lunes, 30 de abril de 2012

ESTHER (capitulo 23)

Nuestras primeras Navidades juntos. El día del sorteo, Esther se aposento delante de la televisión con un buen fajo de decimos y participaciones, fruto de compromisos, ofrecimientos y rifas de todo tipo.
– ¿Vas a estar toda la mañana ahí sentada, mi amor? –la pregunte divertido.
– ¡Pues claro! –respondió con extrañeza– ¿No te sientas conmigo?
– No cariño, tengo trabajo atrasado con los correos, pero voy a estar aquí cerca vigilándote, para que no te escapes con los millones –la dije riendo.
Sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, tenia todos los decimos y participaciones ordenadas en el suelo. En un transistor escuchaba la retransmisión de la SER mientras veía la tele. Cuando salía alguno de los premios grandes, lo apuntaba en un papel y revisaba todos los números.
– ¿Cuándo es el concierto mi señor? –me pregunto a mitad del sorteo.
– El 30, el viernes de la semana que viene.
– ¿Y que me pongo, nunca he ido a un concierto de esos?
– No tienes que ponerte de tiros largos, cualquier cosa vale, –y después de una pausa añadí– no tienes por que venir si no quieres.
– ¡Mi señor siempre me acompaña al Teatro Real o al Auditorio Nacional!
– Eso no tiene nada que ver …
– ¡Si, porque se perfectamente que esa música no te entusiasma!
– ¡Yo estando contigo estoy bien!
– ¿Y que grupo es, que no me acuerdo mi señor?
– Marea, los number one.
– ¿Tus colegas van todos?
– Todos, con el Topo y el Pelos a la cabeza, y las pibas de todos, –y después de una pausa añadí– de todos los que tienen piba, claro. ¡Ah y Colibrí!
– ¡Pues vamos a ser muchos entonces!
– Creo que el Topo ha sacado diecisiete entradas.
– ¿Y estamos sentados mi señor?
– ¡Mi amor, en un concierto de rock no se sienta nadie! –la conteste riendo.
Con Esther parlanchina, comprendí que intentar trabajar era misión imposible. Cerré el ordenador y me senté en el suelo, detrás de ella. Mientras hablábamos la metía la mano por debajo de la camiseta para tocarla las tetillas. Esther se hacia la indiferente revisando los decimos. Baje la mano hasta su ingle, y la estacione ahí sin moverla.
– ¡Mi señor, estate quieto que no ha salido todavía el gordo!
– ¡Huy que no! Toca aquí, ya veras.
Riendo se dio la vuelta y abrazados nos tumbamos sobre las papeletas.
– ¿Y si somos millonarios y no nos enteramos? –me pregunto.
– ¡Eh, mi amor, ya somos millonarios! –afirme.
– ¡Bueno, mi señor, pero no es lo mismo! –me dijo. Estuve un ratito intentando encontrar la lógica de su razonamiento. Desistí. Decidí dedicarme a cosas mas interesantes, como meterla mano.
Y el gordo salio, en la tele y entre mis piernas, y se aferro al mío con ambas manos como si se fuera a escapar. Un rato largo estuvo chupando, hasta que atrayéndola hacia mi la senté sobre mi gordo y la penetre. Me gusta cuando la tengo sobre mi y sus tetillas cuelgan vibrantes sobre mi cara. La deje hacer, con sus manos apoyadas sobre mi pecho, movía sus caderas con un ritmo frenético. Cuando su cuerpo se descontrolo por el orgasmo, la atraje hacia mi y la abrace para poder percibir sus espasmos de placer mientras la ayudaba penetrándola con fuerza. Cuando se fue calmando la saque el pene y con cuidado se lo metí en el culo. Un largo y profundo gemido de Esther, acompaño a mi acción. Muy despacio la follé hasta que en medio de un nuevo orgasmo nos corrimos juntos. Ni nos toco el gordo, ni ningún premio importante, solo alguna pedrea.
El 24, por la mañana temprano, salimos hacia Salamanca para pasar la Noche Buena con la familia de Esther. La notaba un poco nerviosa, desde que se caso no había vuelto por Salamanca. Cuando su madre y hermana vinieron a Madrid para echar una mano tras el atentado, hacia mas de dos años que no las veía. Nos hospedamos en un hotel del centro, cercano a la Plaza Mayor y a la casa de sus padres. Tan cercano que fuimos hasta allí andando. El reencuentro con su familia fue muy emotivo, especialmente con su padre. Muchas lágrimas, muchos besos y muchos abrazos. Y muchos recuerdos. Después de la cena, totalmente copiosa como es habitual, terminamos jugando al “cinquillo” hasta muy avanzada la noche, que nos fuimos a dormir unas horas al hotel.
Para el día siguiente, habíamos organizado en el mismo hotel, otra comida para toda la familia al completo, con tíos, primos y muy allegados incluidos. Juntamos mas de treinta personas, y Esther estaba feliz, muy feliz. Siempre estaba con alguno de sus sobrinos en brazos y recibía besos y abrazos por doquier. Todo fue tan bien que incluso se quedaron a cenar.
Ya tarde, y cuando el ultimo invitado se marcho, subimos a la habitación. Esther se tiro encima de la cama sin quitarse la ropa.
– ¿Estas cansada mi amor? –la pregunte.
– ¡Y me duele la cabeza mi señor! –respondió asintiendo con la cabeza– ¡Y los pies me están matando!
– ¡Creo que has tenido una sobredosis familiar!
– ¡Creo que si, pero no me importa!
Mientras hablábamos la fui quitando la ropa hasta que la deje desnuda. Lo ultimo que la quite fueron los zapatos. Cuando lo hice la empecé a dar masajes en los pies. La oía ronronear de placer y cuando me quise dar cuenta se había quedado dormida.
Me desperté a media mañana, y como Esther dormía profundamente me baje al gimnasio. Cuando subí a la suite seguía durmiendo, parecía que la había picado la mosca. Me metí en la cama y cogiéndola por detrás, restregué me pene contra su trasero, que de inmediato reacciono. Con su calido cuerpo entre mis brazos la penetre con cuidado para no sobresaltarla. Su respiración se hizo mas profunda y comenzó a mover su cadera al compás de la mía. Después de “revisar” sus tetas, mi mano derecha se metió entre sus muslos en busca de su vagina. La encontró y en ella su abultado clítoris. Comencé a estimularlo hasta que rápidamente la arranque un orgasmo que electrifico su cuerpo. Cuando se calmo un poco se separo de mi y apartando las sabanas se sitúo entre mis pierna y comenzó a chapármela hasta que unos minutos después me corrí en su boca. La cogí y colocándola boca arriba la volví a mete el flácido pene en la boca mientras flexionando sus piernas metía mis labios en su vagina. Me costo mas tiempo de lo habitual, pero al final conseguí un nuevo orgasmo que la hizo chillar.
Después de comer, salimos a dar una vuelta por la ciudad y a visitar sus muchos monumentos. Ya de noche, cenamos en un restaurante de la plaza Mayor y regresamos al hotel. A la mañana siguiente, salimos para Madrid después se despedirnos de la familia de Esther.
A final de la semana, el día del concierto, Esther estaba un poco nerviosa. Personalmente, no se que se debe imaginar que es un concierto de rock.
– ¿Dónde vamos a quedar?
– Donde siempre quedamos, en Los Torreznos, un bar de la calle Goya al lado del Palacio, que estará a tope –y después de una pausa la pregunte bromeando– ¿Sabes ya que te vas a poner?
– ¡Eso esta solucionado mi señor, va a venir Colibrí para asesorarme! –me contesto sacándome la lengua.
– ¡Joder!
Con una Esther vestida y asesorada por Colibrí, llegamos a Los Torreznos donde el Topo y el Pelos ya estaban desde hacia tiempo dándole a la cerveza. Cuando nos juntamos todos, y después de unos litros mas de cerveza, entramos al Palacio de los Deportes. Estaba a reventar y Esther se quedo flipada. Estábamos en la primera fila de asientos, justo detrás de la olla. Inmensas nubes de humo lo llenaban todo.
– ¿No esta prohibido fumar en sitios de estos? –pregunto ingenua Esther.
– ¡Creo que si! –la contesto el Topo encendiendo un porro.
Bastante puntuales apareció la banda de Berriozar con la inmensidad del Kutxi a la cabeza, interpretando los primeros acordes de “Bienvenido al secadero”. Aunque Esther al principio estaba un poco cortada, tardo poco en desinhibirse y se bajó a la olla a dar saltos con Colibrí. Era evidente que el ambiente porrero la empezaba a afectar. Al de la mochila de la cerveza le teníamos acaparado casi en exclusiva. Dos horas y media muy intensas después, salimos a la calle en busca de algún garito apropiado y, como no encontramos, decidimos ir en taxis a Huertas. Allí nos metimos en el bareto de un conocido del Pelos. Y cuando digo bareto, lo digo con todas las palabras. Todos mis colegas, y yo también, estábamos a nuestras anchas. Esther, con la cantidad de cerveza que había bebido durante el concierto y el humo de los porro, estaba como una moto. Pero no había problema, estaba en buenas manos, Colibrí no se separaba de ella y yo no la quitaba ojo. Desde luego, Colibrí estaba también afectada, pero mucho menos que Esther y aprovechaba cualquier oportunidad para meterla mano y manoseármela. Las dos se marcaron un largo baile bastante tórrido y sensual que no paso indiferente a nadie y varios moscones comenzaron a revolotear en torno a ellas. El Pelos y el Topo se encargaron de ir espantándolos con buenas palabras, pero un par de machitos no quisieron, mucho menos cuando el Colibrí le dijo que no la gustaban los tíos. Se pusieron un tanto cabezones, y Esther se asusto un poco. Para entonces yo ya estaba detrás de ellas dejando bien claro que si querían iba a haber lío. Y lo hubo, uno de ellos, el mas gallito se encaro conmigo e intento darme un golpe con el puño. Le esquive y le metí un gancho de derecha que lo sentó. Se le acabaron las tonterías, ayudado por sus colegas se levanto, y después de hablar unos momentos con el propietario del local y el Pelos, se fueron.
– ¿Esos no serán de los de Moncho? –me pregunto Esther que estaba muy asustada.
– ¡No, no, no mi amor, solo era un borracho! –la dije en tono cariñoso.
– ¡Lo siento Edu, tal vez me he pasado con el bailecito! – me dijo el Colibrí.
– ¡Eh! que yo también bailaba –la defendió Esther.
– ¡No es culpa vuestra, hay gente que no sabe beber y además el machismo les puede!
Pasado un tiempo prudencial, y con el bareto ya cerrado, nos fuimos a casa andando. Durante todo el camino Esther estuvo abrazada a mi. Llegamos a casa y directamente se fue al dormitorio mientras se quitaba el tanga por debajo de la falda vaquera. Se puso a cuatro patas sobre la cama sin quitarse la ropa, la curva de sus nalgas emergía de su corta falta junto a las tiras del ligue ro. Me quite la ropa y mientras la estimulaba la vagina, con la otra mano la aplique un poco de lubricante en el ano. Cuando empezó a gemir, me coloque sobre su trasero y la penetre por detrás sin dificultad. Ahora el gemido de Esther fue prolongado y profundo y rápidamente llego al primer orgasmo mientras con la mano la pellizcaba el clítoris. Imperturbable a la bomba sexual que tenia entre las manos, seguí follándola el culo hasta que unos minutos después nos corrimos juntos. La atraje hacia mi y abrazándola por detrás la estuve besando el cuello mientras la mantenía penetrada. Mi mano derecha se escurrió entre sus muslos mientras sus gemidos subían nuevamente de intensidad. Insistí en su vagina hasta que conseguí otro orgasmo, En mi flácido pene notaba las contracciones anales de Esther mientras se crispaba de placer.
A la mañana siguiente Esther no estaba para nadie. Ni siquiera quiso desayunar o almorzar. Después de tomarse un par de ibuprofenos, se metió en el jacuzzi de la terraza con un vaso de zumo y estuvo varias horas sin salir. Con el frío que hacia, el jacuzzi desprendía mucho vapor y en ocasiones ni se la veía. Desde el gimnasio la tenia vigilada mientras entrenaba con la comba y el saco de boxeo. A media tarde la di un toque, teníamos previsto ir a la fiesta de fin de año en el Hotel Ritz. Un socio nos había invitado y era un compromiso ineludible.
– ¿Cómo te encuentras? –la pregunte.
– ¡Jodida!
– ¡Pues yo no he sido, llevo todo el día sin verte el pelo! –bromeé.
– ¡Ja, ja, ja, me parto! –esta claro que no esta para bromas.
– ¡Venga, que tienes que prepararte, y el móvil lo tienes que hecha humo!
Salio del jacuzzi y parecía que estaba ardiendo del vapor que desprendía su piel. La envolví con el albornoz para que no cogiera frío y entramos en la casa. Se fue al dormitorio y se tumbó desnuda en la cama.
– ¡Por favor mi señor, follame!
– ¡No mi amor, no tenemos tiempo!
– ¡Pero mi señor, uno rápido!
– ¡Te he dicho que no! –la dije con un ligero tono autoritario– ¡Además nuestros polvos nunca son rápidos!
– ¡No me apetece ir al Ritz mi señor! –me dijo con voz melosa.
– ¡Mira cariño, es un compromiso importante para mi! –y después de una pausa añadí molesto– ¡Si no quieres ir no vayas, no te voy a obligar, pero yo si voy, ya te disculpare con ellos!
Entre al vestidor para empezar a ponerme el esmoquin, e inmediatamente apareció Esther y se refugio entre mis brazos.
–¿Me perdonas mi señor?
– No tengo nada que perdonarte mi amor.
– Pero no te enfades mi señor.
– No puedo enfadarme contigo, mi amor, –y cogiéndola la cabeza con ambas manos la bese en los labios, y dándola un azotito en el trasero añadí– ¡Anda vístete!
– ¡Vale! –y después de un segundo de pausa pregunto– ¿Seguro que no nos da tiempo a un polvito rapi … ?
– ¡Que no! –insistí.
– ¡Jo!
Como era de esperar llegamos un poco tarde. La fiesta estuvo entretenida. Esther, metida en un vestido de cocktail de Chanel, estaba preciosa, pero se volvió a pasar un poco con la bebida, esta vez con el champagne. Estuvo un buen rato contando chistes verdes a nuestros compañeros de mesa y a todos los que se ponían a tiro. Y la cosa no fue a mayores porque no la deje salir a la pista de baile.
Sobre las tres de la madrugada me la lleve a casa en un taxi. Cuando entramos en el dormitorio, cayó sobre la cama como un fardo.
– ¡Ya podemos echar un polvo mi señor! –dijo con voz estropajosa mientras lograba quitarse un zapato, no sin un esfuerzo hercúleo.
No dijo nada mas, no pudo. Se quedo KO con la cara aplastada contra la cama. Logre desnudarla y cuando intentaba meterla bajo las sabanas vomito, por fortuna en el suelo, pero se pringo toda, y me pringo a mi. La lleve en brazos al baño e inclinándola sobre la taza, la metí los dedos para que terminara de echar lo que la quedara. Llene la bañera y me metí con ella dentro. Recostada sobre mi brazo izquierdo, fui pasando la esponja por todo su cuerpo. Sus tetitas, sus axilas, su vientre, su vagina, y desde luego me excite mucho. Con ella inconsciente entre mis brazos, termine masturbándome mientras continuábamos metidos en la bañera. Cuando me corrí, lo hice mientras besaba sus maravillosos labios. La metí en la cama y me puse a limpiarlo todo mientras oía sus ronquidos. Eran tan exagerados que los grabé. Cuando termine de limpiarlo todo, me duche de nuevo y me acosté a su lado. Intente aguantar un poco, no me podía creer que un cuerpecito tan pequeño profiriera unos ronquidos tan terribles, parecía un leñador siberiano. Unos minutos después no aguante más, agarre mi almohada y me fui a dormir al sofá del salón. Escuchando sus terroríficos bufidos que atronaban toda la casa –y posiblemente todo el edificio– y arropado con una manta, me quede dormido.

