lunes, 30 de abril de 2012

ESTHER (capitulo 23)

Nuestras primeras Navidades juntos. El día del sorteo, Esther se aposento delante de la televisión con un buen fajo de decimos y participaciones, fruto de compromisos, ofrecimientos y rifas de todo tipo.
– ¿Vas a estar toda la mañana ahí sentada, mi amor? –la pregunte divertido.
– ¡Pues claro! –respondió con extrañeza– ¿No te sientas conmigo?
– No cariño, tengo trabajo atrasado con los correos, pero voy a estar aquí cerca vigilándote, para que no te escapes con los millones –la dije riendo.
Sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, tenia todos los decimos y participaciones ordenadas en el suelo. En un transistor escuchaba la retransmisión de la SER mientras veía la tele. Cuando salía alguno de los premios grandes, lo apuntaba en un papel y revisaba todos los números.
– ¿Cuándo es el concierto mi señor? –me pregunto a mitad del sorteo.
– El 30, el viernes de la semana que viene.
– ¿Y que me pongo, nunca he ido a un concierto de esos?
– No tienes que ponerte de tiros largos, cualquier cosa vale, –y después de una pausa añadí– no tienes por que venir si no quieres.
– ¡Mi señor siempre me acompaña al Teatro Real o al Auditorio Nacional!
– Eso no tiene nada que ver …
– ¡Si, porque se perfectamente que esa música no te entusiasma!
– ¡Yo estando contigo estoy bien!
– ¿Y que grupo es, que no me acuerdo mi señor?
– Marea, los number one.
– ¿Tus colegas van todos?
– Todos, con el Topo y el Pelos a la cabeza, y las pibas de todos, –y después de una pausa añadí– de todos los que tienen piba, claro. ¡Ah y Colibrí!
– ¡Pues vamos a ser muchos entonces!
– Creo que el Topo ha sacado diecisiete entradas.
– ¿Y estamos sentados mi señor?
– ¡Mi amor, en un concierto de rock no se sienta nadie! –la conteste riendo.
Con Esther parlanchina, comprendí que intentar trabajar era misión imposible. Cerré el ordenador y me senté en el suelo, detrás de ella. Mientras hablábamos la metía la mano por debajo de la camiseta para tocarla las tetillas. Esther se hacia la indiferente revisando los decimos. Baje la mano hasta su ingle, y la estacione ahí sin moverla.
– ¡Mi señor, estate quieto que no ha salido todavía el gordo!
– ¡Huy que no! Toca aquí, ya veras.
Riendo se dio la vuelta y abrazados nos tumbamos sobre las papeletas.
– ¿Y si somos millonarios y no nos enteramos? –me pregunto.
– ¡Eh, mi amor, ya somos millonarios! –afirme.
– ¡Bueno, mi señor, pero no es lo mismo! –me dijo. Estuve un ratito intentando encontrar la lógica de su razonamiento. Desistí. Decidí dedicarme a cosas mas interesantes, como meterla mano.
Y el gordo salio, en la tele y entre mis piernas, y se aferro al mío con ambas manos como si se fuera a escapar. Un rato largo estuvo chupando, hasta que atrayéndola hacia mi la senté sobre mi gordo y la penetre. Me gusta cuando la tengo sobre mi y sus tetillas cuelgan vibrantes sobre mi cara. La deje hacer, con sus manos apoyadas sobre mi pecho, movía sus caderas con un ritmo frenético. Cuando su cuerpo se descontrolo por el orgasmo, la atraje hacia mi y la abrace para poder percibir sus espasmos de placer mientras la ayudaba penetrándola con fuerza. Cuando se fue calmando la saque el pene y con cuidado se lo metí en el culo. Un largo y profundo gemido de Esther, acompaño a mi acción. Muy despacio la follé hasta que en medio de un nuevo orgasmo nos corrimos juntos. Ni nos toco el gordo, ni ningún premio importante, solo alguna pedrea.
El 24, por la mañana temprano, salimos hacia Salamanca para pasar la Noche Buena con la familia de Esther. La notaba un poco nerviosa, desde que se caso no había vuelto por Salamanca. Cuando su madre y hermana vinieron a Madrid para echar una mano tras el atentado, hacia mas de dos años que no las veía. Nos hospedamos en un hotel del centro, cercano a la Plaza Mayor y a la casa de sus padres. Tan cercano que fuimos hasta allí andando. El reencuentro con su familia fue muy emotivo, especialmente con su padre. Muchas lágrimas, muchos besos y muchos abrazos. Y muchos recuerdos. Después de la cena, totalmente copiosa como es habitual, terminamos jugando al “cinquillo” hasta muy avanzada la noche, que nos fuimos a dormir unas horas al hotel.
Para el día siguiente, habíamos organizado en el mismo hotel, otra comida para toda la familia al completo, con tíos, primos y muy allegados incluidos. Juntamos mas de treinta personas, y Esther estaba feliz, muy feliz. Siempre estaba con alguno de sus sobrinos en brazos y recibía besos y abrazos por doquier. Todo fue tan bien que incluso se quedaron a cenar.
Ya tarde, y cuando el ultimo invitado se marcho, subimos a la habitación. Esther se tiro encima de la cama sin quitarse la ropa.
– ¿Estas cansada mi amor? –la pregunte.
– ¡Y me duele la cabeza mi señor! –respondió asintiendo con la cabeza– ¡Y los pies me están matando!
– ¡Creo que has tenido una sobredosis familiar!
– ¡Creo que si, pero no me importa!
Mientras hablábamos la fui quitando la ropa hasta que la deje desnuda. Lo ultimo que la quite fueron los zapatos. Cuando lo hice la empecé a dar masajes en los pies. La oía ronronear de placer y cuando me quise dar cuenta se había quedado dormida.
Me desperté a media mañana, y como Esther dormía profundamente me baje al gimnasio. Cuando subí a la suite seguía durmiendo, parecía que la había picado la mosca. Me metí en la cama y cogiéndola por detrás, restregué me pene contra su trasero, que de inmediato reacciono. Con su calido cuerpo entre mis brazos la penetre con cuidado para no sobresaltarla. Su respiración se hizo mas profunda y comenzó a mover su cadera al compás de la mía. Después de “revisar” sus tetas, mi mano derecha se metió entre sus muslos en busca de su vagina. La encontró y en ella su abultado clítoris. Comencé a estimularlo hasta que rápidamente la arranque un orgasmo que electrifico su cuerpo. Cuando se calmo un poco se separo de mi y apartando las sabanas se sitúo entre mis pierna y comenzó a chapármela hasta que unos minutos después me corrí en su boca. La cogí y colocándola boca arriba la volví a mete el flácido pene en la boca mientras flexionando sus piernas metía mis labios en su vagina. Me costo mas tiempo de lo habitual, pero al final conseguí un nuevo orgasmo que la hizo chillar.
Después de comer, salimos a dar una vuelta por la ciudad y a visitar sus muchos monumentos. Ya de noche, cenamos en un restaurante de la plaza Mayor y regresamos al hotel. A la mañana siguiente, salimos para Madrid después se despedirnos de la familia de Esther.
A final de la semana, el día del concierto, Esther estaba un poco nerviosa. Personalmente, no se que se debe imaginar que es un concierto de rock.
– ¿Dónde vamos a quedar?
– Donde siempre quedamos, en Los Torreznos, un bar de la calle Goya al lado del Palacio, que estará a tope –y después de una pausa la pregunte bromeando– ¿Sabes ya que te vas a poner?
– ¡Eso esta solucionado mi señor, va a venir Colibrí para asesorarme! –me contesto sacándome la lengua.
– ¡Joder!
Con una Esther vestida y asesorada por Colibrí, llegamos a Los Torreznos donde el Topo y el Pelos ya estaban desde hacia tiempo dándole a la cerveza. Cuando nos juntamos todos, y después de unos litros mas de cerveza, entramos al Palacio de los Deportes. Estaba a reventar y Esther se quedo flipada. Estábamos en la primera fila de asientos, justo detrás de la olla. Inmensas nubes de humo lo llenaban todo.
– ¿No esta prohibido fumar en sitios de estos? –pregunto ingenua Esther.
– ¡Creo que si! –la contesto el Topo encendiendo un porro.
Bastante puntuales apareció la banda de Berriozar con la inmensidad del Kutxi a la cabeza, interpretando los primeros acordes de “Bienvenido al secadero”. Aunque Esther al principio estaba un poco cortada, tardo poco en desinhibirse y se bajó a la olla a dar saltos con Colibrí. Era evidente que el ambiente porrero la empezaba a afectar. Al de la mochila de la cerveza le teníamos acaparado casi en exclusiva. Dos horas y media muy intensas después, salimos a la calle en busca de algún garito apropiado y, como no encontramos, decidimos ir en taxis a Huertas. Allí nos metimos en el bareto de un conocido del Pelos. Y cuando digo bareto, lo digo con todas las palabras. Todos mis colegas, y yo también, estábamos a nuestras anchas. Esther, con la cantidad de cerveza que había bebido durante el concierto y el humo de los porro, estaba como una moto. Pero no había problema, estaba en buenas manos, Colibrí no se separaba de ella y yo no la quitaba ojo. Desde luego, Colibrí estaba también afectada, pero mucho menos que Esther y aprovechaba cualquier oportunidad para meterla mano y manoseármela. Las dos se marcaron un largo baile bastante tórrido y sensual que no paso indiferente a nadie y varios moscones comenzaron a revolotear en torno a ellas. El Pelos y el Topo se encargaron de ir espantándolos con buenas palabras, pero un par de machitos no quisieron, mucho menos cuando el Colibrí le dijo que no la gustaban los tíos. Se pusieron un tanto cabezones, y Esther se asusto un poco. Para entonces yo ya estaba detrás de ellas dejando bien claro que si querían iba a haber lío. Y lo hubo, uno de ellos, el mas gallito se encaro conmigo e intento darme un golpe con el puño. Le esquive y le metí un gancho de derecha que lo sentó. Se le acabaron las tonterías, ayudado por sus colegas se levanto, y después de hablar unos momentos con el propietario del local y el Pelos, se fueron.
– ¿Esos no serán de los de Moncho? –me pregunto Esther que estaba muy asustada.
– ¡No, no, no mi amor, solo era un borracho! –la dije en tono cariñoso.
– ¡Lo siento Edu, tal vez me he pasado con el bailecito! – me dijo el Colibrí.
– ¡Eh! que yo también bailaba –la defendió Esther.
– ¡No es culpa vuestra, hay gente que no sabe beber y además el machismo les puede!
Pasado un tiempo prudencial, y con el bareto ya cerrado, nos fuimos a casa andando. Durante todo el camino Esther estuvo abrazada a mi. Llegamos a casa y directamente se fue al dormitorio mientras se quitaba el tanga por debajo de la falda vaquera. Se puso a cuatro patas sobre la cama sin quitarse la ropa, la curva de sus nalgas emergía de su corta falta junto a las tiras del ligue ro. Me quite la ropa y mientras la estimulaba la vagina, con la otra mano la aplique un poco de lubricante en el ano. Cuando empezó a gemir, me coloque sobre su trasero y la penetre por detrás sin dificultad. Ahora el gemido de Esther fue prolongado y profundo y rápidamente llego al primer orgasmo mientras con la mano la pellizcaba el clítoris. Imperturbable a la bomba sexual que tenia entre las manos, seguí follándola el culo hasta que unos minutos después nos corrimos juntos. La atraje hacia mi y abrazándola por detrás la estuve besando el cuello mientras la mantenía penetrada. Mi mano derecha se escurrió entre sus muslos mientras sus gemidos subían nuevamente de intensidad. Insistí en su vagina hasta que conseguí otro orgasmo, En mi flácido pene notaba las contracciones anales de Esther mientras se crispaba de placer.
A la mañana siguiente Esther no estaba para nadie. Ni siquiera quiso desayunar o almorzar. Después de tomarse un par de ibuprofenos, se metió en el jacuzzi de la terraza con un vaso de zumo y estuvo varias horas sin salir. Con el frío que hacia, el jacuzzi desprendía mucho vapor y en ocasiones ni se la veía. Desde el gimnasio la tenia vigilada mientras entrenaba con la comba y el saco de boxeo. A media tarde la di un toque, teníamos previsto ir a la fiesta de fin de año en el Hotel Ritz. Un socio nos había invitado y era un compromiso ineludible.
