jueves, 3 de mayo de 2012

ESTHER (capitulo 24)

El día de año nuevo me levante muy tarde, y después de hacer unos estiramiento me asome al dormitorio donde Esther seguía roncando a pierna suelta. La experiencia de dormir en el sofá del salón me dejo entumecido y después de tontear un poco por casa me dirigí al gimnasio. Estuve saltando a la comba casi una hora para terminar de quemar los excesos navideños.
Estaba picando algo en la cocina cuando sonó el teléfono.
– ¿Dígame?
– Edu, soy Colibrí, feliz año. –me contesto su cálida voz.
– Feliz año, niña.
– ¿Y Esther, ya se ha recuperado del concierto?
– No me lo recuerdes, anoche volvió a beber mas y se puso mala, vomito en el dormitorio, se vomito encima y monto un numero de flipar. Todavía esta en la cama roncando.
– ¡Hay pobrecilla!, ¿Quieres que vaya? –se alarmo Colibrí.
–¡No, que me la manoseas! –la conteste bromeando.
– ¡Anda no seas tonto! –y añadió– Necesito verte para comentar un tema que me tiene mosca.
– ¿En media hora puedes estar en San Gines? –la pregunte.
– ¡De sobra, y me invitas a merendar!
Me vestí y salí a la calle al encuentro de Colibrí. No nos resulto difícil encontrar mesa, pedimos chocolate y churros para los dos.
– Bueno, dime, ¿Que querías comentarme?
– He estado revisando los movimientos de la cuentas de Moncho y he descubierto algo que me tiene preocupada.
– ¡Cuéntame!, ¿Qué es? –me alarme. Todo lo que tiene que ver con Moncho me alarma.
– En dos ocasiones, una la víspera de su salida de Casablanca, y otro el mismo día, saco en efectivo una gran cantidad de dinero en Dólares.
– ¿Cuánto saco?
– En total dos millones, –y añadió– no lo detecte porque no son transferencias, lo saco como por ventanilla y fraccionado.
– ¿Cómo fraccionado?
– La víspera lo fracciono en doce operaciones, y al día siguiente en ocho.
– ¿Y no sabemos donde ha ido a parar? –la pregunte alarmado mientras cogía el móvil y marcaba el numero de Isabel.
– No, ni rastro, no lo volvió a ingresar en ninguna de sus cuentas, –aseguro Colibrí.
– ¡Isabel! –la dije cuando contesto a la llamada– ¡Feliz año!
– ¡Feliz año, Edu!
– ¿Estas ocupada?, ¡Necesito hablar contigo!
– No, solo intento recuperarme de la resaca.
– Estoy con Colibrí en San Gines, ¿Puedes acercarte?
– ¡Voy para allá!
Media hora después, Isabel se reunió con nosotros. Y la verdad es que tenia un aspecto deplorable.
– ¡Parece que la fiesta fue intensa! –la dije mientras Colibrí se mondaba de la risa.
– ¡Vale!, ¿Me habéis llamado para reíros de mi? –pregunto con resignación.
– Colibrí a descubierto que Moncho saco dos millones de dólares en efectivo el día antes de salir de Casablanca y no sabemos donde han ido a parar.
– ¡Joder, este cabrón en capaz de sorprendernos incluso estando donde esta! –exclamo Isabel.
– ¡Quiero que te dediques a este asunto con todos los medios necesarios! –y después de una pausa para que sirvieran el café solo que Isabel había pedido continúe– tus contactos de Casablanca, o de donde sea, habla con Pinkerton, te quiero en exclusiva si es necesario.
– ¡No te preocupes, no habrá problema! –dijo Isabel.
– Y lo mas importante, a Esther ni una palabra.
Seguimos charlado durante un rato mas metiéndonos con Isabel y me despedí de ellas. Tenia ganas de regresar a casa para ver como estaba Esther.
Seguía metida en la cama, pero ya estaba despierta. Me acerque a ella y la acaricie el pelo con ternura.
– ¿Qué tal estas mi amor?
– No se, me duele la cabeza y la garganta, el helado del postre me ha debido sentar mal.
– ¡Si mi amor, la garganta del helado o de los ronquidos que has estado dando!
– ¡Yo no ronco!
– ¡Como un leñador siberiano!
– ¡Huy que mentira!
Me levante y cogiendo el iPhone reproduje la nota de voz donde había grabado sus ronquidos.
– ¡Esa no soy yo! –aseguro con vehemencia.
– ¡Si eres tu, y lo voy a poner como tono de llamada!
– ¡Me quieres liar, no soy yo! –insistió.
– ¡Ya lo creo que eres tu, si me he tenido que ir a dormir al sofá! –se quedo con la boca abierta, sin saber que decir– ¿Te has tomado algo para la cabeza?