domingo, 29 de abril de 2012

Los crímenes de Laura Capítulo 4: Un ejemplo para la comunid

Nivel de violencia: moderado.

Aviso a navegantes: La serie “Los crímenes de Laura” contiene algunos fragmentos con mucha violencia explicita. Estos relatos conforman una historia muy oscura y puede resultar desagradable a los lectores. Por lo tanto, todos los relatos llevarán un aviso con el nivel de violencia que contienen:

-Nivel de violencia bajo: El relato no contiene más violencia de la que puede ser normal en un relato cualquiera.
-Nivel de violencia moderado: El relato es duro y puede ser desagradable para gente sensible.
-Nivel de violencia extremo: El relato contiene gran cantidad de violencia explicita, sólo apto para gente con buen estomago.


El pequeño Hugo dormía plácidamente en su camita cuando su madre entró en la habitación primorosamente decorada. Él no pudo ver como la mujer abría las persianas, ni como apartaba las cortinas, pero si sintió el efecto de los rayos del sol calentando su cuerpo, y se removió en sueños.

-Mi pequeñín, despierta, ya es hora de levantarse –canturreó la joven madre mientras se tumbaba junto al niño-. Hace un día estupendo para que lo malgaste ahí tumbado.

-¿Dónde está papá? –preguntó Hugo mientras se desperezaba.

-Hoy no estará en casa, está muy ocupado- respondió la madre alegremente-. Se fue anoche después de… Da igual, hoy tenemos todo el día para nosotros.

El muchacho abrazó a su madre que se recostó junto a él, disfrutando de los arrumacos del pequeño. El joven Hugo se sentía feliz de poder pasar el sábado con ella sin ninguna interrupción. No era que no quisiera a su padre, si le quería, un niño debe querer a su padre, siempre le habían dicho eso, lo que nunca le habían especificado era si un padre debe querer a su hijo.

-Vamos gandul –rió la muchacha mientras se levantaba arrastrando al chiquillo con ella-. Te he preparado crepes para desayunar, vamos bajo.

El niño rió y persiguió a su madre por las escaleras de la gran casa familiar hasta que llegaron a la cocina. El aroma era delicioso y al joven se le hizo la boca agua. La bella mujer le sirvió una generosa ración de finas tortitas francesas y depositó junto al plato un gran vaso de leche. Observó la cara amoratada de su hijo, por la paliza que había recibido la tarde anterior, mientras este daba buena cuenta de todo el desayuno con felicidad, y sonrió. Así es como debería vivir un muchacho de su edad y no estando siempre aterrorizado por lo que su padre pudiera hacerle.

Había conocido al padre del muchacho muchos años atrás. Él era un joven apuesto de familia humilde, mientras que ella era un bombón de orgulloso abolengo. Los padres de Ignacio eran pobres gentes incultas, que habían dedicado su vida al trabajo duro, pero honrado, en el campo, y él no tenía ninguna intención de imitarlos. Su vida y su suerte cambiaron repentinamente el día que conoció a una preciosa joven de ígnea melena reluciente y verdes ojos vivarachos, con los que lo contemplaba todo con la curiosidad de quien es prisionera en su propia casa.

Ese día, la joven había conseguido por fin, permiso de sus progenitores para visitar el campo junto a unas compañeras de estudios. A sus padres no les hacía ninguna gracia darle aquella libertad, pero mediante argucias y chantajes, la bella adolescente consiguió finalmente salirse con la suya. Tal vez aquella pareja de alcurnia sospechaba el papel que guardaba el destino para su hija y por eso eran tan protectores con ella, pero si hay algo seguro sobre el destino, es que no puedes escapar, jamás, de él.

El joven Ignacio trabajaba aquel día, como todos, de jornalero en uno de los latifundios de un gran señor. Con su torso bronceado desnudo, bien torneado por el intenso trabajo, y la frente perlada de sudor, era una visión enriquecedora para cualquier joven dama. Casualmente, aquel día, un grupo de adolescentes ostentosas y pudientes, habían decidido pasar la mañana por aquellos campos, propiedad del padre de una de ellas. Las chicas reían y correteaban como colegialas, atrayendo la atención de todos los trabajadores, y por supuesto, la de Ignacio.

La joven hija del señor, reconoció al apuesto muchacho entre los campesinos y lo llamó a voces, no era la primera vez que se encontraban, y ella ya había saboreado los placeres que el joven sabía prodigar. Ignacio abandonó sus tareas y fue al encuentro de las muchachas. La primogénita del patrón, que parecía ser también la líder del grupo, hizo las presentaciones. Todas las amigas actuaron con descaro, excepto la tímida chica pelirroja, que no había tenido jamás encuentro alguno con un varón de su edad.

Tal vez el amor a primera vista exista, quizás la chispa que nace cuando dos almas gemelas cruzan sus caminos sea real, o puede ser que los jóvenes sólo vieran en el otro lo que más anhelaban, riqueza y poder él, libertad y pasión ella. Sea como fuere, los adolescentes quedaron prendados el uno del otro al instante. Desde ese día comenzó una tortuosa y secreta relación, que acabaría siendo la perdición de la bella muchacha de melena carmesí. Ella engañaba, mentía y tramaba para poder acabar entre sus brazos, él engañaba, mentía y tramaba para hacerla caer en su lecho.

Con el paso de los meses, el rumor del romance prohibido viajó de labios maliciosos a oídos indiscretos, hasta que finalmente, se detuvo entre los muros que compartía la muchacha con sus padres. Hubo gritos, hubo lágrimas, hubo palabras dolidas, tensión y resentimiento. Pero como no hay fuerza más poderosa que el amor, tal vez sólo el odio sea equiparable, la joven ideó su última jugada. Poco tiempo después, se celebró la gran boda entre la princesa enamorada y el mendigo interesado. Hugo, un precioso niño, casualmente sietemesino, fue la culminación del amor y la pasión.

Y aquel momento fue el principio del fin. Desde el nacimiento del vástago, la vida de la joven madre se tornó pesadilla. Su marido, ahora don Ignacio Idalgo, fue acogido en la familia, y pronto demostró su valía. El padre de la joven reconoció ante su hija que se había equivocado al juzgar a su marido, ella jamás tuvo el valor para decirle que no se había equivocado en absoluto. Fuera de casa, el señor Idalgo era un ejemplo para la sociedad, un buen padre de familia, cristiano, caritativo y generoso. Bueno con los trabajadores, y atento a las necesidades de todos los que le rodeaban, era el hombre perfecto, el padre ideal, el marido de ensueño.

Pero de puertas hacia dentro, la cosa era bien distinta. El monstruo interior de aquel hombre vagaba libremente por sus dominios. Las palizas a la joven eran normales, y a punto estuvo varias veces de encontrar la muerte a manos de aquel al que amaba. Ella lo disculpaba, trataba de comprenderlo, trataba de ser una buena esposa. Pero nada de lo que hiciera era nunca bastante. Conforme el niño fue creciendo, la ira de Ignacio se dividía ente aquellas dos almas inocentes, que él consideraba de su propiedad. La joven madre era capaz de aguantar las palizas más violentas con cierta resignación y estoicismo, pero no podía soportar ver a su marido agredir a aquella criatura virginal. Durante la última década, había llegado a provocar la ira de su marido contra ella misma para evitar que se centrara en el pequeño Hugo, recibiendo más golpes de los que era capaz de recordar.

Habían sido diez terribles años de terror, de tristeza, de amargura. Se culpaba a sí misma por haber sido tan ingenua, por no haber escuchado las sabias palabras de sus padres, por haberse dejado engañar. No podía comprender como aquel hombre dulce y cariñoso del que se había enamorado, aquel hombre dulce y cariñoso que seguía siendo en público, se podía transformar en aquel monstruo terrorífico.

Con el paso de los años se iba sintiendo cada vez más sola y desdichada. Al principio, tras las palizas, él se mostraba algo más atento, más cariñoso, pero llegó un momento en el que ya ni la miraba. Sólo le ponía la mano encima para agredirla brutalmente. Sabía con certeza que la vida sexual de su marido era muy activa, debía tener decenas, si no cientos, de amantes, mientras que a ella ya nunca se arrimaba. Y era mejor así, porque ella tampoco le deseaba. Aquel ser despreciable que era Ignacio Idalgo sólo le producía asco.

Pero su vida había cambiado drásticamente hacía unos meses. Había conocido, en el grupo de trabajo parroquial al que Ignacio la obligaba a asistir, para guardar las apariencias, a un hombre bueno, sincero, tierno y sensual. Un hombre al que al principio había evitado, por temor a la posible reacción de su marido, pero que con el tiempo había ido conquistándola. Poco a poco había ido abriéndose a aquel hombre, e incluso le había confesado, entre lágrimas, el mal sueño en el que se había convertido su vida. Los encuentros amigables en la iglesia, aprobados por Ignacio, se fueron sustituyendo paulatinamente por encuentros menos inocentes y cada vez más furtivos.

Y cada vez que se encontraban, ella temía, temía por él, temía por ella y, sobre todo, temía por su hijo. Sabía que jugaba con fuego a un juego muy peligroso, si Ignacio los descubría, las consecuencias podían ser terribles. Pero la necesidad de sentirse amada, la necesidad de cariño, de mimo, de atención, la lanzaban una y otra vez en brazos de aquel hombre con el que había redescubierto el significado de amar.

-Mamá –dijo el chiquillo, sacando a su madre de aquellas cavilaciones, mientras masticaba una de las crepes amorosamente preparadas-. ¿Por qué papá no me quiere?

