martes, 27 de marzo de 2012

ESTHER (capitulo 19)

Dos días después, salimos de la estación veneciana de Santa Lucia y en dos horas y media llegamos a la Estación Central de Milán. Un vehículo del hotel nos estaba esperando y después de cargar mi maleta y las cuatro de Esther, nos llevo hasta el, situado al lado de la Galería Vittorio Emanuele II y del Duomo. Hemos llegado a Milán con cinco maletas, pero, ¿con cuantas nos iremos?. Se me eriza el cabello solo de pensar en mi amor, suelta por el “Cuadrilátero de Oro” y sus alrededores. Procurare que Esther no se olvide de la tarjeta.
Durante un buen rato, Esther estuvo entretenida deshaciendo las maletas con la ayuda de un par de doncellas del hotel. Que conste que lo hace ella, porque no se por que extraña razón a mi no me deja.
Durante el viaje en tren, tuve una llamada de Isabel y quede en llamarla cuando llegara a Milán. Cuando lo hice, me informo que Colibrí había descubierto que Moncho iba a viajar a Tailandia, dos semanas después, vía Frankfurt, Shangai e Indonesia. Sin duda tres escalas para enmascarar su viaje. La di instrucciones para que Colibrí lo tuviera todo preparado y llame a Pinkerton para que pusiera en marcha nuestros planes.
A la ultima parte de la conversación asistió Esther y cuando corte la comunicación, la guiñe un ojo.
–¿Ya vas a por ese hijo de puta? –me pregunto
–¡Si, pero no solo a por el! –la respondí– Vamos a hacer caer la mayor red de pederastas de EE.UU. si el FBI se atreve, hay gente muy importante implicada.
– ¿Muy importante?
– Banqueros, dos senadores, diputados, al menos un gobernador, y gente menos importante, hasta un total de doscientos nombres, principalmente de EEUU, pero también de fuera –y asintiendo con la cabeza, añadí– hemos invertido mucho en este asunto, en todos los sentidos.
– ¡Entonces algún hijo de puta de estos se escapara!
– ¡Pinkerton lo tiene todo preparado para empezar a presionar, conoce gente importante del FBI y de la Fiscalía!
– ¿Y Moncho?
– ¡Ese no se escapa, es la pieza principal, ese es cosa mía!
Después de picar algo rápido en el hotel, salimos a dar una vuelta y nos encaminamos hacia el Duomo, a escasos cien metros.
– ¡Cuantos pinchitos tiene! –exclamo Esther cuando vio la fachada– ¿esto es gótico, no?
– Gótico tardío, –y acercándonos a una de los muros exteriores, la enseñe la piedra conmemorativa del comienzo de la construcción– mira, 1.386, en ese año se comenzó a construir.
– ¿Aquí también había familia poderosa mi señor?
– ¡Ya lo creo, primero los Visconti y luego los Sforza! –y añadí– la catedral es de ladrillo y recubierta de mármol rosa, como es habitual en Italia.
Mientras hablábamos, rodeábamos el Duomo hasta llegar a la parte trasera donde estar el ascensor que sube a la cubierta superior.
–¿Vamos a subir al tejado mi señor?
– Aquí no hay tejado porque no hay tejas mi amor, son planchas de mármol.
Salimos a exterior y recorrimos el edificio hasta la zona delantera, donde se agolpaban los turistas. Esther tiraba miles de fotos. Cuando regresemos a Madrid va a estar meses editándolas. Casi una hora estuvimos en la cubierta y luego nos bajamos para ver la catedral por dentro. A la salida, y pese a mis intentos para llevármela en otra dirección, no pico y fuimos irremediablemente hacia las tiendas.
– ¿Este es el Cuadrilátero de Oro mi señor?
– No, pero esta cerca. Otro día vamos.
La lleve primero al cercano Ferrari Store, un edificio de tres plantas, todo de la marca automovilística y donde suena el potente motor del F1 cuando pasas por la puerta. Después de la tienda del Cavallino, y cargado de paquetes volvimos a la Corso Vittorio Emanuele II, donde creo que Esther entro en todas las tiendas. Por suerte llevaba su tarjeta. Antes de ir al Cuadrilátero, la mirare el saldo, porque temo lo peor.
