jueves, 30 de agosto de 2012

ESTHER (capitulo 40)



Según sus cálculos, llevaban cuatro días de navegación cuando de madrugada vio luces de una línea de costa a lo lejos al mirar por la claraboya. Para ella no significaba nada porque no sabía por donde navegaban ni en que dirección. Al día siguiente pensó que seria Italia, pero no podía asegurarlo.
Esa tarde el capitán entró en el camarote y se sentó en una silla al lado de Esther que estaba en el camastro.
– Mire señorita, se lo voy a poner muy claro, –la dijo suavemente en inglés–. La vamos a sacar del barco y podemos hacerlo de dos maneras. La atamos, la drogamos y la llevamos como un fardo, o colabora y no sufrirá ningún daño. A mi me da igual, usted decide, pero la queda un viaje muy largo y puede sufrir algún daño. Yo la aconsejo que colabore.
– ¿A dónde me llevan?
– La llevaremos a tierra y la entregaremos a otras personas. Solo quiero saber como debo tratarla.
– Colaboraré, –le dijo apesadumbrada. No quería darles excusas para hacerla daño.
Eran las dos de la madrugada cuando la puerta se abrió y su cuidador entró con un tosco jersey de lana  de la mano. Hacia rato que Esther esperaba vestida con sus vaqueros y la camiseta grande. Se puso el jersey, que la estaba enorme, y salio  del camarote seguida por su cuidador. Bajaron un par de tramos de escalera y al final de un pasillo llegaron a una escotilla situada un par de metros por encima del agua. Por una escala con peldaños de madera, bajó hasta una lancha  grande equipada con cuatro motores fueraborda. Tres hombres ocupaban ya la barca. Su cuidador bajo tras ella y entonces reparo en que llevaba una pistola en la cintura, en la parte de atrás. Se acomodó junto a ella en el centro de la barca y la arropo con una manta. Mucha barca para tan poca gente pensó, pero supuso que seria porque tendrían que recorrer mucha distancia. Y así fue, casi cuatro horas de navegación después varios, de los motores se apagaron y continuaron con uno solo. Veía luces de costa y como parecía que entraban en una especie de bahía. Navegando con sigilo, media hora después llegaron a la orilla en una especie de península. A su izquierda, como a un kilómetro, veía una zona enormemente iluminada. La barca se paró sobre una zona de arena y los hombres saltaron fuera y la sujetaron. Esther bajo con la ayuda de su cuidador, se acercaron a la línea de árboles y se agacharon. Unos segundos después regresó uno de los hombres que había ido por delante y les hizo una seña. Emprendieron la marcha hasta que encontraron una carretera y reparo en un cartel medio roñoso “Aerodrom Tivat”. Esperaron ocultos entre los árboles hasta que apareció una furgoneta que paro en la cuneta a escasos diez metros de ellos y apago las luces. Esperaron unos segundos y cuando la puerta lateral se abrió, salieron de su escondite, se dirigieron a ella, subieron y encendiendo las luces arranco. Desde el interior vio como parecía que bordeaba el aeródromo y ya al otro lado siguieron por  la carretera hasta unas naves  situadas a la espalda de lo que podía ser la terminal. Cuando llegaron, se bajaron y por una puerta auxiliar  entraron y se acercaron al un pequeño avión Falcon que había estacionado a escasos metros de la valla. Subieron a él, y el cuidador estuvo unos momentos hablando  con los cuatro hombres que había dentro. Después dio media vuelta y se marchó. La sentaron en uno de los sillones, la abrocharon el cinturón y despegaron hacia un destino desconocido para ella.
Isabel me llamo de madrugada, tenía noticias. Una hora después me reuní con ella en su despacho. Por video conferencia tenía a nuestro hombre en Camboya.
– Los de Pinkerton  han rastreado un carguero que salio de Valencia tres días después del secuestro con destino a Albania. El barco es propiedad de la mafia moldava. Con el sistema de posicionamiento han descubierto que se desvío  mas de doscientas millas al norte de su ruta, antes de llegar a su destino.
– ¿Y ahora donde esta? –pregunte.
– Llegando a su destino.
– Muy bien, ¿qué hacemos?
– Podríamos asaltar el barco, puedo organizarlo, pero no lo aconsejo, –intervino el de Pinkerton–. Seguro que ya la han desembarcado y un asalto les pondría al tanto de que estamos tras ellos.
– ¿Sabemos donde la han desembarcado?
– Afirmativo, solo hay una posibilidad, Montenegro. Buscamos un aeródromo tranquilo que este cerca de la costa. Mi gente ya esta en ello.
– Bien, pero cuando todo esto finalice, quiero que destruyas ese barco, –le ordene–. No quiero que sobreviva nada que tenga relación con esto. ¿Está claro?
– Perfectamente, se hará como quieres, –y después de una pausa añadió–. Me está entrando información. Hace dos horas ha despegado del aeródromo de Tivat un Falcón 2000 sin un destino claro.
– Solo nos llevan dos horas de ventaja, –dijo Isabel.
– Sí pero, ¿a dónde van? Un Falcón tiene una autonomía de unas cuatro mil millas, tienen que hacer escalas, como mínimo dos. La cuestión es donde, –dijo pensativo.
– En principio una ruta por Grecia, Turquía, Irak, parece muy conflictiva, –razoné.
– Soy de la misma opinión, –afirmo el de Pinkerton. A través de la pantalla del ordenador le veíamos consultando los mapas en compañía de un hombre y una mujer. Esta ultima de hizo una indicación señalando algo en los mapas y el de Pinkerton asintió–. Lo mas seguro seria realizar una ruta por el sur, a través de Egipto y repostar en algún lugar de Eritrea o Yemen. De ahí lo lógico seria la India y luego a Camboya.
– Muy bien, entonces ¿qué hacemos? –pregunte. En la pantalla vi como los tres se miraban y cambiaban impresiones.
– Sara, infórmanos, –dijo en el Pinkerton a la mujer.
– No podemos hacer nada salvo controlar la India. Los territorios al sur de Egipto, Sudan, Eritrea son como el oeste americano, podrían aterrizar incluso en una carretera que nadie se enteraría. Yemen es parecido. La India es otra historia. En cuanto a aeropuertos, esta bien equipada y hay muchos. Será como buscar una aguja en un pajar, pero se puede intentar.
– ¿Podemos tener un equipo preparado en la India? –pregunte.
– Si, –dijo el de Pinkerton–. ¿Pero donde? Aunque tengamos un equipo en Delhi, por ejemplo, si aterrizan en el sur, o en la costa, hay varios miles de kilómetros de distancia, no llegaríamos.
– Y reduciríamos fuerzas aquí, –intervino Sara.
– ¿Lo tienes todo preparado allí? –le pregunte–. ¿Falta algo?
– Todo está preparado.
– En una hora, Isabel y yo cogeremos un avión que he fletado para ir allí. Vamos directos, espero que lleguemos a tiempo, quiero estar presente. Cuando llegue, hablamos.
– De acuerdo, le estaremos esperando. Es mejor tomar precauciones.
Esther miraba por su ventanilla, pero solo veía desierto. Habían aterrizado en una pista, pero no se veía terminal. Por las ventanillas del otro lado veía unas casas a medio derruir o a medio construir, no lo podría asegurar. La  pareció entender que estaban en Eritrea, que es lo mismo que si hubieran dicho cualquier otro lugar. Un camión cisterna del mismo color que el resto del paisaje, se había acercado al avión para repostarle, mientras los pilotos y sus secuestradores, menos uno que la vigilaba,  fumaban en el otro lado. Esther los observaba a través de la ventanilla y ellos la observaban a ella. Hablaban entre ellos y en ocasiones la miraban y soltaban grandes risotadas. Eso le daba escalofríos y tuvo la certeza, que antes de llegar a donde fueran, algo malo la ocurriría. Despegaron levantando una gran nube de polvo. Cuando alcanzaron altura, uno de ellos se levantó, la soltó el cinturón de seguridad y cogiéndola de la camiseta la levanto. Esther se agarró instintivamente al brazo del hombre que reacciono dándola un bofetón.
– ¡No la pegues! –intervino en inglés otro de los hombres–. Recuerda lo que nos advirtieron.
– Ya esta muy marcada, –respondió riendo–. Alguno ya se lo ha pasado bien con ella. Un par de ostias mas no importa.
– Si, y ese ya está muerto. Recuérdalo, – y enseñándole la cacha de la pistola que llevaba al cinto, añadió–. No me la voy a jugar por ti. Esto ya lo hemos hablado.
– Vale, vale, no te pongas nervioso, –respondió mirando amenazador a su interlocutor. La fue quitando la ropa usando dos dedos de cada mano a modo de pinzas.
– Esta buena la puta enana esta, –dijo cuando la tuvo desnuda–. Arrodíllate zorra.
Esther obedeció de inmediato y el hombre, sacándose la polla se la metió en la boca. Olía mal, y tuvo que hacer esfuerzos para no vomitar el bocadillo que la habían dado durante el vuelo anterior. No duro mucho, a los pocos segundos se corrió en su boca chillando como un cerdo. Esther no sintió nada. Desde que estaba conmigo no había estado con ningún otro hombre y la preocupaba que pudiera sentir placer en medio de este horror. No sentía placer, solo asco, náuseas y un profundo odio.
– Ven aquí chica, –la ordeno el  de la pistola. Esther se acercó y se arrodilló entre sus piernas tras una indicación de él–. Sácamela y chupa, zorra.
Estaba chapándosela al de la pistola, cuando hoyo abrirse la puerta de los pilotos.
– ¿Todavía estáis así? –pregunto uno de ellos–. Venga que nos toca.
Cuando el de la pistola terminó, uno de los pilotos la puso a cuatro patas y la penetro. Cuando termino de follarla, el otro piloto ocupó su lugar. Durante todo el vuelo hasta la siguiente escala, la estuvieron follando alternativamente y por todos sus orificios. Unos minutos antes de aterrizar la dejaron ir al baño a hacer sus cosas, a lavarse un poco y a llorar desconsolada.
Estuvieron  casi dos horas en esa nueva escala. Cuando despegaron, el primer hombre la volvió a desnudar y sentándola en el suelo, entre sus piernas, la obligo a chupársela y a restregársela por la cara durante el resto del viaje ante la indiferencia de los demás.
Aterrizamos en Tailandia, en el aeropuerto de Nang. Nos estaba esperando el de Pinkerton, acompañado de Sara y  varios hombres discretamente armados. En un antiguo helicóptero de la época de Vietnam nos trasladamos a Koh Kong, al otro lado de la frontera. Desde cierta distancia sobrevolamos la zona donde se ocultaban los túneles. Era una zona de ribera con las construcciones sobre palos tipo palafitos, típicas de la zona. Me explicaron que debajo de las casas estaban las entradas a los túneles  que se extendían un par de cientos de metros en dirección al interior, hasta desembocar en un complejo de varios túneles y bóvedas. Tenían localizadas cuatro entradas bajo las casas y dos en el interior del pueblo. Según la información de que disponían la longitud total entre túneles y pasadizos era de unos cinco kilómetros. Después de dar un gran rodeo, el helicóptero se dirigió al barco aproximándose desde altamar para no llamar la atención. Visitamos el barco, conocimos a los mercenarios, y a continuación nos reunimos en un camarote con sus ayudantes.
– Hace tres  horas, el Falcón ha aterrizado en Bangalore, y un par de horas después ha vuelto a despagar, –comenzó el de Pinkerton–. Calculamos que en tres horas llegaran aquí.
– ¿Dónde aterrizaran? –pregunto Isabel.
– Esta organización tiene una pequeña pista oculta en la selva para sus historias de drogas, –respondió Sara–. Lógicamente aterrizaran allí, el problema es que no sabemos donde esta.
– Entonces hay que esperar a que la traigan aquí, –razoné para preguntar a continuación–. ¿Cómo sabremos que han llegado?
– Tenemos instalado en un monte cercano un sistema portátil de radar, detectaremos en avión cuando llegue.
– Nada mas que tengamos la certeza de que Esther esta en los túneles, hay que actuar, no podemos perder tiempo, –insistí–.  No sabemos los planes que tendrá Moncho.
– No habrá problemas. Cuando anochezca comenzaremos con el despliegue en tierra pero sin aproximarnos a la zona. Desde que decidamos atacar, pasaran quince minutos hasta que se produzca.
– Entonces vamos a dejar varias cosas claras, –les dije–. Primero. Rescatar a Esther con vida en lo más importante y los posibles secuestrados que encontremos en el interior también. Segundo. No se va a detener a nadie, no va a escapar nadie,  ni se va a coger prisioneros. Nadie va a sobrevivir al ataque, y los túneles serán dinamitados para que no se vuelvan a usar. Tercero. Moncho es mío, el o los que me lo traigan con vida, tendrá una gratificación de 50.000 $ cada uno. Y cuarto. Ya sabéis que sospechamos que hay en esos túneles una gran cantidad de dinero. Lo quiero, junto con todo el material informático que se encuentre, discos duros, ordenadores, todo. Posteriormente, una parte de ese dinero se repartirá entre su gente y entre ustedes, por supuesto. ¿Ha quedado claro? ¿Alguna pregunta?
– ¿Dónde va a seguir la operación? –pregunto Sara.
– Desde los túneles. Iré detrás de ustedes, en retaguardia, –y sonriendo añadí–. No se preocupen por mí, no les voy a estorbar. Necesitaré una pistola.
Cuando la estación de radar avisó sobre la presencia de un avión volando bajo en la zona, todas las fuerzas ya estaban en posición a la espera para iniciar el asalto. Yo, equipado con un chaleco antibalas, un arnés, un cuchillo militar y una pistola automática, esperaba junto al hombre de Pinkerton y Sara, la confirmación de la presencia de Esther en el interior de los túneles.
– En algo menos de una hora aterrizaremos, ­dijo uno de los pilotos abriendo la puerta de la cabina–. ¡Joder! ¿Todavía te la sigue chupando? Estás obsesionado, tío.
– Y si me dejarais dejarla sin dientes de un par de ostias, la chuparía mejor, –respondió con una risotada, y levantándose añadió–. Todavía me da tiempo a darla por el culo.
La coloco a cuatro patas y la penetro brutalmente por el ano. Esther sintió un dolor terrible en su maltrecho ano a causa de la sesión anterior. Sintió como algo se desgarraba y no pudo remediar soltar un chillido de dolor. Imperturbable, el animal que tenía detrás siguió fallándola a pesar de la sangre que visiblemente emanaba del ano de Esther, que no paraba de llorar. Cuando se corrió, se levantó mientras Esther se acurrucaba en el suelo atravesada por el  dolor.
– Te advertí de que no la hicieras daño, –hablo el de la pistola dándole una toalla a Esther–. ¡Joder! Lo has puesto todo perdido de sangre.
– No te preocupes, no pasa nada.
– Si yo no me preocupo, porque  el que la va a entregar al jefe, vas a ser tú, –dijo el de la pistola empuñándola con una sonrisa.
Esther se vistió como pudo, colocándose un trozo de la toalla a modo de compresa para intentar parar la hemorragia. Aterrizaron en medio de la selva en una pista rodeada de árboles y sin iluminar. Acompañada por su violador principal, bajaron del avión y subieron a un todoterreno que le esperaba. Con las luces apagadas, circularon por senderos accidentados dando tumbos y saldos descontrolados que la producía un dolor indescriptible. Casi media hora después, el vehículo se detuvo y se apearon de él. Agarrada con fuerza por el brazo, su acompañante la obligo a entrar por una especie de caverna que conectaba con los túneles. Estuvieron mucho tiempo recorriéndolos hasta que por fin entraron a una pequeña estancia. En el centro, Moncho la miraba fijamente. Su acompañante la soltó y Esther sin poder evitarlo cayo al suelo. Esther no tenia fuerza ni para devolverle la mirada. A pesar del odio que sentía hacia él, se sentía derrotada y solo quería llorar o morir.
– Advertí que no la tocarais en el avión, y ya me han informado de que no me has obedecido, –le dijo Moncho al violador, y levantando una pistola que tenía en la mano le disparó entre los ojos.
Su cuerpo se desplomó ante la indiferencia de Esther. Estaba convencida que la próxima seria ella. Solo esperaba que fuera rápido.
– Hola cariño, cuanto tiempo sin vernos, –la saludo Moncho con una sonrisa malévola en los labios.

