lunes, 20 de agosto de 2012

ESTHER (capitulo 30)

Llevábamos varios días en Madrid, y ante la falta de resultados en la investigación del doble de Moncho, decidí hacer un viaje relámpago a Tailandia. Durante los cuatro o cinco días que duró, Esther se marcho a Salamanca a casa de sus padres, siempre seguida con discreción por los escoltas de Isabel. Esos días la vinieron bien, y le enseño a sus padres los videos y las fotos del baile de la opera y el reportaje de la ORF.
A mi llegada a Bangkok, me reuní en el hotel con el agente de Pinkerton que llevaba el asunto Moncho. Me comunico que todo estaba arreglado para el día siguiente. Me entrevistaría con el alcaide de la prisión y luego me vería las caras con él.
– Buenos días alcaide, –le salude cortésmente cuando me reuní con él en compañía del hombre de Pinkerton.
– Buenos días señor. Espero que todo se este desarrollando como usted desea.
– Si, si, en principio todo esta saliendo según lo previsto. Pero ha surgido un problema.
– ¿En esta prisión? –pregunto alarmado.
– No, no, tranquilo. Pero necesito saber si … mi amigo, ha tenido alguna visita.
– Solamente el empleado de la embajada que se ocupa de asistir a los presos españoles.
– ¿Nadie mas? –y a continuación insistí– ¿Con toda seguridad?
– Con toda seguridad, –afirmo rotundo el alcaide.
– Debe usted tener mucho cuidado y extremar las precauciones. Hemos averiguado que mi amigo tiene un doble, –ante la cara de sorpresa del alcaide, añadí–. No me pregunte como es posible porque todavía no lo sabemos. Mi gente esta siguiendo este asunto, pero por el momento no sabemos nada. Estoy seguro que usted se da cuenta de lo que esto significa.
– Perfectamente. Le aseguro que no habrá ningún problema, estaremos muy pendientes. De cualquier modo, su amigo, a causa del tratamiento, esta en aislamiento permanente desde que llego aquí.
– Excelente. El tratamiento, ¿Cómo va?
– Ya esta prácticamente desarrollado y en mes y pico será irreversible. En cuanto a las heridas de la castración ya están cicatrizadas.
– Perfecto. ¿Cuándo puedo verle?
– Ahora mismo. Ya le tengo en una habitación próxima.
Salimos del despacho y recorrimos un pulcro pasillo que parecía el de un hospital. Al pasar por una puerta entramos en otro pasillo mas descuidado y lúgubre, con las paredes desconchadas. Entramos en una habitación vacía, y solo iluminada por una bombilla convencional. En el centro de la habitación me encontré con Moncho cara a cara. Estaba esposado de pies y manos, y vestía una especie de camisón hospitalario que en otros tiempos debió de ser azul claro.
– ¿Qué me estas haciendo, hijo de puta? –chillo encolerizado al verme. Los guardias hicieron ademán de intervenir pero los detuve con un gesto de la mano.
– Te estoy haciendo un favor, –le respondí irónico.
– ¿Qué cojones me estas diciendo?–volvió a chillar–. ¡Te voy a matar cuando salga de aquí!
– Eso va a ser un problema. De aquí, solo vas a salir muerto. Te voy a convertir en la nena de la prisión. No vas a tener problema para mantenerte aquí. Te aseguro que vas a chupar pollas hasta que te hartes.
– ¡Jamás lo haré! ¿Me oyes? ¡Jamás lo haré!
– Lo harás, ya lo creo que lo harás, aunque tenga que sacarte todos los dientes. No lo dudes, –le dije con un tono suficientemente amenazador que capto de inmediato.
Tenia los ojos desorbitados e inyectados de odio. Solo me miraba, incapaz de abrir la boca. Yo le miraba de frente, con descaro y arrogancia, y mucho odio. En eso nos parecemos.
