miércoles, 15 de febrero de 2012

ESTHER (capitulo 14)

Cuando regrese de Casablanca, de “charlar” con Moncho, Esther me contó su aventura con Isabel. No me causo sorpresa, ni me importo. Durante un tiempo Isabel estuvo rehuyéndome y, para despachar algunos asuntos, mandaba a algún familiar. Incluso Esther se dio cuenta cuando no la veía por las mañanas esperándola a que saliera para escoltarla, como hacia antes. Tenia intención de hablar con ella, pero Esther se adelanto y la llamo muy cabreada –y eso en ella es inusitado– para quedar y hablar.
– ¿Qué pasa, me has follado y ya no quieres saber nada de mi? –la espeto con muy mala leche cuando la tuvo delante.
– ¡No, no, Esther, no es eso …!
– ¿Qué no? –la interrumpió– ¿entonces que es, dime?
– Es que me siento mal por lo que ha pasado, aprecio mucho a Eduardo, y siento como que le he traicionado.
– ¡Pero si no le importa pedazo de boba! además lo sabe, yo misma se lo he dicho, no tengo secretos para el, –y después de una pausa añadió– además, antes de que pasara ya le dije que iba a ocurrir, que iba a follarte.
– ¡No jodas Esther, se lo has dicho, que vergüenza!
– ¡Tranquila!, no pasa nada, –y para tranquilizarla la dio la noticia– este viernes por la noche ponte guapa, Edu nos invita a cenar a un sitio elegantón y exclusivo. ¡Y no admito negativas!
– ¡Pero como voy a ir …!
– ¡A callar, esta decidido!
– ¿Y que me pongo, donde vamos?
– Con que te arregles un poco vale, lo bueno que tenemos las mujeres es que con cualquier cosa estamos bien, –y riendo añadió– en cambio, Edu tiene que ir con chaqueta y corbata. Vamos a Harcher.
– Hostias, Harcher, tengo entendido que por ahí van ministros, banqueros y fauna de esa calaña.
– No te pases, y nosotras también.
Esa noche, mientras cenábamos, hablamos largo y tendido sobre el tema y todo quedo aclarado. Me hacia gracia ver a Isabel sonrojada como un tomate.
Hechas las “paces” con Isabel todo retomo su ritmo habitual. Ella y Colibrí, seguían controlando estrechamente las comunicaciones y los correos de Moncho y nuestra gente de Casablanca, lo vigilaban diariamente.
El divorcio fue rápido, en tres meses desde que comenzamos nuestra relación todo estaba resuelto y por fortuna no tuvo que verle. En esos meses Esther se había convertido en una mujer independiente, con piso propio, cuentas en EE.UU. y chanchullos en las Caimán. Su futuro lo tenia asegurado.
– Mi amor, he pensado que podíamos hacer un viaje para celebrar tu divorcio.
– Vale, ¿donde vamos mi señor?.
– Donde tu quieras, ¿dónde quieres ir?
– A Italia, siempre he deseado ir allí … ¡tendré que comprarme ropa!
– Mi amor, cómprate lo que quieras pero si vamos a Italia …
– Pues también es verdad, me lo compro allí.
– ¡Vale!, llevaremos una maleta vacía, –la dije riendo.
– Pero antes quiero que hagas algo mi señor, –me dijo con aire decidido después de unos segundos en silencio– quiero que me hagas un tatuaje.
Me quede mirándola sin entender nada, sin comprender como se la había podido ocurrir algo así.
– ¿Qué te haga que? –exclame sin entender.
– ¡Que tú me hagas un tatuaje, –repitió.
– ¡Mira cariño, no tengo ni puta idea … ¡ –comencé a decir en un tono autoritario, pero me interrumpió.
– Quiero que me lo hagas como los que hacen en la cárcel y se perfectamente que puedes hacerlo mi señor.
– ¡Pero mi amor!, ¿se te ha ido la pinza?
– Me da igual lo que pienses mi señor, quiero que me lo hagas … además es fácil y tu eres muy mañoso.
– ¡Que cojones va a ser fácil!
