martes, 20 de diciembre de 2011

ESTHER (capitulo 6)

Esas treinta agotadoras horas, fueron el comienzo de una relación estable y totalmente llena de morbo y deseo.
Recuerden que Monchito estaba en Chicago por varias semanas y eso nos permitía una libertad de movimientos total. Esther no quería volver con el y estaba dispuesta a abandonar su casa y venirse definitivamente a la mía. Pero la convencí de lo contrario, la hice ver que tenia que ser paciente, que cuando regresara, volviera con el como si nada hubiera pasado y que confiara en mi. Como ejecutivo de un banco norteamericano, su marido era un hombre de recursos económicos, y aunque a Esther, conmigo no la iba a faltar nada, –tengo mucho mas dinero que el– no estaba dispuesto a permitir que se fuera con una mano delante y otra detrás.
Como ya he dicho, tengo mucho dinero, fruto de un euromillon afortunado que me forro con mas de cien millones de euros. Prácticamente nadie lo sabe, lo que me permite llevar una vida normal y corriente, sin llamar la atención. Puse mis recursos económicos a funcionar y contrate la mejor agencia de detectives de EE.UU, la Pinkerton National Agency que tenia ramificaciones por todo el mundo y les puse sobre su pista. Fui muy claro con ellos, quería saber absolutamente todo, trabajo, relaciones, amistades, aficiones, recursos económicos, incluso a que hora se tiraba pedos. Y todo sin reparar en gastos, para lo cual les hice un primer deposito de 15.000$. A las pocas horas me informaron que Moncho no estaba en Chicago, ni en los EE.UU. había desaparecido después del curso que duro una semana y nadie sabia donde estaba. Mis sospechas se confirmaban, ya le tenia, pero entonces no me imaginaba hasta que punto. Una semana después, me reuní con un enviado de la agencia en Barcelona, donde se encontraba siguiendo una línea de investigación que luego resulto fallida. Me entrego un voluminoso dossier con todo lo investigado hasta ahora. Le habían seguido la pista hasta Hong Kong y Singapur, donde la perdieron, pero si sabían que iba acompañado de otro hombre. Les ordene que siguieran y que intensificaran esfuerzos hasta encontrarle y que utilizaran todos los medios necesarios, fuesen los que fuese, y les transferí otros 25.000$.
Mientras regresaba a Madrid en el AVE, me dedique a examinar el expediente. El trabajo de la agencia había sido eficiente y exhaustivo, incluso tenían copias de los extractos bancarios de sus cuentas en EE.UU. El muy cabrón tenia un patrimonio total en ese país de 225.000$ y solo a su nombre, de Esther no había ni rastro. Me hizo gracia comprobar que incluso ella había sido investigada, una carpeta a su nombre incluía algo de información, poco, no había mucho que contar y mas de treinta fotos. Me impresiono el trabajo de la agencia, había varias que las sacaron dentro de gimnasio mientras hacia step o corría en la cinta. Recordé una novela del gran Juanjo Millas donde la protagonista contrataba a un detective para que la siguiera y la fotografiase. Llame a Pinkerton y les dije que no era necesario ningún seguimiento de Esther y busque en Internet una agencia de detectives de Madrid. Hable con una señorita de voz muy agradable y la encargue un seguimiento fotográfico de Esther, solo fotos. No me anduve con tapujos y se lo explique muy claro.
– Quiero disponibilidad las 24 horas. Yo les avisare cuando voy a salir con ella y ustedes hacen su trabajo, con detalle, quiero cientos de fotos.
– Eso puede elevar la factura bastante …
– Eso no es problema. Fundamental, ella no debe percatarse de nada, si ocurriera no les pagaría, ¿a quedado claro?
– Si, muy claro.
– Y otra cosa muy importante, no me importa lo que ustedes piensen, cualquier tipo de duda, o pregunta que tengan, descártenla. Se lo vuelvo a preguntar, ¿a quedado claro?
– Perfectamente. Solo una pregunta, ¿puede decirme la duración de trabajo?
– Digamos que … cinco seguimientos. Después se acabara definitivamente.
– Muy bien, entonces espero sus noticias, –y me dio su numero de móvil para tenerla localizada en todo momento.