– De todas maneras, no te preocupes, tarde o temprano tendrás compañía, –Moncho me miro sin comprender–. Dos gemelos juntos … o juntas. Vais a ser las reinas de la cárcel. ¡Os van a rifar!
–¡Nunca le encontraras! Antes lo hará el y os matara.
– Cuando os tenga a los dos hermanitos aquí, pasare a veros y, entonces me lo cuentas.
– ¿Hermano? –y comenzó a reír a carcajadas–. ¡No sabes una puta mierda de el! No Tienes ni idea, hijo de puta.
Hice una señal a los guardias que lo sacaron de la habitación arrastras mientras gritaba desaforado– ¡Estas muerto, hijo de puta! ¡Tu y la zorra estáis muertos! ¡Los dos estáis muertos!
Sus gritos de fueron apagando en la profundidad del corredor convirtiéndose en un murmullo.
– Cuando se complete el tratamiento, sáquelo a la galería para que empiecen a follarlo, –me dirigí al alcaide cuando se hizo el silencio–. Y si causa problemas, o se resiste, sáquele los dientes … de la forma que usted prefiera. Eso me da igual.
– Entendido, se hará como desea.
Regresé al hotel satisfecho por la gestión realizada. Primero me confirmo que tenia un doble, y segundo que no era su hermano. Una operación de cirugía plástica de ese tipo no seria difícil rastrear. Estos trabajos tan “especiales” no los hacen todas las clínicas.
Al día siguiente salí para Madrid, vía Milán. Llegue a Barajas a las siete de la tarde y mi amor me estaba esperando. Durante un buen rato estuvimos abrazados. No me pregunto nada. Sabía que cuando viajo a Tailandia es por algo relacionado con Moncho.
Cuando llegamos a casa, pedimos algo para cenar al japo de abajo mientras me duchaba. Después se desataron las hostilidades, que por supuesto no fueron nada hostiles. Me he acostumbrado tanto a ella y a nuestra actividad sexual, que pasar tres o cuatro días sin tenerla a mi lado me resulta muy duro. La añoro una barbaridad.
– ¿Traigo algún arnés mi señor? –me pregunto cuando me tumbé sobre la cama.
– No mi amor, hoy te quiero solo a ti, a pelo.
Con una sonrisa inmensa, salto sobre la cama y se tumbo a mi lado pasando un brazo y una pierna por encima de mi. Estuvimos besándonos un buen rato, como para recuperar el tiempo perdido.
– ¿Cómo te las has apañado sin mi? ¿Y sin tus amigas? –la pregunte.
– Me he encontrado con un nuevo amigo, mi señor, –me respondió riendo mientras me enseñaba el dedo medio de la mano.
– ¿Y te ha funcionado bien?
– ¡Huy! De maravilla. Pero lo tengo un poco dolorido, –contesto soltando una carcajada. A continuación pregunto–. ¿Y mi señor? ¿Cómo te las has apañado?
– Tu señor no se las ha apañado de ninguna manera. Tengo un atasco de cinco días.
– Pues estas en buenas manos. Soy una desatascadora que te cagas, –he intento ponerse manos a la obra. No la deje.
– No, antes quiero hacer un par de cosas importantes, –la dije. Y ante la cara de sorpresa de Esther añadí–. Primero seguir comiéndome tu morrito un rato mas, y segundo, necesito olerte bien, esnifarte entera.
Dicho y hecho. Seguimos abrazados mientras nuestros labios se estrujaban unos con otros en un vano intento de hacerse uno, y nuestras lenguas peleaban frenéticas.