Negó con la cabeza y la pregunte– ¿Tienes hambre, te preparo algo?
Volvió a negar con la cabeza, la di un par de ibuprofenos con un vaso de zumo y la deje tranquila en la cama.
Hasta la hora de acostarme estuve con el ordenador mientras Esther seguía desaparecida en el dormitorio. Entre en el dormitorio y la encontré sobre la cama hecha un ovillito. Me desnude y me senté a su lado.
– ¿Qué tal te encuentras, todavía te duele la cabeza?
– ¡No mi señor, ya no me duele! –y a continuación añadió– ¡Yo no quiero roncar mi señor!
– ¡Pues eso es sencillo, no te emborraches!
– ¿Mi señor esta enfadado?
– ¡Si, tu señor esta muy enfadado! –mentí– ¡Y mereces un castigo!
– ¡Si mi señor, lo merezco!
Saque la caja de los juguetes, la puse sobre la cama, cogí un arnés y me senté en el sillón.
–¡Ven hacia mi a cuatro patas! –la ordene.
De inmediato se bajo de la cama y vino hacia mi como una felina. Llego y la coloque entre mis pierna para ponerla el arnés. Era simple, una correa ancha para la cintura y dos muñequeras con hebillas a los lados para las manos. Una vez lo tuvo colocado, la recosté sobre mi muslo agarrándola por la nuca –todavía estaba un poco pelona– mientras con la otra pierna aprisionaba las suyas. Mi mano derecha comenzó a acariciar su trasero y notaba como Esther se mantenía expectante. Después de unos minutos de caricias en los que, de vez en cuando, mis dedos rozaban su vagina, levante la mano y la deje caer con fuerza en su glúteo que vibro con el impacto. Aúllo de dolor, y siguió haciéndolo según mi mano seguía descargando azotes. Un par de minutos de azotes después pare para contemplar su enrojecido trasero. Pase mi uñas por su congestionada piel dejando líneas blancas que desaparecían de inmediato. Durante unos minutos estuve rayando y amasando su trasero, arrancando suspiros a mi amada cuando intencionadamente mis dedos rozaban sus labios vaginales. De improviso volví a descargar mi mano sobre sus nalgas, y Esther volvió a chillar mientras intentaba zafarse de las correas que la aprisionaba. Transcurridos unos minutos, cese en los azotes y comencé de nuevo con los masajes. En su enrojecido trasero estaba a punto de brotar derrames y eso no me gusta, luego tardan mucho en desaparecer los cardenales. Después de masajearla la levante hacia mi para contemplar su rostro bañado de lágrimas. Pegue mis labios a los suyos y la morreé con fuerza mientras con ambas manos sujetaba su cabeza. Notaba mi pene a punto de reventar. Cuando me sacie de su boca, me recosté en el sillón y baje su cabeza hacia mi polla, introduciéndola en su receptiva boca. Un par de minutos después me incorpore un poco, con una mano sujetándola por la nuca y la otras recorriendo su trasero, me corrí llenando su boca con mi esperma. Mientras la acariciaba el trasero con ambas manos, la mantuve con mi pene en su boca mientras su lengua jugueteaba con mi capullo. Es una maestra en alargar mi placer.
La incorpore y contemple su rostro expresando deseo. Con mis manos en sus nalga la comencé a comer el cuello mientras la hablaba con palabras susurrantes.
– ¿Sabes lo que te voy a hacer? –la susurraba al oído– ¡Te voy a dar azotes en ese culo de puta que tienes hasta que me canse, te voy a pellizcar los pezones hasta que se te inflamen y cuando quieras decir vasta, voy a follarte todos los orificios que tienes hasta que te corras como la puta perra que eres!
Mis palabras causaban en ella un efecto devastador, con mis manos en sus nalgas percibía como intentaba contraer sus genitales en un intento de proporcionarse placer. No la deje, la obligue a separar sus rodillas lo mas posible. Sus gemidos aumentaban de intensidad a la par que mis insultos. Seguí diciéndola barbaridades al oído pero sin tocar su vagina para nada. Cuando note que su cuerpo se contraía y su boca se abría desmesuradamente, metí la mano entre sus muslos para recoger el fruto de su corrida. El orgasmo fue tremendo y Esther gruño como la niña del Exorcista. Sujetándola por la nuca la bese con pasión en la boca. El tremendo poder que tengo sobre ella me excitaba hasta limites insospechados. Pero no puedo permitir que se me vaya la pinza, la quiero demasiado como para hacerla alguna burrada, de la que ella no se quejaría, pero que yo sin duda me arrepentiría.
– ¡Abre bien la boca! – la ordene mientras la echaba la cabeza hacia a tras. Cuando me obedeció, vacíe el contenido de mi mano el su boca y la obligue a tragar y a limpiármela con la lengua.