-Tu padre… Tu padre sí te quiere –contestó la madre de la criatura con un nudo en el estómago-. Lo que pasa es que no sabe expresarlo…

-¿Tú me quieres?

-Yo te amo con todo mi corazón, mi vida –dijo la mujer intentando contener las lágrimas y abrazando al joven que se había puesto en pie para acercarse a su madre.

-¿Por qué lloras, mamá?

-Porque estoy muy feliz de tenerte aquí, a mi lado, porque eres lo más importante para mí y porque te quiero mucho.

-No llores mamá, no me gusta verte llorar.

La mujer se secó las lágrimas, llorando y riendo al mismo tiempo. Aquellos momentos eran por los que merecía la pena vivir.

-Entonces –continuó el chiquillo-. ¿Papá se fue ayer después de… de pegarme?

-Sí, cariño, tenía noche de caza y no volverá hasta el anochecer, o tal vez mañana.

-¿Y no te pegó anoche?

-No cariño, y no digas esas cosas de tu padre.

-Y entonces… ¿Por qué gritabas?

La joven madre palideció mientras el corazón le daba un vuelco. Mierda, aquello podía suponer un gran problema, su hijo era incapaz de guardar un secreto para con su padre, al que temía y respetaba por igual. Si los había visto podía darse por jodida, porque seguro que Ignacio acabaría enterándose de todo. No tendría que haber sido tan temeraria.

-Ahora no te preocupes por eso, cariño… ¿Ya has acabado de desayunar? Venga, vístete y nos vamos al parque.

El niño se levantó y corrió escaleras arriba para cambiar el pijama por algo más cómodo mientras la madre recordaba los acontecimientos del día anterior…

Había llegado a casa temprano, como todos viernes, y preparó con esmero la merienda para el pequeño Hugo que aún no había regresado del colegio. El chaval entró en casa temeroso de encontrarse con su padre, pero afortunadamente, sólo encontró a su amorosa madre con un sándwich y un vaso de leche, esperándole en la cocina. El chiquillo devoró la merienda y salió arrastrando a su madre a la parte trasera de la casa, a jugar con ella sobre la hierba. No eran muchas las ocasiones en que el niño pudiera ser un niño, y la mujer deseaba que las aprovechara al máximo.

El ruido de la puerta de entrada alertó a la joven, que inmediatamente llamó a su hijo. Este, conocedor de los peligros que conllevaba infringir cualquier norma, corrió a su lado, dedujo por la cara pálida de su madre, que su padre había vuelto, así que respiró hondo y abrazó a la joven pelirroja.

-Vamos, cariño, ha venido tu padre. Y sabes que le gusta que vayas a saludarle cuando llega.

-Pero mamá, yo me quiero quedar aquí, contigo –el niño protestó ligeramente, sabiendo que no tenía opción, que en aquella casa imperaba la ley del más fuerte, y el más fuerte había llegado.

La madre acarició el cabello del hijo de forma tranquilizadora y anduvo hacia la vivienda seguida muy de cerca por el pequeño, que casi se enredaba entre sus piernas. Cuando atravesó la puerta trasera de la casa para entrar en la cocina, y pudo observar el rostro de su marido, el alma se le contrajo. La cara de Ignacio hablaba por si sola, no sabía ni qué ni quién, pero alguno de los dos le había hecho enfadar, y el que hubiera sido, lo pagaría. El niño también advirtió el peligro y se refugió tras las largas piernas de la mujer.

-¿Ya has merendado, Hugo? –La voz de Ignacio sonó extremadamente fría y cruel.

-Sí, papá, la mamá me ha preparado un…

-¡Silencio! –Rugió el hombre-. No me importa en lo más mínimo lo que esta mala mujer te haya preparado para merendar. Lo que quiero saber es qué hace el plato y el vaso sobre la mesa… ¿No te he dicho nunca que has de recoger la mesa cuando acabas de comer?

-Perdona, cariño, hemos salido a jugar y no nos hemos dado cuenta, ahora mismo lo recojo –intentó calmarlo la madre mientras corría a quitar el plato de la mesa.

-No estoy hablando contigo, mala puta –dijo Ignacio con rabia, golpeando brutalmente en la cara a la joven con el dorso de la mano-. Es su merienda y él deberá recogerla.

El niño se acercó temeroso a la mesa mientras la madre intentaba contener las lágrimas. No era por el dolor del guantazo, a eso estaba bastante acostumbrada ya, era por el fundado temor sobre lo que pasaría a continuación. Cuando Hugo hizo amago de coger el plato, su padre lo agarro de los pelos y le estampó la cabeza sobre la mesa. No necesitaba más excusas, nunca las necesitaba.

-Esto es lo que pasa cuando no te portas bien.

-Por favor, déjalo, es sólo un niño, la culpa ha sido mía, por favor –rogó la madre interponiéndose entre su marido y su hijo.

Ignacio golpeó nuevamente a la mujer tan fuerte que esta se desplomó en el suelo.

-Quiero que salgas de aquí ahora mismo -bramó Ignacio-. Porque si no lo haces, te mataré, pero primero mataré al pequeño Hugo ante tus propios ojos, le sacaré las tripas para que lo veas, y después te las sacaré a ti. ¡Fuera! Fuera de aquí. Eres una mala mujer, una mala esposa, una mala madre, y nunca serás nada más… ¡Fuera de esta maldita casa!

-Vete, mamá, no le hagas enfadar más, por favor, vete, yo me quedaré con él.

La mujer se levantó apoyando sus manos en el frío suelo y salió de la cocina entre lágrimas. Sabía que su hijo tenía razón, cuando Ignacio se ponía así, lo mejor era no contrariarle. Se sintió orgullosa del joven Hugo por su valor y coraje, aún sabiendo lo que le esperaba en su ausencia, pero no había opción, no había otra manera, sólo podía desearle lo mejor a su hijo y esperar que el padre no fuera excesivamente duro con él.

La dolida madre salió de la casa y corrió calle abajo, no sabía dónde ir, no sabía a quién acudir. Y de pronto pensó en acudir a él, a su amigo, a su amante. Rápidamente caminó hacia casa del doctor Juan José Juárez, con el que tanto había compartido durante los últimos meses. Golpeó la puerta con todas las fuerzas que le quedaban y cuando su amado abrió, ella se derrumbó en sus brazos llorando.

-¿Qué te pasa, querida? –Preguntó el hombre tomado por sorpresa-. ¿Por qué lloras?

-Le está pegando otra vez –gimió la chica-. Y me ha obligado a marcharme para que no lo pueda impedir.

-Vamos, preciosa, no llores más, ahora mismo me pongo el abrigo y vamos a tu casa. Se va a enterar ese hijo de puta.

-¡No! Ni se te ocurra. Si aparecemos allí te matará, o nos matará a los dos.

-No te preocupes, yo sé cuidar de mí mismo…

-No, no lo entiendes, no dudará un momento en matarte, o en enviar a un grupo de matones para que acaben contigo, o incluso podría matar a Hugo –la mujer rompió a llorar desconsoladamente sólo de pensar el destino que podría sufrir su pequeño-. Sólo déjame quedarme aquí unas horas, él esta noche tiene caza, y se irá. Cuando no esté en casa volveré a ver como está Hugo.

-De acuerdo, quédate el tiempo que quieras, sabes que esta es tú casa, pero cuando te vayas, te acompañaré.

-No, si te viera alguien…

-Tranquila, soy médico, si alguien me ve, sólo tienes que decir que has venido a buscarme porque Hugo estaba indispuesto.

-¿Y si él se entera?

-Le dices lo mismo, que Hugo estaba muy mal por los golpes y que estabas asustada.

La joven madre no estaba muy segura sobre aquel tema, Ignacio jamás permitiría que un extraño viera a su hijo en ese estado, pero finalmente accedió ante la presión del doctor Juan José. Era un hombre dulce y cariñoso, y sólo pensaba en lo mejor para ella y para el pequeño. Además, no estaría de más que un médico reconociera a Hugo para ver si estaba bien. Algún día, pensó, algún día nos iremos los tres, Juan José, Hugo y yo, nos fugaremos, nos iremos lejos, tan lejos que Ignacio sea incapaz de encontrarnos, y seremos felices.

El resto de la tarde pasó con una lentitud asombrosa. La joven madre consiguió aparentar cierta serenidad, pero no hacía más que pensar en lo estaría sufriendo su hijo. Por el contrario, el doctor Juan José Juárez estaba muy preocupado por ella. No entendía como aquella preciosa joven de melena escarlata y ojos aceituna podía soportar semejante tormento. De buena gana hubiera puesto remedio inmediato a su sufrimiento, arremetiendo contra el indecente del marido, pero ella jamás se lo hubiera permitido. Él no entendía el porqué, pero si hubiera intentado acabar con la vida de don Ignacio Idalgo y no lo hubiera conseguido, los tres, madre, hijo y amante, hubieran muerto en extrañas circunstancias, aunque si por suerte hubiera alcanzado su objetivo, alguien habría dispuesto a vengarle, seguramente con idéntico resultado, y eso la muchacha lo sabía.

Pasadas las nueve de la noche, la pareja de amantes furtivos se encaminó hacía la gran casa que compartían la atractiva madre, el inocente hijo y el desalmado padre. Cuando atravesaron el umbral sólo encontraron un silencio ensordecedor, un silencio que lo llenaba todo. La mujer se estremeció y corrió hacia la habitación del niño, temiéndose lo peor. Suspiró aliviada cuando encontró al pequeño, durmiendo placidamente en su camita, con la cara marcada brutalmente, pero ahora ya relajado. El doctor Juan José anduvo tras la madre y entró en la habitación del muchacho mientras esta se sentaba en el borde de la cama y besaba al niño en la frente, que se removió intranquilo.

-Déjame que le dé un vistazo –pidió el doctor mientras abrazaba a la mujer por la espalda.

-Pero no le despiertes, necesita descansar –dijo la mujer en un susurro, girándose hacia el médico con los ojos humedecidos por las lágrimas que intentaba contener.

-No te preocupes, iré con mucho cuidado –prometió Juan José acercándose a la madre y depositando un tierno beso en los labios de ella con intención de tranquilizarla.

Ella sonrió tímidamente y se apartó del catre, permitiendo al hombre acercarse a su hijo. El doctor Juan José Juárez destapó al infante con cautela y recorrió el cuerpo del pequeño con las manos buscando signos de contusiones graves o fracturas.

-Parece que no tiene nada roto, si no, no dormiría tan tranquilo.

-Su padre sabe como pegar sin dejar pruebas, te lo digo por experiencia.

-Sí, las marcas desaparecerán en pocos días, pero aún así, las de la cara son muy visibles.

-Si está muy mal no le dejará ir al colegio, y si no, el chico sabe lo que tiene que decir… Nadie sospecharía nunca de Don Ignacio Idalgo, buena persona, buen marido y buen padre.

-Y buen hijo de puta –añadió con rabia el doctor, acercándose a la bella joven preocupada, pasándole la mano por la cintura y atrayéndola hacia sí, intentando calmarla.

-Vamos bajo, dejemos que Hugo descanse –respondió la mujer.

Los amantes bajaron las escaleras, dejando al pequeño niño durmiendo en su cama, y entraron en la cocina de la gran casa solariega. La joven mujer ofreció una copa de vino a su acompañante, que aceptó sin dudar. La conversación se alejó de temas dolorosos y a los pocos minutos ya compartían complicidades y bromas de forma distendida. La tensión acumulada por ambos durante las horas anteriores fue disipándose poco a poco mientras el contenido de la botella iba disminuyendo. Un roce inocente, una caricia juguetona, una mano que cae sobre otra y la estrecha, un beso amistoso, conforme hablaban y bromeaban sus cuerpos iban acercándose más y más, diciendo con gestos lo que ninguno decía con palabras.

Finalmente, la joven madre no pudo soportarlo más y se abalanzó sobre el doctor, escondiéndose entre sus brazos. Juan José, que ya hacía rato que deseaba aquello, la estrechó contra sí y fue en busca de los labios de ella. El beso detuvo el tiempo y el espacio, y durante aquellos segundos que sus lenguas se entrelazaron lúbricamente el mundo entero dejó de girar. Por un instante todo dejó de existir, y lo único real eran ellos dos, fundidos en uno, más allá del reloj.

Dicen que hay momentos en los que el tiempo se para, y es verdad, lo que no dicen, es que cuando vuelve a ponerse en marcha se mueve aún más rápidamente, para recuperar lo perdido. Y así fue en este caso, la pareja de amantes casi no pudo pensar, casi no pudo sopesar las posibles consecuencias de lo que hacían, simplemente se dejaron llevar por la marea del tiempo que volvía a su curso.

