martes, 17 de abril de 2012

Infidelidad consentida no es infidelidad

Hola, soy María, y ahora les contaré una historia que me ocurrió hace casi tres semanas y que no había relatado porque no lo creía posible.

Mi marido y yo somos una pareja bastante abierta cuando se habla de sexo, sin embargo, cuando se trata de actuar, nos cortamos por vergüenza, principios, etcétera. Me imagino que a todos les ocurre algo similar; y también coinciden en que, al paso de los años, esas disciplinas y costumbres se van relajando, y nos permiten volar un poco más lejos, siempre en el afán de dar variedad a nuestra relación.

Así nos ocurrió a nosotros. Primero viendo películas porno antes de una buena sesión de sexo, después abriendo los temas tabú y preguntándonos mutuamente hasta dónde seríamos capaces de llegar y capaces de permitir llegar al otro. A nuestros treinta y pocos años nos mantenemos muy guapos y muy delgados a base de ejercicio y buena comida. Él corre y yo hago todo tipo de gimnasia, por lo que ayudamos a nuestra buena genética a mantenerse bella y atractiva.

Yo soy pequeñita, apenas 1.60 de estatura, talla 4, torso delgado, frágil; cintura pequeña, senos pequeños pero suficientes, 34B, mucha pierna, eso sí, porque de niña fui velocista y los muslos se me desarrollaron bastante, cadera redonda, nalgona al punto de provocar piropos de todo tipo y miradas ardientes en mi andar. Y me gusta sentirme así, deseada y provocadora de secretas lujurias. Mi rostro sigue siendo de veinteañera, y no lo invento por vanidad, me veo menor que las mujeres de mi edad; mis grandes ojos con largas pestañas y mis labios carnosos de eterna sonrisa me han servido siempre como armas efectivas de seducción. Cabello quebrado sobre los hombros, y un flequillo que luce coqueto cuando me hago una coleta descubriendo mi cuello.

Soy una mujer muy calenturienta, pero lo oculto en mi imagen social. Más bien parezco enojona e inaccesible. Me gusta tomar la rienda y decidir cuándo y a quién daré acceso con una sonrisa o con una palabra cargada de sensualidad en el tono de voz. Soy coqueta como todas, pero muy discreta.

Las noches con mi pareja son muy intensas, me encanta estar empalada, sentirme penetrada y entregada a un hombre que sabe cómo dar buen sexo. Y eso es él, mi señor, mi todo. Y como de él salió la idea, empecé a considerarlo posible. Primero me compra ropa sexy, muy ligera, reveladora. Me quita poco a poco lo recatada. Me llama la atención sobre el efecto que provoco en la calle, en los bares, en sitios públicos. Me recuerda cuánto puede desearme un extraño, un cliente, un socio. Me exhibe, me presume con todos, y me encanta.

Después empezó a decirme cosas mientras me provocaba orgasmos increíbles. Me calentaba la cabeza describiendo encuentros prohibidos, infidelidades que en realidad no los son porqué él es el ejecutor, el testigo principal, mi mayor protagonista. Y mis ideas vuelan, imagino otros penes partiéndome en dos, otras manos recorriendo mi cuerpo, otros labios besándome con furor.

Me tiene en un estado permanente de calentura. Me toca con disimulo en público y le sigo el juego. Bajo las mesas mete su mano entre mi ropa y me toca como todo un experto, me dice cosas eróticas al oído rozando mis orejas. Me pone a cien, a mil, mojada, abierta, palpitante.

Tanto jugó en mi cabeza su estrategia que al fin me decidí a darle gusto y también a mí misma. Hace poco tuvimos un negocio en el que tuvimos que viajar a una ciudad que no conocíamos para ver una mercancía que nos interesaba para nuestra empresa. Nos invitaban a una presentación formal, con cena-baile incluida. Él ya conocía a nuestro potencial socio, y unas noches antes del viaje me lo describía, pero estando en plena ebullición amorosa, teniéndome a punto, lubricada y dispuesta. Que seguro me iba a gustar, que era un cuarentón muy vivido, mujeriego, elegante, adinerado y de buenas maneras, todo un caballero; físicamente un hombrote como me gustan, todo grande, algo canoso pero que las mujeres se le rendían con facilidad.

