miércoles, 25 de enero de 2012

Historia de un hombre sin muchos escrupulos

Historia de un hombre sin muchos escrúpulos.
El otro punto de vista de: ASI ES LA VIDA 1. (Ante arca abierta, hasta el justo peca).

La naturaleza me hizo así. Concupiscente, libidinoso, lujurioso, lascivo, lubrico y sensual, pero, no bello, soy interesante e inteligente. Me cuesta dar el primer paso, por estar siempre cuidando mi orgullo. Si una mujer me gusta más de lo normal, mi ingenio se despliega a todo trapo. Mi método es madurar la fruta a su propio ritmo, sin disparar antes de estar seguro de no errar. Soy muy paciente, a veces demasiado.

Desde niño soy un adepto de la carne femenina. Los recuerdos que guardo de mis maestras y condiscípulas solo son de naturaleza sexual. Sé que si los relojes del amor suenan al mismo tiempo, sea quien sea ella, hay sexo seguro; no apreciar esta regla es hacer que muchas oportunidades se vayan por el sumidero. Me gusta la cacería difícil, es la “caza mayor”. Toda mujer tiene, algo bello, encontrarlo es mi pasión. Ese soy yo, y si no me presento no me entenderían lo que voy a contar.

Mi problema en este caso, es que la citadina me gustaba demasiado. Su presencia me enceguecía haciéndome perder el desapasionamiento requerido para montarle un veladero. Había llegado tiempo atrás, cargada de maletas y con un marido confiado que no recelaba de las muchas pasiones que una joya como la que el poseía, obligatoriamente levantaría en esa pequeña ciudad donde ninguno estaba acostumbrado a que esa hermosura, elegancia, cortesía y graciosidad se encontraran reunidas en una sola beldad al alcance de los sentidos todos los días.

Todos se pusieron a disposición de los nuevos habitantes, los halagaban, festejaban y sobre todo con ella, se mostraban solícitos y serviciales. Opte por retirarme de la vista y me fui a mi finca a esperar que pasara la novedad. Me disponía a una cacería que preveía larga, ardua y momentáneamente sin ningún fruto a la vista, más que el propio placer de cazar ese valioso ejemplar y agregarlo a mi colección. La pieza valía el precio, y fuera el que fuera, estaba dispuesto a pagarlo.

Ahora, visitaba casi a diario la ciudad, eso extrañaba a mis amigos, pero nada preguntaban. Oía, veía y me enteraba de las actividades, actitudes y costumbres de la catira y su marido, sin proponerme investigarles, pues, ellos eran el tema de conversación de moda. El esposo viajaba por asuntos de trabajo lejos y por periodos largos. Ella buenamoza y solitaria se aburría y yo esperaría mi momento y observaría.

La catira se notaba en algunos momentos más desasosegada, salía de casa sola, iba a una tasca cercana, tomaba algunos tragos y regresaba temprano. Nunca tuvo una actitud inconveniente, por el contrario cosechaba simpatías por su proceder liberal. A mi cada día me gustaban mas sus formas llenitas, sus pantalones ajustados que rebelaban unas nalgas impresionantes que eran un primor, sus hermosas y pomposas piernas causaban en mí una angustia especial, pues sabía que entre ellas estaba la fruta que imaginaba perfumada con su acento personal.

Necesitaba acercármele, conocerla y hablarle, en ese orden. El dios de los libertinos me socorrió. Conocí a través de un amigo al hombre que se prestó a favorecerme, había sido su compañero de estudios y por congraciarse con su jefe a la vez que conmigo, acepto hacer la presentación en el momento adecuado. Por otra parte, nunca deje traslucir mi malicioso propósito. El solo me daría la oportunidad de conocer a mi admirada.

La bella catira de mis sueños, entro en el local donde yo la acechaba, hacia días que asistía solo a esa cita imprevisible. Le sirvieron un trago. Se veía nerviosa, pero más bella por el acaloramiento que manifestaba su piel levemente humedecida por el roció de sus poros. Su blanca ropa era traslucida para mis ojos sedientos. Su mirada se poso en mi someramente, su intranquilidad cedía, se relajaba y miraba alrededor observándolo todo.
En ella todo era sensual y comestible. Cada uno de sus ademanes era apasionado. Me excitaba pensar en ella. No la miraba, pues sabía que mi expresión me traicionaría. Todo mi deseo se reflejaría en mi faz. Pedí otro trago y otro. La mire solapadamente, y entreví sus pechos a través del escote de la camisa como naranjas dulces y jugosas. Se levanto para ir al baño, la contemple sin tapujos ni reservas. Aproveche para llamar a Andrés, quien se haría pasar por mi hermano.