Entre besos pasionales y caricias sensuales subieron las escaleras en dirección al lecho marital de la joven madre, deshaciéndose de sus ropas por el camino. Ninguno pensó el riesgo que aquello conllevaba, porque en aquel momento sólo existían el uno para el otro. El recorrido por el pasillo de la planta superior no fue más tranquilo y en pocos segundos habían llegado a la habitación principal del domicilio.

La mujer fue conducida por su acompañante hacia la cama con ternura y firmeza, dejándose guiar por los fuertes brazos sin oponer resistencia. Ambos amantes cayeron sobre las sábanas, enredando sus cuerpos entre besos y abrazos. Sus torsos desnudos se frotaban lujuriosamente, las largas piernas se arremolinaban entre ellas y los cuatro brazos acariciaban frenéticamente, restregándose por cada centímetro de piel, dando la sensación de que sobre el colchón había un sólo ente en movimiento espasmódico.

El doctor Juan José deslizó sus manos hasta alcanzar los pechos de la joven y los acarició mimosamente, repasando los pezones con los labios. Ella, recostada de espaldas en la cama, gemía quedamente ante el agradable contacto que tanto anhelaba El hombre recorrió el vientre de su amante con la lengua mientras sus manos expertas descendían hacia el sexo de la mujer que rebosaba flujos debido a la inmensa excitación.

Cuando el doctor introdujo uno de sus dedos en aquella húmeda oquedad, la chica no pudo reprimir un grito de placer que resonó por toda la casa. La excitación iba en aumento conforme los besos del hombre se desplazaban hacia la entrepierna de la mujer, cuando la lengua de Juan José comenzó a lamer el hinchado capuchón de la joven acompañando el movimiento rítmico de sus dedos en el interior de ella, los gritos y los suspiros impregnaban toda la vivienda.

El doctor Juan José no lo dudó y con un movimiento brusco introdujo su tieso bálamo en el interior de la mujer. Las embestidas del hombre fueron aumentando de velocidad mientras ella alzaba las caderas permitiendo que aquella tranca que la empalaba entrara cada vez a mayor profundidad. Los jadeos y gemidos marcaban el ritmo de aquella peculiar danza que poco a poco se iba haciendo más desacompasada. A los pocos minutos de follar como animales, la mujer tensó su cuerpo suspirando, el doctor, comprendiendo lo que esto significaba, aumentó la velocidad de sus embates.

Entre gritos y maldiciones, la joven madre alcanzó un intenso orgasmo que la hizo temblar espasmódicamente. Juan José no pudo contener más su maná y vació todo el contenido de sus huevos llenando a la mujer de su viscoso semen. La pareja de amantes cayó rendida, él sobre ella y ambos sobre la cama. Ninguno de los dos se percató del pequeño niño que lo observaba todo desde la puerta entreabierta con cara de preocupación y que, sin decir nada, viendo que todo parecía haber acabado, volvía a su cama sin hacer ruido.

Un rato después, el doctor Juan José Juárez salía furtivamente del domicilio familiar con la esperanza de que nadie siguiera sus pasos. Desafortunadamente, un par de ojos indiscretos parecían haberle reconocido.

Relato original

domingo, 22 de abril de 2012

ESTHER (capitulo 22)

Los acontecimientos se precipitaron en Tailandia y Pinkerton y yo tuvimos que viajar a Bangkok para garantizar que no hubiera ningún problema. Previamente, Pinkerton paso por Madrid para visitar a Esther. Estuvo muy preocupado desde el atentado, aunque se habían visto pocas veces, desde el primer momento congeniaron y la quería como una nieta mas. Es difícil no hacerlo, Esther es un amor de mujer y todos se dan cuenta salvo Moncho. Pinkerton, desde que la retiraron el Tranquimazin, conectaba periódicamente con el Skype y estaba al tanto de su evolución, animándola y apoyándola. Cuando partimos para Bangkok, Esther quedo en muy buenas manos, las de Isabel. Se traslado a mi casa y lo hizo acompañada por Colibrí.
– Sabes que tengo que vigilar a Colibrí, y ahora a Esther –me dijo Isabel cargada de razón– lo mejor es tenerlas a mano a las dos.
– De eso no me cabe la mas mínima duda, las vas a tener muy a mano, –bromeé.
Mientras “conversábamos”, Esther y Colibrí asistían a ella abrazadas y muertas de risa.
– La culpa es tuya por mandarme tantas cosas, pero no te preocupes, yo me sacrifico lo que sea necesario.
– Menudo sacrificio, te vas a follar a las dos durante una semana.
– El deber, es el deber y yo soy muy profesional. –y añadió– Por cierto, ¿tienes alguna amiga mas de buen ver que no conozca?
– Trátala con delicadeza, no me la lesiones.
– ¡Joder, eso no me lo digas a mi, díselo a ella!
Aunque no estuve presente, Esther no tiene secretos para mi, se que se lo pasaron muy bien,. Esa primera tarde que ya estuvieron solas terminaron rápidamente en la cama, y Colibrí flipó. Isabel si tenia experiencia con Esther, pero ella no. A pesar de haber sido siempre lesbiana, nunca había estado con una mujer como Esther. Intento seguir su ritmo mientras Isabel descansaba periódicamente en la butaca del dormitorio. Cuanto mas la oía gemir mas se excitaba e inconscientemente entraba en un bucle sin fin de sexo total con alguien que era incansable. Termino agotada, con el cuerpo empapado en sudor abrazada a una Isabel que disfrutaba con el morbo de la situación.
– Nena, no puedes seguir su ritmo, con nosotras es insaciable, –la dijo con cariño mientras miraban como Esther se hacia un dedo.
– ¿Pero por que?
– Porque el único que la domina y la satisface es su señor, es Eduardo.
– ¿Qué la domina? No me puedo creer que Edu la maltrate.
– ¡Como la va a maltratar, no seas boba no has entendido! A Esther la gusta el sexo duro, fuerte, pero la cosa no va por ahí –y después de besar en la boca a Colibrí añadió– Esther necesita unas pautas, un ritmo de vida que es lo que Edu la proporciona, porque la conoce perfectamente y sabe lo que necesita.
– Pues tendremos que dominarla nosotras, –dijo Colibrí mientras observaba como Esther y su dedo llegaban a otro orgasmo– me empieza a dar miedo.
– ¡Imposible! –rió Isabel– la cosa funciona entre ellos porque se adoran, están profundamente enamorados.
– ¿Pero nosotras … ?
– ¡Esther no quiere mas hombre que Edu, –la interrumpió– y no la vale cualquier mujer, nosotras, las mujeres que ella ya conoce, somos el único repuesto posible, pero no es lo mismo …
– ¡Vaya dos cotorras! –las interrumpió Esther mientras retozaba por la cama– os estoy oyendo.
– ¿Y que opinas?
– ¡Que os quiero a las dos! –y saltando de la cama, añadió ante la estupefacción de las dos– me voy a poner mi peluca verde.

Cuando llegamos a Bangkok nos reunimos en primer lugar con nuestro contacto allí, un hombre de Pinkerton. Nos puso al corriente de todos los pormenores y nos confirmo que el juicio de había fijado para dos días después.
– ¿Hay alguna posibilidad de que Moncho gane en el juicio? –le pregunte.
– Ninguna posibilidad, no tiene un centavo, lo poco que tenia encima desapareció durante la detención y ya sabemos que en banco no hay nada. Tiene abogado de oficio y eso aquí es chungo. Además, para evitar sorpresas, el fiscal que lleva la acusación y el juez que le va a juzgar están en nomina. Les garantizo que le caerá cadena perpetua, aquí esta muy castigado el tema de la corrupción de menores, pero en ocasiones se suele hacer la vista gorda, pero el tema de la droga es muy grave, por eso procuré que apareciera una pequeña, pero suficiente cantidad de heroína.
– ¿Las cárceles aquí son seguras? No me gustaría que se escapara.
– Le aseguro que de una cárcel tailandesa no se escapa casi nadie, y Moncho menos que nadie y mucho menos de la cárcel donde le vamos a mandar.
– ¿Ya has pagado al alcaide? –pregunto Pinkerton.
– Mejor que eso, le vamos a pagar un sobresueldo mensual. El será el mas interesado en que no se escape y que su vida no corra peligro. Cuanto mas viva, mas gana, así de simple.
– ¡Perfecto!
– Además por indicación del alcaide, también vamos a pagar unos pocos dólares al jefe de los guardias y a un par de estos.
– ¡Ya sabes que después del juicio quiero hablar con el! –le recordé.
– Todo esta preparado. No habrá problema.
Mientras esperábamos el juicio, Pinkerton y yo visitamos una comunidad de monjes budistas que se dedicaban con muy pocos medios a recoger niños y niñas dedicados a la prostitución y darles estudios y algo de futuro a sus vidas. También tenían un precario hospital, por llamarlo de alguna manera, donde se atendía a los niños recogidos enfermos de sida. Acordamos con ellos crear una ONG que construiría un hospital en condiciones, lo dotaría con cooperantes de EEUU y España si fuera necesario y además tendrían apoyo económico para ampliar sus actividades. Todo con un control férreo de nuestra gente, la corrupción en este país esta incrustada en la sociedad, como ya ha quedado demostrado.
El día del juicio, Pinkerton y yo asistimos a él, y fue bastante rápido, visto y no visto. Cuando le comunicaron la condena a cadena perpetua, lo tuvieron que sacar de la sala chillando y pataleando como el cerdo que es.
El día de nuestro regreso, a primera hora de la mañana llegue a la Prisión Central de Bangkwang. Pinkerton no me acompañaba, se quedo en el hotel. En esta prisión, donde los reos llevan grilletes en los pies permanentemente, es donde va a cumplir condena Moncho. Además de los grilletes le trajeron esposado y así permaneció. Esa mirada de arrogancia, odio y desprecio que siempre mantuvo, había desaparecido. Ahora solo veía sorpresa, temor y derrota.
– ¡Te advertí que te olvidaras de Esther! –le dije sin ningún tipo de preámbulo. Los dos estábamos de pie en el centro de la habitación y en presencia de los dos guardias de “confianza” que no entendían ni jota de lo que hablábamos.
– ¡Debí suponer que estabas detrás de esta mierda!
– Así es, lo estoy.
– ¡No te vas a salir con la tuya! –intentaba ser amenazador, pero solo conseguía ser patético.
– Te vuelves a equivocar.
– ¡Tarde o temprano saldré de aquí y entonces te matare, a ti y a la puta esa! –grito con vehemencia.
Los dos guardias hicieron ademán de intervenir pero los detuve haciéndoles un gesto con la mano.
– Te sigues equivocando, nunca vas a salir de aquí.
– ¿Qué pasa, tienes comprados a todos? ¡Yo les pagare mas que tu!
– No puedes.
– ¿A no …?
– No tiene un puto centavo.
– ¡Que listo eres! ¿cómo sabes tu eso?
– Porque todo tu dinero lo tengo yo. –mi tono de voz era monótono, tranquilo y eso le exasperaba mas.
– ¿Eres tú quien me la ha robado, hijo de puta?
– Si ¿Con que te crees que estoy pagando todo esto?
– ¡Hijo de puta, te voy a matar! –esposado, intento abalanzarse hacia mi, pero los guardias se lo impidieron agarrándolo de mala manera.
– ¡No, no lo vas a hacer! –Moncho pudo ver perfectamente el odio de mi mirada cuando acerque mi cara a la suya– ¡de aquí no vas a salir nunca, estos guardias, su jefe, el alcaide, el fiscal, el juez, todos los que tengan que ver contigo, todos están en mi nomina. Morirás en esta cárcel, pero no te preocupes, no será pronto. Lo he dispuesto todo para que tu vida aquí, que será larga, sea todo lo “placentera” posible.
– ¡Te matare hijo de puta, te matare aunque sea lo ultimo que haga, te matare! –estalló Moncho. A una señal mía se lo llevaron arrastras mientras pataleaba y chillaba como un demente. Sus gritos se fueron apagando según se alejaba por el oscuro pasillo.
Desde Bangkwang fui directamente al aeropuerto donde ya me esperaba Pinkerton.
– ¿Cómo ha ido? –me pregunto.
– ¡Bien, como era de esperar.
– ¿Y tu como estas?
– Ahora bien, me hacia falta.
– Bueno, podemos dar por concluido este capitulo, –dijo Pinkerton.
– ¡Para el no, ni se imagina lo que le espera!
Llegamos a Londres y me despedí de Pinkerton antes de coger mi vuelo de Madrid.
– ¡Hola mi amor! –la dije por el móvil antes de despegar– llegare a casa sobre las seis y media. Desaloja a tus chochitos de casa, te quiero para mi solo.
– ¡Mi señor, sabes que solo soy tuya!
– ¡Si mi amor, lo se y tu sabes que te quiero!
– ¡Si mi señor, lo se!
Cuando salí por la puerta de llegadas del aeropuerto me la encontré allí. Fue una sorpresa, no me lo esperaba. Me la había imaginado desnuda, en la cama, esperándome ansiosa.
La abrace tan fuerte que casi la hago daño. Durante un buen rato la tuve entre mis brazos mientras ella se aferraba a mi con todas sus fuerzas.
– ¡No te imaginas los jodido que ha sido estar separado de ti toda una semana! – la dije entre beso y beso.
– ¡Lo se porque a mi me a pasado lo mismo mi señor!
– ¡Pues tu tenias dos almejitas que llevarte a la boca! –bromeé– ¡yo solo tenia a Pinkerton!
– ¡Pobrecillo, no le habrás hecho nada! –soltó dando una carcajada.
– ¡Te aseguro cariño, que no me pone nada de nada!
Llegamos al coche y me quiso entregar las llaves, pero las rehusé.
– No mi amor, llévame tu.
– ¡Jo, mi señor, es que quiero … !
– ¡En el coche no, que la ultima vez estuve doblado un par de días!
– ¡Pero jo … !
– ¡Vamos arranca y no te pongas entrecejona! –la dije con humor– ¡y no corras!
– ¡Jo!
Dejamos el coche en el parking y subimos a casa. Mientras lo hacíamos en el ascensor, Esther seguía haciéndose la mohína. Entramos en casa y me dirigí al dormitorio con la maleta. Comencé a desnudarme mientras Esther mirando de reojo se hacia la indiferente.
– ¿No quieres venir conmigo, cariño?
– ¡No me apetece, mi señor! –respondió poniéndose muy digna.
– ¡Bueno pues como quieras, tu te lo pierdes! –la dije mientras recostado en el cabecero de la cama, con mi mano me meneaba la polla de un lado a otro.
Dos segundos aguantó. Al cabo de los cuales se tiro de golpe a mi lado sin desnudarse. La agarre por la muñeca y con suavidad, la llevé el brazo por detrás de su espalda mientras la mordía el cuello. Su agitada respiración hinchaba su tórax marcando sus costillas recién sanadas a través de la camiseta. Mi mano hurgó por debajo de ella hasta encontrar sus preciosas tetitas. Esther pataleando logro quitarse las Converse y con la mano libre se desabrocho el botón del pantalón. Pegue mis labios a los suyos mientras aprisionaba sus mano libre. Mi lengua hurgaba en su boca al encuentro de la suya encontrándola con facilidad. Con los brazos aprisionados, Esther se retorcía de deseo, pero yo no estaba dispuesto a soltar mi presa y seguí rebuscando en el interior de su boca, respirando su cálido aliento. Quería recuperar una semana de falta de besos. Cuando me sacie de su boca, la solté y de inmediato Esther me abrazo por el cuello y me atrajo hacia ella rodeándome con sus piernas, olvidando claramente que todavía estaba vestida. El deseo la nublaba la razón. Me separe de ella, y agarrando la cintura del pantalón, tire de él sacándoselo junto con el tanga. Mientras, ella se quito la camiseta he intento abrazarme de nuevo. No se lo permití, cogiéndola por las muñecas la recosté sobre la cama mientras sus ojos brillaban de deseo y lujuria.
– ¡Separa las piernas! –la ordene autoritario, y cuando me obedeció añadí– ¡no quiero que te muevas!
Introduje mi boca entre sus muslos y comencé a chupar, a saborear su vagina. No se cuando tiempo estuve, pero fue mucho. Esther, obediente y sin moverse, no hacia mas que gritar con ese sonido profundo y ronco que exhalaba cuando la llegaban los orgasmos, que estaban llegando mas rápido de lo habitual. Cuando me sacie, la cogí de la mano y la saque de la cama.
– ¡Arrodíllate y pon las manos a la espalda! –la ordene, mientras la ofrecía mi polla. Cuando lo hizo se la metió en la boca y comenzó a chupar mientras intentaba restregar sus muslos uno contra otro.
No chupo mucho, era tal el deseo que tenia de ella, que me corrí rápido llenando su boca con el semen acumulado de una semana de abstinencia. Pero no me importo, esta tarde-noche iba a ser muy larga. Regresamos a la cama y la seguí chupando la vagina. Periódicamente la abandonaba y subía hasta su boca para luego regresar. La penetre y me mantuve quieto, como a la espera, mientras observaba de cerca su precioso rostro. Después de la pausa, empecé a follarla con mucha parsimonia mientras mi amor no hacia mas que gritar de placer. Cuando notaba que me iba a correr paraba y la comía la boca, para después de un rato volver a follarla. Cuanto al final me corrí, estuve sobre ella, cubriéndola, mientras la llenaba de besos. Me separe de ella y salí de la cama, dejándola inmóvil, despatarrada y con el cuerpo bañado en sudor. Su agitada respiración inflamaba su pecho, mientras un leve espasmo contraía una de sus piernas. Un leve hilillo de semen resbalaba del interior de vagina. Me dieron ganas de saltar otra vez sobre ella y follarla hasta la extenuación, pero ya no estoy para proezas de estas. En el fondo no se me olvida que soy veinticinco años mayor que ella.