- Cuando lo veas te vas a mojar y vas a querer que te coja esa misma noche.- me dijo lleno de seguridad, empujando su pene con todo hasta el fondo de mi vagina.

- ¡Ah, qué rico!, y ha de tener una verga grande y gruesa, como me fascinan-, le contestaba con la voz entrecortada por la excitación, casi a gritos, a punto de estallar en un orgasmo delicioso.

Cuando terminamos y recuperamos el aliento y las fuerzas, me siguió contando sus planes:

- Cuando los presente le voy a dejar que haga lo que sabe y no puede evitar ante una hembra como tú.

- ¿Me vas a dejar a solas con el lobo?

- Sí, al menos un poco para que lo ablandes y se quede prendado de tu belleza.

- No te prometo ponerme muy fácil, ya sabes que llegado el momento me pongo fría y me contengo por completo.

- Tú tranquila y relajada, él antes que nada es un caballero, no es ningún patán No te dejaría sola sabiendo que podrías pasar un mal rato. Verás que te diviertes y hasta vas a querer bailar con él alguna pieza.

- Está bien, esta vez confiaré en ti. Tú confía en mí y en mi lealtad a ti.

- Yo confío, confía en ti misma y verás que no pasa nada del otro mundo, sólo un buen rato.

Hicimos el viaje en avión hasta nuestro destino. Para el vuelo había elegido algo cómodo pero muy femenino, un vestido rojo con cuadritos muy pequeños blancos, largo hasta la rodilla, con escote normal, de abotonadura al frente y una abertura discreta pero efectiva para mostrar las piernas al andar o al cruzar la pierna estando sentada; un bra de algodón rojo y una tanga a juego también roja, sin medias porque se sentía bastante calor, y unos zapatos de piso muy coquetos; cabello recogido. Él, saco sport, camisa a rayas, muy varonil.

Aterrizamos al mediodía. Nos esperaba el galán en cuestión para llevarnos en su auto de lujo. Efectivamente resultó un hombre muy atractivo, perfectamente bien vestido, bonitos zapatos relucientes, corbata fina minuciosamente anudada, camisa impecaple y traje a la medida, y un aroma que daban ganas de quedarse muy cerca de él. Todo un modelo de cuarentón. Cuando mi marido nos presentó me tomó la mano con firmeza pero delicadamente a la vez y antes de saludarme le expresó a mi señor su beneplácito ''por el privilegio de semejante vista''; y sin más se acercó con naturalidad y besó mi mejilla dejando grabado el tacto de sus labios, lo que me provocó un cosquilleo en mi entrepierna y un calor inusitado en mis pezones y mis mejillas: - Sebastián M., a tus pies, si me permites la confianza del tuteo-

- Claro, Sebastián, no tengo problema en ello. Soy María... encantada.

El chofer esperaba con el auto encendido, subimos y partimos al lugar reservado para el evento. Yo, que subí primero, quedé atrás del chofer, nuestro anfitrión ocupó el lugar del copiloto y mi marido el lugar atrás de él. En este orden, durante el trayecto me daba perfectamente cuenta de las miradas discretas pero confiadas de nuestro virtual socio no sólo hacia mis ojos; cuando hacía algún comentario o nos hablaba de los lugares por los que íbamos pasando, volteaba a verme la boca, el cuello, incluso el cuerpo. Yo estaba ansiosa y a la vez gustosa de provocar esos impulsos de hombre. Cuando giré la vista hacia mi marido él me hizo la seña de correr un poco mi vestido para descubrir algo de mi pierna.