– Que si, que tu puedes mi señor.
– ¡Pero joder tía!
– ¡Quiero que me lo hagas! –insistió acariciándome la nuca con la mano y la oreja con el pulgar.
– Bueno, pues vamos a un tatuador …
–¡¡No!! quiero que me lo hagas tu mi señor.
– ¿Pero que quieres que te haga?
– ¡Tu inicial mi señor, en el chocho!
– ¿Qué?, ¿en el chocho?, ¡ni hablar, olvídate de eso! –con el chochito tan precioso que tiene, no estaba dispuesto a estropearlo– ¡tu chocho no necesita decoración!
– Bueno pues al lado, –cedió mientras seguía acariciándome la nuca y me miraba con ojos melosos– quiero algo que demuestre que soy tuya, que soy de tu propiedad, como tu firma.
Me dejo sin palabras, sin capacidad de respuesta. Mi supuesta sumisa sabia de sobra como llevarme al huerto.
Sabia perfectamente como se hacían esos tatuajes. Nunca los había hecho, pero si los había visto hacer y sabia preparar la aguja. Ese tipo de tatuajes estaba relativamente de moda en el ambiente de Vallecas en el que crecí. Algunos se los hacían para parecer mas macarras, mas kies.
Normalmente, esos tatuajes se hacen con tinta de boli, pero como no estaba por la labor, me entere donde podía comprar tinta de tatuador. Prepare dos agujas de distinto grosor. En un trozo de madera de ocho centímetros que corte de unos palillos chinos, hice una hendidura en unos de los extremos e introduje una aguja de coser , dejando que la punta sobresaliera unos tres o cuatro milímetros mas o menos. Luego lo ate fuerte con hilo de nylon, dando varias vueltas para cerrar la hendidura.
Cuando estuvo todo listo, prepare a Esther que asistía a los preparativos con una mezcla de emoción e ilusión. La tumbe desnuda sobre la mesa del salón donde había extendido una manta. Ate sus manos por detrás de la nuca a su cuello y sus piernas, totalmente dobladas, pasando una cuerda varias veces por la espinilla y el muslo. Después pase un extremo por el interior cogiendo las lazadas y haciendo un nudo. Separe totalmente su piernas hasta que, gracias a su gran elasticidad, quedaron en contacto con la superficie de la mesa, atándolas a los laterales y dejando su vagina totalmente abierta.
– ¿Los tatuadores preparan así a su clientes? –me pregunto riéndose.
– No, pero yo a ti si, –e introduje mi boca en su vagina, chupando durante unos segundos arrancándola algunos gemidos y dejándola unos instantes como sin respiración.
Me incorpore y me puse unos guantes de látex. Con un lápiz especial de tatuador, repase la “E” de cuatro centímetros que previamente había esbozado cuando estaba de pie en la cara interior de su muslo, justo debajo de la ingle.
– Estas a tiempo, esto duele un huevo cariño, –la dije.
– Empieza mi señor, que no será para tanto.
– He visto a tíos duros berrear como damiselas, y no es broma, –la insistí.
– No me importa, empieza mi señor, –y después de una pausa añadió mirándome fijamente– y no pares hasta que termines, aunque te lo pida.
Moje la aguja con la tinta y, estirando la piel con los dedos de la otra mano comencé a clavar la aguja, en profundidad pero con cuidado siguiendo el dibujo. Mojaba y pinchaba varias veces, limpiaba y volvía a mojar y pinchar. No se quejo ni una sola vez durante las dos horas que estuve pinchando, pero sabia que estaba rabiando por las lágrimas de sus ojos. Cuando termine, lo limpie bien de los restos de tinta, la puse una capa de Bepanthol y lo tape con un apósito. Me quite los guantes y me incorpore estirando la espalda. La mire a los ojos y vi felicidad en ellos. La besé en la boca explorando con mi lengua su interior. Me separe y la mire detenidamente de arriba abajo sin poder decidir que besaría a continuación. El cuello, las tetas, las axilas, su ombligo, su vagina, sus piernas o sus pies. Tremenda decisión. Al final me senté de nuevo en la silla y me comí su chochito durante mucho tiempo. ¿Cuánto?, no lo se, pero conseguí que Esther encadenara orgasmos a una velocidad de vértigo. Cuando ya no aguantaba mas, me subí a la mesa, penetre a una exhausta Esther que gemía sin parar y a los pocos segundos me corrí sin poder esperarla.