Cargado de paquetes regresamos al Hotel, mandamos los paquetes con un botones a la suite y nos fuimos a la Galería a cenar en alguna de la terrazas.
Ya de regreso definitivamente en la suite, y después de ducharme me senté en un sillón a ojear el Financial Times. Cuando Esther se ducho, apareció por la puerta del dormitorio andando a cuatro patas, arqueando la espalda como un felino. Llego a mi lado y ronroneando se puso a restregar su cara con mi pierna. La acaricie la cabeza con mi mano y ella se acerco a mi entrepierna y comenzó a acariciar mi pene con su cara. Después de unos momentos de caricias se la introdujo en la boca y comenzó a chupar con deleite. Sus manos recorrían mi vientre y mi pecho mientras con su lengua se empleaba a fondo.
– Dicen que con un piercing en la lengua se acrecienta el placer en el pene del hombre, mi señor, –me dijo dejando momentáneamente de chupar.
– Mi amor, te aseguro que a ti no te hace falta.
Con una sonrisa amplia continuo chupando hasta que me corrí en su preciosa boca. La senté sobre mis piernas y la abrace mientras reposaba su cabeza en mi hombro. Con la mano la acaricie la vagina mientras la comía la boca. A los pocos minutos se corrió con un orgasmo que contrajo sus músculos y la obligo a exhalar un gemido inconfundible para mi.
A la mañana siguiente y después de retozar un rato antes del desayuno, salimos hacia la zona del Castillo Sforza a visitar el convento dominico de Santa María Della Grazie, donde se encuentra una de las obras maestras de Leonardo, “La Ultima Cena”.
Finalizada la visita que esta muy controlada, regresamos paseando al centro y seguimos visitando la ciudad. Después de almorzar y sin decir palabra, Esther, cogiéndome de la mano me llevo al hotel y subimos a la habitación. Según se internaba en la suite se iba quitando la ropa dejando un reguero evidente hasta la cama, donde se tumbo triscando de deseo.
– ¡Creo que vamos a follar! –la dije poniendo una falsa cara de perplejidad.
– ¡Solo si mi señor quiere! –respondió melosa.
– ¡Tu señor siempre quiere!
De la bolsa de los juguetes, saque un rollo de cinta adhesiva rosa y la ate los brazos cruzándoselos por detrás de la espalda. A continuación la pase la cinta por el cuello dando varias vueltas y restringiéndola el caudal de aire a menos de la mitad. La saque de la cama, la arrodille en el suelo y de pie delante de ella se la metí en la boca para que comenzara a chupar. Mientras lo hacia intentaba frotarse la vagina juntando las piernas. Sin duda, el tener las manos atadas y no poder tocarse la enervaba mas. Unos minutos después, cuando me corrí, se la saque de la boca para que mi leche regara su cara. Durante unos segundos observe complacido su pringada carita y con el dedo fui recogiendo mi semen y llevándoselo a la boca para que lo tragara mientras con la otra mano tiraba de su pelo hacia atrás. Sujeta por el pelo, la lleve a la cama, la tumbe boca arriba y con la cinta la ate las piernas totalmente flexionadas y abiertas. Me tumbe y con mi lengua fui recorriendo su rajita insistentemente mientras Esther se contraía de placer. Cuando me canse de chuparla, y tarde mucho en hacerlo, Esther ya había tenido un par de orgasmos bastante intensos a causa de la falta de aire. Me tumbe sobre ella y con un poco de lubricante la penetre por el ano. Sin duda esta es la postura que mas me gusta, por el ano o la vagina me da igual, pero tenerla debajo de mi y ver su carita expresando el placer que la proporciono, respirar sus gemidos, olerla, me excita hasta lo indecible. Cuando la llego el ultimo orgasmo la corte la cinta que aprisionaba su cuello y con la entrada de aire la provoque uno tan potente que se quedo medio desvanecida entre mis brazos. Cuando me canse de besarla, la solté y se abrazó a mi de inmediato.