Coloque a Esther boca arriba en el centro de la cama, totalmente abierta de piernas y con los brazos en cruz. Empecé a esnifarla por arriba, por el cuello, para ir bajando muy lentamente por su hombros, sus pechos y sus axilas, donde me detuve bastante tiempo. Seguí por su costado, su vientre, su ombligo, y pasando ligero por sus ingles seguí por sus muslos en dirección a sus rodillas. Termine en sus pies donde también me detuve un buen rato. Desde allí, veía la vagina de Esther, fantástica, esperándome oscura de deseo. Su respiración agitada y profunda, marcaban sus costillas y denotaba el estado de excitación de mi amada. Cuando subí por entre sus pierna y llegue a mi objetivo, con la punta de la lengua recorrí la abertura de abajo a arriba. En un principio una sola vez, no hizo falta mas. Exhalando un profundo y ronco gemido, se corrió mientras un reguerito blanco surgía de el. Lo observe unos segundos con detenimiento y volví a pasar mi lengua por la abertura varias veces hasta que al final mi boca comenzó a chupar, morder y succionar toda su vagina. Retorciéndose de placer, pero sin abandonar la postura, siguió gimiendo hasta que conseguí provocarla otro par de orgasmos mas. Quería hacer disfrutar a mi amor todo lo posible porque sabia que en el momento que la penetrara, me iba a correr sin poder evitarlo.
– Abrázame mi amor, –la dije mientras me ponía sobre ella y la penetraba.
De inmediato me rodeo con brazos y piernas, y tuvo un ultimo orgasmo que acompaño al mío.
– ¿Queda algo ahí dentro mi señor? –me pregunto poniéndose de rodillas y cogiendo mi polla con la mano. Negué con la cabeza mientras con el dedo índice la señalaba entre las piernas, por donde bajaba un reguero de semen–. Por Dios que barbaridad. Si que tenias atasco mi señor.
Al día siguiente pase por la oficina, y allí quede con Isabel a la que puse al corriente de mis gestiones.
– ¿Como puede haber alguien tan retorcido que encargara una replica de si mismo? –comentaba alucinada.
– No sabemos quien es la replica, Isabel. ¿El o el otro? –la dije–. Lo que esta claro es que es muy útil, tienen una coartada permanente. Si no llegamos a pillar a Moncho in fraganti, muy posiblemente se nos hubiera escapado.
Isabel asentía y permanecía pensativa. En su larga vida de policía, espía y detective, nunca había visto algo tan retorcido y rocambolesco.
– Toma nota de lo que te voy a decir –la dije para que no se me olvidara nada y quedaran todos lo cabos cogidos–. Primero habla con los de Pinkerton para ponerles al corriente te todo, pero hazlo a ultima hora de la tarde, primero quiero hablar yo con el. Segundo, hay que averiguar donde se hizo la operación. Algo tan especial no se hace en cualquier parte. No olvides las clínicas ilegales. Tercero, que Colibrí entre en el sistema informático del hotel de Tailandia. Esther me comento que Moncho se iba cada dos o tres meses. Sospecho que se turnaban, y mientras uno estaba allí, el otro estaba aquí. Por eso decía que Moncho tenia periodos en que cambiaba de forma de ser, que estaba muy raro y parecía otro.
– De acuerdo Edu.
– Isabel, te lo vuelvo a repetir. Emplea todos los medios necesarios, y no repares en gastos.
– De acuerdo Edu. No te preocupes.
– Y sobre la protección de Esther, con total discreción. Pero me temo que al final se lo tendré que decir.
Todo el resto del día estuve en la oficina, y por la tarde, mañana en Nueva York, hable con Pinkerton y le puse al corriente de todo. Aunque ya lo esperaba, puso su organización de inmediato tras la pista del Moncho 2. También estuvimos hablando de nuestros negocios y acordamos abrir una oficina en Wall Street que llevara los fondos creados junto a Otto y Giuseppe, el italiano que conocí en Venecia, en la Fenice. Eso suponía que periódicamente tendría que ir a Nueva York.
A media tarde regrese a casa. Esther no estaba, había ido al gimnasio y yo me metí en el mío a saltar a la cuerda y a dar golpes al saco de boxeo. A eso de las siete regreso.
– Mi amor, mañana tienes que ir a la oficina para firmar unos papeles, –la dije después de besuquearla un poquillo.
