jueves, 23 de agosto de 2012

ESTHER (capitulo 35)


Llegamos a Nueva York sobre las doce del mediodía  y en un taxi fuimos a nuestra nueva casa de Central Park. Esther estaba impaciente por llegar. Desde España había supervisado la pequeña reforma de la casa y la había amueblado, pero no había visto el resultado final y faltaban algunas cosas. No estaba todo perfecto, pero casi. En las tres semanas que estaríamos  allí, ya lo iría ultimando.  Antes de hacer nada, nos acercamos a Columbus Circús a comprar todo lo que nos hacia falta para pasar la noche. Todavía tenia que llegar cosas desde España por mensajería. Regresamos, y después de pedir algo en un tele chino, cenamos con una botella de champagne para celebrar la inauguración. Esther se estaba aficionando a esa extraña combinación de chop suey y champagne del caro.  Cogí las copas y la botella y, haciéndola una indicación, nos dirigimos al dormitorio. Se tumbó boca arriba y me tumbe sobre ella abrazándola.
– Por favor mi señor,  hazme daño, –me suplico entre beso y beso.
Como si no la hubiera oído, seguí besándola mientras la mantenía abrazada. Cuando me sacie de su boca, la cogí de la mano y la saque de la cama. Me senté en el sillón y la arrodille entre mis piernas. De inmediato se entrego a una de sus pasiones favoritas, chapármela. Cuando la conocí, no tenia ni idea, pero se ha convertido en una experta. Ella sigue a lo suyo. En ocasiones se la saca y con la lengua la recorre en toda su longitud. Baja hasta los testículos y se los mete en la boca. Sigue hacia abajo y con la punta de la lengua  estimula mi ano. Luego vuelve a metérsela en la boca. Cuando me corro, se lo traga todo, y ella misma vacía el conducto para que no quede ni una gota.
La lleve a la cama y me acomode entre sus piernas. Su deliciosa vagina estaba a escasos centímetros de mi boca. La olía, que rico, me encanta. Mientras la chupaba la vagina, con mis manos atrape sus pezones y se los retorcí. El efecto fue inmediato. Esther que ya estaba gimiendo, automáticamente empezó a chillar y a los pocos segundos se corrió mientras un hilillo blanco salía de su interior. Seguí chapándola y bebiendo sus jugos mientras la retorcía los pezones. Cuando la provoqué el segundo orgasmo, la flexione las piernas y poniéndome sobre ella, la penetre. Con mi mano izquierda la retorcí su brazo derecho por detrás de la espalda provocándola mucho dolor. La seguí follando y cuando percibí que se iba a correr nuevamente la acompañe y nos corrimos juntos. Chillo como pocas veces lo había hecho.
– Espero que no nos manden a la policía. Algún vecino habrá pensado que te estoy matando.
– Y no se equivocan mi señor, –me dijo cogiéndome la polla con la mano–. Me matas de placer.
– He pensado que pasado mañana, sábado, podemos ir la mercadillo de  pulgas de Hell´s Kitchen en la 39, –la dije después de unos besos–. Hay muchas antigüedades.
– Genial, necesitamos algunas cosillas.
Nuestra rutina cambio sustancialmente. A pesar de la distancia, todos los días Esther cogía el metro y se iba hasta la oficina para almorzar conmigo. Por la tarde, como no tenemos gimnasio en el apartamento, salíamos a correr por Central Park.
A la semana siguiente a nuestra llegada todo estaba terminado en el apartamento. Lo que envío desde Madrid en su sitio y lo que compro en el mercadillo, que fue mucho, también.
– El viernes tengo que ir a Philadelphia a una reunión, ¿Quieres que pasemos el resto del día allí?
– Vale mi señor. ¿Ya has pensado como ir?
– Supongo que alquilare un coche, pero no me hace mucha gracia.
– La señora de el puesto de abajo que me vende la fruta, me ha dicho que su hija viene en autobús desde allí y que tarda un par de horas. ¿Quieres que la pregunte mi señor?
– ¿Dos horas? Estaría bien.
– Mañana la pregunto.
Al día siguiente, a la hora del almuerzo, Esther estaba como un clavo en el Liberty Park. Dos perritos con todo, unos cheetos con guacamole, una cola y un limón para mi. Ese era el menú.