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miércoles, 29 de agosto de 2012

ESTHER (capitulo 39)


Sentía la cabeza pesada y la dolía mucho. Intentaba abrir los ojos pero no podía, los parpados la pesaban terriblemente. En medio del sopor, oía un run run, como mecánico, que no sabia ubicar.  Estaba tumbada e intento moverse pero comprobó que no podía hacerlo,   los brazos los tenia atados a la espalda. Notaba un ligero balanceo y cuando por fin pudo abrir los ojos lo vio todo borroso, la costo acostumbrarse. El lugar donde se encontraba, estaba en penumbra y un hiriente rayo de sol entraba por una pequeña claraboya. Recordó aterrada como María caía ensangrentada a su lado y los ojos se le inundaron de lagrimas. Forcejeó intentando soltarse pero la resulto imposible. Recorrió con la vista la estancia donde estaba y le pareció un viejo camarote de barco un tanto destartalado y guarro. El monótono run run que oía debían ser las maquinas de la embarcación. Paso el tiempo y comenzó a notar un hambre terrible. El rayo de sol fue recorriendo el camarote y perdiendo intensidad hasta que la oscuridad la envolvió por completo y se quedo dormida con un sueño pesado e intranquilo.
Mientras tanto, en Madrid las investigaciones seguían su curso a buen ritmo  aunque a mi me parecía demasiado lento. Había pasado tres días y María seguía en estado critico, aunque los médicos confiaban en sacarla adelante por la excelente condición física que tenia. Los  cadáveres eran de dos moldavos y los de Pinkerton descubrieron que de la misma mafia que atentaron contra nosotros un año antes. Los testigos también identificaron a un par de los secuestradores, que como lo muertos eran moldavos. También descubrieron que controlaban algunas pequeñas navieras con las que perpetraban sus fechorías. Tirando de ese hilo, averiguaron que un barco de los suyos, un carguero, había zarpado del puerto de Valencia con destino a Albania. Cuando la Guardia Civil llego, el barco hacia horas que había zarpado. A pesar de que la permanente comunicación entre Isabel y yo, me convoco a una reunión para aunar criterios. A ella asistieron la gente de Pinkerton y a titulo personal, un alto mando de la Guardia Civil, amigo de Isabel.
– Sabemos que al menos uno de los secuestradores estaba en el puerto de Valencia una hora antes de que zarpara el barco. Así lo atestiguan las cámaras de seguridad, –comenzó a hablar Isabel–. La pregunta es ¿A dónde van?
– Los papeles del barco dicen que a Albania, pero ¿De verdad van allí?
– Por cojones van a Albania. Seria muy sospechoso que aparecieran en otro lugar.
– Yo creo que van a Camboya, –dijo el guardia civil–. La cuestión es ¿Cómo lo van a hacer? Es impensable que pretendan recorrer  mas de 14.000 Km. con ella en barco.
– ¿Estas seguro de eso? –le pregunte.
– Estoy al tanto de todo, Isabel me ha informado. Este Moncho es un perturbado, posiblemente un psicópata, y no puede salir de Camboya. La quiere allí, y prefiero no pensar para que.
– ¿Tenemos gente en Albania? –le pregunte al de Pinkerton.
– Yo no creo que la desembarquen en Albania, –volvió a intervenir el guardia civil–. La sacaran del barco en una embarcación pequeña, y desde Italia, Montenegro o Grecia, en aviones pequeños y aeródromos locales hasta Camboya.
– El coste de una operación de esta envergadura es descomunal. Tiene mucho interés en tenerla en Camboya. Por narices tiene que haber filtraciones, hay que rastrearlo todo para confirmar esta hipótesis.
Todos asintieron y estuvieron de acuerdo. Se decidió seguir controlando todos los aeródromos pequeños por si sonaba la flauta. Parecía claro que todo se resolvería en Camboya, pero lo que Moncho no sabia es que tenia preparado un pequeño ejercito, y sin que el lo supiera la espada de Damocles pendía sobre el y sus secuaces. Desde hacia tres semanas, un viejo carguero estaba anclado, de forma discreta, en las inmediaciones de la entrada a la bahía de Kaon Pao, en una zona donde los barcos esperan habitualmente. A él, 116 mercenarios de 17 nacionalidades fueron llegando paulatinamente en el curso de los siguientes días y esperaban en momento del asalto. En la parte superior del buque, en la zona de los contenedores, se había habilitado un helipuerto para los dos helicópteros, y en otra zona 15 zodiacs esperaban para ser bajadas al agua, con las grúas del barco el día del asalto.
El ruido de la pesada puerta metálica del camarote al abrirse, la despertó y la sobresalto. La estancia estaba en penumbra, solo iluminada por la claridad de la mañana que entraba por  el ojo de buey. Con los ojos entreabiertos distinguió una figura recortarse con la luz que entraba del pasillo. Noto como la observaba, pero no la dijo nada. Girando la cabeza hacia un lado del pasillo, dijo algo en un idioma incomprensible. Entro en el camarote seguido por otros tres hombres. Rodearon el camastro donde estaba tumbada y se pusieron a hablar en el mismo idioma incomprensible. La voltearon para comprobar sus ataduras y estuvieron inspeccionando sus amoratadas manos. Fue entonces cuando Esther se dio cuenta que casi no las sentía, como si fueran de corcho. Siguieron hablando unos momentos y salieron por la puerta. Unos minutos después, uno de ellos regreso con algo de la mano que tiro sobre la cama con un sonido metálico. Se inclino sobre ella y agarrándola por la cinturilla del vaquero, lo desabrocho y empezó a dar fuertes tirones para quitárselo junto con el tanga. Esther se resistió pataleando  y dando patadas al desconocido, pero solo logro que se riera a carcajadas. Cuando se los quito, la cogió por el  tobillo pero Esther siguió pataleando propinándole alguna patada y eso ya no le hizo gracia. La agarro por el pelo y levantándola de la cama la dio un fuerte puñetazo en el estomago. Cayó sobre el camastro, casi sin aire y doblada del dolor. La volvió a agarrar por el tobillo y se lo rodeo con la cadena cerrándolo con un candado. El otro extremo lo sujeto con otro candado a una cañería de la pared. La puso boca abajo y la desato las muñecas masajeándolas para reactivar la circulación. A continuación salio por la puerta cerrándola de golpe  y echando el cerrojo. Intento incorporarse apoyando las manos pero no pudo, las tenia como muertas. Bajo las piernas al suelo y se sentó en la cama, pero la costo trabajo enderezarse a causa del puñetazo. Se tomo un respiro e intento levantarse y enderezarse. Con esfuerzo lo consiguió, pero se sintió mareada. Con el antebrazo levanto la cadena y comprobó que era muy larga, tanto que la permitía  recorrer todo el camarote y llegar al retrete que se adivinaba en un extremo. La puerta se abrió de golpe y Esther, asustada, retrocedió encorvada protegiéndose la tripa con los brazos. El desconocido entro con un plato de una especie de estofado y una botella grande de agua. Lo deposito sobre una mesita y se acerco a Esther cogiéndola las manos. Las observo y se las puso en alto haciéndola un gesto para que las mantuviera así. Mientras la sujetaba en alto las manos, bajo la vista hacia abajo y  descaradamente la miro el chocho. Después la miro a los ojos y sonrío de una manera que la heló la sangre. Se dio la vuelta y salio por la puerta cerrándola y dejándola de pie, con los brazos en alto y cara de terror.  Se rehízo un poco y se acerco a la mesa, pero no podía usar las manos. Sujetando la botella con los antebrazos, abrió la botella con los dientes. Durante un rato estuvo bebiendo procurando dar sorbos pequeños a pesar de la ansiedad de la sed.  Metió la cara en el plato y se comió como pudo las patatas dejando la carne, o lo que fuera eso. Noto como poco a poco la sensibilidad regresaba a sus manos y  empezaba a flexionar los dedos. Se acerco al retrete y estuvo haciendo sus cosas. Después, con una toalla que mojo en el lavabo se estuvo aseando lo mejor que pudo. Termino, se tumbo en la cama abrazada a la botella de agua y se quedo dormida.
Cuando se despertó noto el calido rayo de sol que entraba por la claraboya e incidía sobre su cuerpo. Ya  podía mover las manos y  en general se sentía mejor, con la excepción del estomago que la dolía. Después de beber de la botella se levanto y estuvo curioseando por el camarote. Después se dedico a mirar por la claraboya inmersa en sus lúgubres pensamientos. Sabía que técnicamente estaba muerta, y entendía perfectamente lo que ocurría  y quien estaba detrás de todo esto. Pero en el fondo de su corazón sabia que la iba a encontrar, aunque mirando por la ventana el mar hasta el horizonte, no podía adivinar como.
Ya había oscurecido cuando la puerta de abrió y tres de los desconocidos irrumpieron en el camarote. Claramente ebrios y ligeramente titubeantes la rodearon. Uno de ellos  la agarro la camiseta y de un tirón se la arranco rompiéndola. Forcejeo con el arañándole en la cara y eso le enfureció. La propino un bofetón que la dejo desorientada y se cayo al suelo acompañada de un coro de risotadas y palabras incomprensibles. La cogió del pelo y dándole otro bofetón la arrojo sobre la cama. Otro saco una navaja grande y cogiéndola el sujetador se lo corto. La dolía terriblemente la cara y el oído, y noto como algo la resbalaba de la nariz y supuso que era sangre. Decidió no resistirse y mantenerse viva a toda costa. No se resistió, pero no colaboro,  permaneció inerte a su merced. El de la navaja se la puso en el cuello aprisionándola contra el colchón mientras con la otra mano la pellizcaba las tetas. Las muestras de dolor de Esther solo provocaban mas risotadas por parte de sus agresores. Noto otra mano en su vagina y como se la agarraban con extrema dureza. Durante un buen rato la estuvieron martirizando pero procuro gritar lo menos posible, auque a veces era imposible. Otro la volvió a coger del pelo y la puso a cuatro patas introduciéndola su maloliente poya en la boca. Tuvo que hacer esfuerzos para no vomitar. Aguanto  hasta que al poco tiempo se corrió llenándola la boca de su asqueroso esperma. Durante un par de interminables horas la hicieron de todo, se la chupo a todos y la foyaron todos. Y todos la pegaron. Cuando se fueron, se levantó y se acerco al lavabo. Entre llantos se lavó para quitarse de encima la porquería de los secuestradores, y se tumbó en la cama quedándose dormida con un sueño intranquilo y pesado. Cuando despertó por la mañana la cara la dolía. Intento beber de la botella pero la costo trabajo a causa de sus inflamados labios. Acabó lo poco que quedaba en la botella y se levanto al retrete. La dolía todo y casi no podía andar. Cuando se miro en el espejo se asusto, los ojos los tenia inflamados y negros como si tuviera un antifaz, y los labios abultados como los de un africano. Regreso a la cama y se tumbo arropándose con la manta. Estuvo mucho tiempo en una especie de duermevela  hasta que el estridente ruido de la puerta la sobresalto. Entro un hombre al no había visto hasta ahora. Llevaba un plato de comida y otra botella de agua. Instintivamente tendió la mano hacia la botella, y el desconocido se acerco. Dejo el plato, la estregó la botella y aparto la manta para verla mejor.
– ¡Capitanul! –grito saliendo al pasillo.
Un hombre alto, robusto, de mirada sombría entro por la  puerta e intercambiaron unas palabras. Llevaba una gorra, y por su aspecto autoritario supuso que  era el capitán. La miro, y se acerco a ella apartándola la manta. Con rostro inexpresivo, se sentó en la cama e inspecciono con detenimiento sus marcas y magulladuras. Le dijo algo al otro que salio corriendo por la puerta. Después miro a Esther que permanecía abrazada a la botella. Entro en el camarote uno de los violadores junto con el otro hombre que llevaba un botiquín. El capitán se levanto y se encaro con el violador. Los dos empezaron a hablar y la intensidad fue en aumento mientras señalaban a Esther. Las palabras se convirtieron en voces y estas en gritos. El capitán se hecho la mano a la espalda, saco un cuchillo, que sin pestañear puso en el cuello al violador. Se calló, no volvió a hablar. El capitán, con el cuchillo en su cuello y la cara pegada a la suya le decía  al violador unas palabras en un tono tan amenazador que incluso Esther erizaron el cabello. El violador, con la mirada baja y murmurando algo que podrían ser disculpas, salio del camarote ante la atenta mirada del capitán. Entre el capitán y el otro la limpiaron las heridas y se las curaron como pudieron. La quitaron definitivamente la cadena del tobillo que la había producido una yaga.  Después, salieron y cerraron la puerta. A los pocos minutos regresaron. El capitán la dio una camiseta enorme  y unos calzoncillos de hombre de talla pequeña.
– Póngase eso, –la dijo en perfecto ingles y con la misma cara inexpresiva. Y señalando al otro añadio–. Y no se preocupe, no volverán a molestarla. A partir de ahora solo él se ocupara de usted.
Esther asintió con la cabeza y no dijo nada mas. El capitán salio y el otro la puso sobre la mesita un plato con una especie de puré, una cuchara y le siguió fuera cerrando la puerta. Se puso la ropa con muchas dificultad a causa de los dolores y cogió el puré. Con mucho trabajo se lo comió, y se tumbó en la cama. No se durmió, boca arriba miraba el techo mientras su cabeza bullía como una olla  a presión. El rayo de sol empezó a entrar por la claraboya, a recorrer la estancia y pensó que ya era por la tarde. La puerta se abrió y su cuidador entro con otro plato y otra botella de  agua. Lo puso sobre la mesa y se acerco a Esther, la cogió la mano y puso en ella un par de comprimidos. La miro, se señalo la cabeza, giro sobre si mismo y salio por la puerta.  Se tomo uno de los comprimidos y engullo lo que había en el plato. Se tumbo en el camastro y no pudo remediar que las lagrimas afloraran de nuevo al pensar en María.  Al final, agotada se quedo dormida sin saber que la depararía el siguiente día.

