lunes, 16 de abril de 2012

ESTHER (capitulo 21)

Diez días después del intento de asesinato, Esther por fin llego a casa. Alquile una cama de hospital para ella, que instale en nuestro dormitorio. Todos los días, una enfermera venia a casa para las curas y un fisio para la rehabilitación.
– ¿Cuánto tiempo necesitara para restablecerse? –le pregunte a la doctora que la llevaba.
– Como mínimo un mes, es joven y fuerte, evolucionara bien.
– ¿La quedara alguna secuela?
– No, ninguno, pero necesitara cuidados y rehabilitación.
– Eso no es problema …
– Y mucho reposo, las costillas no se pueden escayolar.
– Por cierto, sobre ese tema quiero preguntarle algo.
– Dígame.
– Esther es una mujer muy activa sexualmente hablando …
– Por el momento nada de sexo, no quiero respiraciones agitadas ni nada de eso, –me interrumpió.
– No me ha entendido doctora, yo puedo controlarme perfectamente, pero la aseguro que ella no.
– ¡Todo el mundo puede controlarse!
– ¡La aseguro doctora que se de lo que hablo, y será un problema!
– ¡Ya entiendo!
– Aunque yo no intervenga, Esther es perfectamente capaz de llegar rápidamente a un orgasmo ella sola, y la aseguro que los suyos son bastante … explosivos.
–Voy a mandarla Tranquimazin, una cada doce horas, a ver si la va bien. –la veía un tanto cohibida– No soy partidaria de tratamientos largos, pueden crear cierta dependencia.
– De acuerdo.
– ¿No tomara ningún tipo de sustancia estupefaciente?
– Ninguno, ni siquiera fuma porros.
– Mejor, así la hará mas efecto el Tranquimazin.
Dos días después de volver a casa, la madre y la hermana de Esther regresaron a Salamanca. Habían sido de una ayuda inestimable. A diario, el fisio trabajaba con el maltrecho hombro de Esther, por fortuna era el contrario a las costillas fracturadas y con ciertas precauciones podía trabajarlo. En cuanto al tobillo, mientras siguiera escayolado no había nada que hacer.
En EEUU, el escándalo fue colosal. Pinkerton, maniobrando con prudencia, fue dosificando la información en distintos medios de comunicación influyentes, Los Ángeles Times, New York Times y Washington Post. Las dimisiones, destituciones y detenciones se sucedían en una vorágine que afecto a las mas altas esferas políticas, económicas y sociales de la república. Miembros muy respetados de la sociedad americana terminaron esposados por el FBI con las cámaras de TV en directo. En total 236 detenidos solo en EEUU, a los que había que añadir los 53 de Europa y 22 en la zona del Pacifico. El banco de Moncho quedo totalmente descabezado, los clientes retiraron sus fondos y termino siendo intervenido meses después.
En cuanto a Moncho, su situación no había cambiado. Encerrado en un oscuro calabozo tailandés a espera de juicio por trafico de drogas y perversión de menores, no alcanzaba a comprender que había pasado. Solo con el tiempo, cuando su situación fue a peor, me encargue de informarle, personalmente, quien estaba detrás de sus desgracias, y comprendió el error que había cometido al no olvidándose de Esther.
Fue duro para Esther asimilar lo que había pasado. La mantuve en una burbuja aislada de lo que ocurría en EEUU y Tailandia. Con el tiempo la fui contando los pormenores.
Veinte días después de regresar a casa del hospital, la doctora la redujo el Tranquimazin a la mitad y me dio luz verde.
– Seria aconsejable que las cosas se desarrollaran con cierta tranquilidad, –la doctora hablaba con cierto tacto, se notaba que estaba incomoda tocando estos temas– ya me entiende.
– Perfectamente, pero creo que no va a ser posible, aunque la atara a la cama, como ya la dije su sexualidad es demasiado explosiva.
– ¡Vale! No quiero saber como lo hará, solo procure que se mueva lo menos posible.
