viernes, 25 de noviembre de 2011

En la Gasolinera

No recuerdo que día de la semana era, tal vez martes o miércoles. Si recuerdo que era final de mes y había que terminar los informes para presentarlos en el consejo de administración y, como no, me había tocado a mí terminarlos. El jefe se llevaría los aplausos y las bonificaciones económicas, como siempre.
Cuando salí de la oficina era cerca de la 1 de la madrugada. Bajé hasta el garaje y al arrancar el piloto indicador de gasolina se encendió recordándome que el coche necesitaba combustible. Se me había olvidado por completo.
- Menos mal que hay una gasolinera cerca. – Pensé. En realidad la gasolinera estaba a un kilómetro, más o menos, en dirección opuesta a mi casa, pero no podía arriesgarme a quedarme tirado en mitad de la carretera (la oficina estaba situada en un parque empresarial en mitad de la nada y yo vivía en una urbanización en una zona no demasiado poblada).
Afortunadamente la gasolinera estaba abierta, así que estacioné mi coche junto al surtidor entré en la tienda para, de camino, comprarme algo para matar el hambre, ya que aún no había cenado.
- Buenas noches. – Dije sin mirar al entrar en la tienda.
- ¿Tan tarde por aquí? – Me dijo una voz familiar que reconocí como la de uno de los dependientes de la gasolinera (suelo repostar allí muchas tardes al salir del trabajo).
- Pues sí. Hoy me ha tocado pringar hasta tarde, pero veo que no soy el único. – Le contesté.
- El chaval del turno de noche está enfermo y esta noche me han cargado a mí con el muerto. Pero no hay mal que por bien no venga, así no tengo que aguantar a mi parienta, ja, ja, ja. – Comentó con voz socarrona.
Cogí una bolsa de patatas fritas y un refresco y le pedí a Claudio (así se llamaba el hombre) que me calentara un par de perritos calientes de esos que tenía a un lado del mostrador.
- Si te gustan las salchichas yo tengo una bien rica y gorda. – Me dijo entre risas mientras se llevaba la mano a su entrepierna y se apretaba la entrepierna destacando una buena pieza bajo el mono que llevaba puesto.
- Déjate de mariconadas y prepárame los perritos, anda. – Le contesté. – Ya eres muy viejo para andarte con estas tonterías.
- ¿Viejo yo? A mis 60 años todavía se me pone firme como en la mili, y no veas como meneo las caderas. – Dijo haciendo unos movimientos ridículos que me indicaron que el hombre estaba algo bebido.
- Por cierto, cóbrame también 50 euros de sin plomo 95, tengo el depósito vacío. – Y le di la tarjeta mientras me empezaba a comer uno de los perritos. – No te comas mi cena que voy al servicio. – Le dije.
- No te preocupes, no me gusta comer pollas.
El baño de caballeros estaba cerrado, así que me metí en el de mujeres y me puse a mear en una de las cabinas sin ni siquiera cerrar la puerta.
- ¿Qué haces meando aquí? – Escuché la voz de Claudio a mis espaldas. – ¿Es que eres una señorita? – Dijo entre carcajadas. Entonces noté un empujón en la espalda que me hizo caer hacia delante.
- ¿Qué coño haces, joder? – Le grité.
- Darte lo que te gusta, putilla. – Mientras decía estas palabras pude escuchar como se bajaba la cremallera del mono. – Date la vuelta nenaza, mira que regalo tengo para ti.
Me giré como pude y me quedé sentado en la taza del retrete, con los pantalones medio bajados. Justo a la altura de mi cara tenía una enorme polla completamente erecta. Claudio me miró a los ojos mientras con su mano derecha me agarraba de la barbilla.
- ¿Acaso crees que no sé lo que haces por Internet cuando tu mujer no está?
Me quedé blanco. Es cierto que cuando estoy solo en casa suelo conectarme a chats gays para tontear por cam con otros hombres, pero es algo que no le había contado a nadie.
- No sé de qué me hablas. – Balbuceé.
- ¿Te acuerdas hace dos semanas que se te cayó la cámara? Yo estaba al otro lado y pude verte la cara, que era lo único que no había visto de ti. ¿Recuerdas lo que te gusta decir? Quiero chuparte la polla; fóllame como a una puta; quiero que me pongas a 4 patas… Pues hoy voy a hacer realidad tus sueños, salvo que quieras que tu mujer y tu jefe se enteren de todo.
Yo no sabía que decir. Estaba temblando de los nervios. Nunca me habría imaginado que Claudio fuera uno de mis ciberamantes y, sin embargo, lo era.