La recosté sobre mi para que descansara un poco. Mis manos se deslizaban por su sudoroso cuerpo con facilidad. Veía perfectamente la cicatriz de salida de la herida de bala en su omóplato izquierdo. Y el odio casi logra que se me saltaran las lágrimas. Cuando me recupere, pase una de sus piernas por encima de mi muslo, dejándola totalmente despatarrada. Mi dedo medio se puso a hurgar con decisión en su orificio anal. Intento incorporarse pero se lo impedí sujetándola por la nuca. Rápidamente comenzó a gemir, mucho mas cuando mi dedo entro en su totalidad. Estuve penetrándola hasta que un segundo dedo acompaño al primero. Unos minutos después tuvo otro orgasmo pero mas flojito que el primero.
La volví a morrear, alargue la mano y de la caja de los juguetes cogí las pinzas de madera.
– ¡No quiero que te muevas! –la ordene tajante.
Cogiéndola un pezón con los dedos la coloque una pinza en el. A pesar del dolor, Esther no se movió ni un milímetro. La puse otra pinza en el otro pezón y luego cuatro mas en cada pecho rodeando a los primeros. La lágrimas bañaban su precioso rostro pero no pronuncio la mas mínima queja. Varias veces pase la mano rozando las pinzas aumentando su dolor pero siguió sin quejarse. La abrace y la tumbé en el suelo. Agarrándola por los tobillos la separe las piernas y deposite mi pie directamente sobre su vagina. Mientras la estimulaba con mi pie, introduje los dedos de los suyos en mi boca. Se los chupe todos, con detenimiento, uno a uno. Baje sus pies hasta mi pene mientras Esther se contorsionaba de placer. Después de un rato de masturbarme con ellos, no aguante mas y sin dejar que se corriera –estaba a punto– la levante y poniéndola de rodillas, la di la vuelta y la penetre hasta el fondo su encharcado chocho. Mientras chillaba tuvo un primer orgasmo que acrecenté tocándola con fuerza las pinza de sus tetas. Se corrió pero seguí follándola mientras la iba quitando las pinzas una a una, despacio, sin prisas. Intente retenerme un poco para correrme con ella y lo conseguí. Cuando note que la llegaba la quite las dos ultimas pinzas, las de los pezones. Se corrió como una perra gritando como una cerda cuando la sangre inundo sus pezones provocándola un dolor insoportable. Todavía penetrada, la estuve masajeando la tetas mientras la mordía la nuca. Nuestros cuerpos sudorosos brillaban bajo la luz de la lámpara.
Nos levantamos y agarrándola del brazo la lleve a la cama. La tumbe en el centro, con la cabeza colgando por los pies de la cama. De la caja saque dos correas de cuero con las que sujete sus muslos a la correa de la cintura, dejándola totalmente abierta. Con un librador pequeño, la estimule directamente el clítoris mientras con un poco de lubricante introducía otro en su ano. De inmediato comenzó a gemir, y fueron aumentando en intensidad cuanto mas la estimulaba el clítoris con el vibrador. No sabría decir cuanto tiempo estuve así, pero fue mucho. Mantuve a Esther en un estado de placer constante sin dejar que se corriera. Me baje de la cama y arrodillándome en el suelo, la penetre por la boca mientras seguía atacando su clítoris. No me moví, deje que ella moviera su lengua maravillosa. Cuando ya estuve en condiciones, me subí a la cama, saque el vibrador, y lubricándola un poco mas la penetre por el ano. La comencé a follar como mas me gusta a mi, despacio, muy despacio. Y que conste que me gusta de cualquier manera. Sujetaba su cabeza con mis manos para poder contemplar su rostros pegado al mío. De vez en cuando la morreaba y respiraba sus gemidos. Como siempre me sincronice con ella y nos corrimos juntos, pero Esther tuvo un orgasmo brutal que la dejo semi KO, como yo ya había previsto. Durante largo tiempo estuve besándola por todo el cuerpo sin cansarme los mas mínimo. Creo que podría estar toda la vida así, dentro de ella y besándola. Cuando se recupero, respondía a mis besos siempre que tenia oportunidad. La fui quitando las correas para liberarla.
– Debería dejarte atada toda la vida, por mala, –bromee con una sonrisa.
– Si mi señor quiere, átame de nuevo, –respondió juntando sus manos.
La abrace de nuevo y nuestros labios se volvieron a encontrar con pasión, y con mucho amor.
– ¿Mi señor ya me ha perdonado?
– ¡Tu señor no tiene nada que perdonarte! –y añadí soltando una carcajada– ¡leñadora siberiana!
– ¡Yo no ronco!


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