– ¿A tu oficina? ¿Unos papeles? ¿De que? –pregunto.
– Ya esta preparado tu balance …
– ¿Mi balance? ¿Yo tengo de eso? –me interrumpió.
– Claro cariño. Recuerda que los tres millones de dólares que te traspaso Moncho, lo esta gestionando mi gente que creo una cartera de inversión a tu nombre.
– ¿Y cuanto he ganado mi señor?
– Unos 300.000 € brutos mas o menos.
– ¡300.000 €! –chillo.
– Si mi amor. Ten en cuesta, que solo lo hemos operado seis meses y además es bruto. Réstale un tercio en impuestos mas o menos.
– Pero mi señor, es muchísimo dinero …
– Ya, pero es tuyo. Y eso que somos legales, que si no podrías ganar el doble.
– ¿A que te refieres mi señor? –pregunto.
– Me refiero a que todas nuestras operaciones son legales, absolutamente legales, económica y moralmente. Mis fondos de inversión no operan con productos que puedan dañar el futuro de la gente, como pasa con el mercado de derivados o de futuros. Si lo hiciéramos ganaríamos el doble o incluso el triple. O crear una SICAV que tributa el 1%, para la que hacen falta cien inversores. Cierto ex presidente del gobierno con bigote tiene una familiar. Dudo que en su familia haya cien miembros, –ante la cara de perdida que ponía Esther añadí–. La diferencia en tu caso estaría en tributar 3.000, si tuvieras una SICAV, o 90.000 que es lo que vas a tributar mas o menos.
–¿Y entonces? No entiendo. ¿Cómo se hace eso?
– Con hombres de paja. Todas las grandes fortunas de este país, tributan con una SICAV. Y la inspección de Hacienda mira para otro lado.
– ¡Jo! Pero no es justo mi señor.
– ¡Ya! Pero no lo dudes, este país que tanto quiero esta lleno de chorizos, –y recordando algo añadí–. Además, quiero que entres en el accionariado de mi matriz.
– Me dijiste en una ocasión que tienes una persona en la oficina que se encarga de gestionar tus donaciones a ONGs y tal.
– Si, se llama Sarai y cuando la conozcas te gustara.
– ¿Y podría encargarse de lo que yo pueda aportar?
– Mañana lo hablas con ella, pero seguro que si.
– ¿Salimos a cenar mi señor? –me pregunto cambiando de tema.
– Bueno. Si te apetece salir, salimos.
– Hablar de economía me aturde mi señor.
Salimos a picar unos pinchos por los alrededores y a dar un paseo cogidos de la mano, a Esther la apetecía caminar. Llegamos a la Plaza de Oriente y nos sentamos a tomar un café en la terraza del Alabardero que tiene estufas.
– No se como no te lías con tantas empresas, mi señor, –me dijo.
– Nosotros no tenemos una arquitectura empresarial complicada. Hermanos Mora, S. A. (HERMOSA) es mi matriz, que tiene participaciones en el resto de empresas del grupo. No hay empresas cruzadas, ni un entramado enrevesado, ni nada de eso. Nosotros no tenemos nada que ocultar.
– ¿Y tú? ¿Cuánto has ganado mi señor? –me pregunto.
– Unos 35 millones.
Esther, en su ingenuidad económica se quedo con la boca abierta. Como dijo antes, ciertas magnitudes la aturden.
– ¡Sabes que, mi señor! –me dijo después de guardar unos segundos de silencio.
– ¿Qué mi amor?
– Que esto de hablar de dinero me ha puesto muy cachonda mi señor.
No se me erizaron los pelos de la cabeza porque no tengo. Saque rápidamente la cartera para pagar los cafés.
– Esther, este no es el lugar apropiado, –la dije todo lo tajante que pude para que no hubiera dudas.
– ¿Seguro mi señor? –pregunto frunciendo el ceño mientras su mano, furtivamente se escurría entre sus piernas.
