lunes, 24 de octubre de 2011

Los primeros contactos

Los primeros contactos, esos que se hacen a ciegas en los chat de internet o TV, no acotumbran, por lo general, a salir bien. Nervios, timideces, erecciones deficiente, eyaculaciones precoces... No se sabe bien qué espectativas hay, qué se debe hacer, qué se espera de uno. La frustración de la primera vez impide, las más de las veces, ocasiones venideras.
Hace un par de años, conocí un hombre de 62 años en un chat de un canal local de TV. Yo entonces tenía 44. No era muy exigente o se quedó prendado de mi culo, así que hubo primera, segunda y tercera. Espero a que vuelva de viaje para tener una cuarta.
La tercera vez que nos vimos había ya confianza; ya nos conocíamos y sabíamos de nuestros gustos. Toqué el potero automático y sin mediar palabra me abrió la puerta. En el ascensor, nervioso, me palpaba la entrepierna: quería hacer un buen papel; estaba muy caliente. Me esperaba la puerta entreabierta. Entré y sin tiempo para cerrar, mi hombre ya me había agarrado de las mejillas y me había metido la lengua en la boca. Con los ojos cerrados, nos besamos largo. Cerré la puerta como pude y reculé hasta apoyarme contra la pared más próxima. Me recosté y abrí mis piernas buscando que él entrara entre ellas. Mientras sentía su erección, rodeé su cuello con mis brazos y dejé mi boca entreabierta para que abusara de ella. Estábamos pegados. A los besos les acompañaban golpes de pelvis contra mi sexo. Me dejaba hacer, me sentía cada vez más guarra. Le chupé el cuello, las orejas y él contestaba con bufidos. Empezó a magrearme los pechos, más y más fuerte; a pellizcarme los pezones y yo, mojada, me abría más y más, buscando que se frotara contra mí.
Después de un buen rato así, con los pezones doloridos, le dije de ir a su habitación. Tomé la delantera y, una vez entré, me apoyé contra una cómoda poniéndo todo mi culo expuesto a sus ojos, a sus manos. Dejé caer mis pantalones para que pudiera ver el tanga negro de licra enmarcando mis duras y redondas nalgas, para que viera mi rajita tapada por un estrecho pedazo de tela negra. Conseguí el efecto deseado: se calentó y apretó su polla contra mi culo a la vez que sus manos se clavaban como garfíos en mis tetas. Moví mi culo buscando su carne. El me besaba el cuello mientras me susurraba “puta, amor, cielo”. Nos dimos la vuelta, frotamos nuestras vergas y seguimos besándonos. La mano de mi hombre empezó a recorrer mis muslos, mi paquete. “Vamos a ver que hay aquí”, dijo, y sacó mi polla por un lateral del tanga. Aunque la erección estaba por llegar, estaba gorda, morcillona, enseñando venas y un glande con ganas de tornarse morado por la calentura, por la sangre y la leche agolpándose por salir, por estallar. Las otras veces la había visto mermada en su tamaño, en su funcionamiento; acogió con gran alegría la buena nueva y, de rodillas, se aplicó en mamármela. Sentí mi verga entrar en un lugar suave, húmedo, caliente; la espina dorsal se me sacudía de las oleadas de placer. Tuve miedo de correrme y saqué la polla de aquel agujero de vicio, de placer. Me eché en la cama, abierto de piernas, ofreciéndome manso a lo que quisiera hacerme. Se subió encima mío y recorrió mi cara, mis pechos, con la punta de su rabo. Mi hombre tiene una polla de unos 14 cm, delgada, rosada, muy dura y muy lechera. A los dos nos gusta que se corra en mi pecho para yo, después, untarme todo él con su corrida. Me clavó la polla en la boca, entera; me sujetaba la cabeza. Puso su cosa entre mis piernas, me abrazaba, me besaba, me decía puta; empezó a abofetearme. Yo ardía en deseo. Me dió la vuelta: se quedó embelesado con mi trasero; lo besó, acarició, arrimó su mejilla a él, lo azotó. Yo gemía, le decía “papa”. Me fue metiendo dedos en el culo, culo que yo meneaba ostentosamente entre gemiditos. Una mano me trabajaba el ano y la otra se alternaba en acariciarme el pecho y azotarme las nalgas. Nos besamos abrazados. Me pidió que, sentado en su pecho, le diera mi polla a mamar. Mis 16 cm estaban en toda su plenitud. Se tragó mis tres latigazos de leche, se incorporó y procedió a regarme de leche todo el pecho y parte de la cara. Fue al baño y yo quedé tendida, empapada en sudor y corrida.
Se me hizo tarde, así que fui a ducharme. El me puso el aguita caliente, me acercó el jabón y las toallas. El dice que no puede tener otra erección tan rápido, pero sueño con salir de la ducha y cuando él me envuelve en la toalla, agacharme, meterme su verga en la boca y mamar y mamar hasta hacer que se corra entre mis labios. Me acarició y besó mientras me ponía el tanga y me vestía.
Hace pocos días hablamos por teléfono. Nos pajeamos. Me hablaba de mi culo, mis pezones, de las ganas que tiene de penetración mutua, que quiere que lleve tanga.
Ya estoy mojándome. Espero su llamada para ir a Santutxu en cualquier momento.

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