Enlace directo al relato

sábado, 21 de abril de 2012

La confesión de Andrea

Andrea es una mujer de 35 años que desde hace un tiempo visito como amiga, en su departamento, pero ojo como amiga, lo que si nos contamos en nuestros encuentros muchas intimidades que quizás siendo amantes no nos contaríamos pero claro yo con casi 30 años mas de edad no se si le hago entibiar el termometro para entablar una relación aunque........ Dias atras en una de esas charlas me contó de su primera relación lesbica mas o menos así: Con 22 años recien cumplido y luego de pelearme definitivamente con mi primer novio desde los 14, estaba como un poco vacia, por lo que mis amigas me aconsejaron que no hiciera pavadas y me recluyera en el departamento de mis padres en Mar del Plata, no era temporada y por lo tanto estaba tranquila la ciudad por lo que sin mas viajé a la "feliz" a cargar las pilas. Los primeros días pasaron sin novedad, paseaba a la orilla del mar o visitaba el centro, o el puerto pero en el fondo extrañaba todo, el sexo con Daniel, mis amigas, no sé los vecinos, en fin todo. Al quinto día de mi reclusión ya habia tomado el habito de agarrar un libro y pasear por el puerto y sentarme frente al mar haciendo como que leía cuando en realidad devoraba con los ojos a los marinos que trabajaban descargando su pesca y los imaginaba sobre mi desnudos, sudorosos, con tremendas pollas erectas a las que yo enloquecida chupaba, y recibía en mis dos sagrados agujeros, me calenté tanto que decidí volver a casa para hacer "algo", al salir de la zona del puerto una mujer de mas o menos 40 años me hizo señas de que la llevara y ya en el pequeño Ford K, comenzamos una charla que derivó para mi sorpresa en que Celia, (así se llamaba)oh casualidad vivía en el departamento de abajo del mío en el mismo edificio y varias veces me había visto durante esos días, era una mujer común bellisimos ojos verdes como dos esmeraldas, cabello castaño parecía natural (sin tintura) bonitas nariz, y boca, aparentemente (pues el abrigo no permitía ver mucho) buenos pechos y lo demas todo tapado, tenía buena charla aparentaba ser culta, un poco mas alta que yo, y al llegar como también vivía sola me invitó a pasar a su departamento. Allí me enteré que trabajaba en una biblioteca cerca del puerto, y ella se enteró de mis desventuras, entre lagrimas le conté de mi rotura con Daniel, y cuando ya mi llanto se volvia inatenso, los brazos de Celia me rodearon cobijandomé haciendo que al ritmo de sus suaves caricias en mi espalda y con el aroma de su suave pero muy buen perfume me sentí rara, distinta, como cuando con Daniel nos preparabamos para el sexo y la sangre comenzaba a hervir en mis venas, los hermosos pechos que ahora si se insinuaban en la blanca camisa semi transparente dotados de grandes pezones, centrados en oscuras aureolas que traslucían ya que celia no tenía soutien, no me sobresalté cuando la boca de Celia, comenzó a besar mi cara, mis orejas, mi cuello y se depositó tenuemente tratando de tranquilizarme en mis labios, no me sobresalté no, no tuve tiempo pues sin apartar sus labios de los míos introdujo timida y suavemente su lengua en mi boca reconociendo mi dentadura, cruzandosé con mi lengua, en un beso que duro bastante, a los instantes de introducir su lengua sus manos experta comenzaron a recorrer mi espalda hacia abajo llegando a mis nalgas acariciandolas suave pero intesamente por sobre la calza roja. No trabajó ella sola ya que mi mano derecha como podía acariciaba su teta izquierda desde la base hasta el pezon retorciendolo a este logrando arrancar suspiros intensos de Celia, no pasó mucho que estabamos tiradas en la suave alfombra tratando de quitarnos las ropas muy caliente yo tomé la posta y desprendí la camisa liberando las dos tetas mas atractivas que hubiera conocido, seguí con el ajustado jean, y tambien desnudé sus hermosos y perfumados pies, los besé intensamente, chupé sus dedos, acaricié sus plantas con pasión y de a poco subi hasta su entrepierna no sin antes detenerme en sus rodillas, sus muslos, la cara interna de estos hasta llegar a su almeja finamente depilada, corri y luego saqué la tanga de tul negro que no disimulaba los subyugantes labios de su vagina y me dedique a un cunnilingus con todo como a mi me gusta que me lo hagan, en el que no descuidé un poquito de saeteo anal, unos tironcitos chupando los labios, algun mordizco, mi lengua recorría su sexo en toda su magnitud, y cuando por los gemidos, las palabras entrecortadas y los espasmos noté que Celia estaba lista me dediqué a su rosado clitoris atendiendoló tan intensamente que le arranque no un sinó dos orgasmos luego de los cuales caimos rendidas nuevamente una en brazo de otra. Ya mas caliente yo no podía estar y al poder recobrar la respiración pedi a Celia, que me hiciera acabar a mi pero la picara se negó siciendome - No ahora no, vení esta noche cenamos y la sobremesa será para vos, mientras tanto no te masturbes, por lo menos no te descargues conocerás mi amor. Dicho esto se vistió, mientras yo me arreglaba las ropas y me acompañó hasta la salida, me despidió con una mano en mi culo y un intenso beso en el cuello que me hizo vibrar.

martes, 17 de abril de 2012

Regalo de cumpleaños

Mi nombre es Alicia, tengo treinta y nueve años, y mi trabajo, en la época en que se desarrollaban los acontecimientos, era como secretaria de dirección. Estábamos a finales de verano, y aún, mis compañeros mantenían la jornada laboral continua, por lo que no había nadie por la tarde, tan sólo el director, para quien trabajaba, y algún otro miembro del consejo de administración, que solían acudir a alguna reunión en la intimidad de la oficina.

Aquel día, me sentía realmente contenta. Después de la jornada de trabajo, me iría con mi marido a unas vacaciones que me había regalado mi jefe, según él, por el buen rendimiento que había desarrollado en el último año.

Para que ningún compañero se molestase, me pidió que solicitase un permiso sin sueldo, que él, antes de marcharme me reintegraría con creces, además del regalo de unas vacaciones con todos los gastos pagados al Caribe.

Ese día, la mañana se desarrolló de manera normal, sólo con una sonrisa añadida en mi cara y en mis enormes ojos azules, por la proximidad de mi descanso y de mi premio.

Por la tarde, yo me quedé en la oficina para terminar algunas cosillas y preparar una reunión, que me solicitó Luis, el director.

Poco antes de las 4 de la tarde, llegaron tres personas, el señor José Angel, uno de los socios de la empresa, su hijo Marcos, amigo y compañero de clase mi hijo Carlos, y por supuesto, el director, mi jefe directo, y quien me había regalado esas ansiadas vacaciones.

Los tres hombres se metieron en la sala de juntas. A los pocos minutos me llamaron. Habían abierto una botella de champán y me invitaron a brindar con ellos.

La sala de juntas de la empresa era enorme, tenía una mesa grande, de reuniones, para al menos diez personas, y luego, en un apartado, una mesa baja, que bordeaban dos sofás, también, preparados para albergar varias personas.

Señorita Alicia, tómese usted una copa en honor a mi hijo. Acaba de cumplir dieciocho años.

Mientras decía esto, me entregó una copa de champán, y procedimos a brindar.

 Señora, por favor, le respondí, por edad y porque llevo casada casi veinte años.
Observé la el móvil que llevaba el chico, sin duda el regalo de cumpleaños que el padre le había hecho. No se sabía si era un teléfono con cámara de fotos, o una cámara de fotos con teléfono incorporado. En cualquier caso, sería un regalo muy caro.

José Angel me llevó de nuevo a la realidad, continuando la conversación.