A la mañana siguiente, los efectos del Tranquimazin claramente habían disminuido y Esther me miraba con ojos suspicaces.
– ¡Llevo un montón de días agilipollada perdida!, ¿qué me has dado?
– Bromuro, como a los soldados cuando se hacía la mili, –la conteste riendo. Intentaba quitar hierro a la situación.
– ¡Unos huevos, si había momentos que se me caía la baba!
– ¿A si? no me he fijado.
– ¡Pues si! ¿que era?
– Tranquimazin, y a sido con prescripción medica, no era conveniente que te liaras la manta a la cabeza, y además, para limpiarte la baba, el culo, y lo que haga falta, estoy yo.
– ¡Le voy a decir cuatro cosas a la pedorra esa!
– ¡No, no, no, mi amor! –la dije cariñoso mientras la colocaba el flequillo– a sido por tu bien, necesitabas descanso y tranquilidad.
– ¡Pues se lo pienso decir! –insistió cabezona.
– ¡Pues si no me prometes que no le vas a decir nada, no te traigo un juguete.
– ¡Que! – me chillo– ¡además no quiero juguetes, te quiero a ti, mi señor!
– ¡Pues es lo que hay! –la dije tajante– vendada, escayolada, con las costillas fracturadas y la cara negra. Mi amor, no estas para hacer números de circo.
– ¡Bueno vale! –contesto enfurruñada.
– Prométemelo.
– ¡Te lo prometo … pero si te la chupo!.
– ¡Bueno vale! –la imité mientras entraba en el vestidor a por la bolsa de los juguetes.
Para hacerla de rabiar cogí el mas pequeñito y salí con el en la mano mientras con la otra escondía el gordo tras la espalda.
– ¡Anda mira, el chiquitín! –dijo con sorna cuando lo vio– seguro que con ese no me haces daño.
Me acerque a ella y aparte la sabana dejándola expuesta en su desnudez, si no fuera por las vendas y la escayola. La ayude a separar las piernas y baje el cabecero de la cama hasta la altura apropiada. Pase un dedo por su rajita e instantáneamente intento arquear la espalda pero se paro en seco por los dolores. Unos segundos después la estimule el clítoris con el vibrador –con el gordo– y rápidamente, un minuto después mas o menos, se corrió profiriendo fuertes gritos. Me desnude y mientras la seguía atacando con el vibrador, la metí la polla en la boca y ahora el que se corrió rápido fui yo. La introduje el vibrador y la folle con él hasta que conseguí que tuviera dos o tres orgasmos mas.
– Ya esta bien por hoy.
– ¿Ya? ¡joder, la visita del medico!
Fui a por una toalla para secarla el sudor y después la coloque el ordenador en la mesita auxiliar de la cama y la puse un libro a mano.
– En estos días no has pedido ni el ordenador ni el libro, –la dije con humor.
– ¡No me hacían falta, estaba muy ocupada flipando! –me contesto frunciendo el ceño– y tráeme un espejo.
– ¿Un espejo?
– ¡Si un espejo, quiero ver qué es eso de la cara negra.
– No es nada, un hematoma, un golpecito en la cabeza, –la conteste besándola en los labios e intentando desviar su atención.
– ¡Mi señor! –insistió decidida– ¡el espejo!
Se lo tuve que dar. Al principio no dijo nada, estuvo mirándose un buen rato. Todo el cabello del lado derecho había desaparecido, dejando al descubierto una cicatriz, aun fresca, de quince centímetros que recorría el lateral de su cráneo y entraba un poco en su frente. La mayor partes del hematoma había desaparecido, pero todavía le quedaba la zona del ojo bastante negra y el resto del lateral de la cara con un bonito tono violáceo.
– Mi señor, córtame el resto del pelo, iguálalo.
Busque la cortadora de pelo que tenia por algún lado y, cuando la encontré, puse una toalla grande debajo de su cabeza. Fui pasando la cortadora por su melena mientras Esther cogía el mando de la cama y comenzó a bajar el cabecero.