– Hacia mucho que no dormíamos la siesta.
– ¡Pues si hemos dormido no me he enterado! –la dije con una carcajada.
–¡No seas tonto, mi señor! –respondió ella también riendo.
El resto de la tarde hasta la hora de la cena estuvimos en la habitación retozando y amándonos.
A la mañana siguiente y después de haber comprobado que Esther llevaba la tarjeta, salimos en dirección al Cuadrilátero de Oro. Antes visitamos el Teatro de la Scala que nos pillaba de camino. Recorrimos su interior, sus palcos y su museo. Vimos ensayar a la orquesta del teatro de la opera mas importante del mundo.
Subimos por la Vía Manzoni hasta llegar a Armani que ocupa un edificio entero. Un par de horas después, salimos del edificio y desandamos la Manzoni para coger la Vía Montenapoleone que marca el limite sur del Cuadrilátero.
– Mi amor, has estado dos horas en la primera tienda.
– No tenemos prisa mi señor. –me respondió mirándome de reojo.
– Ya cariño, pero no quisiera quedarme a pasar noche en una de estas tiendas.
– ¡Por supuesto que no mi señor! –y con una sonrisa añadió– ¡podemos regresar mañana!
Me dejo sin palabras, la fiera de las compras no estaba dispuesta a abandonar su territorio de caza. Para el que no lo haya intuido, aquí están todas las grandes marcas de alta costura y de todo. Armani, Valentino, Cavalli, Dolce & Gabbana, Fendi, Dior, Versace, Hermes y hay tiendas verdaderamente extravagantes como Víctor & Rolf donde todo esta al revés, los muebles en el techo y las lámparas en el suelo.
Ya de noche regresamos al hotel. Por fortuna fui enviando los paquetes con el personal de las boutiques y seguro que en el hotel habrán flipado ante la avalancha de envíos. Igual que flipo Esther cuando entro en la suite y vio todos los paquetes llenado la cama y los alrededores.
– ¡Joder! No pensaba que había sido tanto mi señor, –me dijo adoptando una aptitud de niña traviesa.
– Pues menos mal, –y después de una pausa añadí– mañana compraremos un baúl o algo similar para meter todo esto y enviarlo a España.
– Precisamente he visto uno muy chulo en …
– ¡Olvídate! –la corte con cierta energía y atrayéndola hacia mi añadí– ¡no vas a volver a acercarte al Cuadrilátero.
– ¡Jo mi señor!
– ¡No!
– ¿Pero …?
– ¡Que no?
– ¡Joooo!
– ¡Que he dicho que no?
– ¡Pues me enfado!
– ¡Pues no follas!
– ¡¿Qué?! –chillo.
– Lo que has oído, además la cama esta ocupada con tus paquetes.
De un salto, Esther se subió a la cama y empujo hacia los lados todos los paquetes que comenzaron a caer como en una cascada. Cuanto la cama estuvo despejada, se desnudo y de rodillas en el centro se quedo mirándome mientras con la mano se acariciaba el chocho.