 Recuerdo cuando se casó, era entonces casi una niña. Como pasa el tiempo, entonces mi hijo no había nacido, y hoy, Marcos, ya es mayor de edad.
 Es cierto, tú eres un poco mayor que mi hijo, a él aún le faltan unos meses para cumplir los dieciocho.

Tomé media copa, e hice intención de salir, pero de nuevo José Angel, me dijo que debía apurarla. Aunque no me gusta demasiado el champán, por no ofender a una persona importante dentro de la empresa, bebí el resto de la copa hasta apurarla, y regresé a mi mesa, situada junto al despacho de mi jefe.

Por mi trabajo, solía ir bien vestida. Ese día, una falda bordeando las rodillas, y una camisa blanca. Mi aspecto, modestia a parte, es excepcional. Soy rubia, tengo un abundante pecho, y aunque no soy demasiado alta, los hombres siguen mirándome cuando camino alrededor de ellos.

También diré que soy una mujer fiel, desde que comencé a salir con Arturo, mi marido, hacía ya veintidós años, no volví a tontear con ningún chico, y la verdad, es que no me han faltado oportunidades.

A los pocos momentos de estar sentada noté como si mis músculos flojeaban. No sabía muy bien que estaba pasando, pero sentía que mi cuerpo se paralizaba.

No podía sostener el cuerpo, y terminé con la cabeza encima de la mesa. Miraba mis dedos, y la verdad es que acertaba a moverlos, ligeramente. Era como si mis fuerzas se hubieran reducido al uno por ciento.

Estaba muy asustada, pensando en que pudiera haberme dado una parálisis. Intenté gritar, para avisar a los hombres que se encontraban en la sala de juntas, pero no podía articular palabra, tan sólo ligeros sonidos ininteligibles.

Oí que se abría la puerta y los pasos se acercaron a donde yo estaba.

Alicia, se encuentra usted bien? Dijo José Ángel sonriendo.
No te preocupes, que sólo te hemos dado algo para inmovilizarte. En pocas horas volverás a estar igual que antes, y mañana podrás irte de vacaciones con tu marido, comentó Luis. Vamos a celebrar el cumpleaños de Marcos, y él quería que estuvieses tú. En realidad eres su regalo.

Me encontraba con la cabeza caída sobre la mesa. Mis músculos no respondían.

Me echaron hacia atrás en la silla, y no tuvieron problema en arrastrarme con las ruedas hasta la sala de juntas. Cuando llegaron allí, entre los tres me colocaron en la pequeña mesa que se encontraba junto a los sillones.

 Marcos, este es tu regalo de cumpleaños, como me solicitaste.
 Gracias papá, era mi sueño y gracias a vosotros puedo hacerlo realidad.
 Luis, dijo José Angel, eres un hombre en quien se puede confiar. Te agradezco mucho todo lo que has hecho para que mi hijo sea feliz hoy.

No sabía muy bien de que hablaban, aunque pronto me iba a dar cuenta de lo que aquellos canallas se proponían conmigo.

 Alicia, te explicaré lo que sucede, expuso Luis. Como has visto, es el cumpleaños de Marcos, y su deseo era estar con una mujer especial para él, y has sido elegida. Evidentemente, no puedes moverte, aunque eres consciente de todo lo que está pasando aquí. No nos denunciarás después de terminar, puesto que has aceptado unas cantidades y unas vacaciones pagadas, que si es necesario, diremos que ha sido en pago de tus servicios. Además, ya verás como te damos algún motivo más para que esto no salga de aquí.

Yo me encontraba tumbada en la mesa, e intenté escupir a Luis mientras me hablaba, pero sólo conseguí acumular un poco de saliva en mis labios.

 Te ha intentado escupir, dijo en tono jocoso José Angel.

Luis sacó un pañuelo, y secó mis labios.

 Marcos, hijo, es tu regalo, y nosotros estamos aquí para ayudarte. Qué quieres que hagamos?
 Vamos a desnudarla, poco a poco, quiero disfrutarla, dijo el chico.

Dejaron mis brazos hacia atrás. Sólo, con su propio peso, era incapaz de echarlos para adelante, e intentar defenderme, pero no podía moverlos.

Marcos comenzó a desabotonar mi blusa. Me la sacó del entalle que llevaba en la falda. Los otros dos hombres me incorporaron para que pudiera sacarla por mis brazos, dejando a su vista mi sujetador.

De inmediato, comenzó a tocar mis muslos, buscando el cierre de mi falda, que no tardó en encontrar.

 Chaval!!!, dijo Luis riendo, se nota que tienes experiencia en desnudar a las chicas. Entre los dos jefes, me incorporaron ligeramente para que Marcos pudiera sacarme la falda.

Me encontraba con un pequeño tanga, y un sujetador. En esos momentos, toda mi indignación pasó a convertirse en vergüenza, al ver, los comentarios de Marcos.

 Alcia, siempre he deseado verte, tenerte. Voy a hacerte unas fotos para enseñarlas a mis amigos, entre ellos a tu hijo, pero no te preocupes, no te verá la cara. Ponedla sentada, este es el mejor momento, voy a quitarle el sujetador.

Intenté por todos los medios moverme, cerrar los brazos, pero no podía, no tenía nada que hacer. Me cogieron por mis antebrazos, mientras el chico desabrochó el sujetador. Primero uno con el brazo izquierdo, y después con el derecho, sacaron las gomas que lo sotenían, dejando a la vista mis pechos.

 Tiene unas buenas tetas, verdad? Siempre me pregunté como serían y la verdad, la realidad supera la imaginación.

Los comentarios, me molestaban tanto o más que estuvieran abusando de mi a través de una droga que me paralizaba.

 Estoy deseando verla el coño. Cerradle las piernas para que pueda sacarle el tanga.

Tiró de forma rápida de mis bragas y me dejó totalmente desnuda.

Marcos tenía toda la jugada pensada.

 Colocadla con los brazos abiertos, hacia abajo, y las piernas que caigan a los lados de la mesa.

Estaba a disposición de tres hombres. Mi sexo, totalmente depilado, a excepción de una línea de pelo que subía por encima. Mi coño se encontraba muy abierto, y aunque podía ver y sentir todo, no podía articular movimiento.

En ese momento vino a mi mente una película que mi marido me enseñó una vez, en el que una mujer era sujetada y abusada. Yo no estaba atada, pero si para los efectos era lo mismo, totalmente abierta y sin poder hacer nada para que no me tomasen.

 Un segundo, dijo Marcos. Voy a tomar unas fotos. Me parece que está preciosa en esta situación.

Vi como me fotografiaba por todos lados, oía los clicks de la cámara hasta que su padrel le indicó que pasara a la acción, que no habían montado todo esto sólo para que me viera desnuda y sacarme unas fotografías.

Marcos se quitó la ropa y se acercó a mi. Notaba su aliento. Comenzó a besarme en los labios. Después fue a mis pechos y su lengua caminó por mis pezones, que fruto del nerviosismo y de la tensión a la que estaba siendo sometida se encontraban de punta. Su boca recorrió mi cuerpo hasta llegar a mi sexo. Jugó con mi clítolis, lo mordió, lo lamió.

Sus manos comenzaron a acariciar mis piernas, mis muslos, hasta llegar a mi coño, que se encontraba totalmente abierto. Aunque no estaba lubricada, no le costó ningún trabajo meter primero un dedo y luego dos dentro de mi vagina.

Continuó colocándose encima mía, también sobre la mesa. Intentaba meter su lengua en mi boca. Yo la mantenía cerrada, pero le bastó con taparme la nariz para que tuviera que entreabrirla, momento que aprovechó para que su lengua llegase hasta mi garganta.

Su pene rozaba mi sexo. Sus manos, tocaban mis pechos. Siguió jugando con su polla, que a veces hacía intención de entrar dentro de mi, hasta que en una de sus envestidas la sentí dentro.

Lloraba en silencio, no podía contener mis lágrimas. Me sentía sucia, pero sobre todo humillada. Nunca me había gustado Marcos como amigo de mi hijo, pero jamás pensé que pudiera llegar a violarme de esta manera.

 Quereis catarla alguno? Preguntó el chico.
 Es tu cumpleaños, respondió su padre, disfrútala tú.
 Yo si quiero acariciarla al menos, dijo Luis, tanto tiempo teniéndola tan cerca y sin poder tocarla.

Marcos se levantó, no se había llegado a correr todavía, y dejó su lugar a Luis.

Comenzó a tocarme la cara, bajó hasta los pechos donde se entretuvo acariciándolos con sus manos, bajó por mi estómago, mis caderas, mis muslos............... hasta que al final, con una de sus manos alcanzó mi coño.

 Tíratela si quieres, comentó Marcos
 Como ha dicho tu padre, es tu cumpleaños, disfrútala tú, después ya veremos.
 Tengo los huevos a punto de reventar, dijo el muchacho.

De nuevo volvió a colocarse encima mío. Besaba mi cuello, jugaba con mis pechos, y comenzó a mover su pene junto a mi sexo. Enseguida lo introdujo dentro, pero a diferencia de la vez anterior, ahora se afanaba por meter su miembro lo más dentro posible, y notaba como su polla iba creciendo a ritmos agigantados, al igual que sus jadeos y sus besos.

Sabía que se correría en breves momentos. Mi humillación era total, abierta, expuesta y sometida ante dos hombres poderosos y a un muchacho que podía ser mi hijo, y que era uno de los mejores amigos de él. Cuando se incorporó, tomó de nuevo la cámara de su teléfono móvil para hacerme unas fotos, sin duda, de su última adquisición, o tal vez, mejor dicho, el último capricho que le concedía su padre.

Habría sido sencillo, sólo con la mitad de mi fuerza, haberle dado una bofetada y haberle tirado al suelo, pero no la tenía, no podía moverme, y ellos, tampoco habían empleado la violencia, sólo me habían drogado, para que manteniendo mi consciencia, mi cuerpo no pudiera responder a sus abusos, pero que mi mente si pudiera vivir el sometimiento.

Marcos se había corrido dentro de mi, y pensé que mi tortura había terminado, pero nada más lejos de la realidad.

 Quiero que la pongais de rodillas, apoyando su cuerpo encima de la mesa, dijo el chico.

Los dos hombres me colocaron como Marcos había dicho, mis tetas se apoyaban en la mesa y temí lo peor. Iba a ser sodomizada, algo que tan sólo una vez había probado, ante la insistencia de mi marido, y que juré que jamás repetiría.

Luis aprovechó el momento para acariciarme por atrás, mi pelo, mi espalda, mi culo...............

De nuevo Marcos, quiso quedarse con unas instantáneas de la situación, enfocando mi culo, mi espalda, mi lado trasero, con su cámara.

 Estoy de nuevo a tope, y ahora me apetece probar su culo. La verdad es que pocas chicas he visto que tengan este cuerpazo, y sobre todo este culito tan respingón. Os tengo que agradecer que hayais hecho posible esta gran fiesta. Sin duda, no la olvidaré nunca.

Marcos se colocó de rodillas. Noté su pene, que de nuevo volvía a estar rígido. Intenté gritar, pero no creo que lograse pronunciar más que un gemido. Aunque perforó mi ano de forma lenta, el dolor fue terrible, aunque ninguno llegó a enterarse de mi sufrimiento físico.

El muchacho comenzó a perforarme de forma cada vez más rápida, Notaba que mi esfinter se dilataba, al igual que su polla. Afortunadamente, no tenía mucho aguante, y en breve noté que un cálido líquido invadía mi trasero, a la vez que su miembro se desinflaba.

 Papá, por qué no la tomas tú? Tenemos tiempo aún, antes que despierte.

Yo negaba con mi mente, porque la cabeza no respondía.. Por favor, dejadme pensaba, gritaba en mi cabeza que terminasen.

 Sabeis? Siempre he deseado que esta zorra me la mamase.

Ahora fue José Ángel quien dio las órdenes a los demás para que me colocasen a su gusto. Pidió a sus dos compañeros de juerga que me colocasen encima de la mesa de reuniones, con el cuerpo hacia abajo, y la cabeza un poco por fuera.

El directivo se bajó los pantalones y sacó su miembro que colocó junto a mis labios. Afortunadamente, no podía abrirlos pero eso no fue excusa, puesto que por las bravas, separó mis labios y me la introdujo hasta la garganta.

Me tenía fuertemente agarrada por el pelo, y con sus movimientos le estaba haciendo una felación en toda regla. En este caso no era como su hijo, aunque su polla era también enorme, aguantaba mucho más, hasta que por fin se corrió en mi boca.

Quería escupir, expulsar su semen, pero mi cuerpo no me respondía y sólo pude, después de varios intentos, tragarme toda su leche al interior de mi cuerpo, algo que me daba un tremendo asco, y ni tan siquiera lo hacía con mi marido.