Cuando tres días después la deje el tatuaje al aire, no hacia mas que mirarse en el espejo a la menor ocasión. Estaba radiante de felicidad y tengo que reconocer que la “E” me quedo de puta madre.
Siete días después llegamos a Roma y nos alojamos en la suite Royal del Hotel Edén, cerca de Villa Borghese y de la Plaza de España. Reconozco el encanto y el interés de esta ciudad, pero os aseguro que no es mi favorita. De Roma iremos a Florencia y luego a Venecia, siempre en tren. Todo el viaje , de tres semanas y media de duración, estaba organizado para terminar en Milán, porque una tatuada Esther “suelta” por el “Cuadrilátero de Oro” milanés me ponía los pelos de punta y me cuide de que no olvidara su tarjeta.
En Roma lo vimos todo y Esther correteaba por todas partes sacando miles de fotos.
– ¿Cómo es posible que este todo tan deteriorado? –me preguntaba mientras observaba los socavones de las calles.
– Yo creo que el ayuntamiento no lo arregla para que este todo a juego con las ruinas romanas, – la contestaba riendo.
Peleamos a brazo partido con miles de turistas centro europeos para entrar en monumentos, como el Coliseum o en el Palatino, –y luego hablan de los españoles– esperamos desesperantes colas de varias horas para entrar en los Museos Vaticanos y ver la maravilla de las maravillas, la Capilla Sixtina.
Una noche, después de cenar, dije a Esther que se pusiera una minifalda de cuatros escoceses que tenia y el tanga mas minúsculo que tuviera.
– ¿Mi señor quiere que vaya enseñando el culo?
– ¡Y bien bonito que lo tienes, así alegras la vista a unos cuantos alemanes … y a mi, por supuesto!
–¡Y a los japoneses, que hay un montón!
– Ellos son tan respetuosos y educados, que ni siquiera te mirarían!
Con una sonriente Esther, salimos del Hotel y nos dirigimos a la Fontana de Trevi para sacar algunas fotos nocturnas. Ya la habíamos visitado de día, pero el espectáculo que se monta por las noches, con miles de orientales, con sus cámaras y sus trípodes, es increíble.
Tuvimos suerte y me pude hacer un sitio en la parte alta de la escalinata, pegado a la valla, usando los codos contra un grupo de educados japoneses que como era de esperar no protestaron. Senté a Esther a caballo sobre mis piernas de cara a la fontana para que montara su trípode y su cámara. La imagen que ofrecía Esther no dejaba indiferente a nadie. Espatarrada, mostrando sus esplendidas piernas en su totalidad y con sus sandalias de súper tacón. Mientras miraba por el visor de la cámara, puse su chaquetita sobre su regazo y furtivamente escurrí mi mano izquierda por su ingle hasta que alcance su vagina. Esther, que algo se esperaba, se puso un poco tensa mientras miraba a todos lados con cierta intranquilidad. Se puso a disimular preparando la cámara, mientras yo ahondaba en su interior con mis dedos. Empecé a notar como el placer y el deseo aumentaba en ella rápidamente. Arqueo levemente la espalda, pero permaneció inmóvil ante la perspectiva de ser descubiertos. En un momento que tuve ocasión, me la saque y se la metí sin que moviera un solo músculo. Incluso una señora coreana la pregunto algo sobre la fuente y Esther estuvo charlando con ella amigablemente mientras yo me partía de la risa. Una pareja joven se sentó a nuestro lado montando también el trípode. Notaba como el chico nos miraba de reojo como queriendo descubrir lo que pasaba, veía algo raro pero no sabia que era. Cuando se dio cuenta, estuvo un rato pensando y al final sentó a su pareja de la misma manera que estaba Esther y se puso a toquetear la entrepierna de su chica. Esta reacciono apartando la mano del chaval mientras girándose le miraba con cara enfadada. Este la hizo un gesto con la cabeza en dirección nuestra y cuando me miro, me limite a arquear las cejas un par de veces. Se quedo de piedra, con la boca abierta como un pez. Aprovechando la sorpresa, el chaval se la metió de una manera un tanto brusca, yo había sido mas disimulado. Las dos se movían haciendo como que preparaban las cámaras y ocultar la realidad. Al final casi nos corrimos al unísono, los cuatro. Esther, como no podía limpiarse con tanta gente, se coloco un par clínex entre la vagina y el tanga.