Me empezaron a temblar las manos, sentía mis mejillas ardiendo. Pero me armé de valor y cautelosamente hice lo que me pidió, descubrí mi rodilla y unos centímetros más de mi muslo. Por la pena no miraba al frente, miraba por la ventanilla mientras los dos socios platicaban amenamente de negocios y algo de política. Pero de reojo sentía las miradas de Sebastián sobre mi piel descubierta. Estaba mojándome en el auto de un desconocido que me estaba atrayendo cada minuto más y más.

Llegamos a nuestro destino y sin titubear un momento Sebastián nos pidió que esperáramos en el auto hasta que hubiera quien nos iba a recibir con el equipaje. Mi marido me sonreía maliciosamente y me tomaba de la mano. De repente se abrió mi portezuela y me di cuenta que era Sebastián que me tendía su mano para ayudarme a bajar del auto. Hice el movimiento de forma consciente y lentamente para dejarlo contemplar mi cuerpo y le tendí mi mano para sentir por segunda vez la suya, dejando que el contacto se prolongara un poco más de lo necesario mientras usábamos como pretexto mi admiración por su enorme casa.

- Quiero que se sientan en casa y que tengan toda la confianza de pedir lo que les plazca-, nos dijo a los dos, pero dirigiendo su mirada directamente a mi.

- Seguro vienen cansados y desearán reposar un rato. La mucama los atenderá y les avisará cuando sea la hora de la reunión. Son más que bienvenidos.

En dicha reunión sólo estaríamos nosotros tres y otros dos socios de Sebastián para afinar detalles de las transacciones en temas legales y financieros.

Descansamos cerca de dos horas, mismas que aprovechamos para encender las ideas. Platicamos de cómo me había mirado Sebastián desde el principio y que seguramente ya había imaginado mi cuerpo desnudo bajo el vestido.

- ¿Qué te pareció él?-, me preguntó mi marido, -¿te gustó, verdad?

- Tiene algo, no sólo es guapo, es todo el conjunto lo que lo hace muy atractivo.

- ¿Te lo cogerías?

- Sí, pero sólo en mi cabeza; no sé en la realidad.

- Veremos. Qué bueno que elegiste la ropa que te sugerí.

- A ver si no me siento como puta.

- Ojalá te sientas así, jajaja.

- Qué tonto eres. Me voy a bañar para arreglarme y estar a tiempo. Tú descansa un poco más.

Me metí al baño con mil ideas en la cabeza. Podía ser posible, pero qué pasaría después. Cómo sería dejarme en brazos de este desconocido encantador. Simplemente dejarme llevar, gozar el momento y luego cerrar la puerta, o no podría cerrarla y todo se vendría abajo. Miedos y miedos. Puse la tina de baño y me metí en un relajante ritual de belleza. Mi cuerpo desnudo y depilado me llena de orgullo, a mi edad y los jovencitos me miran con deseo. Enjaboné con esmero cada centímetro de piel, puse atención especial en mis partes íntimas, a sabiendas que tal vez más tarde un desconocido me iba a explorar toda. La idea misma me inquietaba, me excitaba. Aseé mi vagina, mis senos, mi anito. Qué le gustaría hacerme este madurito. Después del baño, una buena humectación con crema aromática, secar y peinar el cabello, cepillar dientes y enjuagar mucho tiempo la boca, qué tal que me diera un beso y no le supiera rico. Me estaba preparando para él, para Sebastián. Al darme cuenta me sentí muy puta, pero no me importaba más. Estaba decidida a dejarme llevar por el momento. Mi piel había absorbido la crema y estaba magnífica, brillante, tersa, deliciosa. Mientras mi marido entraba a bañarse acomodé mi vestimenta sobre la cama para empezar a vestirme como toda una matadora.