- Bueno, ¿Qué decides? – Dijo acercando un poco más su pene a mi cara mientras dejaba caer hasta sus tobillos el mono que llevaba puesto. Un intenso olor, característico de la zona genital, inundó mis fosas nasales. Aquel olor, la visión del velludo cuerpo de Claudio con su pene apuntándome y su áspera voz, que había sustituido las amenazas por obscenidades, provocaron que mi propio pene tomara la primera decisión por mí y empezara a crecer. Claudio se dio cuenta de ello. – Ya sabía yo que te ibas a poner cachondo. Nos lo vamos a pasar muy bien, ya verás. – Dijo sujetándome fuerte por la nuca y apretando mi cara contra su polla y su velluda barriga. Su otra mano me desabrochaba la camisa y empezaba a acariciarme y pellizcarme el pecho.
- Mmm. – Se me escapó un gemido.
- Relájate y disfruta. Si te portas bien conmigo yo también me portaré bien contigo. – Dijo tratando de darle un tono dulce a su voz, aunque la lujuria rebosaba por todos lados.
Sus manos no dejaban de recorrer mi pecho, y mi cara seguía atrapada contra aquella palpitante polla. Me dejé llevar. Al fin y al cabo, aquello era con lo que tanto había fantaseado en mis múltiples aventuras cibernéticas. Mis manos empezaron a acariciar sus fuertes y peludos muslos. Entreabrí los labios y empecé a besar su polla. Despacio. Sin prisa. La mano que me aprisionaba la nuca empezó a acariciarme la cabeza. Mis besos empezaron a convertirse en lametones que impregnaban todo su tronco de saliva.
- Chúpame las pelotas, nene. – Dijo con un hilillo de voz que demostraba que le estaba gustando mucho.
Agarré su polla y empecé a masturbarle muy despacio. Le miré a los ojos y agachándome un poco más me metí sus huevos en la boca.
- ¡Joderrrrr! – Gruñó.
Estuve comiéndole los huevos un buen rato hasta que me agarró del pelo y tirando hacia atrás de mí me apartó de aquellas enormes pelotas que llenaban mi boca.
- Ahora te vas a comer tu salchicha, ¿no habías venido a por ella? – Dijo poniéndome la punta de la polla en los labios.
Yo, abrí mi boca levemente y dejé que él la fuera metiendo. La primera vez la metió despacio, dejándome saborear cada centímetro. Pero enseguida comenzó, con un continuo y rápido mete-saca, a follarme la boca sin piedad. Me agarraba fuerte del pelo, moviendo mi cabeza al ritmo de sus embestidas. En algunos momentos me costaba respirar y me atragantaba con aquel pedazo de carne en la boca, pero estaba tan cachondo como él y no quería parar. La saliva, mezclada con los jugos que salían de su polla, se derramaba por la comisura de mis labios cayendo sobre mi pecho. Yo me acariciaba y pellizcaba los pezones restregando aquel líquido por todo mi pecho. Mi polla, cada vez más dura, estaba a punto de estallar y comencé a masturbarme y a acariciarme los huevos y la raja del culo. Mi ano estaba palpitando y caliente, deseando algo más.
- Quiero que me folles el culo. – Le dije suplicante. – Métemela también por el culo, por favor.
- Calla y sigue chupando zorra. – Respondió volviendo a meterme la polla en la boca.
De repente se puso rígido y dejó de moverme la cabeza. Muy despacio, como si tuviera miedo a romperla, sacó la polla de mi boca y tirando de mí hacia arriba dijo:
- Deja que me siente y arrodíllate. Quiero correrme sentado.
Obedecí sin rechistar y me coloqué de rodillas entre sus piernas abiertas y, al poco de meterme la polla en la boca, me colocó sobre la espalda. Yo, mientras se la seguía chupando continué masturbándome, aunque ahora mi mano estaba más tiempo en el culo que en la polla. Mi dedo índice entraba y salía muy despacito de mi cálido y prieto ano. Estaba a mil, una polla en la boca y un dedo en el culo. Sólo en mis más ocultas fantasías me había visto en una situación parecida.
- ¡¡Aaarrggggg!! – Gritó mientras apretaba mi cabeza contra su cuerpo.
Un enorme chorro de cálido semen inundó mi boca y mi garganta; mi dedo se hundió en mi culo; y mis pelotas se exprimieron, liberando a través de la polla otro enorme chorro lefa. Cualquiera que nos hubiera visto de aquella manera habría alucinado: Claudio estaba sentado sobre el retrete, con sus piernas sobre mi espalda y el mono de trabajo por los tobillos. Yo, arrodillado ante él, con su polla hundida en mi boca, de la que chorreaba un denso líquido blanco y un dedo metido el culo. Nos quedamos así un buen rato hasta que Claudio me dijo que me levantara. Se colocó el mono, me dio un cachete en el culo y me plantó un profundo beso en la boca.
- Otro día te daré por el culo. – Dijo antes de salir del servicio dejándome con los pantalones por la mitad de los muslos, la polla y la comisura de la boca con restos de semen.
Me lavé un poco y salí de allí. Al pasar por delante del mostrador, donde Claudio estaba sentado escuchando la radio y leyendo un periódico deportivo le dejé un papelito con mi número de teléfono.

- Hasta pronto Claudio

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