 Luis, es tu turno, es mi cumpleaños y quiero que participes en la fiesta.
 La verdad es que me apetece mucho follarla. Quiero tener en mi recuerdo el haberme follado a Alicia.
 Cómo la quieres? Dónde te apetece hacerlo?
 Encima de la mesa estará bien. Sólo hace falta que la volteeis. Eso si, quiero que nos saques unas fotografías mientras lo hago.

Entre los tres, me dieron la vuelta en la mesa, y me colocaron mirando al techo. Mis manos la extendió José Ángel hacia atrás, mientras que el propio Luis separaba mis piernas para follarme.

Marcos cumplió con su cometido de fotografiarme. Se acercaba para sacar la escena de mis brazos hacia atrás, mis piernas separadas, mi coño totalmente abierto y la polla de Luis dentro de mi.

También Luis se contuvo, calculo que estaría jugando conmigo más de quince minutos, disfrutando cada poro de mi cuerpo hasta que de nuevo, un chorro de semen dio por finalizado el capítulo, en este caso de Luis.

 No nos queda mucho tiempo, Marcos, quieres algo más?
 Sólo recuerdos, me gustaría hacerle fotos en situaciones eróticas, sólo para tenerlas, para recordar este día.

De nuevo, los dos hombres se pusieron a disposición del muchacho. Marcos fue dándoles órdenes.

 Colocadla en el sofá, sentada, con las piernas muy abiertas y los brazos caídos.

Después ordenó otra posición.

 Ponedla encima de la mesa, con el culo hacia arriba.

No les oía lo que decían, pero a los pocos segundos vi que tenían mi ropa junto a mi. Pensé que ya terminaría mi suplicio, pero cuando me colocaron el sujteador y el tanga, vi que estos estaban rotos.

Me pusieron el sujetador, pero habían cortado la tela de los cazos, por lo que mis pechos quedaban al descubierto. Con el tanga pasó lo mismo, si ya era pequeño, ahora le habían quitado la mayor parte de la tela delantera.

De nuevo dio la orden de volverme a colocar en el sofá, piernas abiertas y brazos caídos, y los dos obedecieron al anfitrión. De vez en cuando, colocaban mis manos junto a mis pechos y coño, para que pareciera que me tocaba.

Cuando se cansaron, volvieron a dejarme totalmente desnuda.

Ahora me pusieron la blusa, eso si, sin abrochárla, para que pudiera fotografiarme a gusto. Me colocaban las manos de forma sugerente, siempre dejando ver mis senos y mi sexo.

Me colocaron la falda, y cerraron uno de los botones de mi camisa para que pudieran subir la falda hasta arriba, dejándola levantada, pillada con el botón y eso si, siempre enseñando mi coño. Mi cabeza, afortunadamente, aparecía agachada, puesto que no podía aguantarla, aunque a veces, me colocaban algún dedo próximo a mi vagina, simulando una masturbación. Otras veces me tumbaban un poco más para poder fotografiar mi cara. No siempre llegaba a mantener los ojos cerrados.

No sé, pudieron hacerme cientos de fotografías, todas ellas dignas de la revista más erótica del mercado.

 Alicia, dijo Marcos. Lo que quiero que sepas, es que me voy a llevar tu tanga como recuerdo. Aunque está un poco maltrecho, (por la rotura), quiero quedármelo
 Como puedes ver, dijo Luis, después de esta última exhibición de fotos, nadie creerá que has sido obligada a algo, incluso, en muchas fotografías, sales con los ojos abiertos.

Ahora si, me colocaron mi maltrecho sujetador, y de la mejor forma que sabían me volvieron a vestir, dejándome tumbada en el sofá.

A los pocos minutos, mi cuerpo empezó a reaccionar. Lloraba desconsoladamente, y sólo quería tranquilizarme un poco para tomar las medidas correspondientes.

Según me tranquilizaba, me daba cuenta que no podría denunciar la situación, aunque tampoco podría volver a desempeñar mi puesto de trabajo, y ver la cara a los hombres que habían abusado de mi.

Ahora, estaba en sus manos, y con las fotos, no podía saber lo que podría pasar más adelante.

Presenciando la infidelidad de mi mujer

Segunda parte de “Su marido durmió a su mujer para nosotros”

Cumpliendo su promesa en el último encuentro, Gonzalo nos envió las fotos del fin de semana en el que nos había permitido disfrutar de Nines, su mujer.

El siguiente sábado, Sandra, mi esposa había salido de compras durante la mañana, por lo que aprovechando que no estaría hasta el mediodía, decidí contemplar las fotografías.

Aunque había difuminado la cara de Nines, nosotros salíamos al descubierto. Me parecía un tesoro tener esas imágenes, así que abrí otra cuenta de correo para que jamás cayesen en manos de mi mujer.

Utilicé una página desconocida para mí, que daba la opción de dar de altas cuentas de correo. Traspasé las fotografías y las borré del mío. De esta forma, pensé que podría estar tranquilo y verlas cuando me apeteciese.

Comí con Sandra. Al terminar estaba muy caliente, recordando las imágenes, por lo que comencé haciéndole unos mimos a los que ella respondió, así que terminamos en la cama haciendo el amor como locos.

Después de aquello me quedé dormido. Un par de horas después me desperté y al acercarme al salón vi que Sandra estaba llorosa. Le pregunté qué le pasaba.

Eres el tío más ruin del mundo. Jamás me hubiera esperado algo así de ti.
¿De qué me hablas? – Pregunté extrañado aunque temía por donde podía ir todo.
De las fotografías que tienes de tu trío con esa puta.

Me enteré posteriormente que buscando el historial del explorador de una página, había encontrado esta, y el ordenador tenía guardada la contraseña, por lo que pudo acceder a las imágenes.

No es lo que parece. Te puedo explicar todo.
¿Quieres decir que no te has follado a esa tía?

No pude responderle. Estaba desarmado. No podía continuar, por lo que me limité a pedirle perdón y que intentase olvidar lo sucedido si aquello era posible.

En lo que quedó de fin de semana no me habló. Me hizo prepararme la cama en la habitación de invitados. El domingo quedó con unas amigas durante todo el día y llegó casi a la hora de la cena. No tomó nada y se marchó a dormir.

La semana siguiente comenzó de la misma forma. No quería hablar conmigo y a la mínima que intentaba tocarla me decía que me fuese con la puta de mi amiga.

El viernes me marché con mis amigos a cazar y volví el sábado a media tarde. Aunque me vieron serio y me preguntaron el motivo, no quise explicarles nada, limitándome a decir que era por motivos de trabajo. Afortunadamente había traído varias perdices y conejos que luego regalaría, por lo que sus sospechas de que hubiera pasado un buen rato con alguna mujer se diluyeron.

Unas horas después, la noté mejor humor hacia mí, lo que me hizo sentir bien. Estaba loco por Sandra, y si decidía abandonarme el mundo se me caería encima. No podría soportar estar sin ella.

El domingo estaba más tranquila y a media mañana quiso que hablásemos. Primero me pidió que le contase con todo detalle lo que había pasado. Le conté todo, incluí todos los detalles que ella me fue pidiendo. No quería más mentiras, sólo que volviese a confiar en mí y mostrarle mi arrepentimiento.


Comenzó a llorar mientras le contaba y contestaba a sus preguntas sobre todo lo que había pasado, con el detalle que ella exigía.

Pepe. Después de lo que ha pasado quiero que nos separemos. Siempre he dicho que si me enteraba que mi pareja era infiel la dejaría, y he de ser consecuente con ello. Si quieres quédate con la casa y yo me busco otra, o viceversa. Lo dejo a tu elección.

Lo que no quería escuchar lo estaba pronunciando Sandra. Todo mi mundo se derrumbaba ante mí. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? Primero acostándome con Nines y después, por un descuído imperdonable, que ella viese las fotografías.

Supliqué todo lo que pude. Me puse de rodillas ante ella. Lloraba mientras imploraba su perdón, pero se mostraba inflexible.

Un par de días después, Sandra me preguntó la idea que tenía sobre nuestra vivienda compartida. Si deseaba comprar su parte y si no, ella adquiriría la mía.

Por favor.¡¡¡ ¿No podemos arreglar esto de otra forma?
¿Qué pensarías si hubiese sido yo la infiel? ¿Habrías roto conmigo, verdad?

Estaba desesperado por no perderla, por lo que cometí la mayor estupidez al contestarle.

Véngate de mí. Sé infiel, pero no me dejes, por favor. Busca alguien, folla con él y después vuelve conmigo. No quiero perderte.

No me contestó. Sabía que ella no me haría nunca algo así. En realidad creía saberlo porque al día siguiente volvimos a hablar.

Pepe, me parece que voy a aceptar tu propuesta. Seguiré tu consejo. Quiero que organices un encuentro como el que hizo tu amigo Gonzalo. Ellos me tomarán.
¿Estás loca? ¿Quieres que te duerma para que se aprovechen de ti?
No. Sólo tú y yo sabemos que no estaré dormida. Estarás delante. De esta forma estaremos a la par.
Estás loca¡¡¡ No pienso hacerlo.
La semana que viene quedaremos en el mismo pueblo en el que estuvisteis. Sólo que esta vez ellos irán a una teórica caza y tú y yo de fin de semana romántico. Si no vamos, dedicaré el fin de semana a hacer la mudanza a un apartamento que ya tengo apalabrado. Tú decides. Si lo prefieres, en lugar de fingir mi inactividad por la somnolencia del fármaco, puedo estar activa y entregarme totalmente a tus amigos. ¿Te gustaría eso más?

Salí de casa malhumorado. Pensé que se trataba de un farol y que no sería capaz. También que al día siguiente cambiaría de idea, pero cada vez que hablábamos me exigía el encuentro.

El domingo estábamos en casa. Accedió por primera vez desde aquello a hacer el amor conmigo, pero al terminar me volvió a preguntar por los preparativos. En realidad no había movido nada, no había hablado con Gonzalo y Antonio.

Volví a suplicarle llorando, pidiéndole que no me hiciese aquello. La respuesta fue que sino íbamos a aquella ciudad, organizaría su mudanza. Además, si vamos y tus amigos no quieren tocarme porque les hayas contado la verdad, también me iré de casa. Por tanto te aconsejo que le digas que quieres verme follar con ellos.

No tenía alternativa. Los llamé para tomar algo aquella misma tarde de domingo. No les conté la verdad, sino que después de lo que hicimos con Nines, ahora me gustaría que hicieran lo mismo con mi mujer. Estaba tan desesperado que no quería cometer errores.

En cualquier caso, estaba seguro que llegado el momento, no sería capaz de que nadie la tocase. No obstante, proponerlo ya era bastante humillante para mí.

Los dos hombres se alegraron de escucharlo y estuvieron de acuerdo en volver a ir ese fin de semana al lugar donde un mes atrás habíamos disfrutado de la mujer de nuestro amigo. Concreté con Antonio una cita, a mitad de semana, donde me entregaría el frasquito con el somnífero.

Ese miércoles me reuní con el médico y me entregó la medicina. Se extrañó que hubiese cambiado de idea ya que era reacio a que nadie tocase a mi esposa.

Después del viernes, sólo quedaréis por probar a mi mujer, pero eso no sucederá nunca.
Lo sé, no te preocupes. – Contesté pensando que jamás tampoco tocarían a la mía.

En realidad mantenía esa postura por ella, aunque confiaba plenamente en que no fuera capaz de de hacerlo.

Aquella noche, y al día siguiente intenté hacer el amor con ella. Precisaba que me sintiese de cerca, pero ella se negó y me dijo que no habría más sexo entre nosotros hasta después del encuentro con mis amigos.

El viernes, sobre las cinco de la tarde salimos a realizar el viaje. Sandra me hizo reservar dos noches de hotel, aunque pasara lo que pasara yo quería dormir el sábado en casa, en la seguridad de mi cama, con ella. Cuando llegamos, fuimos a la habitación y nos instalamos.

Mi estómago estaba agarrotado. No veía en ella ningún indicio que me permitiera pensar que se echaría para atrás en el momento oportuno, y ya empezaba a dudar seriamente que eso sucediese.

A las once y media ya habíamos cenado. Intenté llevarla a tomar una copa y convencerla para que se despertase al entrar mis amigos en la habitación, pero era inamovible. No cedía, estaba decidida a llevar su actuación hasta el final.

Hizo que llamase a mis compañeros para citarlos en torno a las doce y media en la habitación. Cuando entramos en ella, estaba de mal humor y directamente me puse a ver la televisión mientras observaba como ella se acicalaba para su actuación.

Sandra es una mujer preciosa. Además de su media melena rubia, un tipo esbelto y unos pechos enormes y firmes, para aquel día, se había puesto especialmente guapa, yendo esa misma tarde, antes de salir de viaje, a la peluquería.