Mi vestimenta esa noche sería un pequeño vestido blanco, ceñido al cuerpo, de una sola pieza, hombros descubiertos, escote generoso, a medio muslo y todavía con una abertura lateral que mostraba casi toda la pierna. Me miré en el espejo y las nalgas se me marcaban casi con descaro La tanga era tan pequeña, justa para ese tipo de atuendo. Los zapatos, por supuesto, de tacón, altísimos, resaltaban las piernas y la cadera. En la espalda el vestido tenía un hueco en forma de diamante delgado, desde el cuello hasta casi el final de la espalda. Los brazos estaban descubiertos así que usaría una estola que me serviría un poco para cubrir los senos que se marcaban orgullosos sin sostén bajo la suave tela del vestido. Maquillé ligeramente mi cara porque nunca he sido muy recargada en ese especto, más bien natural. Eso sí, los labios de fuego, rojo brillante, y una sombra tenue sobre los párpados. Aretes largos y peinado en chongo con unos cabellos sueltos me daban el toque definitivo. Esa noche sería una seductora para ese hermoso desconocido.

Mi marido ya estaba listo y esperando cuando estaba dando los toques finales a mi arreglo. Un perfume de esos suaves pero irresistibles.

- Te vas a divertir mucho esta noche-, dijo mi marido con cara de travesura.

- Ya ni me digas nada, que me siento desnuda y eso que todavía nadie me ve.

- Anda, ya vamos que no queremos ser impuntuales.

Me tomó de la cintura, casi de las nalgas y nos dirigimos hacia el salón principal donde ya se escuchaban las notas de una pequeña banda de música.

Cuando entramos al salón sentí los ojos de todos los presentes sobre mi personita. Pero me envalentoné, y seguí orgullosa del brazo de mi marido hasta donde nos esperaba Sebastián, ya de pie, sin quitarme los ojos de encima.

- No puedo creer que aún hayas perfeccionado más tu apariencia. Estás indescriptiblemente bella. Te felicito, T-, dirigiéndose a mi marido, - tienes una esposa que excede el término belleza.

- Gracias, Sebastián, pero me apenas con tantos halagos.

- Siéntense, ya les traen champaña para empezar a festejar este negocio.

En la mesa estaban varias personas más de las anunciadas. Resultaron ser parientes de Sebastián que llegaron de visita y que estaban por partir esa misma noche. La mesa era para 10 pero las cabeceras estaban sin silla, así que sólo estaban 4 frente a 4, manteles largos, bocadillos de todos los colores, muchas luces y una pequeña pista de baile improvisada a media luz, meseros por doquier yendo y viniendo a toda prisa. Nos reservaron tres lugares juntos, así que quedé entre los dos caballeros, pero muy cerca, casi rozándonos. En la plática se fueron haciendo grupos y, como era de esperarse, nosotros tres estábamos en amena plática, tan amena, que nos tocábamos continuamente, o más bien me tocaban continuamente.

Decidí relajarme y disfrutar. Además las copas me estaban poniendo bastante alegre. Empecé a recargarme de espaldas a mi marido, apoyando un brazo en el respaldo de la silla y el otro brazo en su pierna. Con ello lograba estar cómoda y también exponerme completamente a la mirada de Sebastián que platicaba muy despreocupadamente de todo, riendo, bromeando, relajando el ambiente, y de vez en cuando posando por un segundo las yemas de sus dedos en mi mano, y luego en mi rodilla, y hasta un poco más arriba, pero con soltura y sin morbo, aunque a mí me estaba poniendo ese tocamiento constante en una temperatura más que adecuada para el siguiente paso.

En un momento mi marido se excusó para salir y nos dejó solos. Entonces seguimos platicando, algo cortados pero él tenía mucha labia y sabía como envolver, cómo mirar dejando con ganas de más. Se acercaba a mi oreja para decirme algo como secreto y luego bromeaba para no tensar el momento.

- Ha sido una velada deliciosa, y un placer el poder conocerte.

- Gracias, Sebastián, igual nos la hemos pasado muy bien, gracias por tu hospitalidad.

- ¿Tu marido estará bien?, si tuviera una mujer tan hermosa no la dejaría tanto tiempo acompañada de otro.