– La empresa de autobuses se llama Megabus y salen de la 41. Hay uno que sale a las 6,30 AM y llega a las 8,30. El siguiente sale casi dos horas después.
– Vas a tener que madrugar mi amor ¿No te importa?
– Estando contigo mi señor, no me importa nada.
– Entonces de acuerdo, saca los billetes.
Al día siguiente, a las 6,15 AM, estábamos en la Estación de Autobuses de la 8ª Ave. en el pasaje de la 41. Mostramos nuestro billete electrónico y nos subimos al piso de arriba, colocándonos en la parte trasera. El resto del pasaje, que no era mucho, se fue a la zona delantera. Partió el autobús y después de pasar el Túnel Lincoln entramos en Nueva Jersey. Mientras atravesábamos las marismas del estado vecino, Incline a Esther hacia mi y sacándome el pene se lo introduje en la boca. En ningún momento se resistió. Durante mas de quince minutos estuvo chupando hasta que me corrí el su preciosa boca. Después volvió a mirar por la ventanilla para contemplar el paisaje americano. Pasado un rato, acerqué mi cara a la suya y la besé en a mejilla.
– No quiero que chilles, ni emitas el mas mínimo sonido, – le dije al oído. Esther me miro sin entender nada, hasta que mi mano se deslizo hacia abajo y comenzó a desabrochar su vaquero.
Introduje la mano entre sus piernas y comencé a acariciarla. A los pocos segundos ya la tenia cardiaca. Cuando notaba que la llegaba el primero paraba y volvía a empezar. Repetí la operación varias veces hasta que al final la permití correrse. Como la había ordenado, no emitió el mas leve sonido. Saque la mano mojada con los jugos de su corrida y comenzó a chuparla para limpiarla. Se quedo dormida el resto del viaje.
La desperté para bajarnos en la calle Marquet, al lado del centro de Recepción de Visitantes, en la zona histórica. Nos metimos en un Starbucks a desayunar, no había que tentar a la suerte. Madrugar, viaje, orgasmos, y con el estomago vacío, para Esther es inusitado. Después fuimos paseando hasta el City Hall en cuyas inmediaciones tenia la reunión.
– ¿A que hora tienes la reunión mi señor?
– A las diez. Como mínimo tardare una hora. ¿Qué vas a hacer mientras?
– Estaré por aquí de tiendas. Tu no te preocupes mi señor.
Cuando una hora y cuarto después salí de la reunión, Esther estaba esperándome, sentada en un banco con dos cafés, su capuchino y mi descafeinado negro.
– ¿Qué tal ha ido la reunión mi señor? –me pregunto mientras me quitaba la americana y la corbata y cuidadosamente doblada la metía en la mochila.
– Bien, muy bien mi amor. Mejor de lo que esperaba. ¿Y tu, que tal?
– He estado explorando mi señor. La frutera me dijo que en Arch St. detrás del Hard Rock, hay un mercado donde se puede comer y es muy agradable.
– ¿Y lo has encontrado?
– Por supuesto mi señor. Soy una gran exploradora, –dijo riendo–. Podemos ir al Chinatown que hay un arco muy chulo y luego a comer.
– Pues en marcha mi amor.
Después de almorzar, nos fuimos hacia la parte antigua para visitar los lugares históricos. La tumba de Franklin en la Christ Church, la casa de Betsy Ross donde se bordó la primera bandera de los EE.UU.  la rajada Campana de la Libertad y el lugar donde se reunió el parlamento.
Sobre las seis de la tarde, cogimos el abarrotado autobús y en él regresamos a Nueva York.  Antes de subir a casa, pillamos unos perritos en Columbus como cena. Después de ducharnos, la cogí en brazos y me sitúe quieto en el centro del saloncito.
– ¿Qué haces mi señor? –me pregunto Esther con extrañeza.
– Estoy decidiendo donde te voy a follar, y que te voy a hacer.
– Ah, pues por mi no te preocupes mi señor. Soy muy facilona. Cualquier sitio me vale,  y todo me gusta.
– Con que eres muy facilona. Ya te voy a dar yo a ti, facilota.
– Pero sabes que solo contigo, mi señor, –dijo soltando una carcajada.