Cuando llegué a casa, Esther me estaba esperando sobre la cama, desnuda, de rodillas y con el cuerpo inclinado hacia delante. Durante todo el día ha estado sola en mi casa, donde vive desde que nos conocimos. Se ha adaptado bien a ella, de la decoración minimalista, aséptica e impersonal de la suya, al castellano, barroco y calido de mi ático. También a hecho buenas migas con Spok, mi gato. Y el con ella. Lo encontré tirado en la calle con apenas dos semanas de vida, malito de un ojo y llego de parásitos. Entre el veterinario y yo lo sacamos adelante y resulto ser de una raza extraña, un gato de Maine cola de castor, una bola peluda de diez kilos. Siempre que tiene oportunidad esta encima de ella, –esta claro que tonto no es– y ella lo achucha y lo acaricia constantemente. Son inseparables.
Cuando se fue la asistenta, se desnudo, cogió un libro y salio a tomar el sol a la terraza. Cuando la entro hambre mordisqueo un par de manzanas y se puso una copa de vino, Rivera of course, Cuando la llame para decirla que estaba apunto de llegar a Madrid, tal y como me hizo prometerla, se ducho y me espero en la cama tal y como ya he descrito. La sonreí y dejando la cartera en el suelo me senté a su lado. La acaricie la espalda, la nuca y el trasero mientras ronroneaba como una gatita melosa. Se incorporo, me desnudo y no me dejo ducharme. Se sentó atravesada en mis piernas y se abrazo a mi. La acariciaba, la besaba, la olía, la mordía, no me cansaba, me estaba haciendo adicto. Con mi mano derecha la comencé a estimular la vagina y automáticamente, ella, comenzó a contonearse de placer. Mientras insistía en su entrepierna, la besaba con pasión, como si fuera a ser la ultima vez. El placer la invadía, se agarraba a mi clavándome las uñas –me tenia la espalda destrozada– y yo insistía para provocarla un orgasmo rápido y lo conseguí, a los pocos segundos se contrajo, aprisiono mi mano con sus muslo, se corrió y gimió con su sonido característico. Durante unos minutos permanecimos abrazados, acariciándonos, besándonos. La cogí en brazos y la tumbe en la cama. Me puse sobre ella y rápidamente me atrapo con sus piernas rodeándome la cintura. La sujete las manos por encima de su cabeza y la penetre con delicadeza, como siempre, y comencé despacio, muy despacio, a este ritmo puedo estar mucho tiempo. Y lo estuve, ella no me soltaba del abrazo amoroso de sus piernas y se aferraba a mi con cada orgasmo, que fueron varios.
– Por favor, mi señor, quiero que te corras en mi boca, quiero saborearte.
Cuando estaba apunto de correrme, me separe. Esther, se puso rápidamente de rodillas, se inclino y se la metió en la boca. Acariciaba mi glande con su lengua y mis testículos con la mano, a los pocos segundos eyacule abundantemente. Esther siguió hasta que termine.
– Mira mi señor, no se me ha escapado nada, –me dijo sonriendo y se abrazo a mi con claras intenciones de seguir jugando.
– Espera mi amor, –la dije cogiéndola por los brazos, separándola de forma cariñosa y acariciando su mejilla– tenemos que hablar, pero déjame ducharme. ¿Te apetece un japo para cenar?
Contesto afirmativamente y la dije que fuera haciendo el encargo mientras me duchaba. A los pocos minutos llego el encargo y cenamos en la cocina con un buen vino.
Cuando terminamos, nos sentamos en la mesa del salón y saque el expediente, a excepción de su carpeta. Esther me miraba con interés, sin adivinar de que iba la cosa.
– Cariño, hace cinco o seis días, encargue a una agencia de detectives norteamericana que investigaran a tu marido, –dije ante la cara de sorpresa de Esther. La conté todo lo que habían descubierto mientras me escuchaba abrazada a sus piernas.
– Mi señor, no me importa con quien se haya ido …
– Pero a mi si, nena, –la interrumpi– ese hijo de puta te ha engañado, te ha tenido arrinconada mientras el hacia, vete a saber que. Tiene todo vuestro dinero y la casa de abajo a su nombre, y de todo te pertenece al menos la mitad y es tu futuro, no lo olvides.
Ella me miraba asintiendo con ojos tristes. Se daba cuenta que había desperdiciado cinco años de su vida. Pero no quería luchar, ni verle mas y me dijo que lo dejaba todo en mis manos.
– Eso va ser inevitable, pero procurare que le veas lo menos posible, –la dije acariciándola la mejilla– pero no pensemos mas en eso, mañana nos vamos de compras.