– ¿Cómo te encuentras? –la pregunte.
– ¡Jodida!
– ¡Pues yo no he sido, llevo todo el día sin verte el pelo! –bromeé.
– ¡Ja, ja, ja, me parto! –esta claro que no esta para bromas.
– ¡Venga, que tienes que prepararte, y el móvil lo tienes que hecha humo!
Salio del jacuzzi y parecía que estaba ardiendo del vapor que desprendía su piel. La envolví con el albornoz para que no cogiera frío y entramos en la casa. Se fue al dormitorio y se tumbó desnuda en la cama.
– ¡Por favor mi señor, follame!
– ¡No mi amor, no tenemos tiempo!
– ¡Pero mi señor, uno rápido!
– ¡Te he dicho que no! –la dije con un ligero tono autoritario– ¡Además nuestros polvos nunca son rápidos!
– ¡No me apetece ir al Ritz mi señor! –me dijo con voz melosa.
– ¡Mira cariño, es un compromiso importante para mi! –y después de una pausa añadí molesto– ¡Si no quieres ir no vayas, no te voy a obligar, pero yo si voy, ya te disculpare con ellos!
Entre al vestidor para empezar a ponerme el esmoquin, e inmediatamente apareció Esther y se refugio entre mis brazos.
–¿Me perdonas mi señor?
– No tengo nada que perdonarte mi amor.
– Pero no te enfades mi señor.
– No puedo enfadarme contigo, mi amor, –y cogiéndola la cabeza con ambas manos la bese en los labios, y dándola un azotito en el trasero añadí– ¡Anda vístete!
– ¡Vale! –y después de un segundo de pausa pregunto– ¿Seguro que no nos da tiempo a un polvito rapi … ?
– ¡Que no! –insistí.
– ¡Jo!
Como era de esperar llegamos un poco tarde. La fiesta estuvo entretenida. Esther, metida en un vestido de cocktail de Chanel, estaba preciosa, pero se volvió a pasar un poco con la bebida, esta vez con el champagne. Estuvo un buen rato contando chistes verdes a nuestros compañeros de mesa y a todos los que se ponían a tiro. Y la cosa no fue a mayores porque no la deje salir a la pista de baile.
Sobre las tres de la madrugada me la lleve a casa en un taxi. Cuando entramos en el dormitorio, cayó sobre la cama como un fardo.
– ¡Ya podemos echar un polvo mi señor! –dijo con voz estropajosa mientras lograba quitarse un zapato, no sin un esfuerzo hercúleo.
No dijo nada mas, no pudo. Se quedo KO con la cara aplastada contra la cama. Logre desnudarla y cuando intentaba meterla bajo las sabanas vomito, por fortuna en el suelo, pero se pringo toda, y me pringo a mi. La lleve en brazos al baño e inclinándola sobre la taza, la metí los dedos para que terminara de echar lo que la quedara. Llene la bañera y me metí con ella dentro. Recostada sobre mi brazo izquierdo, fui pasando la esponja por todo su cuerpo. Sus tetitas, sus axilas, su vientre, su vagina, y desde luego me excite mucho. Con ella inconsciente entre mis brazos, termine masturbándome mientras continuábamos metidos en la bañera. Cuando me corrí, lo hice mientras besaba sus maravillosos labios. La metí en la cama y me puse a limpiarlo todo mientras oía sus ronquidos. Eran tan exagerados que los grabé. Cuando termine de limpiarlo todo, me duche de nuevo y me acosté a su lado. Intente aguantar un poco, no me podía creer que un cuerpecito tan pequeño profiriera unos ronquidos tan terribles, parecía un leñador siberiano. Unos minutos después no aguante más, agarre mi almohada y me fui a dormir al sofá del salón. Escuchando sus terroríficos bufidos que atronaban toda la casa –y posiblemente todo el edificio– y arropado con una manta, me quede dormido.

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