La lleve al dormitorio y la tumbe en la cama. Me tumbe a la inversa a su lado ofreciéndola mi pene que acepto de inmediato metiéndoselo en la boca. Separe sus piernas y mi boca se puso a juguetear con su vagina. Mi lengua la recorre continuamente arrancándola exclamaciones de placer. Nos corrimos pronto y juntos. Aun así, insistí con su vagina mientras ella hacia lo que podía con mi pingajillo como si fuera un chicle. Me puse cabezón y no pare hasta que la conté cuatro. Para entonces el fantástico trabajo de su boca ya me había   resucitado al pingajillo. Me sitúe sobre ella, y mientras la abrazaba la penetre mientras ella me rodeaba con sus piernas. Lógicamente tarde en correrme, pero no me importo, mas tiempo la tenia entre mis brazos. Siempre esta a mi disposición y la puedo tener abrazada siempre que quiera, pero cualquier escusa es buena. Cuando lo logre,  el correrme, la bese incansablemente por toda su anatomía mientras ella permanecía inmóvil con los ojos cerrados. Me recordaba el poema de Neruda:

Desnuda eres tan simple como una de tus manos:
lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente.
Tienes líneas de luna, caminos de manzana.
Desnuda eres delgada como el trigo desnudo.
Desnuda eres azul como la noche en Cuba:
tienes enredaderas y estrellas en el pelo.                                   
  Desnuda eres redonda y amarilla
como el verano en una iglesia de oro.
Desnuda eres pequeña como una de tus uñas:
curva, sutil, rosada hasta que nace el día
y te metes en el subterráneo del mundo
como en un largo túnel de trajes y trabajos:
tu claridad se apaga, se viste, se deshoja                               
y otra vez vuelve a ser una mano desnuda.

Absorto en mis poéticos pensamientos miro fijamente su precioso rostro mientras con mis brazos sujeto su cuerpo inerte. Vuelvo de mi ensoñación y veo que Esther también mi mira con sus enormes ojos.
– Te quiero mi amor.
– Yo también te quiero mi señor, y siempre seré tuya.
A la mañana siguiente, cuando vino a almorzar conmigo, la pregunte si la gustaba la pesca.
– No se mi señor. Nunca he ido a pescar.
– Me han dicho que en la 5ª, cerca de Central Park hay una tienda de artículos de pesca. He pensado en comprar algunas cosas y acercarnos por el  Batery Park este finde para ver si pillamos algo. ¿Qué opinas?
– Genial, me gusta ese parque mi señor. ¿Follaremos?
– Ya estas. Siempre pensando en lo mismo.
– ¿Yo? ¡Eso si que tiene gracia! ¿Quién me folla en fuentes concurridas, cementerios, callejones lúgubres, pedruscos llenos de cabras, y casi en autobuses? ¡Mi señor!
– Bueno vale. Acepto barco como animal acuático.
– No has contestado a mi pregunta mi señor, –insistió con retintín.
– No creo que podamos. Esta muy concurrido y la pesca necesita concentración, –bromee.
– ¡A ver si no me va a gustar la pesca! –me contesto riendo.
Esa tarde compramos los trastos de la pesca y dos cañas. En la tienda también nos informaron del tema de los permisos y donde había que ir a gestionarlos. Cuando lo tuvimos todo, al siguiente sábado nos fuimos y nos colocamos cerca del final de Thames St, por proximidad con el metro. Colocamos las cañas y nos sentamos en el banco. Notaba a Esther nerviosa. No hacia mas que levantarse a mirar las cañas que no estaban a mas de un metro de distancia.
– ¿Te gusta vivir aquí mi amor? –la pregunte.
– Me encanta Nueva York mi señor.
– ¿Pero para siempre?
– ¿Para siempre? –me pregunto mirándome con extrañeza–. Si mi señor quiere vivir aquí, yo también.
– No te estoy preguntando eso …
– Se perfectamente lo que me estas preguntando, –me interrumpio–. Yo quiero estar donde tu estés.  Y esta ciudad me encanta.
– He pensado en estar mas tiempo aquí, venir por meses enteros. Un par de meses aquí y otro par allí. ¿Qué te parece?
– Me parece bien mi señor. Lo que me sorprende es que con lo que te gusta España, quieras estar mas tiempo fuera de ella.
– Cada vez estoy mas arto y mas defraudado de los españoles. Principalmente de los políticos, pero también de los que los votan. No lo entiendo. Entiendo que hay muchos chorizos y muchos hijos de puta, pero no entiendo que sabiéndolo, le voten.