Su sorpresa al ver a mi “hermano” la desconcertó, le alegro y la despojo de toda defensa ante mí. Se veía contenta. Bebimos bastante, yo por ahogar mí desenfrenado corazón y ella por ser feliz. Un inconveniente de última hora, realmente no fingido por él, nos separo de mi hermano quien se despidió molesto de nuestra compañía. El licor nos puso livianamente habladores, desinhibidos, como viejos amigos. Acepto que la llevara a .su casa. Por el camino, me atreví a dar un paso en falso, que me ha podido costar su intimidación final que la hubiera apartado de mí: la invite a observar la puesta de sol desde un sitio privilegiado en la orilla del rio. Contra todo pronóstico, acepto. El corazón se me iba a salir y mi aparato registro un caudal de sensaciones que me obligaron a disimularlo.

Al estar tan excitado, había perdido el sentido de la orientación, debía espabilarme para no cometer errores que me costaran una perdida irremediable. Saque una botella de licor y bebimos en un vasito, el whisky puro nos volvió a liberar de tensiones propias de esos momentos de dudas y resquemores.
Llegamos y nos sentamos a ver el paisaje, la monotonía de la situación creí que me alejaría de un triunfo que veía ya cerca. Ella me tomo de la mano. Seguimos bebiendo en silencio. La tome entre mis brazos y la bese con terror de espantarla. Me respondió: había ganado. Pose su espalda sobre mi pecho con miedo de que sintiera mi vara apoyada en su espalda. La bese.

Me deje llevar por el furor de complacerla que sentía. Sus senos calientes me transmitieron una oleada de calor morboso, sentía sus pezones erguidos entre mis dedos, mientras mi boca corría de su boca a su oído. Sentía sus estremecimientos, quería que sintiera más para que nunca me olvidara. Baje mi mano hasta su caliente y húmeda raja que me recibió con un suspiro que salió por los labios de su hermosa dueña. Sus piernas se abrieron para recibir mis dedos en su voluptuoso interior, oía sus llamados de placer, su lengua recorría mi cara, su clítoris duro y suave a la vez, pulso con su placer la explosión de jugos que bañaron mis dedos y anunciaron mi triunfo sobre su naturaleza sensual. Sus pezones también respondían con ardor y todo su cuerpo se entrego a su orgasmo temblando y vibrando. Sus suspiros se fueron calmando. Se calmo. Me miro y volvió a besarme.

Se levanto y sonriente, me condujo a la cabina de mi vehículo. Allí se acostó sobre sus pechos y dejo sus suaves y tersas nalgas a mi disposición. Su raja caliente era un volcán de deseo. Estaba obscuro ya. Mis dedos recorrieron todo su contorno, sentí su calor que me llegaba como el rescoldo de un fogón. Abrí lo mas que pude su nido. Introduje mi cabeza con cuidado en su gruta, sentí sus jugos fluyendo facilitando la entrada, su vulva era cerradita. Entre por completo, pero me sabia tan excitado que debía tener cuidado de no venirme a la primera, lo estaba disfrutando, parecía que estuviera dentro de un guante, ella comenzó a moverse con desenfreno, un segundo orgasmo la atacaba, yo sentía que ya no podía contenerme más. Hice un esfuerzo, apreté sus caderas para contener su movimiento, pero ya eran los gritos anunciadores del sacrificio supremo que la alcanzaba, lo enterré profundamente y seguí moviendo mi pelvis. Me alcanzo a mi también el transito final, deje salir un largo gruñido que se unió a los suyos, y nuestros jugos se unieron a nuestros espasmos, alaridos y deseo de seguir así para siempre.

Todo había concluido.
Como siempre me pasa, acabado el acto, el deseo cesa y la emoción se extingue. Ahora, mi bella catira lubrica, solo era un pasajero para el viaje de retorno.

Se bajo en su casa, sin sospechar que era observada por mil ojos. Por ello, cuando trato despedirse con cariño la rechace con amargura en mi alma. Había que guardar ciertas apariencias. No tanto por ella, sino por el marido, que quizás buscara vengarse, que era lo que yo hubiera hecho.
Después seguimos la historia. Historia, dije.


Este caballero, continuara otro día la narración de su epopeya. He dicho.

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