– ¿Qué pretendes Esther?
– Nada, nada, tu sigue mi señor.
Cuando estuvo a la altura suficiente, se echo un poco hacia el borde y cogiéndome la polla se la metió en la boca.
– No seas mala.
– ¿Mala mi señor? A ver si me vas a decir que la chupo mal.
Siguió chupando mientras con la mano se acariciaba la vagina. Termine de cortarla el pelo y permanecí sus moverme mientras Esther continuaba con sus “quehaceres”. Un rato después me volví a correr en su boca mientras mi mano sustituía a la suya y la acompañaba a un nuevo orgasmo.
– Mi amor, no tengo claro que hallas entendido el concepto “descanso y tranquilidad”
– Huy que no mi señor, perfectamente, –y añadió– me tienes que afeitar el chocho, no me gusta que raspe.
La justicia en Tailandia no es muy rápida, y eso no me interesaba. Tirando del fondo de reptiles conseguimos que los plazos se acortaran bastante, pero aun así tuvimos que esperar varios meses. Mientras tanto, en EEUU la cosa si iba rápida. Se nombro un Gran Jurado para investigar a los dos senadores, cuatro representantes y un gobernador, entre otros, involucrados en la red. El FBI y la Europol trabajaban a destajo, e incluso algunos semanarios sacaron ediciones especiales. En pocos meses fueron juzgados y comenzaron a dictarse sentencias. La justicia por allí es bastante mas rápida que por aquí. Todos menos uno, uno de los senadores logro zafarse de la acción de la justicia utilizando influencias, contactos y mucho dinero. Pero no logro zafarse de la justicia de Pinkerton. Debido a la presión mediática huyó de EEUU, y un año después apareció muertos en un prostíbulo de Manila, un tugurio de mala muerte con un tiro en la frente y un vibrador metido en el culo.
La recuperación de Esther iba bien y cuando la quitaron la escayola del tobillo, el fisio se pudo dedicar a el. Y yo a ella, mas de un mes sin poder estrecharla entre mis brazos como a mi me gusta era demasiado. Cuando la doctora me dijo que sus costillas estaban perfectamente recuperadas, no espere mas y nada mas quedarnos solos me tumbe junto a ella y nos estuvimos besando mucho tiempo. Fui bajando pausadamente por su cuerpo, oliéndola, olfateándola, con detenimiento, mientras Esther se retorcía complacida. Me tumbé sobre ella con cuidado y la penetre mientras observaba de cerca su precioso rostro. Desde el primer momento Esther ya estaba gimiendo y yo respiraba con placer el aliento que exhalaban sus entreabiertos labios. La notaba mucho mas sensible que antes del accidente. Encadenaba orgasmos a una velocidad que incluso a mi me sorprendía. Me derrame en ella gruñendo como un animal mientras me abrazaba con brazos y piernas. No podía dejar de besarla mientras Esther reía complacida.
Cuarenta días después del ataque ya se movía por la casa ayudándose de una muleta, pero no quería salir de casa, todavía seguía bastante pelona.
– Podías comprarte una peluca, conozco un sitio en la calle Arenal.
– Es que me da cosa salir con las muletas mi señor.
– Con las muletas y conmigo, además te vendrá bien tomar el aire y esta cerca, –no la deje contestar, la ayude a levantarse del sillón, la vestí y media hora después estábamos saliendo por el portal de casa.
Despacito y con las muletas, subimos a la Plaza de Santo Domingo y bajamos por la Costanilla de los Ángeles hasta Arenal. Entramos en la tienda, próxima a la Plaza de Opera, y desde el primer momento me di cuenta que tal vez no había sido buena idea. Yo creo que se probó decenas de pelucas, tirando a cientos. Hora y pico después, salimos con cuatro pelucas, una morena y rizada, otra rubia platino de pelo largo y liso con la que parecía Daenerys Targaryen de Juego de Tronos, una verde claro y otra rosa chicle que se llevo puesta.