- Así somos. Nos tenemos toda la confianza.

- ¿No son celosos entre ustedes?

- No, fíjate que aprendimos a confiar y dejar que cada uno tome decisiones. Me costó trabajo más que a él, pero voy aprendiendo. Igual voy aprendiendo a sobrellevar situaciones nuevas y no espantarme de nada.

- ¿Han tenido algo fuera de su relación?, te lo pregunto porque siento confianza pero si no quieres contarme cosas, platicamos de otra cosa, no quiero incomodarte, María.

Era la primera vez que decía mi nombre y el eco retumbó en mi cabeza. Casi me voy sobre él a besos. Pero sólo me acerqué jugando a que le contaría un secreto.

- No, pero de un tiempo para acá, la idea no me parece tan imposible como antes.

Sus ojos se iluminaron, me miró profundamente un momento y suspiró. Tomó un trago de su copa y me ofreció mi copa.

- Ah, ¿sí?, y cómo cuánto tiempo tienes meditándolo.

- Pues lo hemos platicado hace tiempo, pero hoy a mediodía consideré seriamente esa posibilidad.

No terminaba la frase cuando ya sentía su mano, oculta bajo el mantel, rozar mi pierna. Apretó mi muslo y subió el contacto hasta la orilla del vestido, que estando sentada se había ya subido bastante.

- Desde que te ví en el aeropuerto te he deseado con locura. Eres una mujer exquisita, deliciosa. Y la forma en que te has arreglado me tiene completamente excitado. No puedo siquiera moverme de esta silla.

Me acerqué sensualmente a su hombro para hablarle en secreto. En ese movimiento abrí un poco las piernas y su mano de inmediato se alojó casi rozando mi tanga. Y yo aproveché la cercanía para extender mi mano hasta su pantalón. Encontré su erección, tremenda, vigorosa, casi de piedra, y con mi mano la apreté.

- Mmmm, ¿yo te pongo así, papacito?. ¿Quién me sacará a bailar entonces?

Comenzaba a jugar con él y lo estaba disfrutando. Sebastián empujaba con su mano hasta que llegó a mi tanga y con un dedo empezó a frotar lentamente, delineando mi vagina. Me llené de flujo, estaba muy excitada, podía sentir la tanga mojada y su dedo subiendo y bajando provocándome sensaciones increíbles. Mi mano seguía acariciando su pantalón levantado. Comenzamos a platicar como dos viejos amigos, disimulando la situación, pero rojos de calentura, riendo y bromeando delante de todos los demás.

- Mejor nos calmamos un poco-, le dije apretando su mano con mis muslos.

- Quiero que me saques a bailar, pero de este mundo.

- Si te dan permiso, esta noche serás mía. Y te haré el amor como te lo mereces.

- Pediré permiso entonces. Voy al tocador y regreso.

- No tardes.

Salí tambaleando. No lo podía creer. Me había lanzado a los deseos de este hombre y estaba a punto de dejarme llevar libremente por mi pasión. Era fantástico. Y estaba resuelta a hacerlo esa misma noche. No había motivo para alargar más la conquista. No iba a ser mi novio ni mi amante. Sería esa sola noche y nada más.

Mientras estaba en el baño ordenando mis ideas y mi respiración, tocaron a la puerta.

- ¿María?-, no era Sebastián, era mi marido.

Platicamos de lo ocurrido y él me dio todo su apoyo. Estaba cansado y me dijo que se iba a dormir. Que el negocio estaba resuelto y al día siguiente se firmaría todo. Y además que era libre de hacer esa noche lo que quisiera, pero que definiera que era una sola vez, y que se lo dijera a Sebastián. En ese momento lo amé más que nunca. Estuve cerca de irme a dormir con él, pero también estaba consciente que no podía dejar esa calentura pendiente porque se convertiría en una obsesión. Nos despedimos con un abrazo muy largo y un beso lleno de ternura y amor. Al fondo escuchamos cómo se despedían los invitados y los socios de Sebastián. Quedaríamos solos él y yo.