– Totalmente, –la dije mientras cogía la vuelta y me percataba que la señora de la mesa de al lado miraba a Esther con los ojos como platos y la boca abierta. La agarre de la mano, nos levantamos y salimos casi corriendo de la terraza mientras Esther le sacaba la lengua a la señora.
No me lo pensé, pare un taxi que en treinta segundos nos dejo en la puerta de casa. En el ascensor se colgó de mi cuello intentando alcanzar mi boca con la suya. Llegamos a nuestra planta y me zafe de ella para poder abrir la puerta. Spok, el gato, flipo. Nos esperaba como siempre en la puerta, y vio pasar a Esther como una exhalación en dirección al dormitorio sin recibir su ración habitual de caricias. Le achuche un poco para dejarle contento y cuando entre en el dormitorio, la encontré desnuda sobre la cama haciéndose un dedo.
– Si hombre. ¿Qué te has creído? Con el mal rato que me has hecho pasar, –y sacando una cuerda de la bolsa de los juguetes la cruce los brazos por la espalda y se los ate.
Mientras me desnudaba, Spok se subió a la cama a olisquear a Esther, todavía extrañado de que su ama pasara de el. Esther le acaricio pasándole la cara por encima. Cuando me subí a la cama, con un toque cariñoso lo eché y se fue a su cesta. Esther se puso boca arriba con la mirada fija en la mía y las pupilas dilatadas de deseo mientras intentaba atraerme con sus piernas. Nunca la había visto con ese grado de furor. Era como si la hubieran echado un potente afrodisíaco en el café. Es posible, que con las historias que cuento de nuestras aventuras, el lector tenga una visión de Esther como de una ninfomana perdida. Y para nada lo es.
La di la vuelta y la puse de rodillas frente a mi. Incline su cuerpo hacia delante y la introduje la polla en la boca. Mis manos se deslizaron de su cabeza hasta sus pechos y mis dedos pellizcaron sus pezones. Mis manos regresaron a su cabeza y, unos minutos después me corrí llenándola la boca de semen.
– No te lo tragues, guárdalo en la boca, –la ordene y procedí a vaciar el conducto hasta que todo estuvo en su boca. La incorpore y observe su boca cerrada con una pequeña gota en la comisura de los labios. La atraje hacia mi y mis manos se depositaron en sus nalgas.
– Trágatelo, –la ordene con la mirada fija en sus llameantes ojos. Obedeció instantáneamente.
Con mi mano en su espalda la eché hacia atrás y me acomode entre sus piernas. Estuve pasando mis manos por su torso centímetro a centímetro. Pase sus tobillos por encima de mis hombros y aproxime mi boca a la suya. Con mi flácido pene rozaba su vagina a todo lo largo. Intente meter mi boca entre sus piernas pero Esther me lo impidió cerrando sus muslos en un intento de buscar placer. Saque otra cuerda de la bolsa y la ate las piernas flexionadas y totalmente abiertas pasando la cuerda por debajo de su cuerpo. Me acomode sobre la cama y mi boca comenzó a recorrer su vagina y su ano. Su abultado clítoris emergía entre los pliegues vaginales como el cuerno del unicornio. En ocasiones lo succionaba con los labios mientras lo estimulaba con la lengua. Para Esther era demoledor. Su cuerpo sudoroso se crispaba y berreaba como una poseída encadenando incontables orgasmos. Perdí la noción del tiempo. Cuanto mas chupaba mas quería y Esther gemía en un tono monótono totalmente agotada. Me puse sobre ella y la penetre. Mi pene entro suave en su encharcada vagina. Reacciono como si la hubieran dado una descarga. Mientras la follaba, chillaba con todas sus fuerzas hasta que la llego el ultimo orgasmo. Un par de minutos después me corrí yo también, mientras desde su cesta, Spok miraba hacia la cama, con la mirada fija y las orejas erectas sobresaltado por los gritos de Esther.

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