– ¡Eres la hostia, no he sacado ni una foto! –me dijo mirándome con fingido mal humor y roja como un tomate.
– ¡Pues has tenido tiempo de sobra! –la conteste riendo con cierta malicia– no se si a los vecinos se les ha dado mejor.
Esther miro a la parejita y cuando vio que la chica estaba igual de colorada que ella, se hecho a reír.
– ¡No me lo puedo creer! –estuvo un rato pensativa y añadió– si esto lo cuento, no se lo cree nadie, se piensan que me lo estoy inventando.
Sacamos las fotos que quería Esther y regresamos dando un paseo al hotel. Ya en el ascensor empezó a meterme mano y cuando entramos en la habitación me asalto como poseída por un erótico maligno.
– Debes tener algo adictito mi señor, –me dijo presa de un deseo incontrolable. Tanto que la resultaba difícil controlarse y coordinar ideas. El deseo la nublaba la mente.
Cogí la cuerda y ate las manos a la espalda a una frenética Esther que, a horcajadas sobre mi, se restregaba con mi cuerpo. Deje que siguiera frotando su vagina con mi cuerpo mientras emitía gemidos entrecortados. Después, la descabalgue y de rodillas me sitúe detrás de ella. Sin penetrarla, acariciaba su vagina mientras con sus manos atadas me agarraba el pene. Puse la punta en su ano mientras con una mano la agarraba del pelo tirando suavemente de su cabeza hacia atrás. Comencé a presionar suavemente hasta que la punta paso mientras Esther aumentaba la intensidad de sus gemidos. La fui introduciendo muy suavemente y cuando la tuve dentro en su totalidad, sin moverme la comencé a estimular el clítoris. A los pocos segundo note las contracciones de su ano y mientras la mantenía agarrada del pelo con fuerza se corrió en mi mano en medio de una tormenta de gritos y gemidos. Mientras la tenia cogida por las caderas , comencé a follarla el culo, mientras Esther apoyaba la cara y sus hombros en la cama. Unos minutos después no corrimos mientras la volvía a coger del pelo y la daba unos fuertes azotes en el trasero. Sus gritos fueron tremendos y cuando al fin la solté cayó sobre la cama como en trance y envuelta en sudor. Como siempre me la comí a besos y me fui a duchar. Mientras lo hacia sonó el teléfono de la habitación.
– ¿Dígame? – contesto Esther.
– Disculpe señora, siento molestarla, –era el recepcionista– pero nos han informado que se han oído gritos en su suite y algunos clientes se han quejado ¿Va todo bien?
– ¡Perfectamente bien! –respondió Esther bastante molesta– dígales que los gritos son míos y que grito así cuando mi hombre me folla. Y si tienen problemas con los ruidos, súbanles unos tapones para las orejas y cárguenlos a la cuenta.
– ¡Disculpe señora, no quería molestarla …!
– ¡Pues lo esta haciendo, con lo que cobran por esta suite, podían tenerla insonorizada!
– Señora nosotros …
– ¿Alguna cosa mas?
– No señora, sentí …
– ¡Buenas noches! –y colgó dejándole con la palabra en la boca.
Cuando salí de la ducha me encontré a una Esther mas cabreada que una mona, estaba que echaba humo y me contó lo que había pasado.
– ¿Recuerda que te lo advertí? –la dije riendo– un día de estos nos echan de algún hotel.

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