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ESTHER (capitulo 38)

Desde hace varios meses, nuestra vida transcurre entre Madrid y Nueva York. Es por motivos de seguridad. Me encantaría llevar a Esther por medio mundo, exhibirla, pero no es aconsejable. Las amenazas de Moncho desde la cárcel de Tailandia me preocupan. Así las cosas, regresamos a Madrid y volvimos a la rutina madrileña. María, su escolta, volvió a ocuparse de la seguridad de Esther, y yo termine de reorganizar mi oficina en España para que no dependieran tanto de mi.
Un par de semanas después de nuestro regreso, nos fuimos varios días a Salamanca a estrenar el chalet recientemente comprada por Esther, junto a otro para sus padres. Llegamos a medio día con el todoterreno cargado hasta los topes. Esther había ido comprando muchas cosas para la casa, pero allí tendríamos que comprar muchas mas. Descargamos todo con la ayuda de su familia y mas o menos lo colocamos en casa y, ya por la noche, después de una improvisada barbacoa llena de confidencias, chismes y risas en el jardín trasero de sus padres, nos quedamos solos.
Me fui a la ducha y un par de minutos después Esther se metió también. Cogí la esponja y la fui enjabonando minuciosamente todo el cuerpo, centrándome sobre todo en su zona mas intima. A los pocos segundos, Esther ya estaba medio cardiaca, y yo aprovechaba para morrearla con cierta ternura. Se arrodillo y mi pene desapareció en su maravillosa boca. Sujetándome con sus manos por el trasero, hacia fuerza engullendo mi pene en su totalidad. La punta bajaba por su garganta produciéndome un placer enorme. Después se la sacaba y chupaba la punta para seguidamente engullirla entera. Instantes después me corrí en su boca y como siempre lo trago todo mientras el agua resbalaba por nuestros cuerpos. La envolví en la toalla y cogiéndola en brazos la lleve a la cama y la deposite sobre ella. La destape con cuidado como quien abre un regalo valioso, primero sus pechos y luego el resto. Me incline sobre ella y la chupe los pezones. Mi lengua jugueteaba con ellos mientras mis manos sujetaban sus pechos. Descendí hasta su ombligo, y después de juguetear con su piercing seguí hasta su receptiva vagina. Mucho tiempo estuve saboreándola mientras Esther se retorcía de placer y los orgasmos sacudían su cuerpo. La levante las piernas y la penetre. La folle mientras besaba sus preciosos pies y ella no paraba de chillar. Finalmente me incline, la rodee el cuerpo con mis brazos mientras ella me rodeaba con sus piernas, la bese y nos corrimos. Sujetándola por la nuca la bese el cuello mientras Esther sonreía complacida, como siempre.
– ¿Eres consciente de lo mucho que te quiero? –la dije cuando me arte de besarla.
– Si mi señor, pero no tanto como yo a ti, –respondió.
– De eso nada mi amor, yo más, –la dije sonriendo.
– No, no, yo más.
– Yo más.
– Yo más mi señor.
– No, no.
– Si, si mi señor.
– ¿Qué te juegas que dentro de unos momentos admites que yo te quiero mas? –la dije sonriendo maliciosamente.
– Imposible mi señor, –respondió muy chula.
Pase sus bracitos por su espalda sujetándola por las muñecas con una de mis manos, me acomode entre sus piernas y con la mano libre me puse a hacerla cosquillas.
– ¡No, no, no, no …! –y no pudo decir nada mas. Entro en una risa histérica e imparable. Intentaba zafarse pero no podía, mientras yo la miraba sonriendo. Mis dedos recorrían su costado con la habilidad de un pianista. Aguanto mucho mas de lo que pensaba, pero al final, con el cuerpo sudoroso se rindió.
– ¡Jo! Yo no quiero que me quieras mas que yo a ti, –y añadió mohína–. Además has hecho trampas. Las cosquis no valen.
– Bueno vale, –la mire con ojos tiernos y añadí–. ¿Lo dejamos en empate?
– Vale mi señor, –respondió poniéndose de rodillas con mirada felina.
Me empujo hacia atrás y me cabalgo juntando sus labios con los míos. Me estuvo besando apasionadamente mientras restregaba su cuerpo con el mío.
– ¿A que no sabes, qué no hemos comprado para esta casa? –la pregunte cuando pude.
– No mi señor ¿Qué? –respondió incorporándose ligeramente con las orejillas tiesas.
– Juguetes.
– ¿Juguetes? ¿Qué jugue…? Ostias –exclamó seria.
– Si mi amor. Ostias, esos juguetes.
– Pues hay que solucionar eso, mi señor.
– No creo que en Salamanca tengan un sex-shops de urgencia, o un tele-vibrador, y por ahora los chinos no tienen esas cosas … que yo sepa.
– Pues me hago un dedo mi señor, –me dijo, y a continuación añadió–. ¿Me das permiso?
– Claro que te doy permiso mi amor, pero no quiero que te bajes. Sigue encima de mi.
Metió su mano entre los dos hasta alcanzar su vagina. Comenzó a masturbarse y rápidamente su respiración se hizo mas profunda. Empezó a gemir y pronto alcanzo el orgasmo.
– Sigue, y no pares hasta que yo te diga, –la ordene.
Me encanta sentir como se contrae, como vibra, como se corre. Mis manos se deslizan con facilidad por su cuerpo a causa del sudor. Tiene otro orgasmo y continua. Mis manos se posan en sus nalgas masajeándolas y ocasionalmente mis dedos acarician su orificio anal. Tiene otro orgasmo y continua. Noto como sus fluidos empapan mi entrepierna y mi pene resucita, pero no la penetro. Esther sigue y tiene otro. Cuando intenta cambiar de mano porque la tiene dolorida, la doy la vuelta y la pongo boca arriba sobre mi. Mientras sigue masturbándose con la otra mano la introduzco el pene por el culo, pero no la follo, solo la mantengo dentro. Recorro su cuerpo con mis manos acariciando sus pechos, su vientre y sus muslos. Noto nítidamente como su ano se contrae y aprisiona mi pene con los orgasmos. Finalmente ordeno a Esther que retire sus manos y se este quieta. Comienzo a follarla mientras con mi mano la estimulo su sensible y abultado clítoris. Tiene un orgasmo tremendo mientras me corro en el interior de su ano. Continuo besándola y acariciándola con la pasión que da el amor y ya, muy avanzada la noche, nos quedamos dormidos.
El resto de la semana la utilizamos en terminar de preparar la casa, juguetes incluidos. Después regresamos a Madrid, tenia una cita ineludible. Estaría fuera tres días en Londres y Frankfurt y las amigas de Esther ocuparían mi lugar.
Esther y María me llevaron al aeropuerto por la mañana a primera hora y luego se fueron al gym y de compras. Ya por la tarde las dos estaban solas en casa.
– Voy a emitir, hace mucho que no lo hago, –le dijo Esther a María que la miro sin entender.
– ¿Emitir? ¿Que es eso? –la pregunto.
– Ahora lo veras, –la contesto–. ¿Quieres participar?
– No se lo que es, pero creo que no.
– Cobarde, –la dijo riendo en tono cariñoso.
– Eres muy peligrosa Esther, no me fío de ti ni un pelo.
– Bueno, tu mira y luego decides.
Lo fue preparando todo en la cama, la cámara, su ordenador, sus juguetes y su mascara. También la preparo otro portátil para que María pudiera seguir el chat además del directo. Luego me mando un whatsapp para informarme que iba a emitir. Me pillo de regreso al hotel y nada mas llegar, conecte. Me sentía raro. Estaba acostumbrado a verla emitir y tenerla a mano cuando terminaba para echarla un polvo. Pero a varios miles de kilómetros de distancia creo que la paja iba a ser inevitable.
María flipó, y asistía a la emisión con los ojos como platos. Esther, con su mascara veneciana habitual charlaba con sus seguidores con la naturalidad que da la practica. Una hora después, María, sentada en el sillón que yo siempre ocupaba, se desnudo y se puso a jugar con su dedo. Al rato, Esther la señalo una segunda mascara y la invito a compartir la cama plató. Como una corderita sumisa se tumbo a su lado. Hasta la noche estuvieron besándose y amándose. Hicieron unos sesenta y nueves espectaculares, el numero de seguidores batió record y el dinero recaudado también.
– Esther, eres mas peligrosa que un mono con dos pistolas, –la dijo cuando terminaron la emisión–. Haces conmigo lo que quieres.
– ¿Y no te gusta lo que te hago?
– Claro que me gusta, pero no es eso, –la respondió–. Es fácil enamorarse de ti, y ya se que eso es imposible para ti …
– No seas boba, podemos ser siempre amigas, –la interrumpió–. Con derecho a roce cuando Edu no esta.
– Se que es a lo máximo que puedo aspirar, y no me importa, me resigno. Se que Edu es un buen hombre.
Dos días después regrese a Madrid y las dos me fueron a buscar al aeropuerto.
– No os voy a preguntar si habéis sido buenas porque lo vi en directo, –las dije después de besar largamente a Esther. María se puso roja como un tomate y dirigiéndome a ella añadí riendo–. Es la primera vez que veo a un guardia civil sonrojarse.
Retomamos nuestra rutina habitual. Por las mañanas yo me pasaba un par de horas por la oficina mientras Esther y María se iban al gym, o de compras, o a lo que fuera. Una mañana, sobre las diez, salieron del portal y comenzaron a subir por la Cuesta de Santo Domingo hacia la plaza del mismo nombre. A mitad de la calle, María observo como una furgoneta comenzaba a bajar por la calle y abría en marcha la puerta lateral. Se paro en seco y empuñando su pistola, pero sin sacarla, empujo a Esther contra la puerta del restaurante japonés próximo a nuestro portal. De improviso escucho disparos provenientes de la parte alta de la plaza y como varios individuos se bajaban en marcha. Desenfundo su arma y abrió fuego contra ellos mientras Esther se acurrucaba en el suelo y María se interponía para protegerla. Disparando alternativamente hacia la parte alta de la plaza y a la furgoneta alcanzo a un par de asaltantes pero noto como varios proyectiles la alcanzaban en el tórax. Siguió disparando mientras pudo pero al final, mientras intentaba recargar, perdió en conocimiento y cayó inconsciente junto a Esther. Varios asaltantes la cogieron en volandas y la metieron de mala manera en el vehículo, emprendiendo la fuga velozmente calle abajo hacia la plaza de Opera. De allí a Bailen y a la Puerta de Toledo donde desaparecieron. Cuando la policía reacciono ya fue tarde. Cortaron calles, pusieron controles, movilizaron muchos efectivos. Pero escaparon. Me llamo el portero de mi casa, que tenia mi numero de móvil y me informo de lo sucedido. Llame a Isabel y la puse al corriente de lo sucedido. Rápidamente movilizo a todas sus influencias en la policía. Una hora después encontraron la furgoneta mal aparcada en la calle del Águila, por lo que supusieron que habían cambiado de vehículo. Mientras tanto, en la puerta de casa, María se debatía entre la vida y la muerte. Fue atendida en primer lugar por el portero hasta que llegaron los del 112. La encontraron en parada cardio respiratoria, pero pudieron sacarla adelante y la trasladaron al hospital con tres heridas de bala, dos en el pecho y la otra en un brazo. Antes de caer abatida alcanzo con su arma a dos de los asaltantes, uno en la parte alta de la plaza y otro cerca de ella. Según los testimonios de los testigos, al menos otro resulto herido, pero pudo escapar en la furgoneta y todos tenían aspecto de ser de algún país del este de Europa. Isabel hablo con los de Pinkerton para que investigaran esa posibilidad. Los autores del anterior intento de asesinato eran moldavos y podría haber conexión. Según la policía e Isabel se trataba claramente de un secuestro.
– Si la hubieran querido matar lo hubieran hecho en ese mismo momento, Edu, –me decía–. Secuestrarla es mucho mas arriesgado, y para nosotros es mejor, nos proporciona tiempo.
– ¡Una mierda tiempo! –la conteste con vehemencia–. Esther debe de estar aterrada ¿No te das cuenta?
– Me doy cuenta perfectamente Eduardo, pero ella lo aguantara, es fuerte, –me dijo con determinación, y añadio–. Sabe que tarde o temprano la encontraremos.
– Y cuando lo haga, este asunto terminara. Los voy a matar a todos. No lo dudes.
– He avisado al grupo de Camboya, hay cosas que no me cuadran.
– ¿A que te refieres?
– Tenerla secuestrada aquí ¿Para que? Moncho no puede salir de Camboya y no creo que te vaya a pedir un rescate.
– Entonces ¿Crees que la va a sacar de España? –la pregunte.
– Si, eso creo y la policía también. Tienen controlados, estaciones, aeropuertos y carreteras. Colibrí a formado un grupito de hackers amigos suyos y lo están rastreando todo.
– Entonces solo nos queda esperar …