– Bueno vale, pero hoy trabajas tu, –la dije mientras empezaba a desnudarme. Me tumbe a su lado y rápidamente se puso sobre mi rodeando mi cuello con sus bracitos. Su boca y la mía peleaban mientras con mis manos recorría su espalda hasta su trasero. Esther se giro y cabalgando mi cara, me ofreció su vagina que acepte de inmediato. Mientras, ella se ocupaba de mi polla ávida de su lengua. La mía, la provoco una creciente oleada de placer que culmino en un orgasmo intenso que la crispo el cuerpo. Agarrándola por las caderas, impedí que se levantara y seguí con mi boca hurgando en su vagina mientras ella seguía chupándome la polla. Nos corrimos a la vez y mientras se tragaba mi semen sus jugos inundaban nuevamente mi cara. No la solté, e insistí en su vagina hasta que unos minutos después volvió a correrse en medio de un estruendo de gemidos y alaridos. Para entonces, mi polla volvía a estar en condiciones y dando a Esther la vuelta se la hice cabalgar. El rítmico cimbrear de sus caderas la daba un fuerte aire sensual con el ondular de su cuerpo. La dejaba hacer, y solo tocaba sus piernas y sus pies mientras febril, Esther se entregaba con una intensidad creciente. Un nuevo orgasmo la rompió el ritmo, descontrolándola incapaz de seguir. Agarre mi polla y se la metí por el culo sin avisarla lo que provoco un chillido por su parte. Desde mi posición veía como su chocho se abría y cerraba cuando mi pene entraba y salía de su ano. Cuando estaba próximo a correrme, con mi pulgar empecé a estimular su clítoris hasta que nos corrimos en una sincronía de gruñidos y gemidos.
Al día siguiente, en la recepción del hotel nos indicaron un comercio próximo donde podríamos encontrar un baúl apropiado para nuestras necesidades. Esa misma mañana, lo entregaron en el hotel y Esther, con la ayuda de una camarera lo lleno tanto que las dos se tuvieron que sentar encima para cerrarlo. Después lo facturamos a casa con una empresa de mensajería que trabajaba envíos protegidos.
El resto de nuestro ultimo día en Italia lo pasamos paseando por el centro de Milán, pero sin acercarnos al Cuadrilátero. Por la tarde nos sentamos en una terraza junto al Duomo y estuvimos charlado hasta la hora de cenar.
– ¿Te lo has pasado bien? –la pregunte– ¿es el viaje que habías imaginado?
– ¡Para nada mi señor, mis expectativas se han visto superadas con creces!
– Me hace muy feliz que tu lo seas.
–Yo siempre lo soy a tu lado, mi señor, –y después de reflexionar unos segundos, añadió– a pesar de llevar solo unos pocos meses juntos, no entiendo la vida sin ti.
– A mi me ocurre lo mismo.
– Prométeme que siempre seré tu juguete, mi señor.
– Te prometo que siempre serás mi único y amado juguete.
– ¡Por favor, mi señor! – me dijo con los ojos brillantes de deseo y felicidad– ¡vamos a cenar a la habitación del hotel!
Pagué, nos levantamos y nos dirigimos al hotel que se encontraba a escasos cien metros de la terraza. Pedí al servicio de habitaciones algo para picar y champagne. Mientras picábamos desnudos seguimos charlando, acariciándonos y besándonos con mi juguetito sentado en mis rodillas. Cuando terminamos, Esther se levanto y se tumbo en el suelo entre mis piernas y me ofreció sus preciosos pies. Durante un buen rato se los estuve besando y a continuación me puso lubricante en el pene y con los pies me estuvo masturbando hasta que me corrí. Mi esperma la mancho su vientre e inmediatamente ella lo recogió con sus dedos y se lo llevo a la boca. La cogí en brazos levantándola del suelo y la lleve a la cama. Durante un par de horas recorrí con mis labios cada centímetro de su piel, besándola, chupándola, oliéndola y acariciándola. A mismo tiempo mi mano también recorría su cuerpo, pero siempre pasando por su entrepierna, donde mis dedos encontraban con facilidad sus orificios naturales. La tuve siempre en un estado de placer constante, próximo al orgasmo pero sin dejarla llegar a el. Al final, mientras la tenia entre mis brazos y la besaba en la boca, la provoque el primero. Su respiración agitada, sus pezones duros como piedras, su cuerpo crispado y sudoroso, sus gritos entrecortados, era una visión difícil de aguantar. La deje saborear el momento y cuando se tranquilizo un poco, me tumbe sobre ella y la penetre mientras se aferraba a mi con brazos y piernas. Nos corrimos juntos en un mar de chillidos y gemidos.
Al día siguiente salimos hacia Madrid donde en las próximas semanas, y si todo iba bien, resolvería definitivamente el asunto “Moncho”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario