martes, 13 de diciembre de 2011

Ahora yo tomé el control

Hola de nuevo, soy María y escribo otra vez para contar cómo ha cambiado mi vida después de mi primer experiencia extramarital. Gracias infinitas por sus comentarios, mensajes y correos.

Nos despedimos de Sebastián en el aeropuerto. Nuestra relación pasó por un pequeño bache, y no era para menos, ya que nunca antes me lo hubiera imaginado, tener sexo con otro que no fuera mi marido y, encima de todo, gozarlo como una fiera en celo. Iba satisfecha como mujer, pero algo contrariada y con cierto sentimiento de culpa. Estuve muy mimosa con mi señor esos días, le complacía en todo, lo besaba a todas horas y le llamaba para decirle cosas amorosas, como si tuviéramos nuevamente unos cuantos días de novios. Él fue muy amoroso, comprensivo e inteligente, y por eso lo amé más esos días y mucho más en adelante. Nuestra relación fue tomando poco a poco nuevos bríos y finalmente volvimos a la normalidad, aunque por las noches, nuestros juegos eróticos se fueron haciendo más atrevidos, abiertos y provocadores. Un día me llevó de compras a una tienda de productos eróticos, y me compró un montón de cosas, por supuesto un consolador que yo misma elegí por ser casi natural, a pesar de todas las curiosidades que puede hacer; trajes de licra, ropa interior muy sugerente y sexual, cremas, lubricantes, unas esferas chinas, dilatadores anales… en fin, de todo un poco para probar.

Comenzamos a fantasear más encuentros. Y hasta me incitó a salir con unas amigas muy lanzadas para que tuviera oportunidad de encontrarme con algún hombre que me gustara o conocer más hombres que con sus artilugios intentaran convencerme para encamarme. La idea ya no me resultaba tan mala. Mi pensamiento había cambiado y estaba bien dispuesta a ser una golfa si a él eso le complacía, y por supuesto a mí también. La idea de encontrarme con un hombre distinto al estilo de Sebastián me ponía en un estado de cachondez casi permanente. Dejé de usar los panti-protectores diarios. Mi marido decía que no era saludable ocultar mi aroma de hembra y que debía andar así, esparciendo mi perfume para incitar a las bestias. Me hizo reír este razonamiento, pero le hice caso, incluso cuando ando muy húmeda en mis días de ovulación; hasta me acostumbré a la sensación de humedad en mis tanguitas.

Todo estos cambios ocurrieron muy rápido, en cosa de 20 días desde mi ‘’acostón’’ con mi primer desconocido. Un día estaba ordenando algunas cosas en la casa cuando sonó el teléfono. Casi se me cae la tanga a los tobillos cuando escucho esa voz que una vez me había derretido:

Hola, María, ¿cómo estás preciosa? – Era la voz de Sebastián, inconfundible, ronca, varonil, fuerte. Nuevamente me provocaba pronunciando mi nombre.
Hola, ¿quién habla? – contesté haciéndome la desentendida, no quería que notara mi emoción al escucharlo.
¿Cómo que quién, acaso te olvidaste tan pronto de mí?, ¡Soy Sebastián!
¡Hola, Sebastián, qué gusto escucharte!, pensé que nos llamarías antes, ¿qué has hecho?
Nada hermosa, tuve mucho trabajo, hubiera querido llamarte a diario, pero como me diste tus condiciones no quería molestarte. ¿Qué crees?, estoy de viaje por dos días en tu tierra, acabo de llegar del aeropuerto y me estoy instalando en el hotel. – Las piernas me temblaron, una cosa había sido escucharlo por el teléfono, otra muy distinta saberlo en mi ciudad y saberlo en un hotel, solo. Me sentí algo mareada y la presión me subió hasta casi escucharla desde mis sienes.
¡No me digas, qué gusto saberlo!, ¿ya le llamaste a mi marido?, a ver si es posible hacer un tiempo para comer juntos.
Claro que le llamé primero, y me dijo que te llamara primero para darte la sorpresa. – Qué cabrón mi marido, pensé, no me avisó para que este otro cabrón me tomara con la guardia baja.
Bueno, pues si ya quedaron en algo, dime dónde vamos a comer y los alcanzo.
Muy bien, dentro de dos horas nos vemos en el restaurante del hotel Imperial, tu marido conoce al chef y ya hizo la reservación. Estoy imaginando lo hermosa que vendrás.
Sebastián, gracias por halagarme y decirme cosas bellas, pero ya quedamos en algo. Iré a comer con ustedes, pero no te hagas planes ni ilusiones, quiero que quede claro. – Ni yo me lo creía, mientras lo decía me estaba volviendo loca pensando qué me pondría para verme deslumbrante.
Lo sé, María, no te inquietes, yo quieto, pero no dejo nunca de ser un admirador de tu belleza.
María, me decía de nuevo, y me encantaba. Gracias, Sebastián. Entonces nos vemos al rato.
Hasta pronto, belleza.
Ciao.
El estómago me daba vuelcos, subí a mi recámara, abrí los roperos para ver qué podía usar. El día estaba caluroso a pesar de la época, el cielo azul y el sol resplandeciente. Elegí una blusa de lana, muy delgada y fina, ceñida al cuerpo, con un cuello en V muy escotado y casi descubriendo los hombros; una falda tejida color gris claro, corta a medio muslo, también pegada al cuerpo que me hacía ver muy nalgona, unas licras grises muy finas para resaltar mis piernas; un saco largo por si cambiaba el clima, zapatos de tacón alto; y por supuesto, ropa interior muy bonita, dudé no ponerme sostén, pero lo pensé bien y me puse uno muy bonito que resaltaba mis senos, y una mini tanguita gris oscuro, para que no se notara a través de la falda.

Me di un buen baño, mis propias manos me erizaban al contacto con mi piel. El agua enjabonada ayudaba a las sensaciones placenteras. Estaba muy excitada. Pensé que si me iba así a la cita no resistiría mucho la cercanía con Sebastián. Salí rápido de la ducha, me sequé, enrollé una toalla en mi cabeza, y me seguí consintiendo con una buena sesión de crema para el cuerpo. Estaba ardiendo. Abrí el cajón del armario donde guardamos todas nuestros juguetes y tomé algo de lubricante, con mis dedos los unté en mis labios vaginales y empecé un rica masturbación. Cerré los ojos y de inmediato pensé en esa hermosa verga que me había hecho gozar tanto hace unos días. Mi vagina palpitaba y me pedía más. Tomé entonces el consolador y me acaricié con él los labios, lo besé y me lo metí a la boca al tiempo en que hundía dos dedos por mi vagina. Estaba hecha agua; las sensaciones eran muy fuertes. Mojé el consolador con mi saliva y lo llevé hasta la entrada de mi vagina. Jugué con él un buen rato, pasándolo de mis labios mayores a los menores, subiendo y bajando, rozando y excitando mi clítoris, bajando hasta mi anito y empujando un poco para sentir cómo un gran orgasmo se iba formando desde mis profundidades. Metí el instrumento hasta el fondo de mi vagina y estallé con un grito ahogado por mi mano. Mi piel hervía. Dejé el juguetito dentro un breve tiempo y luego lo encendí. Comencé a fantasear con los recuerdos de mi encuentro, y mi cabeza creó nuevas imágenes llenas de erotismo. Las vibraciones me tenían encendida, pero no podía llegar al final de otro orgasmo, como si me quedara a medio camino y luego no pudiera seguir hasta estallar. Me di cuenta de la hora y dejé el juego. Había tenido mi orgasmo para desahogarme un poco, pero me había faltado más y no pude terminar. Las prisas me hicieron arreglarme pronto, sequé mi cabello, me peiné con un flequillo coqueto y un peinado algo suelto y alborotado, sólo acomodado tras las orejas para descubrir mi cara y mi cuello. Casi no usé maquillaje, un labial discreto en tono pastel, un perfume fresco, unos bonitos aretes, collar y anillo a juego. Estaba lista. Me gusté en el espejo. Nada exagerada y sí muy femenina. Pensé en llamarle a mi marido para confirmar la cita, pero sabía que estaría ahí, así que sin perder tiempo llamé a un taxi para que nos pudiéramos regresar a casa juntos luego de la cita. Justo a la hora acordada llegué al lobby del hotel.

A medida que mis pasos me acercaban a la puerta de entrada del restaurante, lo vi y no pude dejar de emocionarme. Estaba sentado en un sillón, leyendo una revista de negocios, traje de tres piezas, elegantísimo, todo negro, camisa blanca, corbata roja bellísima. Todo él era un gozo a la vista. Cuando dejé de escudriñarlo, caí en cuenta de que estaba solo, mi marido no había llegado a pesar de ser tremendamente puntual para todo. Cuando me vio puso cara de niño al mirar su regalo de navidad. Sus ojos se agrandaron y casi saltó para ir a mi encuentro.

- No puedo creer lo hermosa que te has puesto, María. Parece que no te hubiera visto en más tiempo. – Sus manos tomaron mis brazos y se acercó para darme dos besos muy despacio, apretándome contra él y rozando apenas la comisura de mis labios. Mis pezones saltaron al mínimo contacto con su pecho.

¿No ha llegado mi señor? – traté de desviar la intensidad del momento para no lanzarme a sus brazos y comérmelo a besos.- Qué raro, le voy a llamar.
No te preocupes, mujer, ya hablé con él y me dijo que tardaría unos minutos nada más, que mientras nos tomemos un aperitivo y platiquemos en lo que llega.
¡Cabrón!, pensé. Me deja sola con éste a ver si caigo de nuevo. O tal vez sí está muy ocupado y no puede llegar a tiempo. En fin, nos tomaremos algo para hacer tiempo.

Me tomó del brazo y me condujo al restaurante. Nuestra reservación efectivamente estaba a nombre de mi marido. Y la mesa que nos asignaron era la más discreta del lugar, donde podíamos ver a todo el mundo y nadie podía mirarnos a nosotros. Sin sillas, un sillón en semicírculo era todo. Muy bonito, de buen gusto. La tela era muy suave y en tonos de vino, cálida. Inmediatamente sentí deseos de quitarme el saco. Sebastián me ayudó sin perder oportunidad de acercarse por detrás y mirar por encima de mi hombro justo cuando hacía los brazos hacia atrás, sacando el pecho y mostrando con orgullo mis senos.

- Este perfume es distinto, pero igual de embriagador –, me dijo muy cerca del oído, provocándome un escalofrío desde mi nuca hasta los pies.

Nos sentamos. Y yo esperaba que él se sentara al otro extremo del sillón, pero seguro de sí mismo ocupó el espacio pequeño, a mi lado. No dije nada para no parecer estar a la defensiva. Además, me gustaba su cercanía.

Pedimos los aperitivos y el licor bajaba a mi estómago calentando mi sangre. Platicamos de distintas cosas. Él bromeó seguramente porque me sintió nerviosa. Nos relajamos y ya estábamos riéndonos de sus ocurrencias y algunas anécdotas. Quién sabe cómo sucedió. Me estaba riendo de una algo que me dijo, cuando de repente me planta un beso en los labios. Un beso que no rechacé, pero que tampoco respondí, sólo cerré los ojos.

- María, María-, me decía tomando mi mano. – Perdóname, pero ansiaba besarte de nuevo. Ya sé que no hay sentimientos, pero estar cerca de ti me tiene completamente enloquecido–. Todo eso me decía muy de cerca, casi tocando nuestros labios otra vez, con los ojos clavados en los míos. Su mano sobre la mía, y ésta sobre mi muslo. Sentía las yemas de sus dedos rozando mis mallas, apretando ansioso.

Entonces decidí tomar el control de la situación: puse su mano entera en mi pierna, tomé su rostro con mis manos y le dije: - Me encantas, cabroncito hermoso, y si nos vamos a besar, que sea como debe ser-. Le di el beso más entregado y cachondo de mi vida. Prácticamente me lo comí a besos. Lo incité con mi lengua a que con la suya invadiera mi boca. Lo abracé fuerte, sintiendo sus manos sobre mi cuerpo, una subiendo por mi pierna, la otra buscando un resquicio bajo mi ropa. Seguimos así sin fijarnos en quien nos pudiera estar viendo. Pasé mi pierna sobre la suya, casi montándolo y él puso su mano sobre mi pecho, tomó un seno y lo estrujó. Con mi muslo podía sentir su pantalón a punto de reventar.

Nos tenemos que portar bien, papi, no sé a qué hora llegue mi marido.
Preciosa, tu marido llegará en veinte minutos. Te cité una hora antes para poder estar a solas. Si quieres nos podemos perder un rato para disfrutarnos y regresamos corriendo.
No, ya te dije que no puede ser, aunque me muera de ganas y me esté derritiendo. Mejor bésame un rato más, besas tan delicioso.
Lo dejé que me tocara a su antojo. Metió su mano bajo mi falda y me hizo enloquecer con esos dedos maravillosos. Yo bajé su cierre, aprovechando el mantel largo, y le saqué el pene; me metí dos dedos a la boca y los mojé bien; regresé a su pene y repetí la operación una y otra vez hasta tenerlo bien lubricado.

- Qué rico sabes, papacito.

- ¿Qué quieres hacer, preciosa?, ¿por qué no nos quedamos de ver esta noche?, quiero cogerte más, necesito tenerte para mí una noche más.

- No, eso ya está decidido. Pero te voy a dar un regalo de consolación.

Miré alrededor y nadie andaba cerca. La hora de la comida todavía no se acercaba y el lugar estaba casi vacío. Sólo unas mesas a lo lejos, y casi todos nos daban la espalda. Sin pensarlo mucho me bajé hasta desaparecer de la mesa y me metí entre sus piernas. Y le dí una mamada con enorme gusto. Disfruté su pene durísimo y portentoso. Sentía su mano acariciar mi mejilla, mi cabeza, se estaba dejando hacer y lo disfrutaba. Cuando se tensó y me tomó del cuello supe que venía lo inevitable. Lo masturbé fuertemente con mi mano y empezó a lanzar chorros de semen que pasaron a un lado mío, cayendo al piso, dejándolo hecho un desastre. Y entonces lo volví a meter en mi boca para recibir los restos de su descarga. Lo estuve consintiendo lentamente hasta que fue perdiendo su dureza. Salí de debajo de la mesa, me limpié las comisuras de los labios con los dedos, que chupé con malicia ante su mirada incrédula.

- ¿Rico, papi?, ¿lo disfrutaste?.

- No tienes idea, preciosa, estaba que reventaba.

- Ya me di cuenta, ¿y ahora cómo limpiamos el desastre que hiciste?.

- Déjalo, nadie se va a dar cuenta. Pero tengo que devolver el favor. Quiero volver a ver esa cara justo cuando te vienes y oír de nuevo tus gritos de placer.

Nos acomodamos la ropa y seguimos bebiendo un poco. En eso llegó mi marido acompañado de otra persona. Muy serios los dos. Al llegar cambiaron las expresiones, saludaron cortésmente y nos acomodamos para empezar a pedir la comida. Quedamos en lugares opuestos: Sebastián, el otro integrante que lo presentó mi esposo como Óscar, un uruguayo que no estaba nada mal: muy blanco, cabello oscuro, algunas canas casi imperceptibles, ojos bonitos y una gran nariz recta que le daba un carácter atractivo, muy peludo, barba cerrada perfectamente bien recortada y brazos muy velludos. Pensé en eso un momento: nunca me gustaron los hombres peludos. Pero éste no estaba nada mal. También estaría de paso dos días se regresaba a su país.

Cuando nos estábamos acomodando, Óscar resbaló y se dio un buen sentón en el sillón. Trató de ver qué había y sólo dijo que sintió como si estuviera el piso mojado. Nadie dijo nada, pero Sebastián y yo nos quedamos viendo compartiendo un divertido secreto.

Mi cabeza estaba hecha un remolino. Acababa de darle sexo oral a mi único amante, estaba ahora sentada entre este hombre peludo y mi marido. Estaba ardiendo y necesitaba que me dieran una cogida memorable. Incluso sentía la humedad salir de mi cuerpo y pensaba que se iba a notar el olor estando cerca de ellos. Ideas nada más porque sólo elogiaron mi perfume. Hablaron de negocios y de vez en vez desviaban a plática informal para incluirme y que no me aburriera.

- Basta de negocios por ahora-, dijo Óscar. – Estamos acompañados de una hermosa dama, con respeto para el esposo. Así que disfrutemos el momento, que la vida es corta.

Los demás estuvieron de acuerdo y brindamos, y seguimos brindando. Se convirtió en una agradable tertulia donde me pude dar cuenta de que Óscar podía no ser un modelo soñado, pero era muy simpático. Hacía chistes y contaba anécdotas que nos hacía reír tremendamente. Cuando él reía, se le arrugaba completamente la piel alrededor de los ojos. Se reía bonito, tenía bella sonrisa y dientes perfectos. Pensé que seguramente tendría un rico aliento.

Estuvimos casi dos horas en ese lugar. Terminamos y cuando nos íbamos a despedir, se me acercó Sebastián para decirme en secreto:

- ¿Nos vemos esta noche?.

- No.

No tuvo tiempo de más. Óscar dijo estar muy relajado y contento:

- Mañana seguiremos aquí y hay tiempo de sobra para finiquitar los negocios; ¿por qué no me llevan a conocer algún lugar con música viva?, no conozco más que las paredes de mi hotel.

- Me gustaría, pero tengo algo pendiente en la oficina que debo resolver-, dijo mirándome casi con súplica. Me hice la desentendida y pensé que sería un buen pretexto para terminar de una vez con los juegos con Sebastián. Tenía que cortar por lo sano de una buena vez.

- Qué lástima, Sebastián-, dijo mi marido. –Yo quiero llevar a bailar a María para que se divierta. Entonces mañana temprano nos llamamos para quedar con el abogado y lo que falta.

Sebastián se quedó frío, pero no podía echarse atrás. Se despidió de nosotros y sólo me dedicó una mueca, resignado.

Fuimos a un lugar al otro lado de la ciudad, donde tocaban grupos de jazz y blues. Muy bonito, y se fue llenando poco a poco a medida que caía la tarde. Seguimos bebiendo y bromeando. Platicando de nuestras vidas y de la vida misma, del mundo y sus horrores. Mi marido me sacaba a bailar de vez en cuando y Óscar también se animó a buscar una compañera de baile. En un momento dado consideré la posibilidad de seguir experimentando con extraños. Seguía caliente. Cuando bailaba con mi señor lo apretaba para sentir su cuerpo y movía sus manos para que me tocara. En la mesa le toqué el paquete y sólo se rió y tomó su trago nervioso por estar frente a Óscar, pero me correspondía con su mano bajo la mesa. Lo estábamos pasando bien.

Estábamos sólo mi señor y yo en la mesa. Óscar bailaba con unas y con otras. Se divertía.

- ¿Te gustan los vellos?-, preguntó mi esposo a vuelo.

- Sabes que no, ¿por?

- Bueno, este uruguayo como que te hace ojos pero le estorbo.

- No es cierto, lo dices por decir. Me hubiera dado cuenta, o él hubiera dicho algo.

- Puede ser tímido. Pero así como tú te das cuenta si le gusto a una mujer antes de que me de cuenta, así me he dado cuenta desde que te lo presenté. En la plática o cuando tomaba sus tragos, te veía. Incluso ahora que baila con otra, te está viendo a ti.

Voltee discretamente y lo alcancé a ver antes de que desviara la vista a otro lado. ¿Podía ser cierto?, ¿qué me importaba?. Si bien se me hacía atractivo y estaba la circunstancia de que en un día se iría muy lejos, no había pensado en hacer nada con él.

- Me voy a apartar un poco, voy al baño y me tardaré algo-, y sin esperar mi respuesta se levantó dejándome sola. No había pasado un minuto cuando Óscar llegó de regreso. La melodía que bailaba no había terminado, de eso sí me di cuenta.

- ¿Cómo que te dejan sola?, ¿qué tal que venga el viejo vagabundo y te rapte?-, nos reímos y platicamos de mi matrimonio, de sus tres divorcios y el cuarto en trámite.

No hablaba en serio de nada, todo era broma y se tomaba la vida con ligereza. Lo empecé a mirar con detenimiento. Su fachada era muy alegre pero se notaba que era sensible y que había sufrido bastante. No quise averiguar mucho, al fin de cuentas era un desconocido y pronto se iría, era sólo un personaje de paso. Y pensando esto ahora sí consideré la posibilidad de provocarlo. Me gustó la idea de tomar el control, provocarlo, satisfacerme sexualmente con él y luego botarlo sin remordimientos ni recuerdos. Él podría ser exactamente lo opuesto a Sebastián y me ayudaría a liberarme de su recuerdo.

- Perdona que te haga esta pregunta pero, ¿hay muchas mujeres que te hayan buscado por tu vello?-, pregunté como primera avanzada.

- Pues no muchas, pero sí ha habido quien me dice que les gusta mucho el tacto.

- ¿Y no picas?-, pregunté en doble sentido y al mismo tiempo estiré mi mano pidiendo que él me acercara su peludo brazo, segura de mi misma y en pleno control de la situación. Me sentí poderosa.

- No, soy suavecito, aunque depende de qué tan suave sea la dama-. Riendo me dejó tocarlo. Y aproveché para erizarlo usando mis uñas a lo largo de su antebrazo.

- A mí me harías muchas cosquillas. Se siente muy distinto. Siempre tuve novios lampiños o con poco vello. Algunos sólo eran velludos del pubis y me picaban.

- Seguro que sí, siendo tus novios-, soltó una carcajada. – Perdona, no quiero faltarte al respeto, eres una mujer muy especial y además muy hermosa.

- No te preocupes, ya estamos en confianza y no me ofendes-, seguía acariciando sus vellos.

- Yo soy todo velludo, pero el pubis lo tengo muy cuidado por la misma razón que tú dijiste. A veces el sexo de las mujeres es muy sensible y si haces muchas cosquillas matas la excitación. Por raro que parezca estoy depilado del estómago para abajo-, y abriendo un botón de su camisa, a la altura de su vientre, me enseñó su piel lisa y blanca. – Pero los vellos del pecho son los más útiles, porque les encanta la sensación sobre los pezones erectos.

Cuando le escuché decir eso me excité. Mis pezones saltaron inmediatamente y mi vagina palpitó deseando batalla.

- ¿No se enoja tu marido si te saco a bailar?.

- No, él siempre dice que estoy grandecita para decidir con quién.

Me tomó de la mano y bailamos un poco. Tenía el cuerpo de un atleta. Pecho muy amplio y vientre plano. Manos grandes. Me sentí pequeñita junto a él. Olía rico y se sentía agradable su temperatura.

- ¿Y qué más decisiones toma esta belleza grandecita?

- ¿A qué te refieres?

- ¿Te dejan portarte mal?

- No, sólo puedo portarme bien.

- Qué lástima. Una mujer como tú debería tener una misión en la vida.

- Ah, ¿sí?, ¿cuál?

- Hacer felices a muchos hombres.

- Ja, ja, ja, pues han habido algunos.

- ¿Casada?

- Mmmm, no te diré… soy discreta.

- Si te invitara a salir mañana en la tarde, antes de irme, ¿aceptarías?

- Mmmm, no sé, creo que no estaría mal, ya te avisaré.

Así bailando me apreté a él y le dije al oído: - tengo curiosidad de cómo se sentirían tooodos tus vellos en mi piel.

Me apretó y de inmediato sentí en mi vientre cómo se endurecía su sexo. Su mano bajó de mi cintura tocando un poco mis nalgas, sin descaro, pero acariciando con seguridad.

- Te aseguro que nos vamos a divertir mucho, María.

- Lo sé. Ya lo decidí, mañana nos veremos.

Seguimos bailando pegados, con las piernas casi entrecruzadas, su muslo muy cerca de mi entrepierna. Y de vez en vez me dejaba unos ricos besitos en mi mejilla, cerca de la oreja.

Cuando volvimos a la mesa ya estaba mi marido esperándonos. Alzó su copa con cara de alegría y brindamos como si nada hubiera ocurrido. Terminamos la velada y nos despedimos de Óscar. Nos dejó a ambos su tarjeta con el número de su hotel y habitación, para que mi marido le llamara por la mañana para los negocios…. , y secretamente yo lo hiciera por la tarde para el placer.

En casa tuvimos mi señor y yo el sexo que había ansiado todo el día. Estaba hecha una fiera. Jugamos con mi consolador, me regaló un orgasmo rápido y furioso jugando con él. Luego yo le hice un rico oral. Practicamos con el dilatador anal, y así con esa cosa metida en mi anito me montó sobre él y lo cabalgué hasta reventar los dos en un grandioso orgasmo. Acabamos muertos, molidos. Apenas escuché el despertador unas horas después, estaba amaneciendo. Lo escuché bañándose, y luego entre sueños lo sentí besarme para despedirse.

- Adiós, amor. Te amo más que nunca.

- Adiós, amor mío, igual yo, toda la vida.

Dormí hasta el medio día, y me desperté llena de energía y ánimos. Debía preparar todo para una tarde llena de gozo y libertad. Había conquistado mi soberanía

No hay comentarios:

Publicar un comentario