucho tiempo nadando mientras yo le daba a los aparatos de musculación.
Todos lo días, temprano salíamos de excursión y a pesar del cansancio acumulado Esther se mostró entusiasmada. La primera a Peñalara, para que Esther coronara su primera montaña importante. Hicimos la travesía a Claveles y Pájaros y regresamos por abajo, por las lagunas. Aunque Esther tiene una muy buena condición física, no esta acostumbrada a caminar por la montaña y regreso al Parador destrozada, pero los masajistas del spa la pusieron en condiciones para el día siguiente … y para mi.
En días sucesivos fuimos desde Navacerrada al Collado Ventoso por el Smith, de Cotos a la Bola y las Cabezas de Hierro por el Noruego y desde Valsaín a Navacerrada por el camino de “Las Pesquerías Reales” que mando construir Carlos III en el ultimo cuarto de siglo XVIII para poder ir a pescar a la parte alta del río Eresma.
Para el ultimo día de actividad deportiva reserve la ruta mas larga, de Cotos a La Granja por la laguna de los Pájaros y el Puerto de los Neveros, 19 Km. un poco exigentes. Ese día, un taxi nos acerco a Cotos. Los últimos kilómetros se la hicieron eternos, pero al final llegamos y Esther, directamente se fue al masajista.
Teníamos todo el fin de semana para visitar el pueblo, que estaba en fiestas y para las compras. La lleve a la Real Fabrica de Vidrio donde vio como se sopla en vidrio y encargamos unas copas de champagne donde mande grabar su inicial. Visitamos el Palacio Real con sus jardines y fuentes, las iglesias y todo lo que había visitable.
El sábado por la tarde salimos del Parador y dimos un paseo antes de cenar. Lo hicimos en uno de los mejores restaurantes de La Granja, el “Reina 14”. Cuando salimos del restaurante, Esther vio que había mucha gente por la calle.
– Hay mucha gente y hay charangas.
– Esta noche hay encierros, ¿has traído tu cámara?
– La tengo en el bolso.
Fuimos hacia el recorrido y entramos en el mientras Esther miraba a todas partes sacando fotos.
– ¿Dónde nos ponemos, Edu?
– Aquí estamos bien, –la conteste de forma distraída mientras con el rabillo del ojo veía como se ponía tensa y me miraba intentando descubrir si lo decía de broma o no.
– Pero yo creo que ahí, en la valla … –comenzó a decir mientras me miraba con suspicacia y señalaba el vallado.
– Tranquila, no te preocupes que no pasa nada, –la dije sonriendo mientras la acariciaba– además, la valla se llena de gente.
Nos pusimos cerca de la curva del Parador, en el lado izquierdo de la subida. Esther pegada a mi espalda temblaba como una hoja. Cuando sonó el cohete que anunciaba que salían los toros, pego un salto que casi se desmaya.
– ¡¡Cariño, prepara la cámara!!
En medio de un tropel de gente, aparecieron los toros y doblaron la esquina. Por la inercia se fueron al lado contrario de donde estábamos y pasaron de largo. Esther no paraba de chillar y yo de reír mientras la oía.
– ¿Cuántas fotos has sacado? –la pregunte riendo.
– ¡Creo que una, no se! –Esther me miraba con el susto todavía en el cuerpo mientras encogía los hombros. Me agarro de la muñeca y se puso a caminar tirando de mi en dirección al Parador.
Entramos a la suite y en un par de segundos estaba desnuda. ¡Joder! Menuda velocidad. Me paso los brazos por la nuca y se subió rodeándome la cintura con sus piernas. Me besaba en la boca y yo me dejaba besar. Me fui acercando a la cama y con mucha suavidad la deposite sobre ella. Junto sus muñecas para que se las atase, me quite el cinturón y se dio la vuelta para que lo hiciera por detrás. Cuando las tuvo atadas, me quite la ropa y me senté a su lado. Se levanto y se tumbo boca abajo sobre mis rodillas. Inmediatamente me puse a explorar su hueco vaginal, que por otra parte me sabia de memoria, mientras Esther comenzaba a suspirar de placer.
– Por favor mi señor, pégame, por favor, pégame fuerte, por favor mi señor pégame .
Y comencé a hacerlo. Con la mano derecha la acariciaba el trasero, introduciendo esporádicamente los dedos en profundidad en su vagina. Cada seis o siete segundos, descargaba un fuerte azote en sus preciosas nalgas que temblaban con los impactos. Como con el primer azote grito bastante, la metí en la boca su tanga y mis calzoncillos. Estuve bastante tiempo pegándola hasta que conseguí su primer orgasmo acompañado de un conjunto de gruñidos a causa de la mordaza. Me encantaba ver como el flujo blanco comenzaba a salir de su interior chorreando en abundancia con la primera corrida. Durante unos minutos, estuve acariciando con mis uñas su enrojecido trasero dejando un rastro de líneas blancas que se difuminaban de inmediato. La incorpore y la senté en un sillón abriéndola las piernas e introduciendo mi boca en su vagina mientras se las sujetaba con las manos. Como me gusta comerla el chocho. Que bien sabe. Que bien huele. Que oscuro se pone. Me excita ver como reacciona de una manera tan desmesurada y sincera. Con la polla a punto de reventar me incorpore y la penetre en profundidad. La saque la mordaza de la boca, quería oírla gemir. Mientras la follaba la daba pequeños bofetones en la cara. Se corrió otra vez mientras sujetaba su cara para verla con detenimiento durante el éxtasis. Seguí fallándola y me fui reteniendo hasta que Esther llego a otro orgasmo y nos corrimos juntos. Me encantaba correrme a la par que ella, y siempre que ocurre, después estoy mucho tiempo abrazándola y besándola.
Al día siguiente, antes de salir para Madrid, Esther miro en el ordenador las fotos del día anterior y estuvimos un buen rato riéndonos.
– ¡Esta foto la enmarco! –la dije entre carcajadas mientras mirábamos la única foto que saco de los toros. En ella, solo se veía un primer plano del enorme cuerno de uno de ellos.

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