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Su primera vezde

Con un suspiro se recuesta ella, los musculos de su esbelto cuerpo se aflojan, resiste aun pero desea con toda el alma que el no haga caso a sus protestas.
Lo que tantas noches le quitara el sueño, lo que mas deseabaestaba por llegar pero ahora en el instante final tenia miedo.
Por cierto aun cuando para ella era la rimera vez le tranquilisaba saber que el era un hombre experimentado, pero sola con el en esa habitacion tenia miedo. El le prometia no lastimarla, mientras pasaba la yema de sus dedos por ese lugar, que ella mezquinaba, y trataba de convencerla.
Cuando ella vio esa cosa tremenda, que el enia en las manos aumento sus protestas mientras el exclamaba:- No temas no te va a doler.
Convencida al fin lo dejo maniobrar, aflojo sus musculos y habrio bien su cavidad. Su fragilcuerpo se extremecio, sus fuerzas la abandonaron, sintio algo espeso, calido.............Sangre ! ! !
Una fria e intensa emocion la envuelve y griiiiiiiiiiiiiito con todas sus fuerzas ¡ No por favor no me la saque..... se lo ruego.
Pareca un tiempo sin fin y solo habian pasado unos minutos. El acabo ella sentia que su cuerpo se extremecia una y otra vez. Estaba excitadisima cuando escucho las palabras de el .- Ya acabe, enjuagate.....
Satisfecho por fin el dentista habia sacad la muela.


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martes, 28 de agosto de 2012

ESTHER (capitulo 37)


Llevábamos casi una semana en Nueva York cuando me llamo Pinkerton para que asistiera a una reunión en la sede central de la Agencia en Washington.
– Te mando un vehiculo para que te traiga, y tráete a Esther que tengo ganas de darla un par de besos.
– ¿La reunión tiene algo que ver con Camboya? –le pregunte.
– Si, si. Tenemos que aunar criterios …
– Mira, no quiero que intervengas en esto, –le interrumpí–. Bastantes líos tienes con los procesos a los compinches de Moncho. Y esto tiene mala pinta. Va a acabar mal.
– Ya hablaremos de eso. Tu por lo pronto vente para aca.
Al día siguiente, muy temprano, una limusina nos recogió en la puerta de casa y en unas cuatro horas nos llevo a Washington. En viaje se nos hizo extremadamente corto. Nada mas salir de Nueva York, cuando atravesábamos las marismas de Nueva Jersey, aísle la zona de pasajeros y comencé a besarla. La fui quitando la ropa poco a poco hasta que la tuve desnuda a mi disposición. La recline hacia atrás y levantándola las piernas metí mi boca en su vagina. Con la lengua explore su interior que por otra parte conocía a la perfección. Después me centre en su clítoris, succionándolo con los labios mientras con la punta de la lengua lo friccionaba frenéticamente. Esther se retorcía eléctricamente mientras la sujetaba los muslos. Me separe de ella y me senté en el asiento de enfrente. Recostada en su asiento y totalmente abierta, con la mano se estimulaba la vagina. La observaba con atención mientras intentaba con la mano que mi pene no perdiera firmeza. Ante mi vista, Esther encadenaba orgasmos a velocidad de vértigo. La incertidumbre de cuando la follaría la excitaba sobremanera. Me arrodille ante ella y, sujetándola los muslos la penetre con cierta violencia. Con lo mojada que tenia la vagina, mi polla entró con total facilidad. La folle con brusquedad, era lo que me pedía el cuerpo. Después de un rato largo de envestidas furiosas, me sincronice con ella, y me corrí inundándola la vagina. Continuamos nuestro viaje y llegamos a Washington. Aunque Esther ya estaba al corriente mas o menos, no quiso asistir a la reunión, pero si subió a  saludar a Pinkerton, que desde el principio la había cogido mucho cariño.
Resumiendo, los agentes en Camboya habían confirmado la presencia del segundo Moncho en Koh Kong. Su organización ocupaba los antiguos túneles que utilizaba el Vietcong para almacenar las armas que pasaban de contrabando para la guerra en Vietnam. Moncho casi nunca salía, y cuando lo hacia era rodeado por un verdadero ejercito de secuaces armados hasta los dientes. No se habían detectado cuentas corrientes operadas por el, por lo que se suponía que almacenaba el dinero en esos túneles. Lógicamente tenia comprada a la policía y la posibilidad de un asalto era, en principio, impensable.
– Te lo vuelvo a repetir, no quiero que te involucres en este asunto. Solo faltaba que te relacionaran con esto. Tu sigue dando caña a todos los implicados y los trapos sucios déjamelos a mi, –le dije a Pinkerton que tuvo que aceptar a regañadientes. Se daba cuenta que tenia razón.
Llegado a este punto, no estaba dispuesto de dejar correr el tema, mucho menos después de la amenaza explicita de el otro Moncho.
– Primero, vas a formar un grupo de mercenarios capaz de asaltar esos túneles, –le dije al agente en Camboya–. Segundo, quiero que compres al jefe de policía o al jefe del ejercito, o al que sea necesario. Si asaltamos, quiero que desaparezca todo lo que sea policía, militares o agentes de seguridad.
– De acuerdo, pero eso va costar mucho dinero …
– Dispones de un presupuesto inicial de diez millones, –le interrumpí–. ¿Tendrás suficiente?
– De sobra, si no se alarga mucho, –contesto visiblemente impresionado–.  Tenga en cuenta  que serán no menos de cien mercenarios y hay que alojarlos, mantenerlos durante el tiempo que sea necesario, armarlos, y de incógnito. Además habrá que conseguir medios de transporte.
– Entiendo las dificultades, y le aseguro que no me gustaría alargar mucho este asunto.
– Muy bien. No estaremos preparados antes de uno o dos meses, –afirmo finalmente.
– Entonces de acuerdo, a trabajar.
Terminada la reunión, almorzamos con Pinkerton y a media tarde regresamos a Nueva York, a donde llegamos pasadas las diez de la noche. Casi no cenamos, un vaso de leche, de soja para mi,  y poco mas.  Después de ducharme me senté en el sillón, y Esther se sentó en el suelo casi entre mis piernas. Abierta de  piernas, comenzó a acariciarse la vagina mientras con la mano izquierda me agarraba la polla. La deje hacer sin intervenir para nada. De vez en cuando giraba la cabeza, se la metía en la boca y la chupaba un rato. Después dejaba de chupar, pero siempre masturbándose. Hizo un intento de  levantarse pero no la deje, quería que siguiera así. Y estuvo mucho tiempo, encadenando orgasmos mientras desde arriba la acariciaba las tetas. Cuando ya no aguante mas, la levante y la senté en el sillón, la levante las piernas, la puse lubricante y la penetre por el ano con suavidad. La estuve follando con tranquilidad, con mucha parsimonia, como a mi me gusta. Cuando nos corrimos al unísono eran ya de largo la una de la madrugada. Aun así, seguí unos cuantos minutos besuqueándola mientras ella, con los ojos cerrados sonreía complacida.  La lleve a la cama y abrazados nos quedamos dormidos.
A la mañana siguiente, como todos los días estaba como un clavo esperándome para almorzar juntos en el Distrito Financiero.
– Mañana es sábado ¿Qué quieres hacer? –la pregunte mientras dábamos cuenta del perrito.
– ¿Te apetecería ir de museos mi señor? –contesto–. Me queda por ver el de Historia Natural. Desde que estamos aquí los otros museos los he visto sola.
– Pues no se hable mas. Pero después nos vamos  al MOMA que hace mucho que no lo veo.
Los sábados cambiábamos nuestra rutina y por la mañana salimos a correr por Central Park. Después, a media mañana nos acercamos dando un paseo hasta el Museo de Historia Natural que esta cerca de casa. Después bajamos hacia Columbus enlazamos con Broadway donde nos sentamos en una mesa de la calle para comernos un perrito con un refresco. Después de reposar, cogidos de la mano llegamos a la 53 y entramos en el MOMA. Reconozco que se me paso por la cabeza intentar algo, pero con los miles de turistas que abarrotan ambos museos es imposible. Da igual, esta noche tendremos sesión especial, como todas las noches.
Cuando salimos del museo, Esther enfilo decidida hacia la 5ª avenida sin consultarme o preguntarme.
– Mi señor ¿Te has traído la tarjeta? –es lo único que pregunto. Ante la cara de susto que puse, añadió–. Se me ha olvidado la mía.
El resto de la tarde estuvimos de boutique en boutique, acumulando cada vez mas paquetes y bolsas. Al final tuvimos que coger un taxi para llegar a casa. Sabia lo que me esperaba a continuación, un ritual perfectamente conocido por mi. Iría abriendo todos los paquetes y probándose nuevamente todos los vestidos mientras yo sonreía de oreja a oreja. Nuevamente me preguntaba mi opinión y yo la contestaba que la quedaba genial, que por otra parte era verdad. Mientras guardaba todas las compras me salí a la terraza con mi copa de vino y un rato largo después apareció Esther, desnuda, y se sentó a mi lado.
– Un día de estos podríamos ir a la opera ¿Qué opinas mi amor? –la dije pasándola un brazo por los hombros.
– Que si, mi señor. Además estamos al lado, –respondió, y con toda la naturalidad del mundo, añadió–. Tendré que comprarme algo adecuado,
– ¿Algo adecuado? ¿No tienes nada adecuado cariño? –la pregunte perplejo.
– Anda, anda mi señor, si aquí solo tengo cuatro trapitos.
– Mi amor, aquí no tenemos tanto sitio como en Madrid …
– No seas exagerado mi señor, si aquí solo tengo lo básico, –me interrumpió.
Me dejo sin habla y lo que mas me asombraba era que estaba convencida y lo decía con toda la naturalidad mundo. Decidí no seguir por ese camino, era lo mejor. La atraje hacia mi y la bese en la boca. Sobre nosotros, las estrellas poblaban la oscura noche neoyorkina a pesar del enorme resplandor que despedía la ciudad. Mis besos abandonaron sus labios y se centraron en su cuello, recorriéndolo centímetro a centímetro. Incorporándose ligeramente, Esther dio un sorbo de su copa de vino, la dejo en la mesita y se arrodillo entre mis piernas. Me bajo los pantalones y se puso a chuparme la polla mientras con las manos recorría mi torso. La tuve chupando un buen rato y cuando lo considere oportuno la senté sobre mi pene y la penetre. Empezó a culear frenética pero no se lo permití, la obligue a que lo hiciera despacio, con mucha calma. El deseo la podía y al ratito se disparaba frenética, pero la volvía a parar. Así llego al primer orgasmo que la dejo medio inerte entre mis brazos. La obligue a seguir con ese ritmo pausado y cuando percibía que me iba a correr la hacia parar  y la morreaba con pasión. A continuación volvíamos a empezar y a parar, y así varias veces alargando ese momento lo mas posible. Al final, cuando note a Esther agotada por el esfuerzo y los orgasmos, la espere y nos corrimos juntos mientras devoraba sus labios con furia.
Las cosas en la oficina marchaban como la seda, cada vez mejor. Por esas fechas, y con el acuerdo de los cuatro socios, nombramos un gerente que se ocuparía de dirigir el fondo, y eso me permitió tener mas tiempo libre para disfrutar de Esther. Además de salir a correr juntos por Central Park, que nos encanta, nos apuntamos a un gimnasio, en la 43 con la 10ª, que tenia instalaciones para hacer escalada indor, es decir climbing. Un par de veces a la semana pasábamos allí un par de horas, y poco a poco Esther fue adquiriendo destreza en la escalada. También comenzamos a hacer turismo. Primero por la costa este y luego nos fuimos adentrando por el interior.
Tres meses estuvimos esta vez en Nueva York, y ya teníamos que regresar a Madrid. Dos días antes de partir, asistimos a la Premier  de Gala de la opera de Rossini, Armida. Ni que decir tiene, que Esther desde varios días antes ya estaba de los nervios. Estaba anunciada la asistencia de ministros, gobernadores, embajadores, financieros entre los que estaba Pinkerton, y todo el resto de tropa mediática habitual de estos eventos. Una semana antes fuimos a la tienda de Versace en la 5ª avenida para adquirir algo apropiado. En la tienda, donde estuvimos unas cuantas horas por cierto, coincidí con varios conocidos de los negocios, que como yo acompañaban a sus parejas. Por supuesto, tuve la precaución de cerciorarme de que Esther llevara su tarjeta de crédito. Por cierto, la dejo temblando. No solo se compro un vestidazo, también cayeron algunas cosillas mas. Y todo en medio de un barullo donde ella, y las parejas de mis conocidos, opinaban de los vestidos de las demás mientras nosotros nos contábamos chistes de ricos, que son tan malos o peores que los de abogados. Al día siguiente, pasamos por Tiffany porque todas sus joyas están en Madrid, y su tarjeta termino de fallecer.
El día de la Premiere, un vehiculo con conductor nos recogió en la puerta de casa para recorrer los escasos cuatrocientos metros que nos separan del Metropolitan.
– Podíamos ir andando mi señor, –me dijo Esther cuando se lo comente–. Total, esta aquí detrás.
– Mi amor, con tu vestido, tus taconazos y cargada de joyas, es mejor y mas seguro ir en coche, –la conteste–. Además, hay que mantener el estatus, va a asistir mucha gente que conozco.
– ¿Quieres que me comporte de alguna manera especial, mi señor?
– No mi amor. Con lo simpatiquísima, y lo guapísima que eres, no hace falta mas, –la conteste atrayéndola hacia mi. Y añadí riendo–. Pero no bebas mucho, no me gustaría verte en el escenario quitándola el puesto a la soprano.
– ¡Ya estamos como siempre! –contesto separándose de mi y dándome un puñetazo en el hombro–. Solo me he emborrachado una vez, mi señor.
– Y terminaste contando chistes verdes cariño.
– Siempre me lo vas a recordar, mi señor, –contesto enfurruñada.
– Mas o menos es la idea, –conteste riendo.
Cuando llegamos, y aprovechando que los periodistas no nos conocían, nos resulto fácil escabullirnos y no pasar por el foto look. Antes de ocupar nuestras localidades, todo fueron saludos y presentaciones. Esther estuvo maravillosa como siempre, y causo sensación. Para después de la representación, Pinkerton y yo, habíamos reservado en el restaurante “The Grand Tier” en el mismo Lincoln Center. Nos dirigimos allí  con unos cuantos invitados especiales, entre los que había algún ministro. Ya avanzada la noche regresamos a casa en el coche que nos estaba esperando.
– Ponme una copa de champagne mi señor, mientras me quito todo esto, –me dijo cuando entramos en nuestro apartamento–. Llevo toda la noche bebiendo agua. Quiero que me folles borracha.
– Pero es que a mi no me gusta follarte borracha, –la conteste serio.
– ¡Jo! Mi señor, anda porfa, –me dijo zalamera–. ¿Lo dejamos en semi borracha?
– Te advierto que como te pases, te vas a dormir a la terraza. No quiero oír tus ronquidos, –la mire serio, con el entrecejo fruncido, pero daba igual. A pesar del dominio que tengo sobre ella, cuando se lo propone, consigue de mi lo que quiere–. No puedo entender porque te ha dado por ahí.
– ¡Jo! No te enfades. Es solo por probar.
La serví una copa que engullo de inmediato. A la tercera copa ya estaba canturreando y con la cuarta se puso a bailar por el saloncito y decidí cerrar el bar. Estaba lejos de quedarse grogui, pero ya estaba graciosa y con la lengua de trapo. Abrace a mi parlanchina pareja y la bese el cuello mientras con mis manos la sujetaba por el trasero. Busqué sus labios, los encontré con facilidad y conseguí que se callara. La tumbe sobre la alfombra y seguí besándola mientras mi mano se deslizaba entre sus piernas. Mientras Esther arqueaba su cuerpo de placer, aprisionaba mi mano con sus muslos. Seguí estimulando su vagina hasta que se corrió y yo respiraba su alcohólico aliento. Me puse sobre ella y la penetre mientras seguía besándola. La folle despacio, sin movimientos de cadera, solo contrayendo mis glúteos. Rápidamente conseguí otro orgasmo, pero continúe imperturbable. Finalmente, la espere y metiendo mi cara en su cuello me corrí mientras Esther me acariciaba el trasero con sus manos. Un montón de besos después la levante del suelo y en brazos la lleve a la cama. Instantáneamente se quedo dormida y, comenzó a roncar.
A la mañana siguiente, con una resacosa Esther comenzamos a preparar nuestro regreso a Madrid.

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domingo, 26 de agosto de 2012

ESTHER (capitulo 36)

Nueva York sufre una ola de calor brutal. Y con la humedad de la ciudad, el ambiente es sofocante. Sobre las siete, cuando el calor afloja, salimos a correr por Central Park. Me gusta correr a su lado y charlar sobre diversos temas, o de chorradas. Para mi, y se que para ella también, eran unos momentos felices. Después de correr nos tumbábamos en el “Sheep Meadow” para estirar o tontear directamente. Llevamos casi mes y medio en la ciudad y ya tenemos que regresar a España.
Al día siguiente de regresar a España, Isabel me llama para quedar conmigo. Tiene noticias interesantes. Me reúno con ella en una terraza de la calle Preciados. Después de saludarnos y charlar de temas sin importancia, pasamos al tema principal.
– El agente de Pinkerton en Tailandia ha hecho un buen trabajo Camboya. Ha descubierto a que iban a Koh Kong.
– Fantástico.
– Yo creía que nada podía ser peor que lo que ya hacían, pero me equivoqué.
– ¿Que ha descubierto? –la pregunte poniéndome serio.
– En ese sitio, en Koh Kong, hay una gente que se dedica a lo mismo que en el hotel de Tailandia, pero sin limites.
– ¿Cómo sin limites? ¿A que te refieres?
– Que puedes incluso matar a la victima mientras pagues. Y la victima puede ser un niño o un adulto.
– Joder, –y después de un breve silencio, añadi–. Eso, necesariamente lo tiene que controlar alguna mafia.
– Si, pero hemos tenido suerte, es una mafia muy local, casi no excede de el ámbito de Koh Kong. Y sospechamos que los Monchos tenían que ver muy directamente con ellos. Ellos eran los jefes.
– ¿Es posible que este escondido ahí?
– Es mas que posible. El de Pinkerton esta muy encima de ellos. Pero pide mas recursos. El esta solo en Camboya.
– Dile que de acuerdo. Tendrá recursos ilimitados. Que haga todo lo que tenga que hacer y utilice toda la gente que necesite.
– También quiere carta blanca y sin preguntas, –añadió Isabel.
– Dile que tiene carta blanca, pero quiero estar informado de todo.
– Allí, habrá que hacer cosas ilegales. Lo sabes.
– Lo se, –y después de una pausa añadí–. Esto se pone cada vez mas feo Isabel. Moncho, el de la cárcel, me amenazo con que su amigo nos encontraría.
Isabel escuchaba mis palabras asintiendo con la cabeza. Era perfectamente consciente, igual que yo, del peligro que se cernía sobre Esther. Cada vez tenia mas claro que lo mejor era trasladarnos definitivamente a Nueva York.
– Mientras estemos aquí, las escoltas seguirán. Y dile a Pinkerton que su hombre trabaja en exclusiva para mi. Es mejor que el no se involucre.
Tremendamente preocupado regrese a la oficina. Mientras tanto, Esther vivía su vida feliz como una lombriz, sin sospechar nada de los peligros que se cernían sobre ella. Esa noche la desee mas que de costumbre, como si eso fuera posible. Ella lo noto, pero no dijo nada. Se dejo hacer como siempre, pero era consciente de que algo me preocupaba, y mucho. No hubo preámbulos, simplemente me tumbe sobre ella y la bese en los labios con saña. La sola idea de que le pudiera pasar algo malo a la persona que tenia entre los brazos me desasosegaba. Después de un largo tiempo de besos furiosos, la penetre. La folle con ímpetu desmedido. Refugiada entre mis brazos, gritaba y gemía mientras me rodeaba con sus piernas. Tuvo un orgasmo tremendo, tanto que me clavó las uñas en la espalda y me mordió en el hombro. Seguí furioso hasta que me corrí cuando ella empezaba a alcanzar otro. Descontroladamente seguí todo lo que pude hasta que se corrió nuevamente. No se cuanto tiempo estuve besándola, pero fue mucho. No podía parar de hacerlo.
– ¿Qué te pasa mi señor? Algo te ocurre.
– No te preocupes mi amor, no pasa nada.
– Si mi señor, se que algo te pasa. ¿Qué es?
Decidí ponerla al corriente, pero muy por encima, de los últimos descubrimientos sobre su exmarido. Tarde o temprano tendría que saberlo.
– En las investigaciones que hemos hecho sobre tu ex, hemos descubierto algunas cosillas inquietantes, –intentaba a toda costa quitar hierro al asunto–. Por eso he pensado que tengas escoltas mientras estemos en Madrid.
– Ya tengo escoltas mi señor, –me dijo sonriendo–. No soy tan tonta.
– Ya se que no lo eres cariño, no quería que te preocuparas innecesariamente.
– Moncho esta en la carcel y no puede hacernos ningun mal, –afirmo, y a continuación añadio–. Lo que no entiendo es ¿Qué daño puede hacernos mi señor?
– Tenia un socio, un cómplice. Alguien clavado a el.
– ¿Un hermano? Nunca me hablo de el.
– No era su hermano. Los dos se operaron en una clínica de Estados Unidos para ser idénticos, –me quede mirando a Esther que estaba con la boca abierta. Notaba como su cerebro estaba en plena ebullición.
– ¡Que hijos de puta! –exclamo–. Por eso había temporadas que parecían tíos distinto. Ahora lo comprendo. Había momentos que me tiraba chupándosela a cada momento. Solo le interesaba eso, que se la chupara. Pero no como tu me enseñaste, simplemente me follaba la boca. Y de repente se tiraba semanas sin mirarme a la cara. Esporádicamente me follaba pero siempre en la misma postura, a cuatro patas, y sin mucho contacto físico.
– Bueno, desde mañana quiero que te coordines con Isabel. Quiero que lleves a alguien a tu lado. La informaras siempre cuando vas a salir de casa.
– Si tu quieres que sea así, de acuerdo mi señor, pero te lo vuelvo a preguntar ¿Qué daño pueden hacernos?
– Estaban metidos en unos negocios tan terrible, que no podían estar bien de la cabeza. Por lo menos, eso quiero pensar. No tengo mas remedio. Es mejor prevenir.
Terminada la conversación llame a Isabel y la puse al corriente. Me dijo que tenia la persona idónea para acompañar a Esther. Se llamaba María y era una Guardia Civil que acababa de abandonar el cuerpo. Quede con Isabel que se alojaría en el antiguo piso de Esther, debajo del nuestro.
Por fortuna se lo había tomado mejor de lo que esperaba. Pensé que se lo tomaría peor y que se asustaría mas.
Al día siguiente, Isabel se presento en casa con María. Desde el primer momento Esther y ella hicieron buenas migas y rápidamente se hicieron amigas. Era una mujer con cierto atractivo, trato agradable, de costumbres espartanas y siempre estaba disponible. Se la veía en muy buena forma física. Cuando no escoltaba a Esther, permanecía en casa leyendo o navegando por Internet. Cuando yo llegaba a casa la daba un toque y desde ese momento quedaba libre, pero rara vez salía, salvo al gimnasio.
Desde el principio una pregunta me rondaba la cabeza ¿Cuánto tardaría Esther en follársela? Sabia que mientras estuviera yo cerca no lo haría, pero cuando faltase de su lado a causa de algún viaje ocurriría, como ocurre con Isabel y Colibrí. Cuando Esther se encariña con alguna mujer no lo puede remediar, termina en la cama con ella. Sobre todo teniendo en cuenta que, según me contó Isabel, María se fue de la benemérita, por problemas con su tendencia sexual. Sus superiores la hacían la vida imposible.
La oportunidad se la presento porque tuve que hacer un viaje de tres días a Frankfurt. Cosa de negocios y del mes y medio que habíamos estado en Nueva York. La primera semana después de nuestro regreso fue demoledora. Por lo menos para mi, que Esther lo paso mejor. Lo se porque Esther me lo cuenta todo, y lo hizo con pelos y señales.
Esther se empeño en llevarme esa mañana al aeropuerto y por lo tanto, María nos acompaño. De regreso a casa la convenció para que pasara la noche con ella, pese a los reparos de María.
– Mira Esther, tienes que saber que soy lesbiana. No creo que sea buena idea …
– Ya se que eres lesbiana, –la interrumpió.
– ¿Te lo ha dicho Isabel?
– Que me va a decir. Anda que no se te nota, solo falta que te lo tatúes en la frente, –la respondió riendo, y añadió en plan misterioso–. La cuestión es si puedes aguantar mi ritmo.
– Joder, me estas dando miedo Esther.
– ¿Isabel no te ha hablado de mi?
– ¿Debería?
– No se, da igual. Casi es mejor que te sorprenda, –esta claro que la sumisa Esther desaparece cuando tiene la compañía de otra mujer y yo no estoy cerca. Entonces aparece la dominante Esther–. Además, tu misión es protegerme. Si no salimos de casa y estas muy pegada a mi, me vas a tener muy protegida ¿No crees?
Con una muy sorprendida María, llegaron a casa y nada mas entrar Esther la desnudo. La llevó a la cama y comenzaron a retozar. No salieron de ella en todo el día y María flipo con la facilidad de Esther en tener orgasmos. Hicieron sesenta y nueves interminables. Agotadores. Sacaron todo el arsenal de la caja de los juguetes y los utilizaron casi todos. Ya de noche, una agotada María miraba como Esther se hacia un dedo mientras ella pedía por teléfono algo de cenar al telejapo. No podía creer lo que veía.
– Es inhumana, –la comento a Isabel unos días después.
– No, solo es Esther, –la contesto.
– Pero, hizo conmigo lo que quiso y quería mas.
– No te preocupes por eso, en una ocasión Colibrí y yo estuvimos juntas con ella y nos dejo agotadas, –la dijo riendo–. Ten en cuenta que Edu es quien la controla y la dosifica su sexualidad por decirlo de alguna manera. Sin él, Esther es lo que has visto. Pero no te equivoques, nosotras somos un mal sustitutivo y el único posible. Ella solo le quiere a él. Si Edu no estuviera, seguiría siendo una amargada con su ex o una lesbiana furibunda.
– Se que corre peligro por algo relacionado con su ex, pero no se mucho mas.
– Es la historia mas terrible y repugnante que te puedas imaginar. Algún día te la contare, pero tendrás que tener mucho estomago.
Cuando regrese de Frankfurt, Esther y María estaban esperándome en el aeropuerto.
– ¿Has sido buena? –la pregunte después de besarla apasionadamente. Al comprobar que María se ruborizaba intensamente añadí–. Ya veo que no.
– He sido muy buena ¿Verdad, María? –respondió Esther, y María casi se desmaya.
Riendo a carcajadas llegamos al coche. María no se reía, parecía que se había tragado un pincho.
– No te preocupes María que no pasa nada. Esther tiene la costumbre de follarse a sus amigas. Tu jefa te debería haber informado de esta peculiaridad de mi nena.
– Pero ¿No te importa? –pregunto María desconcertada.
– No, ella es libre para hacer lo que quiera.
– Si mi señor no faltara de mi lado, yo no me iría con mis amigas, –afirmo Esther con retintin, y añadió–. La culpa es tuya y no hay mas que hablar.
– Vale, –contestamos al unísono María y yo.
– Tienes lo que queda del día libre María. No vamos a salir a ningún lado, –y sonriendo añadí–. La voy a vigilar muy estrechamente.
– ¡Bien! –exclamo Esther soltando el volante y aplaudiendo.
– ¡Coge el volante! –volvimos a exclamar al unísono.
– ¡Jo! Que no pasa nada, que yo controlo.
Llegamos casa, deje la bolsa de viaje en el suelo y con el dedo índice la señale la cama. Esther se tiro casi de cabeza sobre ella y comenzó a quitarse la ropa. Cuando se desnudo, se abrió de piernas y con la mano comenzó a acariciarse la vagina mientras me miraba con ojos de deseo. Yo, mientras me desnudaba la miraba con una sonrisa. Me acerque a ella con la polla de la mano y se la ofrecí. Se arrodillo y la engullo mientras con las manos me sujetaba el trasero. La acariciaba la cabeza y luego mis manos descendieron por su espalda hasta sus nalgas. Las masajee separándolas hacia los lados. Su orificio anal y su vagina quedaron al descubierto y reflejados en el espejo de enfrente. Veía nítidamente como se humedecía rápidamente y eyacule de inmediato. Berree bastante y se me oyó mucho a causa del silencio de Esther. Siguió chupando hasta que no quedo ni una gota. La cogí en brazos y la lleve al sillón sentándola sobre mi apoyada sobre mi brazo izquierdo. Mientras la morreaba, con mi mano derecha acariciaba su vagina. A causa del placer que la proporcionaba, hizo un intento de cerrar las piernas aprisionándome la mano pero se lo impedí.
– ¡Separa las piernas y no las cierres! –la ordene.
Mi mano siguió acariciando su vagina, ahora sin ninguna oposición. Totalmente abierta estaba a mi disposición mientras nuestros inseparables labios seguían luchando. Respiraba su aliento, sus gemidos, su cuerpecito se retorcía y se crispaba con los orgasmos. Aun así, mantenía la posición como la había ordenado. Cuando me canse de besarla, si eso fuera posible, la lleve a la cama y me tumbé a su lado ofreciéndola mi polla. La acepto de inmediato y mi boca se metió entre sus piernas encontrando sin dificultad lo que buscaba. Mi lengua recorrió su vagina incansable, saboreándola entera. Mi pene crecía en su boca gracias al fantástico trabajo de su lengua. Me incorpore, la di la vuelta poniéndola boca abajo, la puse lubricante en el ano y poniéndome sobre ella la penetre. Incansable, la estuve follando el culo, mientras Esther chillaba de placer. Al final, acompasándome con ella, metí la mano por debajo para estimularla el clítoris y me corrí mientras Esther aullaba con el ultimo de los orgasmos que la dejo inerte, como en trance. Mientras se recuperaba, tumbado a su lado la acariciaba y la besaba sin descanso. Mis manos recorrían su sudoroso cuerpo arrancándola suspiros de felicidad.
Al día siguiente era sábado y nada mas despertarse la mande a la ducha. Cuando regreso, la arrodille sobre una mesita baja y rectangular que teníamos en el salón. La hice inclinarse y que apoyara el pecho sobre la mesa. Las manos pasaron por debajo de su cuerpo y se las até a los tobillos con las piernas bien abiertas. En ningún momento pregunto nada o mostró oposición. La introduje la polla en la boca y la folle hasta que me corrí. Después me sitúe detrás de ella, me senté en una silla y estuve mas de una hora chapándola la vagina y el ano. Tuvo tantos orgasmos que sus jugos llenaban su vagina y resbalaban por el interior de sus muslos. Me lubrique la polla y se la introduje por el ano. La folle mientras con las manos la azotaba las nalgas provocando aullidos de dolor y placer en Esther. Nos corrimos al unísono como casi siempre, y como siempre la llene de besos y caricias.
Un par de semanas después regresamos a Nueva York.
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jueves, 23 de agosto de 2012

ESTHER (capitulo 35)


Llegamos a Nueva York sobre las doce del mediodía  y en un taxi fuimos a nuestra nueva casa de Central Park. Esther estaba impaciente por llegar. Desde España había supervisado la pequeña reforma de la casa y la había amueblado, pero no había visto el resultado final y faltaban algunas cosas. No estaba todo perfecto, pero casi. En las tres semanas que estaríamos  allí, ya lo iría ultimando.  Antes de hacer nada, nos acercamos a Columbus Circús a comprar todo lo que nos hacia falta para pasar la noche. Todavía tenia que llegar cosas desde España por mensajería. Regresamos, y después de pedir algo en un tele chino, cenamos con una botella de champagne para celebrar la inauguración. Esther se estaba aficionando a esa extraña combinación de chop suey y champagne del caro.  Cogí las copas y la botella y, haciéndola una indicación, nos dirigimos al dormitorio. Se tumbó boca arriba y me tumbe sobre ella abrazándola.
– Por favor mi señor,  hazme daño, –me suplico entre beso y beso.
Como si no la hubiera oído, seguí besándola mientras la mantenía abrazada. Cuando me sacie de su boca, la cogí de la mano y la saque de la cama. Me senté en el sillón y la arrodille entre mis piernas. De inmediato se entrego a una de sus pasiones favoritas, chapármela. Cuando la conocí, no tenia ni idea, pero se ha convertido en una experta. Ella sigue a lo suyo. En ocasiones se la saca y con la lengua la recorre en toda su longitud. Baja hasta los testículos y se los mete en la boca. Sigue hacia abajo y con la punta de la lengua  estimula mi ano. Luego vuelve a metérsela en la boca. Cuando me corro, se lo traga todo, y ella misma vacía el conducto para que no quede ni una gota.
La lleve a la cama y me acomode entre sus piernas. Su deliciosa vagina estaba a escasos centímetros de mi boca. La olía, que rico, me encanta. Mientras la chupaba la vagina, con mis manos atrape sus pezones y se los retorcí. El efecto fue inmediato. Esther que ya estaba gimiendo, automáticamente empezó a chillar y a los pocos segundos se corrió mientras un hilillo blanco salía de su interior. Seguí chapándola y bebiendo sus jugos mientras la retorcía los pezones. Cuando la provoqué el segundo orgasmo, la flexione las piernas y poniéndome sobre ella, la penetre. Con mi mano izquierda la retorcí su brazo derecho por detrás de la espalda provocándola mucho dolor. La seguí follando y cuando percibí que se iba a correr nuevamente la acompañe y nos corrimos juntos. Chillo como pocas veces lo había hecho.
– Espero que no nos manden a la policía. Algún vecino habrá pensado que te estoy matando.
– Y no se equivocan mi señor, –me dijo cogiéndome la polla con la mano–. Me matas de placer.
– He pensado que pasado mañana, sábado, podemos ir la mercadillo de  pulgas de Hell´s Kitchen en la 39, –la dije después de unos besos–. Hay muchas antigüedades.
– Genial, necesitamos algunas cosillas.
Nuestra rutina cambio sustancialmente. A pesar de la distancia, todos los días Esther cogía el metro y se iba hasta la oficina para almorzar conmigo. Por la tarde, como no tenemos gimnasio en el apartamento, salíamos a correr por Central Park.
A la semana siguiente a nuestra llegada todo estaba terminado en el apartamento. Lo que envío desde Madrid en su sitio y lo que compro en el mercadillo, que fue mucho, también.
– El viernes tengo que ir a Philadelphia a una reunión, ¿Quieres que pasemos el resto del día allí?
– Vale mi señor. ¿Ya has pensado como ir?
– Supongo que alquilare un coche, pero no me hace mucha gracia.
– La señora de el puesto de abajo que me vende la fruta, me ha dicho que su hija viene en autobús desde allí y que tarda un par de horas. ¿Quieres que la pregunte mi señor?
– ¿Dos horas? Estaría bien.
– Mañana la pregunto.
Al día siguiente, a la hora del almuerzo, Esther estaba como un clavo en el Liberty Park. Dos perritos con todo, unos cheetos con guacamole, una cola y un limón para mi. Ese era el menú.
– La empresa de autobuses se llama Megabus y salen de la 41. Hay uno que sale a las 6,30 AM y llega a las 8,30. El siguiente sale casi dos horas después.
– Vas a tener que madrugar mi amor ¿No te importa?
– Estando contigo mi señor, no me importa nada.
– Entonces de acuerdo, saca los billetes.
Al día siguiente, a las 6,15 AM, estábamos en la Estación de Autobuses de la 8ª Ave. en el pasaje de la 41. Mostramos nuestro billete electrónico y nos subimos al piso de arriba, colocándonos en la parte trasera. El resto del pasaje, que no era mucho, se fue a la zona delantera. Partió el autobús y después de pasar el Túnel Lincoln entramos en Nueva Jersey. Mientras atravesábamos las marismas del estado vecino, Incline a Esther hacia mi y sacándome el pene se lo introduje en la boca. En ningún momento se resistió. Durante mas de quince minutos estuvo chupando hasta que me corrí el su preciosa boca. Después volvió a mirar por la ventanilla para contemplar el paisaje americano. Pasado un rato, acerqué mi cara a la suya y la besé en a mejilla.
– No quiero que chilles, ni emitas el mas mínimo sonido, – le dije al oído. Esther me miro sin entender nada, hasta que mi mano se deslizo hacia abajo y comenzó a desabrochar su vaquero.
Introduje la mano entre sus piernas y comencé a acariciarla. A los pocos segundos ya la tenia cardiaca. Cuando notaba que la llegaba el primero paraba y volvía a empezar. Repetí la operación varias veces hasta que al final la permití correrse. Como la había ordenado, no emitió el mas leve sonido. Saque la mano mojada con los jugos de su corrida y comenzó a chuparla para limpiarla. Se quedo dormida el resto del viaje.
La desperté para bajarnos en la calle Marquet, al lado del centro de Recepción de Visitantes, en la zona histórica. Nos metimos en un Starbucks a desayunar, no había que tentar a la suerte. Madrugar, viaje, orgasmos, y con el estomago vacío, para Esther es inusitado. Después fuimos paseando hasta el City Hall en cuyas inmediaciones tenia la reunión.
– ¿A que hora tienes la reunión mi señor?
– A las diez. Como mínimo tardare una hora. ¿Qué vas a hacer mientras?
– Estaré por aquí de tiendas. Tu no te preocupes mi señor.
Cuando una hora y cuarto después salí de la reunión, Esther estaba esperándome, sentada en un banco con dos cafés, su capuchino y mi descafeinado negro.
– ¿Qué tal ha ido la reunión mi señor? –me pregunto mientras me quitaba la americana y la corbata y cuidadosamente doblada la metía en la mochila.
– Bien, muy bien mi amor. Mejor de lo que esperaba. ¿Y tu, que tal?
– He estado explorando mi señor. La frutera me dijo que en Arch St. detrás del Hard Rock, hay un mercado donde se puede comer y es muy agradable.
– ¿Y lo has encontrado?
– Por supuesto mi señor. Soy una gran exploradora, –dijo riendo–. Podemos ir al Chinatown que hay un arco muy chulo y luego a comer.
– Pues en marcha mi amor.
Después de almorzar, nos fuimos hacia la parte antigua para visitar los lugares históricos. La tumba de Franklin en la Christ Church, la casa de Betsy Ross donde se bordó la primera bandera de los EE.UU.  la rajada Campana de la Libertad y el lugar donde se reunió el parlamento.
Sobre las seis de la tarde, cogimos el abarrotado autobús y en él regresamos a Nueva York.  Antes de subir a casa, pillamos unos perritos en Columbus como cena. Después de ducharnos, la cogí en brazos y me sitúe quieto en el centro del saloncito.
– ¿Qué haces mi señor? –me pregunto Esther con extrañeza.
– Estoy decidiendo donde te voy a follar, y que te voy a hacer.
– Ah, pues por mi no te preocupes mi señor. Soy muy facilona. Cualquier sitio me vale,  y todo me gusta.
– Con que eres muy facilona. Ya te voy a dar yo a ti, facilota.
– Pero sabes que solo contigo, mi señor, –dijo soltando una carcajada.
La lleve al dormitorio y la tumbe en la cama. Me tumbe a la inversa a su lado ofreciéndola mi pene que acepto de inmediato metiéndoselo en la boca. Separe sus piernas y mi boca se puso a juguetear con su vagina. Mi lengua la recorre continuamente arrancándola exclamaciones de placer. Nos corrimos pronto y juntos. Aun así, insistí con su vagina mientras ella hacia lo que podía con mi pingajillo como si fuera un chicle. Me puse cabezón y no pare hasta que la conté cuatro. Para entonces el fantástico trabajo de su boca ya me había   resucitado al pingajillo. Me sitúe sobre ella, y mientras la abrazaba la penetre mientras ella me rodeaba con sus piernas. Lógicamente tarde en correrme, pero no me importo, mas tiempo la tenia entre mis brazos. Siempre esta a mi disposición y la puedo tener abrazada siempre que quiera, pero cualquier escusa es buena. Cuando lo logre,  el correrme, la bese incansablemente por toda su anatomía mientras ella permanecía inmóvil con los ojos cerrados. Me recordaba el poema de Neruda:

Desnuda eres tan simple como una de tus manos:
lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente.
Tienes líneas de luna, caminos de manzana.
Desnuda eres delgada como el trigo desnudo.
Desnuda eres azul como la noche en Cuba:
tienes enredaderas y estrellas en el pelo.                                   
  Desnuda eres redonda y amarilla
como el verano en una iglesia de oro.
Desnuda eres pequeña como una de tus uñas:
curva, sutil, rosada hasta que nace el día
y te metes en el subterráneo del mundo
como en un largo túnel de trajes y trabajos:
tu claridad se apaga, se viste, se deshoja                               
y otra vez vuelve a ser una mano desnuda.

Absorto en mis poéticos pensamientos miro fijamente su precioso rostro mientras con mis brazos sujeto su cuerpo inerte. Vuelvo de mi ensoñación y veo que Esther también mi mira con sus enormes ojos.
– Te quiero mi amor.
– Yo también te quiero mi señor, y siempre seré tuya.
A la mañana siguiente, cuando vino a almorzar conmigo, la pregunte si la gustaba la pesca.
– No se mi señor. Nunca he ido a pescar.
– Me han dicho que en la 5ª, cerca de Central Park hay una tienda de artículos de pesca. He pensado en comprar algunas cosas y acercarnos por el  Batery Park este finde para ver si pillamos algo. ¿Qué opinas?
– Genial, me gusta ese parque mi señor. ¿Follaremos?
– Ya estas. Siempre pensando en lo mismo.
– ¿Yo? ¡Eso si que tiene gracia! ¿Quién me folla en fuentes concurridas, cementerios, callejones lúgubres, pedruscos llenos de cabras, y casi en autobuses? ¡Mi señor!
– Bueno vale. Acepto barco como animal acuático.
– No has contestado a mi pregunta mi señor, –insistió con retintín.
– No creo que podamos. Esta muy concurrido y la pesca necesita concentración, –bromee.
– ¡A ver si no me va a gustar la pesca! –me contesto riendo.
Esa tarde compramos los trastos de la pesca y dos cañas. En la tienda también nos informaron del tema de los permisos y donde había que ir a gestionarlos. Cuando lo tuvimos todo, al siguiente sábado nos fuimos y nos colocamos cerca del final de Thames St, por proximidad con el metro. Colocamos las cañas y nos sentamos en el banco. Notaba a Esther nerviosa. No hacia mas que levantarse a mirar las cañas que no estaban a mas de un metro de distancia.
– ¿Te gusta vivir aquí mi amor? –la pregunte.
– Me encanta Nueva York mi señor.
– ¿Pero para siempre?
– ¿Para siempre? –me pregunto mirándome con extrañeza–. Si mi señor quiere vivir aquí, yo también.
– No te estoy preguntando eso …
– Se perfectamente lo que me estas preguntando, –me interrumpio–. Yo quiero estar donde tu estés.  Y esta ciudad me encanta.
– He pensado en estar mas tiempo aquí, venir por meses enteros. Un par de meses aquí y otro par allí. ¿Qué te parece?
– Me parece bien mi señor. Lo que me sorprende es que con lo que te gusta España, quieras estar mas tiempo fuera de ella.
– Cada vez estoy mas arto y mas defraudado de los españoles. Principalmente de los políticos, pero también de los que los votan. No lo entiendo. Entiendo que hay muchos chorizos y muchos hijos de puta, pero no entiendo que sabiéndolo, le voten.
– Yo creo mi señor, que hay mucha gente que quiere que les saquen las castañas del fuego y no comprometerse. Por eso miran a otro lado y no quieren saber nada. Lo peor es que creo que se están haciendo dos bandos, si no se han hecho ya,  que se miran con odio unos a otros. Y eso es muy peligroso.
– Si es peligroso. Espero que no se llegue a tanto.
– Si mi señor quiere estar mas tiempo aquí, no se hable mas. Nos quedamos.
Los que Esther no sabia es que había otro motivo mas para quedarnos aquí. Su seguridad. Aquí es mas libre y no tiene que estar vigilada por escoltas clandestinos.
Lo pasamos bien pescando en el Hudson. Al final de la tarde recogimos todo y nos fuimos al metro. Esther sacando pecho y haciendo la payasa. Ella pesco un pez raro, de aspecto indefinible, de no mas de cuatro dedos  y lo pillo por el lomo. Increíble. Yo no pesque nada.
– He pescado un pez. He pescado un pez. I have caught a fish, –decía sin parar en los dos idiomas dando saltitos, durante todo el viaje ante la hilaridad del pasaje.
– Es su primer pez, –intentaba explicar a todos.
Salimos de metros y nos dirigimos andando a casa. Esther seguía saltando a mi alrededor.
– ¿Sabes lo que va a pasar cuando lleguemos a casa? –la pregunte.
– Me vas a echar un polvo que me voy a cagar. Me vas a echar un polvo que me voy a cagar, –respondió mientras seguía dando saltitos a mi  lado.
– Pues no lista.
– ¿No? – dejo de dar  saltitos–. ¡Como que no!
– Porque no, no tengo ganas.
– Los tíos siempre tenéis ganas mi señor, –afirmo con vehemencia.
– Ya, pero hoy no me apetece. Estoy perrote.
– Mi señor, tu no has estado perrote en tu vida, –me dijo parándose en medio de la calle y poniendo los brazos en jarras.
– Vamos a hacer una cosa. Yo me tumbo en la cama y te dejo hacerme lo que quieras.
– ¡Jo! Es muy cansado.
– Pues es lo que hay mi amor. Tu decides.
– Bueno vale, –respondió enfurruñada como una cría.  A continuación sonrío y volvió a dar saltitos–. He pescado un pez. He pescado un pez.
Ya en casa, nos duchamos y después de cenar me tumbe sobre la cama con una copa de Ribera del Duero. Un par de minutos después llego Esther con su copa.  Y se tumbo a mi lado ligeramente apoyada sobre mi pecho. Sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo y su cuerpo a frotarse con el mío. Sus labios besaban constantemente lo mas próximo de mi anatomía y ocasionalmente ascendían para encontrarse con los míos. Después, descendieron definitivamente y se instalaron  en mi pene. Arrodillada a mi lado se empleo a fondo. Mi pene desaparecía por completo en su elástica garganta mientras con una mano se masturbaba la vagina. Me resultaba imposible permanecer quieto, y con una mano acaricie su trasero. Unos minutos después se corrió mientras con una mano la sujetaba la cabeza con mi pene en el interior de su boca.  Cuando se recupero, me cabalgo e introduciéndose el pene comenzó a mover la cadera frenéticamente. A los pocos segundos su cuerpo se cubrió de sudor y comenzó a brillar bajo el resplandor de la lámpara. Mis dedos atraparon sus pezones y los retorcieron acrecentando sus gemidos. Cuando vi que se iba a correr nuevamente, la atraje hacia mi y nos corrimos juntos en medio de un escándalo de gritos y gemidos. Durante unos minutos permaneció sobre mi, temblando como una hoja y ensartada en mi flácido pene. Incesantemente la besaba mientras mis manos la acariciaban la espalda y el trasero.
– ¿Qué quieres hacer mañana? Es domingo, –la pregunte.
– No se mi señor.
– ¿Quieres ir a la playa y al parque de atracciones?
– ¿A la playa? Si mi señor ¿A dónde? –pregunto sentándose sobre los talones.
– A Coney Island. Podemos coger el metro, la línea D nos lleva hasta allí.
– Vamos a la playa. Vamos a la Playa. We go to the Beach, –comenzó a decir saltando de rodillas sobre la cama.
– ¡Oh, cielos! Otra vez no.