Nos acercamos a la plazuela de San Gines para comprar té en una tienda que allí hay y nos sentamos en la terraza de la chocolatería. A mediados de noviembre ya hace frío en Madrid, pero con los calefactores se estaba bien en San Gines. Veía a Esther feliz, radiante, y graciosa con su peluquita rosa.
– ¿Estas cansada, mi amor?
– No mi señor, estoy bien, la verdad es que necesitaba salir.
– Si quieres podemos cenar por aquí.
– Me apetece marisco mi señor.
– Pues ya esta, cenamos marisco.
– Que no este lejos.
– Vamos a Las Tres Encinas, en Preciados, nos pilla de paso y esta a escasos cien metros de casa.
Despacito llegamos al restaurante y subimos a la primera planta. Nos sentamos en una mesa al lado de los ventanales.
– Dicen que el marisco en general, y las ostras en particular son afrodisíacas mi señor, –comento Esther mientras estudiaba la carta.
– ¡Joder pues lo que te faltaba mi amor! –conteste provocando que Esther soltara una carcajada.
Pedimos varias cosas para picar, navajas, ostras, langostinos, carabineros, y una langosta para compartir de segundo. Y champagne, por supuesto. La verdad es que fue un atracón.
– Me voy a poner como una vaca, tragando y sin ir al gimnasio.
– Mi amor, tienes el metabolismo de una abeja, nada te engorda.
– Mi señor …
– ¿Si?
– Cuando todo esto termine, me gustaría hacer un viaje.
– Vale, ¿dónde quieres … ?
– No, pero no quiero hoteles de lujo, ni nada de eso. Hacer ruta por España, con el coche, improvisando, y me apetece campo, aire libre.
– ¿Te gustaría ir de camping?
– ¡Nunca he ido de camping! –respondió con interés en los ojos y después de una pausa añadió– ¡si, si vamos de camping!
– Estamos a mediados de noviembre, lo que queda de mes para que termines de recuperarte y diciembre para que empieces a ir al gimnasio, y después de Reyes nos vamos un par de semanas.
– ¿Y por donde podemos a ir?
– A Lleida, al valle de Boí. En Barruera, que es uno de los pueblos de valle, hay un camping.
– ¿Y que nos llevamos mi señor, una tienda de campaña?
– ¡Nena, ya estoy mayor para tiendas de campaña, nos llevaremos una caravana, además es el Prepirineo y por ahí, en enero, hace mucho frío.
– Pero no tenemos caravana.
– No te preocupes, la alquilamos, o mejor la compramos, así la podemos preparar a nuestro gusto, además la podemos guardar en la casa de La Pedriza.
– ¿Y eso que dices del frío?
– No te preocupes, podemos ponerle radiadores a la caravana.
– ¿Y eso es un sitio de campo?
– Todo el Valle de Boí esta protegido por la UNESCO a causa de sus iglesias románicas, hay una estación de esquí, la de Boí-Taüll y el Parque Nacional de Aigüestortes esta muy cerca.
Mientras charlábamos, llegamos a casa. La ayude a quitarse la ropa y note que estaba muy cansada. Hacia casi mes y medio que no salía y mucho menos que andaba tanto. Envuelta en su bata se sentó junto a mi en el sofá y se puso a hacer zapping con el mando. Encontró una peli “El Dorado” de John Wayne y Robert Mitchum, que sabe que me encantan, y se acurruco junto a mi. Un par de minutos después se quedo dormida profundamente, el cansancio la pudo. Cuando termino la peli, con mucho cuidado la cogí en brazos y la lleve a la cama. La despojé de la bata y durante unos instante mire su cuerpecito desnudo e inerte. La olí, –que rico huele– acaricie con la yema del dedo la cicatriz de bala de su hombro y me invadió tal oleada de ternura que estuve a punto de despertarla y follarla. Pero me contuve. Me metí en la cama junto a ella, la arrope y abrazado a ella me quede dormido.

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