Regresé al salón mientras él despedía a toda la gente, empleados y músicos. Me paré al centro de la pista de baile y esperé a que apareciera. Unos momentos después entró. Sus ojos se desorbitaron al verme y me alcanzó.

- Pensé que te habías ido a dormir con tu marido. Ya estaba creyendo que tendría una pésima noche pensándote, anhelándote y no poder besarte-, me besó primero despacio y con cuidado. Luego fue soltando su ansiedad mordiendo mis labios, lamiéndolos y amenazando con invadir mi boca con su lengua.

- Todavía me faltaba bailar contigo. Un baile y me voy a dormir-, sonreí con picardía. Fue a poner música suave, volvió con dos copas. Bebimos aprisa y dejando las copas a un lado, me tomó en sus brazos iniciando un baile sensual, muy pegados. Me besaba un poco comiéndome la boca y corría el beso por mi mejilla hasta mi oreja, lo que me mata, y siguiendo a mi cuello.

- No recuerdo haber deseado a alguien tanto en tan poco tiempo.

- Eres mi primer hombre fuera de matrimonio.

- ¿Es verdad eso?, no puedo creer que una belleza no haga el amor o tenga sexo puro con muchos hombres. Me siento muy honrado, María. Me encantas, eres preciosa y no quiero más que entrar en tu cuerpo y llevarte a las nubes.

Sus manos me tocaban sin pudor ni reparo. Primero con sus yemas recorrió mis brazos, mis hombros desnudos. Una mano se fue por dentro de la abertura del vestido tocando mi espalda; la otra me apretaba hacia él, bajaba a mis nalgas, recorría mi pierna hasta el borde de mi vestido y lo subía tocando mi piel. Me tenía ya entregada, dispuesta a ser suya, escurriendo fluidos desde mi entrepierna y sintiendo palpitaciones dentro de mi vagina. Nos seguimos besando mucho, fuerte, intenso, su lengua me exploraba la boca, jugaba y luchaba con mi lengua. Su erección era más que evidente, se clavaba en mi vientre y mi mano instintivamente fue hacia ella. Quería sentir el instrumento nuevo que me daría placer y me volvería loca esa noche. Lo acaricié y lo estrujé. Luego me aferré a su cuello y él se aferró a mis nalgas. La sensación era asfixiante, me faltaba el aliento y la cabeza me daba vueltas. Lo quería desnudo y quería estar desnuda junto a él.

- ¿Qué quieres hacerme, papi?-, le dije con ansiedad.

- Te voy a coger como se coge a una mujer de tu calibre.

- ¿Qué esperas?, ¿no ves que me estoy derritiendo?-. le dije mientras tomaba su mano y la introducía bajo mi vestido hasta mi entrepierna.

- ¿Vamos a mi recámara, o te gusta en el piso, aquí mismo?.

- A tu recámara, papi, pero déjame regalarte antes algo.

Me saqué el vestido por completo, quedando en tanga y zapatos solamente. Me acerqué a él, lo besé con lujuria y dejé que me tocara toda. Sus manos sobre mi piel levantaba incendios que me enloquecían. Allí mismo me arrodillé, saqué su pene de su pantalón con trabajo por la gran erección que tenía y me lo metí a la boca con hambre y deseo. Lo ensalivé, senti algo increíble. Tener un nuevo pene en mi boca y saber que pronto lo tendría dentro de mi cuerpo. No estaba circuncidado, y eso me provocaba más morbo por ser muy distinto que el de mi marido. Le recorrí la piel y besé su glande, lo chupé. Luego lamí el tronco casi todo hasta que el pantalón me impidió seguir hasta sus huevos.

- Ya vámonos a la cama, María, me tienes loco y no quiero terminar aquí.