ENLACE DEL RELATO

miércoles, 22 de agosto de 2012

ESTHER (capitulo 34)

Hasta mayo no regresamos a Nueva York, ni viajamos a ningún lado. Como hacia mas de un año que no cogía la moto, durante ese mes y pico la utilice todos los días para ir al despacho. A primeros de mayo era la concentración Harley-Davidson Km 0 de Madrid, y quería asistir con Esther para darla una media sorpresa. Sabia que tenia una moto, aunque nunca la había visto. La tengo en otra zona del parking cubierta con una lona. Estaba seguro que cuando viera mi Road King Classic iba a flipar. La sorpresa no iba a ser completa, puesto que la tenia que comprar la indumentaria necesaria, botas, pantalones y chupa de cuero en plan motera roquera. Y un casco, y teniendo en cuenta el color del de escalada, rosa chicle, me temo lo peor.
Cuando mas me gusta follarla es cuando estamos en casa, y a ella también. Las aventuras la molan, y aunque ella diga lo contrario, en los hoteles siempre se corta un poco. Como ya he explicado en innumerables ocasiones, es tremendamente escandalosa, y en casa se explaya totalmente. Y a mi, lo que mas me gusta en hacerla chillar de placer hasta que pierda el sentido. Esther, boca arriba en la cama, es impresionante y penetrarla así me entusiasma. Tenerla penetrada entre mis brazos mientras me rodea con sus piernas. Follarla muy despacio, respirar sus gemidos, ver como sus pezones se endurecen como canicas y cuando la llegan, chilla a pleno pulmón. Tarde mas o menos, siempre continuo hasta que me corro. Cuando lo consigo, ella ya se ha corrido como mínimo dos o tres veces. Y después reposar con ella sobre mi en un abrazo sin fin. En ocasiones la aprieto tanto que me da miedo hacerla daño, aunque ella nunca se queja.
A mediados de ese mes, Colibrí descubrió la identidad del presidente de la clínica donde se operaron los Monchos. Pero era uno de los detenidos en la primera operación, y en unos cuantos años no iba a salir. Desmenuzando los archivos informáticos de la clínica, incluidos los muy confidenciales y protegidos, descubrió los nombres de dos personas que se habían operado juntas y cuyas características coincidían con nuestros Monchos. Pero nada mas, era una vía que no nos llevaba a ninguna parte. Podía estar en cualquier parte con otra identidad. Habría que armarse de paciencia, y en este caso estaba muy falto.
Cuando la conté que íbamos a salir con la moto, se puso como loca, y eso que no la había visto. La lleve a una conocida tienda de accesorios e indumentaria situada en Bravo Murillo, cerca de Quevedo. Eligio una chupa de cuero con colgantes en las mangas a la que pusieron su nombre en la espalda, pantalones, botas y encargo un casco, de el mismo color que el de escalada, rosa chicle, y decorado con corazoncitos rojos. En el diseño no tuve nada que ver, lo prometo, fue cosa de ella.
Esther quería comprar una casa nueva a sus padres en Salamanca. Cuando tuvimos toda su equipación nos fuimos para allá. Cuando por fin vio la moto, dio tantos saltos y dio tantos gritos que por un momento creí que había tenido un orgasmo. Estaba encantada de viajar en moto. Sobre todo en una Harley. A pesar de toda la ropa que llevaba, llego muerta de frío. Pero no se quejo en ningún momento.
Llegamos al hotel y como teníamos tiempo antes de reunirnos con su familia, me dedique a mi pasatiempo favorito, follarla. Cuando la tuve desnuda, la arrodille y se la metí en la boca mientras permanecía de pie. Desde arriba veía como mi pene desaparecía en su totalidad en el interior de su boca. La tuve chupando hasta que me corrí llenándola la cara de esperma. Mientras lo hacia, ella seguía acariciando mi prepucio con su legua. La limpie la cara con el dedo, llevándolo todo hacia su boca y la tumbé sobre la cama. Metí mi cara entre sus piernas y me dedique a saborear su vagina. Como no teníamos prisa, hasta las dos de la tarde no habíamos quedado con su familia, tenia tiempo de sobra para tomármelo con tranquilidad. Cuando me cansé, Esther ya había tenido varios orgasmos. Yo creo que su vagina debe de ser el mas saboreado de los cinco continentes, o los que sean. Me puse sobre ella y la penetre. La estuve follando mientras contemplaba su rostro a escasos centímetros y la besaba. Finalmente nos corrimos juntos en una vorágine de besos, caricias y gemidos.
Esther compro dos chalet adosados junto al río. Eran propiedad de una caja y todo había sido pactado en Madrid. Salieron a “pelo puta”, solo faltaba que sus padres y ella misma le dieran el visto bueno. Les encanto, y estaban muy próximos al centro de la ciudad y su antigua casa. Uno era para ellos y el otro para Esther. Así, cuando fuéramos a Salamanca tendríamos nuestra casa en lugar de ir a un Hotel. Cuando regresamos a Madrid, su padre se quedo encargado de hacer una serie de reformas que había que llevar a cabo una vez que se hubieran firmado las escrituras.
Una vez en Madrid, la semana transcurrió tranquila hasta el viernes 12 de mayo que comenzaba el Km. O. Después de acreditarnos para todos los actos programados, salvo el alojarnos en el hotel, fuimos a almorzar al Hard Rock de Colon. Después en el concesionario Harley, a la barra libre de mojitos para confraternizar. Y Esther estuvo confraternizando, por supuesto bajo mi estrecha vigilancia. Ya sabéis que en ocasiones se pone como una moto. Después de picar en el mismo sitio, fuimos a ver el musical “Mas de 100 Mentiras” y a tomar unas copas en el 40 Principales Café.
Al día siguiente, mas de trescientas Harleys salimos escoltados por la Guardia Civil, para hacer la ruta por la sierra norte y terminar en el Casino de Torrelodones, donde almorzamos, y nos jugamos algunas fichas. Bueno, Esther algunas mas. A continuación regresamos a Madrid y por la noche fuimos a la sala Living donde cenamos, se realizo el sorteo, se repartieron recuerdos y asistimos al concierto de Obús.
Ya avanzada la noche regrese a casa con una muy alegre Esther y al día siguiente fuimos al desayuno comunitario con chocolate y churros. Todas las Harleys salimos en formación para la cabalgata tradicional por el centro de Madrid hasta la Puerta de Alcalá donde se saco la foto oficial de todos los participantes y se dio por finalizado el Km. 0, 2012.
Antes de regresar a Nueva York, nos fuimos nueve días a la casa del Tranco, en La Pedriza. Había hecho un par de reformas en el chalet que iban a sorprenderla. Una era una pequeña piscina-jacuzzi acristalado en la parte de atrás que en verano podía abrirse. La otra si que no se lo esperaba y lo estrenamos nada mas llegar. Después de enseñarla la piscina, subimos al dormitorio a deshacer la maleta.
– ¡Quítate la ropa! –la ordene. Obedeció de inmediato mirándome con expectación–. Acércate y arrodíllate.
Se acerco a mi mientras me sentaba en la cama con la bolsa de los juguetes al lado. Se arrodillo y la coloque dándome la espalda. La cruce los brazos por la espalda y con unas muñequeras de cuero la sujete las muñecas a los codos. La puse un collar de cuero en el cuello y la levante. La coloque unas sandalias con súper tacón y sujete una corre al collar. Por ultimo la tape los ojos con un antifaz. Durante los preparativos, no hizo el mas mínimo comentario. A ciegas la lleve hasta la escalera tirando suavemente de la correa. Llegamos a la escalera y la ayude a bajar colocándome por delante de ella y dándola las indicaciones precisas para que no se me cayera por ellas. Una vez abajo seguimos hasta la cocina y bajamos por la escalera que da al sótano. Notaba a Esther tremendamente excitada. Durante todo el camino procure sobetearla constantemente. El sótano solo lo usaba como trastero y ocupaba toda la planta del chalet. Lo dividí en dos, creando una amplia habitación en la parte mas apartada de los accesos. En esta habitación, que estaba insonorizada, instale una mazmorra de sado. Estaba totalmente equipada. Un carril de hierro recorría el techo a todo lo largo. Por el se movía un polipasto eléctrico que me permitiría colgar y mover a Esther por toda la estancia. En un extremo coloque una colchoneta sobre un pedestal de ladrillo rodeado de argollas. En el otro extremo, una mesa de tortura de madera. A su lado, sobre un bastidor de aluminio, algo que hacia tiempo que quería tener. Una maquina para follarla. Estaba preparada para poder acoplarla a la mesa fácilmente. En el centro de la habitación, pegado a la pared, un poste de madera que subía hasta el techo. En la pared de enfrente un sillón. Me gusta que me la chupe sentado.
La coloque en el centro de la habitación y la quite el antifaz. No se esperaba algo así, flipo. Mientras miraba para todas partes, yo desde atrás metí mi mano entre sus piernas. Tenia la vagina empapada como yo esperaba. La tumbé en el suelo y la coloque unas tobilleras después de quitarla los zapatos. Puse una barra de hierro separando sus tobillos y lo sujeté al cable de polipasto con un mosqueton. Con el mando eléctrico la eleve hasta que estuvo a la altura necesaria y la introduje la polla en la boca mientras con un dedo acariciaba su clítoris. El resultado fue casi instantáneo a causa de la excitación que ya tenia. Su espalda se arqueo y tuvo el primero. Cuando ocurrió la sujete la cabeza y seguí con el pene dentro de su boca hasta que me corrí. Empecé a saborear su vagina. Que rico sabe. Cuando la tuve nuevamente a punto me separe de ella y accione el mando trasladándola a un extremo de la habitación donde estaba la mesa de tortura. La baje y quedo tumbada sobre ella boca arriba con los brazos cruzados por la espalda. La solté de la barra y sujete sus tobillos a los lados de la mesa. Con dos cuerdas sujete también el collar a los lados. Acerque la maquina a los pies de la mesa y la introduje el pene metálico en su vagina ajustando la barra extensible. La puse en marcha y durante unos momentos estuve lubricando sus genitales. Mientras Esther gozaba como una loca yo me dedicaba a acariciar su cuerpo. Mis manos lo recorrían en su totalidad. Se paraban en sus pechos disparados al techo a causa de la posición de los brazos. La coloque pinzas en los pezones y otra en el clítoris. Esther no paraba de chillar, mucho mas cuando con una fusta la comencé a azotar el vientre. Pasados unos minutos pase a azotar sus pechos con la fusta, intentando quitarla las pinzas hasta que lo conseguí. La maquina infernal seguía a pleno rendimiento. La quite la pinza del clítoris y con los dedos se lo retorcí. A continuación la puse un vibrador en el y Esther se retorció y chillo hasta que quedo como en trance. Pasados unos minutos, pare la maquina y la coloque la barra en los tobillos. La eleve y la lleve hasta la cama. Antes de bajarla, la sujete por la cintura y con la fusta la di azotes en el trasero. Cuando lo tuvo suficientemente rojo, la coloque sobre la cama y la baje. La ate con las piernas bien abiertas y flexionadas hacia arriba. Sumergí mis labios en su vagina y fui alternando mis besos con golpes con la fusta directamente sobre sus labios vaginales. Cuando me canse de ese juego, la aplique lubricante en el ano y la penetre. La folle con saña hasta que nos corrimos juntos. La desate y durante un buen rato la cubrí de besos mientras Esther sonreía complacida.
Durante los nueve días que estuvimos allí, usamos la mazmorra varias veces y casi a diario salíamos a escalar. En mas de una ocasión terminamos follando detrás de alguna piedra rodeados de cabras que nos miraban suspicaces, o en la cima de un pico como en una ocasión.
Regresamos a Madrid para descansar un poco antes del viaje a Nueva York. Esther aprovecho para enviar un gran cajón con ropa de cama, cosas para el baño, cubertería y no se cuantas cosas mas. La convencí para que no metiera nada de cristal, ya lo compraríamos allí.
– Estoy nerviosa mi señor. Ya tengo ganas de estar en nuestra casita en Nueva York, –me dijo la víspera del viaje.
– No te preocupes mi amor, mañana estaremos allí.


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