– Yo creo mi señor, que hay mucha gente que quiere que les saquen las castañas del fuego y no comprometerse. Por eso miran a otro lado y no quieren saber nada. Lo peor es que creo que se están haciendo dos bandos, si no se han hecho ya,  que se miran con odio unos a otros. Y eso es muy peligroso.
– Si es peligroso. Espero que no se llegue a tanto.
– Si mi señor quiere estar mas tiempo aquí, no se hable mas. Nos quedamos.
Los que Esther no sabia es que había otro motivo mas para quedarnos aquí. Su seguridad. Aquí es mas libre y no tiene que estar vigilada por escoltas clandestinos.
Lo pasamos bien pescando en el Hudson. Al final de la tarde recogimos todo y nos fuimos al metro. Esther sacando pecho y haciendo la payasa. Ella pesco un pez raro, de aspecto indefinible, de no mas de cuatro dedos  y lo pillo por el lomo. Increíble. Yo no pesque nada.
– He pescado un pez. He pescado un pez. I have caught a fish, –decía sin parar en los dos idiomas dando saltitos, durante todo el viaje ante la hilaridad del pasaje.
– Es su primer pez, –intentaba explicar a todos.
Salimos de metros y nos dirigimos andando a casa. Esther seguía saltando a mi alrededor.
– ¿Sabes lo que va a pasar cuando lleguemos a casa? –la pregunte.
– Me vas a echar un polvo que me voy a cagar. Me vas a echar un polvo que me voy a cagar, –respondió mientras seguía dando saltitos a mi  lado.
– Pues no lista.
– ¿No? – dejo de dar  saltitos–. ¡Como que no!
– Porque no, no tengo ganas.
– Los tíos siempre tenéis ganas mi señor, –afirmo con vehemencia.
– Ya, pero hoy no me apetece. Estoy perrote.
– Mi señor, tu no has estado perrote en tu vida, –me dijo parándose en medio de la calle y poniendo los brazos en jarras.
– Vamos a hacer una cosa. Yo me tumbo en la cama y te dejo hacerme lo que quieras.
– ¡Jo! Es muy cansado.
– Pues es lo que hay mi amor. Tu decides.
– Bueno vale, –respondió enfurruñada como una cría.  A continuación sonrío y volvió a dar saltitos–. He pescado un pez. He pescado un pez.
Ya en casa, nos duchamos y después de cenar me tumbe sobre la cama con una copa de Ribera del Duero. Un par de minutos después llego Esther con su copa.  Y se tumbo a mi lado ligeramente apoyada sobre mi pecho. Sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo y su cuerpo a frotarse con el mío. Sus labios besaban constantemente lo mas próximo de mi anatomía y ocasionalmente ascendían para encontrarse con los míos. Después, descendieron definitivamente y se instalaron  en mi pene. Arrodillada a mi lado se empleo a fondo. Mi pene desaparecía por completo en su elástica garganta mientras con una mano se masturbaba la vagina. Me resultaba imposible permanecer quieto, y con una mano acaricie su trasero. Unos minutos después se corrió mientras con una mano la sujetaba la cabeza con mi pene en el interior de su boca.  Cuando se recupero, me cabalgo e introduciéndose el pene comenzó a mover la cadera frenéticamente. A los pocos segundos su cuerpo se cubrió de sudor y comenzó a brillar bajo el resplandor de la lámpara. Mis dedos atraparon sus pezones y los retorcieron acrecentando sus gemidos. Cuando vi que se iba a correr nuevamente, la atraje hacia mi y nos corrimos juntos en medio de un escándalo de gritos y gemidos. Durante unos minutos permaneció sobre mi, temblando como una hoja y ensartada en mi flácido pene. Incesantemente la besaba mientras mis manos la acariciaban la espalda y el trasero.
– ¿Qué quieres hacer mañana? Es domingo, –la pregunte.
– No se mi señor.
– ¿Quieres ir a la playa y al parque de atracciones?
– ¿A la playa? Si mi señor ¿A dónde? –pregunto sentándose sobre los talones.
– A Coney Island. Podemos coger el metro, la línea D nos lleva hasta allí.
– Vamos a la playa. Vamos a la Playa. We go to the Beach, –comenzó a decir saltando de rodillas sobre la cama.
– ¡Oh, cielos! Otra vez no.

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