Así como estábamos, yo casi desnuda y él con el pene de fuera, me tomó de la mano y me dirigió a su habitación. Su cama estaba más que lista. Me senté en el borde y lo acerqué estando él de pie para reguir con mi tratamiento oral. Le bajé ahora sí los pantalones y el bóxer, y pude acariciar sus huevos mientras metía su pene durísimo a mi boca. Sebastián gemía de placer, me tomó de la cabeza con suavidad y empezó a mover la cadera cogiéndome por la boca. En un momento la sacó y apretando su glande dejó salir un poco de líquido seminal. No tuvo que pedírmelo, lo tomé con un lengüetazo y lo saboreé con gran gusto. Reímos por mi ocurrencia. Terminó de desnudarse. Descubrí un hombre maduro, con un buen cuerpo, con un poquito de barriga, nada exagerado ni gordo, brazos fuertes, alto, de un atractivo muy particular y poderoso, poco vello.

Se hincó frente a mí y me acarició las piernas, volvió a besarme deliciosamente y acarició entonces mis senos. Los tomó uno en cada mano y dos dedos aprisionando cada pezón, poniéndolos durísimos, casi dándome dolor. Lo necesitaba dentro de mí, pero faltaba un poco. Besó cada parte de mi piel, la misma piel que había preparado para él. Y yo volví a besarlo, y a buscar su pene delicioso y que ya me estaba volviendo adicta.

- ¿Quieres que te acabe en mi boca, corazón?, estás muy excitado.

- ¿Te gustaría así?, sería maravilloso, pero tengo que tomar una pastillita azul para que no termine aquí. Tengo que hacerte mía.

- Claro, papi, tenemos toda la noche para nosotros. Será una sola noche pero la haremos inolvidable.

No faltó decir más, se recostó en la cama y dejó que lo mamara a mi antojo. Lo masturbaba con una mano, lo lamía por todo el tronco, lo metía en mi boca, adentro y afuera, cada vez más rápido. Le acariciaba los huevos hasta llegar al perineo e incluso abrió las piernas más y me dejó acariciarle el anito. Lo hice venirse tan fuerte que gritó sin poder contenerse. Todo el semen que arrojó lo contuve en la boca, nada salió. Bajé el ritmo hasta que me detuve habiendo tragado la mitad de su descarga, el resto lo dejé bajar por mis labios y lo usé como crema por mi cuerpo. Se levantó, tomó un vaso con agua y de un cajón sacó una tira de condones y la pastillita azul que tomó inmediatamente.

Se volvió a recostar. Estaba sudando y recuperaba la respiración. Me le fui subiendo hasta abrazarnos y besarnos, primero muy lento, luego cada vez más intenso. Él sabía que o estaba también muy caliente y necesitaba que me atendiera. No esperé mucho. Me volteó y se puso sobre mí. Bajó a mis senos y los besó, mordió mis pezones y me hacía gemir de pasión, nuevamente estaba llegando a las nubes. Sus dedos tocaban mi vagina y recorrían los labios exteriores, luego me abría y mojando su dedo recorría la hendidura hasta mi clítoris. Estaba enloqueciendo, escurría fluidos sin cesar. Bajó hasta dejar el primer beso lleno de electricidad, lamió a su antojo. Abrí las piernas completamente entregada y ganosa. Después las subí sobre su espalda. Su lengua resultó experta en dar placer. Me convulsioné en un orgasmo tan escandaloso como el suyo. Sentía descargas por toda mi zona genital. Siguió dándome gozo por un rato hasta que se detuvo. Se recostó a mi lado y platicamos un poco. Me dijo cosas hermosas, y también cosas calientes que sólo en la cama se dicen a una amante. Yo estaba encantada con este hombre, y lo tenía que aprovechar esa noche porque sería la última.