Cuando la vi salir del dormitorio mis celos se dispararon. Llevaba un pijama negro, que estrenaba para la ocasión con un pantalón y una camisa abrochada por tres grandes botones, todo ello de negro satén.

Notaba como sus pezones se marcaban sobre la chaquetilla del pijama. No llevaba sujetador.

Volví a derrumbarme y le pedí que se dejase de juegos y que llamaría a mis amigos diciendo que había fallado el somnífero y pasaríamos la noche, el fin de semana y el resto de la vida juntos.

Buen intento, pero si algo falla esta noche, la semana que viene ya no estaremos viviendo juntos.

Percibía su odio en el tono de voz. Empezaba a pensar que aquello que no quería, iba a suceder.

A la hora señalada, unos ligeros toques en la puerta, nos hicieron saber que mis amigos se encontraban allí. Todo el rebufo de la cena pareció subir a la parte alta del estómago. Estaba tenso y nervioso. Sandra me habló en voz baja.

Abre a tus amigos. Yo os espero en la cama. Espero que te guste el espectáculo.
Qué hija de puta¡¡¡ -- Pensé.

Iba temblando. Abrí la puerta y ambos me dieron la mano como saludo. Como quería dilatar el comienzo lo máximo posible les saqué unas bebidas del minibar de la habitación.

Sandra estaba sólo arropada con la sábana y al verla los dos me dieron la enhorabuena por tener una esposa tan bonita.

Cuando llevaba más o menos sus copas por la mitad vi que debía dejarles hacer. Antes de nada quise dar a Sandra, o darme a mí mismo, una última oportunidad, por lo que la incorporé y la di unas bofetadas en la cara, esperando que reaccionase.

En ese momento supe que iba a llevar su venganza hasta el final. Llegué a abofetearla fuerte. Mentalmente la suplicaba que abriese los ojos, pero no lo hizo, fingía estar dormida.

Muy despacio me levanté y dejé a mis dos amigos que procedieran con ella.

¿Qué podemos hacer? – Preguntó Gonzalo.
Menos sexo anal lo que queráis. – Respondí sin ganas y abatido.

La miraba, suplicaba que abriese los ojos. Mientras, Antonio apartó la sábana que la cubría, quedando ante ellos tan sólo con su pijama, que para mi desdicha, además llevaba un enorme escote.

Vi como sus manos empezaban a recorrer su cuerpo. Pasaban por encima de sus pechos, su cintura, sus piernas.

No lleva sujetador. – Explicó Gonzalo

Me pidieron permiso para desabrochar la chaqueta de su pijama. No podía negarme, pero me limité a asentir con la cabeza.

Desabrocharon los tres botones y abrieron su chaqueta. Quedaron a la vista sus dos enormes pechos. Les oía hablar sobre el tamaño pero aunque no quería escuchar, sus voces estaban allí. Antes de proseguir. la incorporaron sentándola en la cama para sacarle la chaqueta y dejar desnudo su torso.

Qué dos melones tiene la tía.¡¡ Son impresionantes.

Sus manos se deslizaban sobre ellos. Veía que sus pezones estaban puntiagudos pero enseguida empezaron a fijarse en sus pantalones.

Empezaron a observar y vieron que no llevaba ningún botón, ni cordón. Tan sólo un elástico lo aferraba a su cintura, por lo que les fue fácil deslizarlo hacia abajo, tirando de él hasta sacarlo por sus tobillos.

No lo podía creer. Mi mujer estaba tan solo con unas pequeñas bragas negras delante de mis dos mejores amigos.

De nuevo me pidieron permiso, en esta ocasión para quitarle su prenda más íntima. Aunque mi cabeza no lo daba, las amenazas que Sandra me había infringido, me hicieron dar un escueto sí.

Se las bajaron poco a poco. Muy despacio. Veía como mi corazón y mi mente se desgarraban por cada centímetro que la prenda bajaba por sus caderas, sus muslos, sus piernas hasta que llegaron a sus tobillos y la dejaron totalmente desnuda.

Quedaron maravillados. Yo también, tengo que reconocerlo. Se había depilado hasta dejar su sexo desnudo salvo una pequeña línea de pelo que subía como continuación a sus labios mayores.

Mi mujer estaba expuesta a dos hombres, dos extraños para ella, en mi presencia. La miré detenidamente. Sus pezones estaban afilados. Nunca pensé que fuese capaz de llegar a aquella situación.

Pedí a mis dos amigos que me dejasen tocarla. Aproveché para dirigirme directamente a su sexo, por donde pasé mi dedo. Noté que estaba húmeda.

Qué hija de puta ¡¡¡ -- Pensé.

Estaba caliente. Yo sufría la peor humillación de mi vida y ella estaba mojada, disfrutando que mis dos amigos la mirasen y que después la manoseasen y tuvieran sexo con ella.

Me aparté para dejar a Antonio y a Gonzalo de nuevo. Ella, fingiendo un movimiento del propio sueño, colocó sus manos en la almohada y separó ligeramente las piernas. Su objetivo era sentirse aún más expuesta de lo que ya estaba.

Los dos se habían ya quedado en ropa interior y se tumbaron en la cama, a ambos lados de Sandra. Comenzaron a besarla por todos lados. Lo iniciaron por las mejillas mientras sus manos se deslizaban libremente por sus pechos que aún estaban más erectos que antes.

Veía como Gonzalo se centraba en ellos. Parecía que los amasaba lentamente. Después contemplé como su boca se dirigía, bajando por su cara, a su escote, hasta alcanzar el pecho.

Cuidadosamente pasaba su lengua y succionaba la teta de Sandra. No podía soportar lo que estaba viendo. Jamás habría podido imaginar que ella pudiera estar con otro hombre, y mucho menos contemplarlo yo en vivo.

Las dos manos de mis amigos fueron bajando hasta llegar a sus muslos. Como un pequeño tabú, no se pararon en su sexo, sino que bajaron hasta sus rodillas, donde procedieron a separarle las piernas. De nuevo observé que ella colaboraba ligeramente, permitiendo que las abrieran con un menos esfuerzo al que habría correspondido a una mujer dormida.

Fue la mano de Gonzalo la que primero llegó a su sexo. Me quería morir. Sabía lo que sus dedos estarían sintiendo ahora. Una coño húmedo, como el que yo sentía cuando hacíamos el amor y la acariciaba. Si algo tenía claro era que mi esposa era una mujer muy apasionada y activa sexualmente.

Los dedos de Antonio también llegaron al mismo sitio. Veía como jugaba, de arriba abajo con su vello púbico. Su dedo corazón se desplazaba, como si el pelo formase parte de un camino.

Aunque me negaba totalmente a ver todo lo que estaba sucediendo, notaba que yo también estaba excitado. Por un lado sentía un nudo en el estómago que casi me hacía vomitar, mientras que por otro, me excitaba ver a Sandra tan entregada.

Vi como los dedos de los hombres se intercambiaban, siendo ahora Antonio quien le acariciaba más íntimamente. Gonzalo le acariciaba su estómago, mientras besaba sus enormes pechos.

Sabía lo que sería lo siguiente. Querrían comerle el coño y que ella tomase sus pollas en la boca. Vi como la cara de Antonio se situaba entre sus piernas, que estaba inmoralmente abiertas. Observaba como lamía su clítolis que sobresalía entre sus labios y era fácilmente accesible. Conocía el sabor del sexo de Sandra, muy diferente al que había probado con Nines. Era algo que me superaba. Otro hombre la estaba saboreando.

Gonzalo procedió a meter su miembro en la boca de mi mujer. De nuevo vi que casi colaboraba al dejarse abrir los labios con tan poco esfuerzo por parte de él.

Tomó la cabeza de Sandra y empezó a manejarla de tal forma que pudiera dirigirla de adentro afuera. También sabía lo que podía estar sintiendo ahora. Esto era una locura que se me había escapado de las manos y había llegado demasiado lejos. Pero ahora ya no podía parar.

Notaba como se movían sus labios. Para nada eran los de una mujer inconsciente. Gonzalo no tardó demasiado en correrse y cuando estaba en situación límite lo comentó.

Si no estuviera seguro que está dormida, diría que es consciente de todo. Sus labios aprietan mi polla.
Estará soñando. – Bromeó Antonio, sin creer demasiado en lo que decía nuestro amigo.

Los labios de Sandra quedaron llenos de semen. Enfadado, pero sobre todo triste, traje una toalla de manos del baño para que Gonzalo la limpiase.

Ya que tú has estrenado esta noche su boca, yo haré lo propio con su coño.

Aquello me llenó de humillación. Vi como metió su dedo en la boca y empezó a refregar por encima de su raja hasta introducirlo parcialmente en su vulva.

Tengo que decir que es de los coños más bonitos que he visto. Tienes una mujer espectacular. Si algún día os van mal las cosas podría dedicarse al porno. Esas tetas con ese coño no es fácil de encontrar.

Antonio ya estaba totalmente desnudo. Las piernas abiertas de Sandra hacían que su vagina estuviera en disposición de ser penetrada. Sabía que estaba mojada, por lo que no iba a tener problemas en penetrarla.

Cuando Antonio se situó en posición creí morir. Giré mi cabeza para no mirar. Estaba sudando, lo que provocó que Gonzalo se preocupase por mí.

¿Estás bien, Pepe?
Si, si. Sólo tengo un poco de calor. Es por la excitación. Voy al baño a refrescarme.
¿Quieres que te espere? – Preguntó Antonio.
No, no. Puedes empezar. Enseguida vuevlo.

Me marché al baño y de esta forma evité mirar el inicio de la penetración. En el lavabo me eché abundante agua por la cara. Mis ojos estaban enrojecidos por todo lo que estaba viviendo esa noche.

Cuando volví, Antonio estaba colocado en la postura del misionero. Sus manos, apoyadas en el colchón le permitían tener una imagen visual completa de la desnudez de mi esposa, a la vez que entraba y salía su polla del coño de ella.

Mis ojos no pudieron evitar dirigirse al sexo de Sandra y comprobar cómo entraba y salía el miembro de mi amigo.

La cara de belén no estaba ladeada, sino que se encontraba de frente y sus labios ligeramente abiertos, por lo que la lengua de Antonio se dirigía hacia su boca, le daba piquitos, para después besar sus hombros y sobre todo sus pechos.

Sus embestidas empezaron a ser bestiales. Volví a mirar los pezones de Sandra que seguían erectos.

Me encanta. Está mojadísima. Creo que está soñando que hace el amor y por eso está así.

Unos golpes más después de sus palabras dieron por finalizado la actuación de mi amigo que comenzó a vestirse.

Ha sido genial. Tienes una mujer estupenda.

Se acercó a una silla a recoger su ropa, no sin antes dalme una palmada en la espalda en señal de agradecimiento.

Cuando giré la cabeza, era Gonzalo quien se había colocado encima de ella. Su mano se dirigió a su pene y lo llevó hacia la entrada de la vagina de Sandra.

No tuvo ningún problema. A la primera introdujo su miembro. Su boca se dirigió a la cara de mi esposa y empezó a lamerle, morderle y besarle sus orejas. Continuó por su cuello hasta llegar también a sus pechos. Las tetas de mi mujer eran punto de parada obligatoria. Siempre pensé que era lo más apreciado de ella.

La penetración de Gonzalo duró de forma interminable para mí. Al haberse corrido anteriormente, ahora tenía un aguante increíble.

Deseaba que terminase. Se deleitaba con sus pechos. Sacaba su pene y lo metía a su antojo, siempre a la primera hasta que llegó un momento en que no pude ya ocultar mi enfado.

Gonzalo, acaba de una vez, que mañana tendrá molestias.
Dame un minuto, por favor.

Respondió sin dejar de penetrarla. Empezó a dar pequeños gritos y a aumentar el ritmo. Una embestida final en el que su miembro quedó dentro demostró que había tenido un orgasmo.

Me quedé sentado sin decir nada mientras Gonzalo se vestía. Antonio le esperó y cuando hubo terminado ambos me dieron la mano y las gracias por haberles hecho pasar esa noche tan agradable.

Estaba como ido. Sólo quería estar sólo. Les acompañé a la puerta y volví a la cama, donde me senté al lado de Sandra.

Me has hundido la vida.
Tú lo hiciste hace unas semanas. Ahora estamos igual. ¿Qué se siente al ver como se follan a tu pareja?
Eres una hija de puta. Ahora quiero follarte yo.
Hoy no. Estoy cansada. Mañana será otro día.

Enfurecido, salí de la habitación, tomé el coche y me dirigí a un local de alterne a la salida de la ciudad.

Necesitaba una mujer, por lo que acompañé a su habitación a la primera que se acercó. Estaba muy excitado. El ver a mi mujer con dos hombres, había provocado en mi una sensaciones contrapuestas