– ¿De compras? Vale, ¿qué tienes que comprar?
– Vamos a comprar ropa para ti.
– ¿Para mi? –su ojos se iluminaron– pero yo no necesito …
– La ropa que usas habitualmente no te queda bien. Eres una mujer joven y guapa, y necesitas ropa que te siente bien.
– Pero yo no tengo dinero …
– Tu de eso no te preocupes, yo me ocupo.
Ya era tarde y nos fuimos a la cama. Desde que estamos juntos Esther no usa pijama ni camisón, duerme desnuda. Yo no puedo, duermo con un pantalón de los de pintor que venden en el Rastro y uso colores llamativos, el de esta noche es morado.
Por la mañana fuimos juntos al gimnasio, –vamos al mismo que esta pegado a casa– y estuvimos un par de horas. Previamente llame a la agencia y les informe de la programación de nuestras actividades, gym por la mañana y compras por la tarde.
Después de comer, dormimos la siesta, –que con Esther al lado, eso es un decir, En ocasiones pienso que quiere recuperar el tiempo perdido– y luego nos preparamos para salir.
– ¿Que vamos a Sol, mi señor?
– No mi amor, vamos a Serrano.
– Pero eso es muy …
– ¡Esther, no quiero que te vuelvas a preocupar de eso! ¿esta claro?
– Si mi señor –me dijo con cara enfurruñada y bajando los ojos mientras la abrazaba.
– Mira cariño, no quiero discutir esto contigo cada dos por tres, mientras estés conmigo, no te faltara de nada, tengo mucho mas dinero que el cabrón de tu marido. –y después de una breve pausa añadi– Mira, mi dinero me lo gasto con quien me da la gana, y no veo a nadie mejor que con la mujer que quiero.
Esther no dijo nada, dos lágrimas rodaron por sus mejillas mientras me abrazaba. La acaricie y la besé. Se pinto y nos fuimos.
Durante todo el tiempo que estuvimos de compras me mostré muy cariñoso con ella, la sobeteaba, la acariciaba el trasero con descaro por encima de los vaqueros, la morreaba a cada momento. Di una perfecta imagen de un vejestorio baboso. Salíamos de una súper boutique y entrábamos a otra súper boutique. Le cogió pronto el aire a la zona, al final de la tarde nos fuimos en taxi para casa con muchos paquetes, mas los que iríamos recibiendo a lo largo de la semana.

– Todos piensan que soy tu amante, tu querida.
– Bueno, y lo eres ¿no?
– Si, Edu, y me gusta, –no la dejaba utilizar el “mi señor” fuera de casa.
– ¿Lo estas pasando bien?
– Si, si, muy bien, que lastima que no halla en Madrid una boutique de Victorio y Lucchino, me encantan, siempre he querido tener algo de ellos.
Durante todo ese día no fui capaz de localizar a los detectives fotógrafos, llegue incluso a dudar que estuvieran haciendo su trabajo.
De regreso a casa, picamos algo para cenar y con una copa de vino nos fuimos a abrir paquetes. Mi vestidor es enorme y yo solo ocupo una cuarta parte. Me lleve un sillón y me senté al fondo mientras Esther sentada en el suelo sacaba lo que había comprado. Mucho mas lo mandarían en los próximos días, después de adaptarla a su talla 34, –ya he dicho que era muy pequeñita, media 1,56 y pesaba 45 Kg.
– Ya se que no vamos a discutir esto, pero toda esta ropa vale una pasta gansa.
Sentada en el suelo, desnuda, con los ojos brillantes y una sonrisa de oreja a oreja, se ponía por encima la ropa, se miraba en el gran espejo del vestidor y luego me miraba a mi. Era tal la pasión que despertaba en mi, que cualquier cosa que hacia me entraban una ganas irrefrenables de follarla. Me lance sobre ella arrancándola una carcajada y la bese en la boca como si fuera a borrarla los labios. No me quite ni la ropa, me la saque, la penetre y la folle con furia. Aguante todo lo que pude hasta que ella se corrió y entonces lo hice yo. Mucho tiempo después me dijo que la encantaba cuando la asaltaba en cualquier parte y de cualquier manera. Recuerdo que en una ocasión, mientras intentaba infructuosamente enseñarla a escalar en la Pedriza, me entraron los voltios y la folle en un saliente, casi colgados de una cuerda. ¡Joder, que corte! Nos debió ver todo el parque.