Nos volvimos a besar como enamorados. Me recostó boca abajo y besó mi espalda, llegó a mis nalgas y las besó, mordió y lamió. Recorrió mis piernas y también se ocupó de mis pies con maestría. Volvió por el mismo camino y se detuvo en mis nalgas. Sabía que era momento. Me hinqué y paré mi trasero poniéndolo a su disposición. Usó su lengua desde mi vagina hasta mi anito. Me provocó sensaciones que las palabras no pueden describir, tuve un orgasmo muy largo. Su lengua se clavó en mi vagina y su nariz rozaba mi colita.

Cuando recuperé la razón luego de ese espasmo. Al mirarlo noté su verga maravillosa a punto y lista para seguir la batalla. Sin pensarlo lo tomé con mi mano, lo acaricié, lo besé y volví a mojarlo con mi saliva.

- ¿Cómo me quieres, papacito, abajo, arriba, o cómo te gusta?

- Déjate llevar y déjame moverte. Te va a encantar.

- Mmmm, estoy en tus manos, sé bueno.

- Lo mejor para esta reina.

Primero me puso recostada y él hincado empezó a jugar con su pene en mi entrada, pasándolo sobre mi clítoris y abriendo mis labios mayores.

- No me cuido, papi, ¿te vas a poner condón, verdad?

- Quiero sentirte en directo, María, soy un hombre sano y te prometo no terminar dentro, sé que aguanto y lo controlo, confía en mí, no me niegues este placer.

Cuando me dijo ''María'', me tuvo a sus pies desde la primera vez. Ahora que lo volvía a decir no podía negarle su fantasía. No insistí más. Tomé su pene y empecé la penetración.

- ¡Ay, papi, qué delicia de verga tienes!

- ¿Te gusta, amor?, ¿te gusta cómo te la meto, María?

- Sí, mucho, papacito, te siento todo, me estás abriendo todita.

- Gózalo, preciosa, así quería tenerte y sentirte. Eres maravillosa.

Su pene entraba por completo y lo sentía por toda la pared vaginal que se abría gustosa y lubricada. Lo rodeé con mis piernas para sentirlo por completo dentro. Estuvo martillándome un rato así y luego volteamos quedando yo arriba. Me enderecé y marqué el ritmo. Estaba tan lubricada que se escuchaba el chasquido en cada ida y venida. Me tocaba los senos, los devoraba, nos comíamos a besos. Abría mis nalgas lleno de pasión y me acariciaba el ano con un dedo. Tuve otro orgasmo fuerte, largo, grité y me dejé caer sobre su pecho. Bajamos un poco el ritmo, pero su verga seguía inmensa dando placer sin descanso.

- Ahora sí, María, déjame ponerme un condón.

Salió de mi cuerpo un momento. Se acomodó el hule, me acomodó a mí de rodillas sobre la cama, se hincó detrás de mí y me penetró desde atrás sujetando mi cadera con sus manos. Me estaba matando, pero de placer. Me sentía desmayar. Era increíble cómo me estaba cogiendo. Luego se levantó sin sacarla y me estuvo taladrando con todo. Yo me sostenía de sus tobillos y sentía como si me fuera a venir otro orgasmo explosivo. La postura era cansada. Me volteó y recostada nuevamente se puso mis piernas a los hombros. Y me dio con todo. La cama se movía y la cabecera se azotaba contra la pared.

- ¡Me voy a venir, María, dentro de ti!

- ¡Vente papi, hazme terminar otra vez!

- ¡Eres una puta deliciosa!

- ¡Sí, tuya, tu puta!

Y así terminamos estallando juntos en un orgasmo memorable. Su pene maravilloso todavía duró un buen rato erecto y lo gocé hasta que terminamos cansados y satisfechos. Dormí con él esa noche. Por la mañana muy temprano me levanté mientras dormía y me fui a mi recámara. Me bañé muy bien y me metí en la cama con mi marido. Dormimos juntos hasta mediodía.

Fue una experiencia que me abrió la vida y la mente. Nada sería igual a partir de entonces. Me había graduado de mujer en la vida. Y falta mucho todavía.

Como lo establecimos, esa fue la única noche con Sebastián. Hasta ahora.

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