Desperté por la mañana y me sorprendió no verla en la cama, era la primera vez que ocurría. Me levante un poco preocupado, recorrí la casa buscándola sin éxito, la cocina, el baño, el despacho, nada. En el salón oí unos golpecitos tenues, me asome a la terraza, donde en una estancia prefabricada tenia el gimnasio y la vi, desnuda, dando puñetazos al saco de boxeo. Con cada golpecito, agitaba la mano con gestos de dolor. Me aproxime a ella y la abrace por detrás mientras la sujetaba para que no diera mas golpes.
– Te vas a hacer daño mi amor. Te voy a enseñar a vendártelos, creo que tengo vendas de tres metros.
– ¿Tres metros, mi señor? Con eso no me hará falta el guante, –dijo la muy cachonda.
– Que te crees tu eso, yo los uso de cuatro.
Cogí sus manitas y se las vende. La puse los guantes que la estaban gigantescos y se puso a hacer la payasa haciendo que boxeaba. Lógicamente no tenia ni idea, pero me reí un rato. Comencé a tener una erección y ella se percato de inmediato, se aproximo a mi lanzando sus puños hacia mi entrepierna, mientras yo reculaba por precaución. Se arrodillo y subió los brazos para que la quitara los guante mientras restregaba su cara en mi pene, por encima del pantalón.
– No cariño, yo no te los quito, apáñate como puedas.
Me miro con ojos de felina traviesa e intento coger con los dientes la cinturilla del pantalón. No la resulto nada fácil, intentaba ayudarse con los enormes guantes pero era imposible. La veía muy excitada, juntaba sus muslos intentando encontrar algún rozamiento de su vagina. Al fin y con mucho esfuerzo lo consiguió y se puso a chupar como una posesa. En ocasiones intento con su enorme guante tocarse el chocho, pero era imposible y eso la ponía aun mas frenética. Normalmente la acariciaba, pero esta vez no, solo la agarre la cabeza cuando me corrí llenando su boca de esperma, que como siempre se trago. Siguió chupando hasta que no quedo ni una gota y entonces se tumbo y se espatarró frenética, como una perra salida.
– Por favor, mi señor …
– No mi amor, te lo tienes que ganar, te propongo un concurso.
– ¿Un concurso? –dijo con un hilo de voz mientras me miraba flipando y se pasaba guante por el chocho, casi se desmaya.
– ¿Qué tal se te da saltar la comba?
– ¿Mi señor, quieres saltar la comba? –seguía flipando, y suspirando añadio– de pequeña era una gran saltadora con la cuerda.
– Si lo haces mejor que yo, te chupo el chocho durante una hora y luego te follo. Si pierdes, durante dos días no te lo chupare y solo te lo haré por el culo … bueno, y por la boca. Tu decides.
Estaba tan excitada que dijo que si como en trance. La quite los guantes y las vendas y la di la comba. Se puso a saltar y lo hacia muy bien … pero no lo suficiente.
– Como no te esfuerces mas perderás, –la comba es un ejercicio muy exigente y rápidamente el cuerpo de Esther empezó a cubrirse de sudor mientras intentaba ir mas rápido.
Diez minutos después paro agotada, ya no podía mas. Cogí la comba y me puse a saltar, primero pies juntos, luego pies alternos, cada vez a mas velocidad, cruzaba cuerda y finalmente la pasaba dos veces con cada salto. Son muchos años de boxeo.
– ¡Vaaale mi señor, me rindo, has ganado!, – se abrazo a mi con deseo irrefrenable juntando su sudoroso cuerpo con el mío. La abrace y la tumbe en el suelo, la gire y la puse a cuatro patas. La penetre el culito despacio, con amor. Cuando estuvo totalmente dentro, ya estaba gimiendo. La incorpore y la ayude estimulando su clítoris con la mano, mientras con la otra la pellizcaba los pezones. Cuando note que el orgasmo empezaba a desatarse y mientras seguía estimulando su clítoris, la di dos azotes fuertes en las nalga que provocaron un fogonazo de placer en ella que lo multiplico. Abrió la boca sin gritar mientras yo seguía bombeando hasta que se corrió en mi mano. Continúe un par de minutos mas hasta que me derrame dentro de su ano. Cuando todo paso se separo de mi, se giro y se puso a chapármela alargando mas mi placer.
Cuando se levanto, se fue al baño mientras se acariciaba la enrojecida nalga azotada y un hilito de esperma caía de su dilatado ano.

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